A mi novia le gusta mostrar su culito (VIII)
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Lo que les relataré hoy sucedió hace unos meses cuando con Marcela decidimos tomar unas vacaciones en Bariloche, que para los que no lo conocen les cuento que es un centro de ski maravilloso. Como no tenía más que una semana de vacaciones, contratamos un paquete con avión y hotel incluido que ofrecían en una revista. Recién cuando llegamos al hotel nos dimos cuenta por el barullo que había que nos hospedaríamos en el mismo lugar donde estaban alojados un montón de chicos de 18 años pertenecientes a un colegio de Mendoza que estaban de viaje de egresados. Adiós a la tranquilidad pensé, pero como ya no había remedio, solicitamos la habitación y un botones nos acompañó a ella. Estaba ubicada en la segunda planta y a medida que nos acercábamos a ella veíamos jóvenes por todos lados ya que casi todo el piso estaba ocupado por ellos.
Hable con la administración para que nos cambiaran la habitación pero como respuesta recibí lo que me esperaba: “señor lo siento pero el hotel está todo completo”. Estábamos exhaustos por el viaje así, que nos pegamos un baño y nos fuimos a descansar un rato. A la hora y media nos cambiamos y llamamos al ascensor para bajar al restaurante del hotel a cenar algo. Cuando subimos al elevador este estaba ocupado por dos estudiantes que nos saludaron amablemente. Quedamos ubicados delante de ellos dándoles la espalda. De repente oigo que se sonreían, por lo que me di vuelta y vi que los dos estaban baboseándose con la cola de mi señora. No era para menos, Marcela llevaba puesto un pantalón beige de tela de algodón súper ajustado que dejaba ver la marca de la diminuta tanga que tenía. Yo creí que cuando vieran que yo me daba vuelta ellos cambiarían de actitud, pero no fue así, los maleducados siguieron mirándole el culo como si yo no estuviera.
– ¿Pasa algo?, les pregunte.
– No señor, nada, me respondió uno.
– Perdone que la miremos a su esposa, lo que pasa que es hermosa, dijo el otro sin quitarle los ojos de encima a Marcela.
Yo iba a responder cuando Marcela me apretó la mano dio vuelta la cara y les agradeció con una sonrisa. Llegamos a planta baja y bajamos nosotros y los chicos atrás. Note que mientras caminábamos hacia el restaurante mi señora había parado un poca la cola y la meneaba con sensualidad. Por supuesto como era de esperar, los estudiantes nos siguieron hasta el comedor regocijándose con el espectáculo que les estaba dando Marcela.
– ¿Perdón señor, llegaron hoy?, me preguntó el que era mas alto, que se había acercado y ya caminaba a mi lado.
– Si, le respondí
– ¿Ustedes dos vinieron solos?, pregunto Marcela.
– No señora, estamos con otros veinte compañeros, contesto el otro que ya estaba al lado de mi mujer.
– ¿Y como la están pasando?, preguntó ella
– Y más o menos, hace cuatro días que llegamos y estamos un poco aburridos.
– ¿Porque aburridos?, pregunté yo.
– Lo que pasa que en el hotel no hay chicas y a la noche no tenemos para divertirnos, contesto el que estaba a mi lado y parecía el mas extrovertido.
– Me imagino, comentó Marcela riéndose, veinte dos jóvenes sin ninguna mujer.
– ¿En serio se lo imagina señora?, le preguntó el que tenía al lado mió, mirándola de arriba abajo.
Marcela lo miro y no dijo nada. El pendejo se estaba pasando, así que los saludé y entramos al restaurante.
– Que pendejo zarpado, le comenté a Marcela, ya sentados en una mesa.
– Lo que pasa que a esa edad y solos deben estar recalientes, me contestó,
– Y vos encima que les paras la cola, los pones peor.
Ella no me contesto, pero yo sabía que la situación la excitaba.
– Por lo menos estos dos esta noche se van a hacer dos pajas cada uno pensando en tu culito, continué, sabiendo que eso la iba a poner a mil.
– Uffffffff, fue todo lo que dijo.
Yo cambie de tema para que ella se calmara, pero debo reconocer que también me había calentado.
La cena transcurrió tratando ambos de no tocar el tema de lo que había pasado minutos antes. Luego de comer nos quedamos a disfrutar un show de música que ofrecía el restaurante y a eso de la s 2 de la mañana decidimos regresar a nuestra habitación. Traspasamos el lobby, que ya estaba sin gente, y tomamos el ascensor. Al llegar a la segunda planta había alrededor de seis estudiantes sentados en el pasillo, entre los que se encontraban los chicos que habíamos estado hablando. Al vernos se hizo un total silencio. Marcela automáticamente paró la cola y caminó adelante mió pasando delante de todos ellos, que le miraban el culo desde abajo como embobados.
– Buenas noches señora, le dijo el que se había zarpado antes.
– Buenas noches, le contestó Marcela.
– ¿Ya se van a dormir?, pregunto dirigiéndose a mí.
– Si, y ustedes deberían hacer lo mismo, les dije.
– Lo que pasa que no tenemos sueño, dijo otro que se tocaba disimuladamente por arriba del pantalón mientras miraba a mi señora que me esperaba parada en la puerta de la habitación.
– ¿Señora, no quieren jugar a las cartas con nosotros?, dijo otro.
– No gracias y les pido que no hagan ruido, dije yo.
– Dale amor, juguemos un ratito con los chicos que yo tampoco tengo sueño, me pidió Marcela mordiéndose el labio inferior.
Yo estaba seguro que eso estaba mal, pero estaba tan excitado de ver a los pendejos tan calientes con mi señora que acepte la invitación.
Pasamos todos a nuestra habitación y todos enseguida se sentaron en la cama.
– Venga acá señora, le dijo uno de ellos, haciéndole lugar a su lado.
Ella, se saco el abrigo que tenía, se sentó al lado del chico, apoyando su cabeza en el respaldo y con sus piernas estiradas sobre la cama. Yo, que todavía estaba de pie, disfrutaba viendo a mi esposa en la cama rodeada de pendejos recalientes. Por la posición que tenía, el pantalón le marcaba los labios de su conchita, cosa que no paso desapercibido para ellos, que miraban como fascinados lo abierta que estaba. Ella, a darse cuenta de la reacción que había provocado, empezó a mostrar signos de calentura en su cara.
– Ven mi amor, sentarte acá, me pidió, tratando de flexionar las piernas, intento que le resulto imposible por lo ajustado del pantalón.
– ¿Porque no se pone más cómoda señora?, dijo el que estaba a su lado.
– Es que no hay lugar, contesto ella.
– No, le digo que se ponga mas cómoda, que se saque el pantalón, dijo el muy caradura.
Todos rieron y me miraron. Yo no dije nada, solo mire a Marcela, que parecía por su expresión que estaba esperando que alguien lo pidiera.
– Digo, cámbieselo por algo más cómodo, continuó el pendejo.
– ¿Mi amor, a vos no te molesta que los chicos me vean con algo de entrecasa?, me pregunto ella.
– No, está bien, le conteste.
Aunque sabía a que llamaba Marcela “de entrecasa” ya había comprendido que no podía parar lo que venía, no solamente por lo excitada que ella estaba, sino porque, con solo imaginármela mostrándose delante de estos jóvenes me hacía hervir la sangre. Nadie le saco los ojos de encima mientras Marcela se dirigió al baño, después de sacar algo del armario. Mientras ella se cambiaba, en la habitación todos murmuraban y se miraban con cara de ansiedad esperando volver a ver a mi mujer. Pasaron unos minutos hasta que la puerta de baño se abrió y apareció Marcela. Se hizo un total silencio y no era para menos. Mi señora salió del baño vestida solamente con una remerita blanca que le llegaba a la mitad de sus muslos, dejando ver parte de su fabulosa cola.
– Ahora si estoy más cómoda, dijo, mientras dándoles la espalda a los chicos acomodaba la ropa que se había sacado en una silla que había en el otro extremo de la habitación.
Los seis pendejos estaban mudos. Tenían clavada la mirada en el culo de Marcela, que haciéndose la disimulada, se los mostraba con gusto. Yo no podía más. Ver esa escena me había producido una erección que ya no podía disimular.
– Mi amor los muchachos te están viendo la cola, le dije
– Ay si, lo que pasa que esta remera es cortita, me respondió mientras se la estiraba para abajo tratando de taparse un poco mas.
– Pero igual no te preocupes mi amor que abajo tengo una bombachita, prosiguió, mientras regresaba a sentarse en la cama.
– Y a ustedes chicos, ¿no les da vergüenza mirarme la cola delante de mi marido?, preguntó, mientras se sentaba al lado de ellos.
Todos me miraron. El quedarme callado fue aprovechado por uno de los muchachos que me preguntó descaradamente:
– Señor, ¿a usted le molesta que le miremos la cola a su señora?
– No, si a ella no le molesta, respondí sin pensar.
La situación, como tantas otras veces, me había superado y había perdido nuevamente la cordura a manos de la excitación. Se notaba en sus caras de sorprendidos que no podían creer lo que escuchaban.
– ¿Les gusta mi colita?, pregunto Marcela.
– Es que no la vimos bien, respondió uno.
– Parece muy linda. ¿Nos la deja ver un poco más?, pregunto otro.
Mi señora se levanto y fue derecho a la silla donde había dejado la ropa. Apoyo sus manos en el respaldo y saco la cola para afuera, lo que hizo que la remera se levantara y dejara al descubierto la mitad de su culo y la punta de la tanga blanca que llevaba puesta.
– ¿Ahora la ven mejor?, pregunto, dando vuelta la cara y mirándolos con terrible cara de puta.
Yo no aguante más. Me senté en una silla, me bajé los pantalones, y comencé a masturbarme. Al ver esto los pendejos hicieron lo mismo y en un segundo los seis se estaban pajeando a un ritmo frenético.
– Mi amor, mira como se pajean con tu cola, mostradles un poco más, le pedí, fuera de si.
Marcela se sacó la remera por lo que quedo ante los pendejos solo con la tanguita. Esto fue demasiado para cuatro de ellos que no aguantaron mas y acabaron dejando semen por todos lados. Mi señora se puso de rodillas en el piso, paró bien la cola, y los miraba mientras se tocaba la conchita. Se notaba por su cara que estaba que explotaba de la calentura. No era para menos, tenía a seis desconocidos pajeandose a metros de ella, mientras hacia lo que mas le gustaba, mostrar su culito. Yo miraba toda la escena sin perderme detalle. Ver como la deseaban con desesperación a mi esposa siempre me había excitado, pero ese día estaba como loco. Supongo que esta vez, por ser chicos, podía dominar la situación, lo que aproveche para seguir volviéndolos locos.
– ¿Que tal mi señora, les gusta?, les pregunte con una sonrisa.
– Si señor esta muy buena, dijo uno que ya iba por su segunda paja.
– Mi amor, ya que los chicos se están portando bien, ¿no queréis mostrarles el hoyito?
Ella no dijo nada, solo miro a los pendejos como se masturbaban, tomó un extremo de la tanga y lo corrió hacia un lado dejando desnudita su fabulosa cola y su vagina depilada. Apoyo la cara en el piso y comenzó a meterse el dedo en el hoyito.
– ¿Vieron que colita abierta tiene mi señora?, les pregunte. A ella le encanta que se la coman, no mi amor.
Eso fue demasiado para Marcela que pego un grito que no pudo disimular, señal que había tenido flor de orgasmo. Con terrible espectáculo todos los pibes casi al mismo tiempo volvieron a acabar. Todavía se escuchaban jadeos, cuando tocaron a la puerta. Marcela pego un salto y se metió en el baño, yo me subí los pantalones como pude, mientras ordenaba en vos baja que los chicos hicieran lo mismo. Cuando estábamos todos vestidos, abrí la puerta.
– Perdone la molestia señor, me llamo Carlos, soy el coordinador de una compañía de viajes y estoy buscando unos estudiantes que no se donde se metieron, ¿por casualidad los ha visto?, me preguntó.
– Si, están acá, estábamos jugando a las cartas, dije mientras abrí más la puerta y los llame.
Cuando salieron todos, el coordinador los reprendió y me pidió perdón por si me habían molestado, cosa que negué haciéndole saber que mi señora y yo los habíamos invitado. Nos despedimos y regrese a mi habitación.
– Mi amor, podes salir, ya se fueron.
Marcela salió del baño. Estaba totalmente desnuda y con cara de bronca. Se tiro en la cama y yo a su lado.
– Que lástima que este tipo vino a buscar a los chicos no, le comente. Se veía que la estabas pasando bien, continué, sonriendo.
– ¿Porque vos no, no?, me pregunto con ironía, mientras me acariciaba la entrepierna.
– Los volviste locos a los pendejos. Estaban desesperados con esta cola. Si los hubiera dejado te la destrozaban a pijazos. Le comenté, mientras le metía un dedo en el culo.
– ¿Eso te hubiese gustado?, le pregunte
– Ufffffffffff, fue toda su respuesta y sin perder tiempo me abrió el cierre del pantalón y comenzó a chuparme el pene.
Estábamos en lo mejor, cuando nuevamente tocaron a la puerta.
– Un momento, respondí, mientras Marcela se metía nuevamente en el baño y yo me acomodaba el pantalón.
– Perdone que lo moleste de nuevo señor.
Era nuevamente el coordinador, pero esta vez estaba acompañado de dos personas de aproximadamente 45 años que se presentaron como de seguridad del hotel.
– ¿En que les puedo servir?, les pregunté.
– Mire señor, lo que pasa es que escuche que los estudiantes que estuvieron con usted hace un rato le contaban a sus compañeros lo que había pasado en su habitación, por eso como responsables de los chicos que son menores de edad tuve que avisar a seguridad.
– No se de que me habla, le respondí, tratando de disimular lo nervioso que estaba.
– ¿Su señora esta con usted?, me preguntó uno de seguridad.
– Si, le conteste.
– ¿Nos permite entrar para que hablemos?, pregunto el otro.
– Si, por supuesto. Prefería eso antes que en el pasillo alguien escuchara.
– Bueno yo me retiro dijo el coordinador dirigiéndose a mi, arregle con ellos.
– Llame a su señora por favor, casi me ordeno el más corpulento apenas habíamos entrado en la habitación.
– Amor, podes venir, por favor.
Marcela salió del baño vestida con una salida de baño de toalla.
– Buenas noches señora, la saludaron.
– Buena noches, respondió ella con cara de asustada, lo que me hizo suponer que ya había escuchado porque venían.
– Usted sabe porque estamos acá. Exhibir a su señora desnuda delante de menores de edad es un delito, dijo uno de los de seguridad.
Marcela me miró con cara de terror.
– Mi señora en ningún momento estuvo desnuda, solo vestía de entrecasa, dije yo tratando de justificar lo injustificable.
– Es verdad dijo ella, estaba con una remera.
– Si no le molesta, ¿puede mostrarnos como vestía delante de los chicos?, preguntó el otro.
Le hice un gesto de aprobación y Marcela se saco la salida de baño quedando solo vestida con la misma remera que había usado hacia un rato. Los tipos la miraban de arriba abajo. La cara de susto que tenía Marcela empezó a transformarse en cara de deseo.
– Ven que no se ve nada, dije yo
– De la vuelta por favor señora y camine hacia allá, pidió uno.
– ¿Me dejas amor?, me preguntó.
Me di cuenta que le duraba la calentura y que la situación la había empezado a excitar. Y lo que es peor a mí también.
– Si, mostradles, le conteste.
Nos dio la espalda y empezó a caminar hacia la silla. La mitad de su cola volvió a sobresalir por debajo de la remera. Los tipos le clavaron la mirada en su precioso culo. Cuando llego a la silla, se apoyo en el respaldo y paro muy sutilmente la cola y se quedo en esa posición.
– ¿Ahora que me dice?, me dijo uno de ellos.
– No se le ve casi nada, le conteste yo, que no sabía como mantenerme en pie por la erección que ya tenía.
Los tipos me miraban sorprendidos.
– Con razón los pendejos estaban recalientes, su mujer tiene un culo bárbaro, comentó uno.
– Y parece que le gusta mostrarlo, dijo el otro, mientras ambos reían.
Mientras tanto Marcela seguía en la misma posición, pero cada vez sacaba la cola mas afuera.
– ¿Así que su marido la deja andar mostrando el culo?, le pregunto el mas grandote, mientras se tocaba la entrepierna sin disimulo por arriba del pantalón.
Marcela no decía nada, solo meneaba muy despacio la cola.
– Ya que no le molesta, usted siéntese ahí, me ordeno mostrándome una silla alejada. Y usted señora porque no nos muestra la bombacha, como nos contaron los pendejos, que hizo con ellos, continuó.
– No puedo señor.
– Si que puede, si a usted le gusta y a su esposo no le molesta, ¿no es cierto?, me preguntó.
– No, está bien, dije yo casi inaudible por la calentura que tenía.
– Es que no tengo ninguna bombachita puesta, dijo Marcela mirándolos con carita inocente y levantándose la remera, dejando a la vista toda la cola.
No puedo explicarles como se pusieron los tipos. Se empezaron a desvestir hasta quedar completamente desnudos. Yo aproveche para bajarme los pantalones y hacerme una buena paja esperando ver nuevamente como le iban a romper el culo a mi señora. Uno fue hasta donde estaba y le acaricio el culo metiéndole el dedo mayor en la conchita.
– Que mojadita esta su señora, parece que quedo caliente con los pendejos, me dijo, mientras se agachaba y metía la lengua entre los cachetes de la cola de Marcela.
El otro fue por delante y le encajo un terrible beso de lengua, mientras le sacaba la remera. Le empezó a comer los pechos desesperadamente, mientras le sobaba la concha. Marcela solo gemía. El que estaba detrás la agarró de un brazo y la llevo hasta la cama, la hizo poner en cuatro y volvió a ponerle la lengua en el culo. El otro le refregaba la pija por la cara hasta que ella la atrapo y la empezó a chupar descontroladamente. Estuvieron un rato así: Marcela había tenido como tres orgasmos y yo había acabado una vez, pero la escena era tan caliente que ya la tenía parada de nuevo.
– Señor, ¿me deja romperle el culo a su señora?, me pregunto mientras todos, incluyendo mi señora, rieron.
Sin esperar respuesta, lo corrió al compañero, se puso detrás de ella, le hizo abrir las piernas, apoyar la cara en la almohada y le metió dos dedos en el culo, que debido a la saliva del otro, entraron como si nada. Marcela movía el culo como queriendo que le entraran mas adentro. El se dio cuenta y le puso tres dedos a lo que Marcela pego un gritito de placer.
– Mire como le gusta a su señora que le abran el culo, me dijo.
– Hoy le vamos a destrozar este precioso culo, dijo el otro.
– ¿Alguna vez se comió dos pijas juntas por el culo?
– No, dije yo, la van a lastimar.
– Con tremendo culo, déjese de joder señor, me ridiculizó.
– ¿Usted quiere que intentemos haber si entran señora?
– ¿No me va a doler?
– No, si le duele paramos.
Ya Marcela no dijo nada, solo se dejaba llevar. Uno se acostó boca arriba y se puso a mi señora arriba. Le pidió a ella que se insertara su pene el la cola. Marcela obedeció enseguida y se sentó arriba de su pija clavándosela hasta el fondo. Ella cabalgaba enloquecida mientras le chupaba el pene al otro.
– Eso póngalo bien duro señora que también lo va a tener adentro, le decía este.
Estas palabras hacían que mi señora cada vez estuviera mas caliente. Mientras tanto yo ya iba por la tercera paja y hacía fuerza para no acabar porque quería reservármelo para el espectáculo de ver a mi señora con dos pijas en el culo. El tipo saco su trozo de carne de la boca de mi esposa y se puso detrás de ella. Apunto hacia su agujero ocupado por la otra pija y comenzó a empujar. Marcela, que se había quedado quieta, empezó a moverse nuevamente al ritmo y pegaba gritos mezclados de dolor y placer.
– ¿La saco señora?, pregunto el de atrás.
– No, por favor no, gritó mi esposa.
– Ya me parecía, dijo riendo.
– Yo me acerque porque no podía creerlo. Se estaba comiendo dos terribles pijas juntas por atrás y le encantaba.
– Vaya y déle un beso a su señora que se esta portando muy bien, me dijo el que estaba al lado mió mientras le daba sin parar.
Yo me acerque y le bese la boca, a lo que ella respondió metiéndome toda la lengua.
– Ahora señora pídale permiso a su marido para que nos deje acabarle dentro del culo.
– Amor, ¿me dejas que me llenen la colita de leche?, me pregunto entre gemidos.
Escuchar eso hizo que los tipos comenzaran a acabar y se notaba por los espasmos de los dos que le estaban llenando de semen el culo. Yo tampoco pude más y acabe en la espalda de Marcela. Los tipos se levantaron y le dieron un beso, dejándola a mi señora chorreando cataratas de leche por el culo.
– Si a su señora le gusta mostrar la cola, la próxima vez que lo haga con adultos o podrán tener serios problemas, nos aconsejaron mientras se iban.
Yo sabia que a partir de ese momento a mi esposa una sola por el culo no le iba a alcanzar.
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