Constanza y su mama, amabas son sexys
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Por aquel tiempo vivía en un edificio del centro de la ciudad, estaba soltero y aprovechaba para pasar mis fines de semana disfrutando de tragos, fiesta y alguna que otra mujer con la que compartir algo de sexo. El edificio estaba lleno de gente mayor, muchos de los cuales hacía años que vivían allí. De todas formas, por mi trabajo, no estaba en casa muy a menudo, sólo iba a dormir y me quedaba descansando los fines de semana. Había visto una mudanza un sábado por la mañana, y me encontré que había llegado una familia de Córdoba, otra ciudad de mi país. La madre, divorciada, junto a una hija y un hijo, llegaban a buscar mejores horizontes.
Ella era una mujer de unos 45 años, bajita, rubia (a fuerza de teñido) de pelo corto, y con una muy buena figura. Unos increíbles ojos celestes, piernas bien formadas. Sin embargo, la que me había conquistado en el ascensor era su hija, Constanza. Una morocha de unos 20 años, bajita igual que la madre, con ojos claros, unos senos hermosos, bien grandes (tanto que no parecían ser de ella) y una mirada mezcla de tímida y atrevida, que cuando dijo: ”hola” me dejó casi helado.
El tiempo fue pasando, y me solía encontrar con ella en el ascensor al volver del trabajo. Supe que era de Córdoba por su forma de hablar, tan característica, y que estaban solos en mi ciudad al oír cuando hablaba de ello con una amiga. Yo seguía mi vida, salía los sábados a bailar, o nos íbamos de tragos con algunos amigos, y alguna vez la había visto caminando en el centro con amigas.
Un sábado, había ido a bailar, y la encontré en el boliche. La invité a tomar algo, bailamos, me contó que recién estaba haciendo amigos, que no salía mucho, y que estaba por empezar la universidad. Charlamos mucho esa noche, incluso la traje de regreso al edificio, la despedí con un beso en la mejilla, y me fui a dormir. Esa noche tuve el sueño más erótico que se imaginen, tanto que amanecí mojado en mi propia leche como si hubiera explotado en sueños. La volví a ver en la semana, y la invité de nuevo al siguiente sábado. Salimos, y esta vez, estuvimos besándonos en el auto, pero la cosa no pasó de ahí. En la semana, un día me llamó a casa para que nos viéramos. La invité a mi departamento, pero no quiso venir, en cambio me invitó ella a su departamento, cosa que no me gustó mucho, pensaba que iba a estar la madre allí y no íbamos a poder hacer nada. Llegué puntual, toqué la puerta y abrió ella. Me dio un beso en la boca, como nerviosa, y me hizo pasar.
– Siéntate, quieres tomar algo fresco?.
– Bueno, gaseosa puede ser.
– Ya la traigo.
Estaba vestida con un pantalón verde militar, de esos que tienen bolsillos por todas partes, y una campera deportiva ajustada, que marcaba aún más esas hermosas tetas grandes y duras. Volvió con un par de vasos y se sentó a mi lado. Hablamos de cualquier cosa, como si quisiéramos evitar los silencios. Yo pasaba mi mano por su pelo, como jugando, y por su cara. En un momento, tomé su vaso y lo dejé sobre la mesa, la miré y le dí un beso en la boca como buscando tomar la iniciativa. Ella respondió con un beso más profundo, y comenzamos a revolcarnos por el sillón. Puse mis manos en sus tetas, que tocaba por primera vez, descubriendo lo grandes y duras que estaban. Bajé el cierre de la campera y metí las manos por debajo de la remera, alcanzando a tocarlas por encima del corpiño.
Ella se dejaba hacer, y metía su mano en mi pecho, inclinaba su cabeza como ofreciendo el cuello para que la besara. Saqué la campera y levanté su remera hasta dejar a mi vista y frente a mi cara un hermoso corpiño blanco de algodón, lleno de esas montañas de carne. Desabroché el corpiño y pude ver como esas tetas explotaban liberadas de su prisión. Dos enormes aureolas negras encerraban dos increíbles pezones duros, erectos, muy grandes, como la punta de mi dedo meñique. Apliqué mi boca como queriendo tragármelas enteras, y comencé a succionar su pezón, mordisqueando y jugando con la punta de mi lengua. Ella comenzó a respirar más fuerte, y dejó escapar algún gemido. Me miraba muy fijo mientras yo le comía sus tetas, mientras con su mano masajeaba mi nuca apretándome contra ella. Con mí otra mano desabroché el pantalón y metí la mano debajo de la bombacha. Casi eyaculo al contacto con su vello vaginal, muy abundante, y su hermosa concha húmeda. Ella se dejaba hacer, pero no se animaba más que a abrazarse fuerte a mí. En un momento se separó, y me miró como asustada:
– Vamos al cuarto.
Se paró y me tomó de la mano para ir caminando a su cuarto. Entramos, cerró la puerta y se abrazó a mí volviendo a besarme. Fuimos desvistiéndonos poco a poco, hasta quedar completamente desnudos. Se recostó, y entonces…Esa voz de la conciencia…
– Espera, no tendremos problemas si llega tu mamá?
– No, no hay problemas, ella trabaja hasta tarde.
– Y tu hermano?.
– Él tampoco viene, está de viaje en Córdoba con mi papá.
Luz verde. Comencé por besarla en la boca bajando despacio hasta su cuello, recorriendo cada centímetro de piel con la punta de la lengua. Me detuve un rato en sus pezones, que parecían a punto de reventar, bajé por su ombligo hasta llegar a oler su concha mojada, metí mi nariz de lleno en su rajita, abrí sus piernas, levanté sus rodillas, y hundí mi lengua en su concha. Ella se retorcía de placer, me acerqué, y metí mi pene duro buscando penetrarla duro. Ella lanzó un grito de dolor, y descubrí entonces que era virgen. Tomé las cosas con calma, tratándola con suavidad, empecé a bombear, despacio, disfrutando al máximo de esa hermosa concha bien caliente y estrecha que me apretaba tan duro.
El primer orgasmo se vino como una explosión. Mi leche brotaba de su concha y mojaba todos sus pelos, debajo de su culo un pequeño círculo de sangre manchaba las sábanas. Estábamos agitados, pero felices, nos abrazamos, nos besamos. De pronto, se abre la puerta de la habitación, entra la madre, totalmente desnuda, con la concha bien mojada, como si hubiera estado masturbándose.
– Los estuve mirando y no pude evitar tocarme, me hacen un lugar?
Se puso entre los dos y me besó en la boca, se dio vuelta y le dio un beso en la boca a Constanza, hundiendo la lengua hasta el fondo. Yo no podía creer, miré mi pene y vi como se ponía duro de nuevo. La escena me había dejado inmóvil. Constanza, lejos de sorprenderse, puso sus manos en las tetas de su madre, comenzando a frotarlas y a besarlas.
– No te asustes, yo era virgen, pero eso no quita que mamá me haya enseñado algunos juegos.
La madre se acercó a mi pene y comenzó a mamarlo con su boca. Lo metía todo adentro y lo sacaba, lubricándolo con su saliva, besaba la cabeza roja y le daba pequeños mordiscos, masturbándolo con la mano.
Constanza metía sus dedos en la concha de su madre, masturbándola y frotando el clítoris con desenfreno, al tiempo que también se metía sus dedos en la concha pajeándose.
– Me voy a correr – dije.
La madre de Constanza se subió entonces sobre mí y llevando la punta de mi pene a su vagina se sentó sobre él comenzando a cabalgar despacio. Sus tetas, algo más pequeñas que las de Constanza, subían y bajaban a su ritmo, mientras Constanza a nuestro lado se venía en un terrible orgasmo mojándose toda la entrepierna.
Acabé pronto dentro de la madre de Constanza, recibiendo sus flujos como en una oleada de placer.
– Constanza, ahora vas a chuparme bien la concha hasta darme un orgasmo como siempre haces.
La madre se recostó con las piernas bien abiertas, exponiendo toda su concha, mientras que con sus dedos abría un poco más sus labios para Constanza. Ella se hundió en la concha de su madre, dejando su hermoso culo para mí. Comencé a frotar su clítoris recorriendo con mis dedos hasta su ano, lubricando la zona con sus propios jugos. Le dí mi pene a la madre de Constanza quien se encargó de mojarlo bien. Despacio metí un dedo en el culo de Constanza, después dos, y luego tres. Ese hermoso agujero estaba bien dilatado y me llamaba, puse la cabeza de mi pene en la puerta y lo empujé despacio, sintiendo como se desgarraba todo, viendo a Constanza gemir y gritar de placer y dolor. Comencé a moverme despacio, al tiempo que metía mis dedos en su concha peluda y mojada, masajeando su clítoris. La madre de Constanza hundía la cabeza de su hija en su concha, giró y comenzó a practicar un hermoso 69. Yo detrás de Constanza martilleaba despacio su culo, esperando a explotar. Nos vinimos los tres juntos, la concha de Constanza parecía un manantial de flujo. Luego nos lamimos los tres dejando nuestros sexos bien limpios. Nos recostamos exhaustos, no voy a olvidar más lo mucho que me dolía mi pene de la excitación que había sentido. Constanza mostraba su concha y culo totalmente abiertos y enrojecidos.
Muchas veces después vi a Constanza, hicimos el amor, cada vez con más fuerza. Su madre nunca más se nos volvió a unir.
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