Limpiando un culazo enorme, eso me pone a mil
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Durante mis años de universitario, me sacaba algún dinerillo dando clases particulares de matemáticas a chicos y chicas de Instituto que iban algo flojos en esta materia. Yo siempre he sido algo introvertido, y era mi madre la que a través de las muchas amigas que tenía me proporcionaba los trabajillos.
Maria era la peluquera de mi madre y su hija Sonia, de 20 años, tenía atragantadas las Mates de COU desde hacia ya 2 cursos. Su madre creyó que ya era momento de poner solución a sus problemas académicos, y me contrató. Acordamos que las clases serian los jueves por la tarde que era cuando la casa estaba más tranquila. Me dio la dirección y hacia allí me dirigí. Nunca había dado clase a alguien tan mayor, pero cuando Sonia me abrió la puerta me di cuenta que la edad no era lo único mayor que tenía la chiquilla.
Sonia era enorme. Su cuerpo descomunal de más de 95 kg, de peso ocupaba del todo el umbral de la puerta. Sin embargo, y debido a su tierna edad, toda su carne era prieta y muy bien torneada. Era inmensamente preciosa.
Sus pantaloncitos y su camiseta de tirantes me permitían ver su cuerpazo en todo su esplendor. Era verano y sudaba. Ella me saludó pero yo ni la oí. Sus tetones luchaban por salir por los laterales de su camisetita como si quisieran sumergirse en el sudor de sus sobacos rasurados. Su estómago era grande y redondo, y estaba rematado por un enorme ombligo sobre el cual empecé a fantasear imaginando mi lengua lamiendo el sudor de su interior. Cuando reaccioné y la saludé ella ya se había dado la vuelta para que la siguiera hasta su habitación donde tendrían lugar las “clases”.
Entonces fue cuando lo vi. Era el culo más inmensamente enorme que había visto nunca. Con cada paso que daba el suelo parecía temblar. Sus nalgas sudadas se friccionaban sonoramente entre ellas, y su pantaloncito parecía quererse rasgar a cada paso. Y yo detrás babeando como un perro en celo.
Cuando entró en la habitación se agachó para recoger algo que estaba caído en el suelo. Ella se recreó en la acción y el volumen de su culo se multiplicó por dos al flexionarse. Era un culo más ancho que respingón, pero perfectamente redondo. Estaba claro que no llevaba bragas, tan solo ese pantaloncito elástico irrompible que al agacharse vi humedecido a la altura de su coñazo.
Desde el sitio donde estaba alcancé a oler el intenso olor a hembra que desprendía su culazo. El aroma llenaba la habitación, y para gran sorpresa mía, vi que lo que estaba recogiendo del suelo era una cinta métrica de esas que utilizan los sastres para tomar medidas.
– ¿No has venido a darme clases de Matemáticas? ¿Te gustaría tomar las medidas de mi culo?.
– A ti que te parece.
Ella me tendió la cinta y yo me dispuse a medirle el culazo. Era un culo durísimo y asombrosamente redondo. Mis manos se deslizaban con la cinta en la mano por cada centímetro cuadrado de aquella hermosa bola de carne. ¡140 cm. de perímetro!. Ahora que estaba cerca pude oler con más atención que al aroma de hembra que desprendía su culo se le mezclaban los olores de mierda y de orines que tenían sus pantaloncitos. Aquello me excitó aún más si cabía y ella se percató de ello.
– Desde que me enteré, hace tres días, de que venías, no me he duchado ni me he cambiado de ropa.
– ¿Que quieres decir?.
– Me gustaría que me lavaras, y que lo hicieras con la lengua.
Yo me quedé como atontado al ver como en un abrir y cerrar de ojos se subió encima de la mesa, se puso a cuatro patas y me ordenó que me sentara en una silla frente a su enorme culazo.
– Bájame los pantaloncitos y empiézame a comer.
Creí enloquecer cuando vi el tremendo y asqueroso manjar que me esperaba aquella tarde. El canal que separaba las dos nalgazas era de un color oscuro y el sudor resbalaba a cascadas desde sus riñones hasta el ano. Este a su vez, era negro, grande y redondo, pero sobretodo era oloroso. Entre los pliegues de su agujero pude adivinar restos de mierda mal limpiada y probablemente origen de aquel asqueroso, pero sumamente excitante, olor. Su coño era grande y peludo: Parecía una babosa húmeda y gigantesca persigiendo un guisante tembloroso. ¡Nunca vi un clítoris de aquellas proporciones! Olía a hembra descomunal. Mi cara se hundió como teledirigida en aquel amasijo de carne soberbia, y durante más de una hora estuve limpiando sus bajos con la máxima dedicación que jamás le he dedicado a una mujer.
Sonia gemía, gritaba, se retorcía. Más de una vez pensé que aquellas cuatro patas de la mesa no podrían soportar los movimientos salvajes de aquella hembra de 95 kg. y 140 cm. de perímetro cular. Pero si lo hicieron. Resistieron hasta cinco explosivos orgasmos abundantemente líquidos que casi me ahogaron, y las no menos sonoras ventosidades con las que Sonia me obsequió cuando mi lengua se adentraba profundamente en sus cavidades anales.
– Llevo tres dias comiendo Fabada.
Cuando Sonia se dio por satisfecha, mi cara era un amasijo de fluidos y olores. Mis músculos faciales temblaban suplicantes. Mi culona tuvo la delicadeza de lavármela con su lengua para así poder saborearse a sí misma.
– Estoy deliciosa. Si pudiera me lavaría yo misma pero te necesito y tu lo haces muy bien.
Nos despedimos hasta el jueves siguiente, pero antes me regaló sus pantaloncitos sucios y olorosos para que cuando llegara a mi casa, me masturbara a su salud oliendo y lamiendo las manchas de sus residuos corporales de tres dias sin lavarse.
En cinco minutos llegué a mi casa.