En los cálidos vapores de la sauna

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Al abrir la puerta, el calor de la sauna azotó mi cuerpo. Me tumbé sobre la banda de madera de la parte de arriba y cerré los ojos. El vapor del agua me envolvía, me acariciaba la piel y me sumí en un relajante sopor. Estaba empezando a olvidarme de todo cuando ella abrió la puerta.

No llevaba nada puesto y en su cuerpo se notaban las marcas de un bikini. No pude evitar fijarme en ella. Su cuerpo era precioso: brazos bien formados en los que se
notaba cada músculo, piernas duras, atléticas; pechos grandes y erguidos, caderas pronunciadas. Al entrar me lanzó una mirada amistosa y se sentó a mis pies apoyando los suyos en la banda de abajo. Encogí las piernas para dejarle sitio.

– No te molestes, déjalas estiradas, cojo bien – dijo

Ella rozando con su mano mi pie – por favor, sigue tumbada.

Su tenue caricia me sacó de mi relajante evasión y provocó en mí un pinchazo de deseo. No podía dejar de mirarla. Su cuerpo estaba húmedo y brillante lo que aumentaba la sensualidad que ella desprendía, una sensualidad que residía en los sutiles movimientos con los que se colocaba en su asiento, en las pausadas caricias con las que trataba de secarse las gotas de agua que resbalaban por su cuello, en sus labios carnosos que entreabría para acostumbrar a sus pulmones al cálido aire de la habitación cerrada.

Ella sabía que la estaba observando y no hacía nada cubrir sus pechos en los que mis ojos parecían haber quedado atrapados. Trataba de volver a evadirme pero en mi mente me imaginaba acariciando aquellos pezones. Mi boca los succionaba, los saboreaba, los endurecía con las caricias de mi lengua. De repente ella giró la cabeza y me miró fijamente, haciendo que yo me sonrojara al sentirme descubierta en mis lujuriosos pensamientos. Aparté la mirada de su cuerpo.

– No importa, puedes mirarme si quieres -sonrió ella rozándome de nuevo el pie- pero dime, ¿te gusta lo que ves?.

De nuevo fijé mis ojos en ella y la sonreí. Recorrió con la mano su cuello con un gesto que parecía casual, pero no lo era, y continuó dejando que sus dedos resbalaran entre sus pechos hasta que su mano llegó a su ombligo y se entretuvo girando sobre él. Todo esto lo hizo sin dejar de mirarme, sin dejar de sonreírme de aquella manera que seguramente ella sabía era extremadamente seductora, fijándose en como yo seguía atentamente el recorrido de su mano por su cuerpo.

– No me has contestado – me increpó ella – ¿te gusta lo que ves?.

Aquello no era una pregunta, porque el tono de seguridad de su voz lo convirtió en una afirmación.

– Sí, claro que me gusta – la respondí finalmente haciéndola frente con mi mirada.

– Me alegro, entonces sigue mirando. En realidad me excita que tus ojos me examinen – añadió y su mano subió hasta mi rodilla – quizá si tú te quitaras la toalla también podrías excitarte con mis miradas ¿no te parece?.

Yo no contesté, pero ella subió sus pies a la banda en la que estaba sentada y puso su cuerpo de frente al mío. Yo continuaba tumbada y sus pies quedaron muy cerca de mis glúteos. Con uno de ellos comenzó a acariciar la cara interna de mis muslos.

– Si continuas haciendo eso, no creo que haga falta que me mires para que empiece a excitarme – la dije.

– Bueno, pero de todas maneras déjame que yo disfrute con la visión de tu cuerpo desnudo – añadió sonriendo al tiempo que comenzaba a desenganchar la toalla que me cubría.

Su pie jugueteó entre mis piernas enredándose entre los rizos de mi pubis y arrancó de mi un gemido de placer que me hizo sonrojarme.

– Bien pequeña, veo que te gustan mis juegos, pero no vayas tan deprisa, todavía podemos pasarlo mejor las dos – se rió ella separándome con sus manos mis rodillas y dejando al descubierto mi vagina.

Sin dejar de acariciarme las piernas llevó su cara hasta mi pubis y recorrió con su lengua los labios de mi vagina. Lo hacía lentamente, besándolos, recorriendo con su lengua los numerables pliegues de mi interior. Quería incorporarme para tocarla, para sentir bajo mis manos el calor que desprendía su piel, pero estaba demasiado abandonada al placer que provocaban en mí las intrusiones de su lengua.

Me arqueé un poco para que su boca pudiera penetrar mejor en mí y me agarré a la banda en la que estaba tumbada clavando mis uñas en ella como si lo estuviera haciendo en el cuerpo de mí improvisada amante. Ella continuaba golpeando mi vagina con su lengua, metiendo sólo la punta primero y luego la lengua entera. Alternaba golpes superficiales con otros más hondos y en mi rostro se pintaba una sonrisa de inmenso placer. El olor de mi satisfacción llegaba hasta mí y quería hacer que también su cuerpo oliera como el mío.

Traté de incorporarme, pero ella quería arrancar aún más placer de mi entrepierna. Sujetó con fuerza mis caderas contra la banda de madera y mordió suavemente mi clítoris. Gemí, esta vez sin avergonzarme porque el deseo que estaban provocando sus juegos me iba a hacer estallar. Pasó su lengua de arriba a bajo de mi clítoris, tan pronto lo hacía con suavidad como con fuerza, mordisqueándolo, succionándolo, lamiéndolo y yo me abandoné a una sensación total de placer.

Mientras ella continuaba comiéndome, yo me había incorporado. Mis brazos soportaban el peso de mi cuerpo que se abandonaba a la satisfacción. Con mi pie busqué la entrepierna de mi compañera de sauna. Sin dejar de girar con su lengua dentro de mí ella separó sus muslos para mí. Primero acaricié con mi dedo gordo sus labios, luego lo saqué para que ella me deseara más.

Su mano condujo de nuevo mi pie hasta su vagina y en castigo por mi juego ella absorbió mi clítoris provocándome tal placer que pensé que iba a desmayarme. Respirando entrecortadamente continué con mi exploración entre sus piernas. Esta vez no me entretuve, porque la húmeda viscosidad con la que se encontraron mis dedos me hicieron saber cuanto deseaba sentirme dentro, así que dejé que mis dedos se entretuvieran en reconocerla.

Sus suspiros me pedían más. Estiré mi mano hasta el suelo de la sauna y cogí el cazo con el que se alimenta el vapor de las piedras para saciar su hambrienta vagina. A ella la sedujo mi idea, me agarró del cuello y acercó mi boca hasta sus pezones. Me recoloqué, apoyándome sobre las rodillas, para poder disfrutar de la generosa calidez de sus pechos. Agarré uno con mi mano, lo manoseé, pellizqué con mis dedos la oscura carne que los coronaba; mientras con la otra conducía el improvisado vibrador hasta el interior de mi amante.

Me abrí paso con el mango entre sus labios, sorteando los pliegues de su interior y la penetré con él. Ella echó la cabeza hacia atrás y se concentró en las sensaciones que los movimientos del mango la provocaban. Al principio introduje sólo la punta, pero ella movía sus caderas exigiéndome más y se lo di. La introduje el palo lentamente, agitándolo para que la provocara más placer. Ella me lo agradeció aguantando unos segundos la respiración y controlando un gemido que, tras varios movimientos hábiles de mi mano sobre el mango, finalmente llegó. Busqué su lengua que se enredó con la mía ofreciéndome el sabor de mi propio deseo, al tiempo que hasta mí llegaba el olor del suyo.

El calor de la sauna me estaba atontando y me recosté sobre la banda de madera. Cerré un instante los ojos y cuando los abrí ella había desaparecido. Durante un momento dudé que algo de esto hubiera ocurrido, pensé que todo había sido una fantasía de mi mente provocada por el vapor del agua que me quemaba la piel. Pero entre mis piernas encontré el cazo. Lo cogí y me lo acerqué para olerlo, y la humedad que provocó el simple olor entre mis piernas me hizo sonreírme.

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