Comida íntima con una caliente mujer de 55 años
📋 Lecturas: ️
⏰ Tiempo estimado de lectura: min.
Soy Mª Jesús de Asturias, una madura y caliente mujer de 55 años, que a tan tardía edad y gracias a la colaboración y ánimos de mi marido, conocí de verdad lo que es disfrutar del sexo y sentirme, por primera vez, realizada y llena de la buena y joven polla de Ángel. Ángel me convirtió en una verdadera zorra pues logró meter su grueso miembro en mi culo diciéndome:
– Así, cariño, así, ¿ves como la tragas toda también por atrás? Ahora sí que eres una verdadera zorra y muy puta, pues ya tienes tus agujeros bien taladrados.
Ahora voy a contar un nuevo encuentro con un desconocido, que tuvo lugar hace unas semanas aunque, como siempre, en una comunidad ajena a la nuestra, como simple medida de seguridad. Pero esta vez lo que quiero contar no es solamente lo ocurrido simple y llanamente, sino el comportamiento que tiene mi marido, asumiendo no solamente los cuernos que su mujer le pone, sino también su manera de actuar, como comprobaréis con los sucesos ocurridos y que me dispongo a relatar. Nos desplazamos a Cantabria. Los primeros días los dedicamos a conocer la ciudad y alrededores pero el sábado nos fuimos a un club de intercambio de parejas. Había mucha gente, tanto hombres como mujeres, que iban por libres y al ver esto, mi esposo me animó a que me comportara como si hubiera acudido yo sola, para lo cual él se quedó en la barra tomándose una copa y yo, con la mía, me senté en una mesa que estaba libre.
Para la ocasión yo llevaba un minivestido rojo bien escotado, que dejaba ver no solo el canalillo sino buena parte de mis pechos y otra buena parte de mis muslos, aunque eso estando de pie pues al sentarme y cruzar las piernas, la visión subía hasta casi verse las braguitas. Con esta pinta no era de extrañar que rápidamente fueran varios los que se acercaran a mi y si bien charlé con algunos y bailé con otros, por una u otra causa no terminaban de llenarme ninguno hasta que apareció un señor de unos cuarenta y tantos años que me invitó a una copa y comenzó a charlar conmigo. Su conversación era amena y poco a poco, nos fuimos encontrando a gusto y al rato salíamos a bailar.
Yo, entre las copas y su simpatía, no tardé en poner mis manos en su cuello mientras él, con las suyas, dibujaba mi silueta, deteniéndose en el cierre del sujetador y en el elástico de mis braguitas, hasta que apoyó con fuerza sus manos en mis nalgas, apretándome contra su bragueta. Yo, que ya me encontraba cachonda y caliente, lejos de retroceder ante sus caricias, me pegaba a él como una lapa al tiempo que me besaba con pasión y susurraba piropos y palabras dulces en mis oídos. Todo ello y el morbo que observaba en la mirada de mi esposo, que no perdía detalle del lote que su mujer se estaba dando con aquel desconocido, hicieron que notara la humedad que se apoderaba de mi chocho y que me empezaba a humedecer las braguitas. Entonces aproveché un descanso para ir al servicio y mi marido, al verme, me siguió y cuando llegó a mi altura, sin pararnos, me dijo:
– ¡Vaya lote que os estáis dando, cariño, se te ven las bragas por detrás y se la estás poniendo dura a alguno, más que a mí!
– Eso ya lo sé – le respondí – El primero es mi acompañante que ya ha logrado que se me mojen las bragas al sentir su buen paquete restregándose contra mi chocho.
Cuando volví a bailar con Alberto, que ese era su nombre, poco a poco me fue llevando hacia una esquina donde una columna nos protegía y donde la luz solo permitía ver el bulto pero sin distinguir con facilidad de quien se trataba. Llegado este momento, Alberto me había sacado los pechos y yo sentía, ante sus caricias, la dureza de mis pezones y saliendo de mi boca, los primeros gemidos de placer. Desde luego que si seguía así era capaz de hacerme correr en pleno baile. Yo seguía notando la dureza de su “paquete” y al preguntarle si aquello era todo verdad, sin dudarlo ni un instante, se desabrochó su bragueta y cogiéndome una mano me puso en ella una durísima y palpitante polla que, si bien no era tan larga como la de mi primer amante, sí era extraordinariamente gruesa. Ante sus besos y caricias en mis pechos y su polla en contacto con mi mano, se la pelaba lentamente y sin poder evitarlo comencé a gemir y a temblar del orgasmo que de mí se apoderó, sintiendo como mis líquidos vaginales se desbordaban de mis braguitas y se deslizaban por mis muslos. Alberto, viendo el cariz que aquello iba tomando, me abrazó con fuerza y me susurró al oído:
– Mira como me tienes, tía, necesito follar y meterla hasta los huevos en el coño de la caliente y madura mujer que tengo entre mis brazos.
Yo, a estas alturas, sintiendo la humedad entre mis muslos, como es de suponer no me opuse pues es lo que hacía rato estaba deseando, sentir aquella polla en mis entrañas. No obstante le pregunté:
– Pero Alberto, no vamos a ponernos a follar aquí… ¿Dónde vamos?.
Recompusimos nuestras ropas, él cerró su bragueta, yo recogí en el vestido mis sobados pechos y cogiéndome de la mano, nos dirigimos, cruzando la pista, hasta el otro extremo de la misma, cruzando también por delante de la barra viendo como mi marido sonreía al ver el comportamiento de su esposa al tiempo que me guiñaba un ojo, como animándome a que disfrutara plenamente de la follada que me esperaba. Me llevó a una especie de almacén y oficina. Una vez dentro me abrazó con fuerza comenzando a meterme la lengua en la boca, subiéndome el vestido hasta la cintura y apartando mis bragas introdujo un dedo en mi mojado chochito. A pesar de que me gustaba lo que me estaba haciendo, yo tenía ganas de mear y así se lo dije. Como allí había un servicio, me dispuse a hacerlo y de pie, tal y como estaba, me abrí de piernas, aparté mi braga y abriéndome los labios de mi coño, me dispuse a mear. Alberto, al ver mi postura, se sacó su endurecida polla, pelándosela y al tiempo que miraba mi abundante meada, me decía:
– ¡Vaya coñazo que tienes, zorra, menudo desagüe y como echa, pero no te apures que para él tengo yo un buen tapón para tapar el agujero a una puta como tú!
Cuando terminé mi meada, Alberto me colocó de rodillas y sin más preámbulos, alojó todo lo que pudo su endurecido miembro en mi boca y digo todo lo que pudo porque, a pesar de abrir al máximo la boca aquello era muy grueso y no me cabía, por lo que yo le chupaba el glande y deslizando mis labios, llegué a sus huevos, que lamí con ansia. Él no quería terminar tan pronto por lo que, haciéndome incorporar, sacó mis pechos fuera y colocó su polla entre ellos apresurándome yo a hacerle una cubana al tiempo que, con mi lengua, lamía su glande haciéndole exclamar:
– ¡Así, frótamela bien y chúpamela… vaya calentorra que eres… verás cuando te la meta como vas a gritar de placer!
A estas alturas, yo estaba tan caliente como una fragua, deseando sentir como aquella polla se apoderaba de mi ya encharcado coño para llenarme del placer que una mujer madura como yo deseaba en ese momento. Cuando Alberto se colocó a mis espaldas haciéndome agachar y al tener mi vestido por la cintura, se apoderó de mis braguitas apretándomelas con saña por mi coño y mi culo, haciéndome suspirar de placer y pedirle que me la metiera, que la quería sentir dentro. Sin quitarme la prenda, comenzó a frotar su polla por mis labios vaginales, haciendo que mi calentura subiera hasta límites insospechados y de un fuerte empujón me clavó medio polla en el coño, que parecía abrirse en dos ante tamaña invasión pues si, como dije antes, no era muy larga, sí era extremadamente gruesa, escapándoseme un pequeño grito diciéndole:
– ¡Despacio, cabrón, que me vas a romper el coño, métemela despacio hasta el fondo, la quiero sentir toda hasta el fondo!
Él, con sus manos, estrujaba mis ya doloridos pezones y amasaba mis tetas al tiempo que bombeaba sobre mi diciéndome:
– ¡Toma y calla, putón, no te quejes que tienes un enorme coñazo, mira como siento mi polla entrar y que mojada estás, desde luego vaya caliente que me saliste!
No tardé en sufrir un nuevo orgasmo ante sus acometidas. La verdad es que mi pobre chochito debía de estar abierto en grado sumo pues sentía la tirantez en mis labios vaginales, pero todo ello hacía que el orgasmo fuera mayor, hasta hacerme exclamar:
– ¡Así, así, mira como me corro, que gusto me da… dame más caña. cabrón, que necesito más para calmar mi caliente chocho!
Él seguía follándome al tiempo que parecía querer ordeñar mis pechos los cuales tenía doloridos, uno por la extrema dureza que presentaban mis pezones y otro por sus continuos pellizcos sobre los mismos. Al arreciar en sus embestidas, que anunciaban su inminente corrida, le dije:
– ¡Aguanta un poco más, que si no me dejas a medias, quiero correrme contigo y sentir tu leche llenándome el coño!
Aguantó lo suficiente para llevarme a un nuevo orgasmo, cuyo placer se multiplicó cuando comencé a sentir la abundante y caliente leche llenando mis entrañas. Nunca mi coño estuvo tan bien regado, al tiempo que me decía:
– ¡Ahora, zorra, ahora toma leche, toda para tu coñazo de puta, mira como me corro dentro, toda para ti, tía caliente!.
– ¡Sí, como la siento, cabrón, vaya polvo que me echaste y vaya cantidad de leche… siento mi coño lleno de ella, pero me gusta! – le contestaba yo.
Después de esto, él deseaba que se la volviera a chupar para ponerse otra vez en plan y volverme a follar. Además alababa mi culo queriendo perforármelo, pero yo, colocándome las ropas, le dije que no podía ser ya que, en la barra del bar me estaba esperando mi marido. Ante aquella confesión se quedó cortado, aunque acertó a decirme:
– ¡No me jodas que te espera tu marido y que me acabo de follar a una casada!.
– Pues sí, Alberto, acabas de tirarte a una casada y gracias por el buen polvo que me brindaste.
Por la cara que puso parecía que no acababa de creerse lo que yo le decía y al verme abandonar la estancia, observé que estaba pendiente de mis movimientos por lo que vio como me iba a la barra al encuentro de David, como le cogía del brazo y como nos marchábamos. Ante la extrañeza de mi marido por querer abandonar el lugar tan pronto, le dije que por el camino se lo contaría y nos dirigimos hacia el coche. Cuando subí en él, volví la vista y observé como Alberto, que no había perdido detalle, me lanzaba un beso en señal de despedida. Seguro que ahora sí se creería que aquella madura y caliente mujer que no solo tuvo entre sus brazos, sino que se la folló bien follada, era de verdad una mujer casada.
Cuando íbamos camino del hotel, mi esposo me hacía preguntas sobre lo ocurrido y que yo le respondía. Aquí fue cuando, tal como decía al principio, descubrí el extraño comportamiento de mi marido el cual no solo le encantaba que su mujer le pusiera una buena y abundante cornamenta, sino que fue mucho más lejos de lo que yo nunca pude imaginar. Durante el trayecto, yo sentía brotar de mi coño y deslizarse por mis muslos, la leche que Alberto había depositado en mí, por lo que le dije a mi marido:
– Cariño, estoy sintiendo como me escurre la leche por mis muslos, menuda corrida me echó, nunca tuve tanta leche en mi coño.
Este comentario le excitó enormemente hasta el punto de llevar una mano a mi entrepierna para cerciorarse de lo que su mujer le decía. Pasó su mano por mi chocho y se la llevó, ante mi asombro, a la boca, dejándome perpleja tal actitud. Una vez en el hotel y cuando me iba a la ducha para bañarme, me hizo dar la vuelta y echándome sobre la cama, me despojó de mis mojadas braguitas y abriéndome de piernas, apoyó su boca contra mi coño comenzando a limpiármelo, no solo de mis corridas, sino de la abundante leche que Alberto había depositado en el mismo. Yo, al ver su actitud, no pude menos que exclamar:
– ¡Pero que cabrón eres, no solo te gusta que se follen a tu mujer, poniéndote unos bonitos cuernos, sino que te gusta limpiarle el coño de la leche de sus amantes!.
– Sí, cariño, me gusta verte disfrutar y que te follen bien follada como merece un putón como el que tú eres, y luego me gusta dejarte limpio tu hermoso coño.
– ¿Así que esto es lo que te gusta? – contesté – Pues no te apures que si te gusta ya se encargará tu mujer de que estés bien alimentado chupando la leche que otros depositen en mí.