Las enfermeras de traumatología
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Por un accidente que tuve, fui a parar al hospital de traumatología. De entrada en la urgencia había un enfermero tan fino, pero tan fino, que ya sentía yo que me venía a chupar el chupete. Una vez internado después de haber pasado una serie de “tomografías”, pues me asignaron una cama. Resultó que tenía unas costillas fracturadas, lo que no me impedía verle las nalgas a las enfermeras. Qué culitos!!!. Las había de todas las edades. Los uniformes bien apretaditos. Se adivinaba hasta la marca de la ropa íntima, la forma y todo.
Mientras estaba admirando esos ángeles terrenales, un vecino de cama me dijo: Te gustan bastante, verdad vos?. Claro, hombre, le contesté yo. Y, bueno, me empezó a contar que tenía dos meses de estar hospitalizado y que espera un injerto y que había visto y disfrutado de todo. No me jodás, le dije yo. Si hombre. Te voy a contar. Ves aquella jovencita canchita que está allá atendiendo al quemado?, pues una noche que ella tenía turno me vino a ver para decirme que me iba a cambiar las vendas y ya no se que más. Lo cierto es que circuló de biombos la cama y le puso sábanas en las esquinas para que nada se viera. Es para que no te miren me dijo. Ay, vos, las vendas ni las conocí. Me quitó el pijama y me lavó bien y me empezó a dar una mamada de verga que hasta la pata del injerto se me puso tiesa. Luego se me montó y me ha dado una cogida que, te aseguro, ella por lo menos, se mandó diez orgasmos. Me dejó por muerto. Me volvió a lavar y quitó todo y se fue.
Ooohhh!!!, y qué tengo que hacer para tirármela, le pregunté. Espera tu turno, ella va a venir a verte. Mientras tanto yo había visto una enfermera de mas edad, madura, pero bien hecha. Todas las enfermeras llevaban uniformes. Los había verdes, rosados, azules y blancos. Esta enfermera tenía un uniforme blanco y llevaba una capa que la distinguía mucho de las demás, era como un signo de jerarquía o qué se yo, pero mi vecino de cama me aclaró que las de blanco eran las jefas, eran las enfermeras graduadas. Ella tenía un aire de altivez, orgullo o yo no se que, y por su mirada, se veía que deseaba mantener su distancia. Supe que era viuda de un doctor y una noche que estaba de turno me fue a tomar la temperatura y todo.
Buenas noches, señor López, me dijo, le voy a tomar los signos vitales. Está usted muy frío, me dijo cuando tenía mi brazo entre sus manitas. Me hace falta un angelito como usted para recobrar la temperatura, le contesté, mirándola fijamente a los ojos para ver su reacción. Solo me miró con su aire serio de dama respetable, terminó sus quehaceres y se fue. Dos días después estaba de día. ¿Cómo siguió señor López?, me preguntó. Sin usted, sigo frío, le contesté. Ya veo. Mañana me toca turno de noche, y vendré a ver que tal va. No voy a poder pegar los ojos ni de día ni de noche esperándola, le dije. Me echó una mirada intensa, como un reto y se fue.
Dicho y hecho. Puede caminar señor López, me preguntó. Por usted sería capaz de correr, se fuera preciso. Venga conmigo, por favor. Me llevó a una clínica en donde hizo el mate de que estaba chequeándome y luego me pasó a una salita en donde no había mas que una camilla y un taburete. Ay, mamacita, hasta miedo me está dando, le dije. Lo mejor que puedes hacer es recobrar la temperatura, me dijo y se abrazó a mi y nos hemos dado una detallada, larga, tendida, húmeda, lúbrica, viciosa. Mis manos no tenían sosiego, pero ella no decía nada, es más, cerraba los ojos y respiraba profundamente como queriendo concentrarse y abandonarse a su pasión. No supe ni como tenía mis dedos dentro de su sexo que era como un río desbordado. Estabamos parados y ella se masturbaba con mis dedos. No se a cuantos orgasmos llegó, pero yo ya no podía más. El pijama se me rompía. Ella me bajo los pantalones y me la empezó a chupar. Las costillas me dolían. Yo creo que me vio la cara de dolor, porque me sentó en el taburete y allí me la chupó hasta que no me quedó ni una gota. Se tragó todo. Yo me retorcía de dolor y de placer. Luego se acostó debajo de la camilla, era una de madera de cuatro patas, muy antigua, y no quería que se rompiera o hiciera ruido, se quitó su ropa interior y yo al ver aquel sexo que me gritaba: cojéeme. Yo creo que hasta me hablaba chorreando las palabras de tanto jugo íntimo.
Me agaché aguantando el dolor y le empecé a meter la lengua y ella me cogía hasta de las orejas para que yo le chupara todo. Mi marido nunca me hizo eso, que rico, que rico… ay que ricooooo. Me di cuenta de que estaba sedienta de sexo porque me dijo en Latín: me encanta el felatio, que rico. No pares, así, así, aaahhh, mi marido nunca mi hizo esto, me repetía sin cesar, jadeaba. Los ojos completamente cerrados, la cabeza hasta atrás y la boca abierta como un muerto expuesto al sol. Siii… aaaahhhh. Qué orgasmos, qué orgasmos, me decía con sus manos atrás de mi cabeza halándome para tenerme bien pegado en su sexo. Yo vi que por momentos apretaba los dientes como si quisiera morder la sensación divina de ese instante único de lujuria y de pasión. Quería introducirse hasta mi cabeza.
No había encontrado un macho que la pusiera tan caliente o tal vez si, pero por guardar las apariencias no se había atrevido a ir más lejos. Seguramente se masturbaba en el baño o en su casa, pero lo cierto es que aquí estaba vaciándose. Estábamos sudando como en un baño termal. Yo quería poseerla y que me voy para arriba besando todo lo que encontraba al paso de mi lengua. Las tetas divinas, me las harté. El cuello le quedó morado de tanta chupadera. Sin preámbulo se la metí hasta el tope y ella solo se arqueó y me tiró por las nalgas hasta que no quedara ni un milímetro de distancia. Yo sentía el miembro durísimo y la quería hasta matar con él. La puse los codos arriba de sus hombros y se la sembré hasta el infinito. Cuando yo empecé a rugir, ella trataba de taparme la boca para que no hiciera ruido, pero yo no pude contenerme y: aaaahhh y ella me hacía coro: aaahhh… aaahhh. Nos quedamos como muertos, bueno yo si porque las costillas me dolían más que cuando acababa de llegar. Ella tenía los ojos cerrados y su respiración era muy agitada, de repente se paró y me dijo: vístete por favor y vuelve a tu cama, te voy a ir a ver en unos minutos. Salí como disparado, pero con mucha precaución. Entré directo a mi cama y nadie se dio cuenta, según yo, pero el vecino de cama, Julio, me dijo: te la cogiste, verdad gran cabrón. Y le conté todo. Ya hace tiempo que le llevo ganas y a nadie le ha tirado ni un pedo y vos solo llegáis y te la cogéis. Que rica manito, que rica!!!, le contesté yo. Tener cuidado porque tiene hijos y muchos contactos con la dirección. Que me importa, le contesté.
Ella llegó tomándole los signos vitales a todos y cuando estuvo conmigo levantó las sábanas con el pretexto de chequearme las costillas y lo que hizo fue besarme las tetas y luego me dio una mamada de verga que yo tuve que ahogar los gritos de placer del éxtasis del orgasmo que me hizo arquearme y temblar de las poderosas contracciones a que me obligó a llegar. Mi cara estaba morada de tener la boca apretada para no gritar. Se tragó todo y medio se limpió y empezó a irse. Que pase buenas noches, me dijo con una mirada lúbrica que me decía: ojalá fuera conmigo. Luego fue a ver a Julio y a él solo le tomó sus signos y continuó su trabajo. En horas de la mera madrugada estaba en la puerta de la gran sala como espiándome, al nomás abrir los ojos yo, ella se fue directo hasta el fondo en donde están los baños de los pacientes y entró. Yo no esperé nada y me fui detrás de ella. Solo me vio y me metió en un gabinete, me sentó sobre la tapa del inodoro y se me sentó a caballo y yo que estaba como el obelisco de Washington, ella ya iba sin nada debajo. Qué polvo!!!. Pero qué polvo!!!. Con hambre, con ansías, con sed, con furia, con tanta energía y con tanta fuerza, que valió por tres de un solo golpe. Se fue inmediatamente. Yo salí después y vi que habían gotas de sangre en todo el trayecto en donde ella había pasado. Me vi el pijama y estaba roja. Ella volvió con una pijama limpia y se fue llevándose la manchada. Me fui a bañar en el acto.
Cuando regresaba la vi otra vez en la puerta de la gran sala y fui a verla, me llevó a la enfermería, ella adentro y yo afuera en el mostrador. Me explicó que de tanta emoción le había venido su regla, que no la tenía antes de nuestra relación. En dos días te van a dar de alta, me dijo, porque no se puede hacer nada por tus costillas, tienen que pegar solas. Te voy a dar un número de teléfono y espero que nos seguiremos viendo. Eres el primer hombre después de mi marido y te encuentro divino. Pero disimula mucho por favor porque hay doctores que me hacen la corte y no quiero problemas. Nos veremos cuando estés afuera. Buenas noches.
Qué cogidas me esperaban, muchachos. Lindas las enfermeras.