Parecía una jovencita sin experiencia, pero resulta ser toda una experta
📋 Lecturas: ️
⏰ Tiempo estimado de lectura: min.
Conocí a Sandra a través de mi hermana. Ella nos presentó con la idea de que saliéramos juntos a correr, pero su intención final era emparejarnos. Hacíamos buena pareja, según ella, pero muy en el fondo mi hermana, como toda mi familia, pensaba que yo era un bala perdida, un hombre que necesitaba encauzar su vida y Sandra era quien lo iba a conseguir.
No faltaba razón a mi familia en relación a mi forma de ser y vivir. Dejé el colegio a los dieciséis, no por falta de capacidad, sino porque me perdían más las faldas y la diversión que otra cosa. Con dieciocho años recién cumplidos, me alisté en el ejército, en el regimiento de paracaidistas, donde estuve tres años en los que seguí siendo un juergas, un vivalavida, un colibrí que picaba de flor en flor, corriendo riesgos innecesarios en lo sexual, puesto que siempre follaba con desconocidas y directamente sin protección, follaba en cualquier sitio, cuanto más fuerte fuera la situación, mejor.
Después de caer en lo más bajo y comprender que si quería seguir vivo y además tener una forma de vida mínimamente confortable debía cambiar, decidí reformarme y dado que tenía muy buena forma física, regresé a casa de mi familia y comencé a prepararme para opositar a bombero o policía.
Sandra era lo contrario a mí. Una chica sensata, estudiosa, que había acabado su carrera de economista en una universidad privada de renombre, que tenía un puesto de trabajo en un banco de primer nivel, una vida acomodada y una vida social escasa, dado que se había dedicado casi en exclusiva a estudiar y prepararse.
Nos conocimos por teléfono y enseguida conectamos pese a que fui lo más borde posible con ella, ya que tenía una idea preconcebida de ella, como una niña de papá, infantil y seguro que sosa y fría en lo sexual. Quedamos para salir a correr el día siguiente. Le puse mis condiciones: había que correr mínimo hora y media a buen ritmo, pese a ser agosto y hacer un calor sofocante, debía ser al mediodía porque era el único momento en que coincidíamos los dos. Y tenía que ser o bien por el monte o en el parque cercano a mi casa. Todas esas condiciones las puse porque pensé que o bien se echaría atrás viendo la dificultad del terreno y condiciones o bien la iba a matar (es broma, claro?).
En cuanto la vi, comprendí que no lo iba a tener tan fácil y que Sandra no era lo que parecía?
Físicamente está cañón. Tiene un cuerpazo fibrado y femenino a la vez. Lo siento por ellas y sé que soy un machista, pero no me gustan las mujeres gordas, pero casi menos las excesivamente delgadas. Sandra es, sencillamente perfecta. La ropa deportiva ajustada con la que la conocí, mostraba sin lugar a dudas que era un cuerpo de deportista. Su cara, dulce y femenina. Ojos y pelo negros, melena cuidada y recogida para hacer deporte.
Yo tampoco estoy mal, al menos eso me dicen continuamente. Ya os he dicho que soy muy deportista, muy equilibrado y sin excesos. Suelo correr únicamente con un pantalón corto y zapatillas, con el pecho al descubierto para aprovechar y broncearme a la vez que luzco cuerpo.
Noté como Sandra también me miraba de arriba abajo, y creo que le gusté desde ese primer momento.
La primera semana cumplimos con lo prometido y corrimos nuestra hora y media larga, machacando nuestros cuerpos bajo un sol abrasador. De haberse rendido alguno de los dos, seguramente hubiese sido yo, pero no iba a mostrar debilidad alguna ante una chica y menos como Sandra. Nuestras conversaciones hicieron que esa primera conexión fuese más profunda día a día, coincidíamos en muchas cosas y puntos de vista vitales.
El lunes de la segunda semana yo tenía una entrevista de trabajo en el centro, cerca de la casa de Sandra y decidimos correr por un parque de su barrio, completamente llano y con ambiente más urbano y pijo también. Decidimos que dejaría la ropa para la entrevista en su casa y después de correr me duchaba allí mismo.
Al llegar a su casa, me quedó claro su nivel de vida. Creo que ni en mil años de trabajo me podría yo permitir una choza semejante. Pese a todo, me encantó como la tenía decorada y sus gustos para todo. Me señalo donde estaba el baño de la habitación de invitados en la que me podía duchar y cambiar y se fue hacia el suyo.
Me desnudé enseguida, puesto que solo tenía que quitarme el pantalón y las zapatillas y entré en la ducha. Era una ducha enorme, para dos o tres personas equipada con columna de hidromasaje y una grifería termostática bastante complicada. A duras penas conseguí que saliera algo de agua, pero ni estaba caliente ni salía por la ducha superior, así que le grité a Sandra pidiendo ayuda.
Ella entró casi al instante porque aún estaba en el pasillo y frenó un poco al ver que yo estaba completamente desnudo y algo mojado.
?- No pasa nada, estoy acostumbrado a que me vean desnudo, y no creo que sea el primer tío que veas en bolas?, le dije en tono cariñoso.
Ella se rió y se metió en la ducha para explicarme cómo funcionaba.
En ese momento pude observarla mejor y bien cerca. Llevaba una combinación de braguita y sujetador deportivos, notando sus nalgas prietas y separadas por ese hueco tan sexy. Al girarse rozaron sus pezones mi pecho. Yo ya estaba algo morcillón, con lo que decidí dar un paso y me acerqué a ella hasta acorralarla entre la grifería y yo y abrí el agua.
En esa situación solo hay dos salidas: o ella es una niñata creída y se enfada y te manda a la mierda, o te sigue el juego y aunque no llegue nada sexual, lo acabáis pasando bien.
En el caso de Sandra fue la mejor reacción. Llevó mis manos hacia sus pechos y me dejó hacer.
Poco a poco fui metiendo mis manos en su sujetador, subiendoselo y masajeando sus duros pechos. Con sus pezones erectos entre mis dedos, fui empujándola contra la pared con mi cadera y pene ahora ya en plena izada. Ella se quitó la braguita y se puso de puntillas para que la penetrase con facilidad desde atrás. Me bastaron una veintena de embestidas para correrme dentro de ella, estaba muy excitado y llevaba un par de semanas sin sexo.
Después nos duchamos y masajeamos mutuamente.
Sandra me dijo suavemente pero con voz autoritaria:
-“Quiero que me folles como es debido.”
Me dijo que me secase y le esperase en su cuarto. Obedecí y me tumbé en su cama.
Al cabo de un rato apareció Sandra. Esta vez llevaba puesto un tanga de cuero negro con una abertura que dejaba ver su coñito depilado. En las manos tenía unas largas tiras de seda roja, un látigo de cuero y acero y varios juguetes sexuales, entre ellos un arnés collar de perro, que al instánte me colocó.
“- Puto perro, esta vez me vas a complacer bien”, dijo en tono autoritario.
“- Joder con la mosquita muerta”, pensé, sintiéndome a la par confuso y excitado.
Lo primero que hizo fue sujetarme fuertemente las manos y atraerme las muñecas al cabecero de la cama, boca arriba. Esa sensación de descontrol era nueva para mí, y me resultaba extremadamente excitante.
Ella fue subiéndose encima de mí hasta que me puso su coñito sobre mi boca. Con ligeros movimientos, iba frotándose sus partes con mi barbita de dos días. Se notaba que estaba excitada porque noté sus flujos cayendo por mi cara. Ella en cuclillas y yo comiéndole con mi lengua, cada vez más profundamente.
Sandra, en silencio, bajó hasta mi miembro que se encontraba en una erección brutal.
De espaldas a mí, se colocó encima y comenzó a penetrarse el culo con él. No me lo podía creer. La Sandrita modosita y recatada era una puta viciosa, y a mí me ponía a mil. Parecía una experta que se movía con ritmos perfectos y consiguió que llegase a un orgasmo como pocas veces había tenido.
?- ¿Te gusta follarme el culo, cerdo??, me susurró al oído.
?- Ahora te toca a ti.?
Me liberó de mis ataduras y me ordenó que me diese la vuelta.
Comenzó con unos azotes en mis nalgas con su látigo, hasta ponérmelo rojo. Hice una pequeña queja y ella, con tono dominante, aumentó la intensidad de los latigazos, llegando a hacerme daño de verdad. Insinuó que si no la obedecía, cada vez lo iba a pasar peor.
Acabando su castigo, metió uno de sus dedos en mi ano. Habiendo probado de todo en materia sexual, nunca me había dejado tocar el culo ni había tenido curiosidad por qué se siente. Sorprendentemente, me gustó, seguramente porque Sandra sabía como hacerlo.
Cuando hubo dilatado bien mi ojete, sacó de un cajón un juguetito, un vibrador con forma de pene muy bien dotado, y lo lubricó. Reconozco que estaba muy nervioso y no sabía cómo reaccionar. Nunca antes una relación sexual me había hecho sentir miedo, pero estaba superexcitado y no iba a reconocer ante Sandra mis temores.
Lo introdujo con fuerza y de un solo movimiento, lo que me dolió hasta mis entrañas. Estaba confuso porque sentía un dolor tremendo pero ganas de más. Sandra seguía dándome caña con su miembro de látex y de pronto, bruscamente, el dolor se transformó en un inmenso placer. Volví a eyacular de una forma bestial, esta vez manchando sus sabanas y mi pecho, al estar tumbado boca abajo.
Durante varios días, recordando ese momento creía sentir mi culo lleno con el juguete de Sandra y me excitaba. Era tan real e intensa la sensación que tenía que acabar masturbándome, estuviese donde estuviese.
Tendencia ahora