Zoe, la seducción y el morbo hecha mujer
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Hola, estoy aquí nuevamente tras un largo tiempo de ausencia. Para quienes no me recuerden, soy Alejo, “El Negro”. En esta ocasión, pienso presentarles un relato que parte exclusivamente de mi imaginación, la que ha sido cruelmente atormentada por algunas fotografías de una dama que observé en una página de fotos amateurs. Debo reconocer que me ha cautivado su cuerpo y la sensualidad con que posa ante la lente y me hace odiar a quien manipula el disparador de esa cámara fotográfica.
De ella tomaré su nombre e imaginaré su rostro, su voz y sus dichos, ya que solo puedo ver su cuerpo.
Zoe es romántica, morena, piel cobriza y hermosas curvas tanto superiores como inferiores (95-65-100 como medidas). Sus cabellos castaños oscuros caen hasta cubrir sus hombros en una delicada melena que asemeja un corte similar al de Cleopatra (La Reina del Nilo). Observar una diosa así pone a hervir la sangre de cualquier mortal y obviamente no fui la excepción.
Solía compartir con ella el transporte y el lugar donde se hallaban las oficinas de nuestro trabajo. Reconozco que cuando la vi por primera vez me asaltaron las ganas de abalanzarme sobre ella fingiendo caer ante alguna frenada brusca de colectivo pero noté que algo así me traería dolor de cabeza, ya que fui testigo de su reacción ante una actitud similar de un muchachito que camino a su escuela también compartía el viaje. ¡Qué cachetada le aplicó! Fue sonora y muy gráfica, ya que dejó su marca en la mejilla del chico.
Al llegar a nuestro destino, su rostro estaba desfigurado por la ira; pero he de reconocer que la hacía más bella. Sus ojos, dos granos de café tostado, brillaban y parecían albergar rayos propios de una tormenta de verano.
Subimos al elevador solos y pude contemplar su figura entallada en aquel traje negro que resaltaba sus curvas, la pollera apenas superaba la mitad de sus muslos muy bien torneados y sus pechos poniendo en tensión máxima los botones que cruzaban el saco, dejando un canal apetecible entre ellos.
Labios rojo intenso, se veían temblorosos producto de su furia contenida. En aquel momento, decidí iniciar el contacto sabiendo que una palabra de mi parte daría rienda suelta a su descarga. Y así fue.
– Discúlpame, pero no pude evitar presenciar lo que pasó en el colectivo y creo que estarás muy furiosa – dije mientras me recostaba contra la pared del fondo.
– Tenéis razón! Estos borregos creen que pueden manosearte a su gusto cuando el colectivo está lleno. ¡Qué rabia tengo! – respondió.
– Te comprendo, aunque he visto también que otros no tan chicos hacen cosas similares. Realmente te compadezco, tan buena figura y tener que esconderla para no sufrir esos ataques.
– Ciertamente, hay que disfrazarse para que no te toquen.
El ascensor se detuvo en el piso 8, donde ella bajaba, se giró para quedar frente a mí y dándome un beso en la mejilla, apenas un roce, dijo: “Me llamo Zoe, un gusto hablar con vos”. “Igualmente, Alejo, a tus ordenes” respondí.
La vi bajar y cuando la puerta del elevador se cerró, sonreí al tiempo que pasaba mi mano por el sector donde segundos antes sus labios se habían posado. Llevé la palma a mi nariz y aspiré su perfume delicado que me embriagó al instante.
El resto de la mañana la pasé recordando uno a uno los segundos de su compañía, desde el colectivo hasta el piso 8. Imaginaba las mil y una formas de abordarla nuevamente para comenzar una relación más próxima, era indudable que quería tenerla en mi cama pero sentía temor de terminar como el estudiante en el colectivo.
Siendo cerca de las 4 de la tarde, llegó la hora del regreso a casa. Me demoré unos minutos más de lo habitual, por lo que llegué al elevador a las 4:30. Las oficinas estaban casi desiertas y el silencio dominaba el lugar.
Iba abstraído en mis pensamientos y no reparé en que aquella jaula de metal se detuvo en el octavo piso. Tan pronto se abrió la puerta, un perfume me trajo a la realidad, Zoe subía nuevamente.
– ¡Hola! Nos encontramos de nuevo, ¿Cómo fue tu día? – dijo su voz cristalina y mucho más calma que en la mañana.
– ¿Cómo estás preciosa?, algo pesada, pero nada que no pueda solucionarse. ¿Vos? ¿Mejor?.
– Si, ya pasó. Todo será cuestión de tomar precauciones para que no pase de nuevo.
– ¿Qué? ¿Vas a esconderte entre ropas de monja?.
– Nooo!!! Me pienso acomodar mejor en el colectivo – dijo entre risas.
Allí conocí algo más de ella, una risa contagiosa y muy transparente. Hasta llegar a la planta baja, hablamos y reímos de varios temas sin sentido. Le cedí el paso y pude admirar nuevamente su figura, aspirar ampliamente su perfume y colocarle el despertador a mis sentidos.
– Zoe, no lo tomes a mal pero… ¿Aceptas un café?.
– Bueno, dale. Conozco un barcito por acá cerca.
Caminé junto a ella, casi rozando mi brazo con el suyo hablando de bueyes perdidos hasta llegar al lugar que ella había dicho. Al entrar noté como la observaban y créanme que me sentí envidiado y odiado por los varones del lugar. Eligió una mesa alejada de las miradas indiscretas y las ventanas curiosas, situación que me agradó. Solicitamos nuestras bebidas y decidimos acompañarlas con unos sándwiches tostados.
– A fuerza de ser honestos, hace un tiempo que había reparado en tu presencia en los viajes del colectivo y que trabajabas en el mismo edificio que yo – mencioné.
– También yo, además me as comido con la mirada. Casi parecía que me estabas haciendo una radiografía.
– Y no es para menos, sois muy llamativa – respondí mientras sentía el calor subiendo de pies a cabeza.
– No te pongas colorado!, me gusta ser observada, además forma parte de mi personalidad. Vivo en un estado de seducción continua.
– Eso suena provocativo, pero me gusta.
Sonreímos ambos y nos dispusimos a consumir nuestros pedidos, cruzamos miradas varias veces pero cuando uno levantaba la vista, el otro la bajaba como quien esquiva con un pase de torero. Volvimos a la charla, a las sonrisas y las risas. Así nuestro primer encuentro duró casi dos horas, donde pude saber que está sola, que le apasionan las fotografías, la música suave, los poemas y que se considera una romántica sin remedio.
Secretaria de un estudio jurídico, divide su tiempo entre el trabajo, la fotografía y la compra compulsiva de ropa que resalte su figura.
Con el pago de la cuenta en el bar, llegó la hora del regreso a nuestros hogares. Cuando abandonábamos el comercio, coloque una de mis manos en su hombro, como guiándola entre las mesas. Caminamos lentamente entre las demás personas que con ritmo febril se dirigían hacia sus trabajos o a las distintas paradas de ómnibus. Parecíamos no querer separarnos, tratando de detener el tiempo. Abordamos el transporte y nos sentamos juntos, nuestra proximidad era mayor y el contacto casi permanente. El trayecto se hizo breve en tan grata compañía, antes de bajar pregunté:
– ¿Me dejas tu número de teléfono?.
– ¿Qué tal el e-mail? El teléfono no se lo doy prácticamente a nadie.
– Ok, hagamos cambios te doy el mío.
Intercambiamos esos datos y en ese trámite, mi lugar de bajada quedó atrás. Bajé una estación más adelante, totalmente extasiado por lo acontecido, embriagado del perfume de aquella mujer y diría que casi al borde del enamoramiento.
Llegué a mi departamento, me quité la ropa y noté que no solo mi cabeza estaba invadida por aquella mujer. Ingresé a la ducha y seguía sin poder quitar de mi mente aquella figura, aunque ahora la imaginaba con mucha menos ropa. Cerré el grifo, me seque y coloque ropas más cómodas. Fui a mi ordenador, lo conecté y un mensaje apareció en mi mensajero instantáneo. “Gracias por una tarde distinta” era el texto y lo firmaba el usuario “Bella Pasión”. Una sonrisa brotó de mis labios y confirmé que el primer paso hacia ella había sido efectivo. Por más que esperé y esperé, no logré verla conectada a la red. La ansiedad de retomar la conversación me tenía loco; ingresé en dos o tres salas de Chat solo para ver si lograba hallarla y la búsqueda resultó infructuosa.
Con la llegada de la noche, el cansancio me venció y me acosté, solo, pero añorando a aquella dama. Soñé con ella, como si mi mente no se resignara a alejarla, danzando juntos al son de temas suaves, intercambiando caricias y besos, pero extrañamente sin llegar más allá de esas situaciones. Curiosamente, cuando la situación se tornaba álgida, el radio reloj me despertó. Bañado en transpiración por los sueños que había tenido, comprobé que la mañana estaba llegando y con ello la posibilidad de verla nuevamente en el ómnibus. Acelerando mis movimientos, tome una ducha, me vestí raudamente y sin desayunar corrí a la parada del autobús. Al subir al transporte, mi corazón latía desbocado y mis ojos buscaban prestamente su figura. Mala suerte, no estaba. Obviamente, mis ideas estaban revueltas y solo giraban en derredor de un pensamiento “¿Dónde estará Zoe?”. Las horas de trabajo fueron interminables, ocho horas eternas y mi ansiedad en crecimiento.
Al salir, tampoco volví a hallarla. Esperé como un novio primerizo, por más de una hora sentado frente al portal del edificio, pero fue en vano. Aquel viaje de retorno a casa fue tan gris como una tarde fría de invierno, si hasta el cielo se asoció a mi tristeza dejando escapar una tenue llovizna. Ingresé a mi departamento que parecía más frío y vacío que de costumbre, conecté el ordenador y fui en busca de un café. En mi cabeza, como un martilleo continuo reaparecían las imágenes de aquella tarde y su perfume parecía estar en cada una de las cosas que tocaba. No había mensajes, tan rápido como había llegado, ella había desaparecido y sin dejar huellas.
Con las primeras sombras de la noche y el crecimiento de la lluvia, se hizo presente un apagón que dejo prácticamente la ciudad en penumbras. Solamente los relámpagos y la brasa del cigarrillo en mis labios entregaban luminosidad a aquel monstruo dormido. El sonido del teléfono me sobresaltó al extremo de caerse mi cigarrillo sobre mis piernas. “¿Quién será?” me preguntaba mientras caminaba hacia el aparato que sonaba, tratando de eludir las cosas que se hallaban a mi paso. Tomé el aparato y me dispuse a responder:
– Hola, ¿quién habla?
– Soy yo, ¿me extrañaste hoy?
– ¿Zoe? ¿Cómo conseguiste mi número?
– Je je je, te sorprendí. Muy fácil, del perfil de tu correo.
– Tramposa, y yo que pensaba que no te vería.
– ¿Puedo preguntarte algo?
– Podéis.
– Estaba sola en casa y el apagón me asustó un poco, ¿te molesto si hablamos un rato hasta que esto pase?.
– En absoluto, pero ¿no te agradaría más vernos?.
– Y… si, pero… ¿Dónde?.
– Decidme vos, ¿en tu casa, en la mía, en un bar?
– ¿Vendrías a casa? vivo en el décimo piso y no hay luz.
– Subo por las escaleras.
– Pero ¿Quién te abre?
Exploté en una carcajada al darme cuenta que debería bajar ella y si era que temía a la oscuridad, no querría aventurarse a eso.
– Mirá, decidme dónde es y voy. Con suerte conseguiré que el encargado me abra, ¿te parece?.
– Está bien, toma nota de la dirección y mi teléfono.
– ¿Teléfono? ¿Para que?
– Por si nadie te abre, tonto.
Como pude anoté los datos y tras colocarme ropa adecuada, baje las escaleras de mi casa. Paré un taxi y fui en su búsqueda. En cinco minutos estaba a las puertas de un edificio bastante nuevo, una mole de cemento y vidrios que yacía en total oscuridad. Solo algunas ventanas mostraban reflejos de velas encendidas
Tal como imaginaba, el portero del edificio estaba en la puerta, a la espera de sus inquilinos ya que la seguridad no es la reina de la ciudad y no dejaba pasar a quien no conocía. Menudo problema, ¿cómo demostrar que una dama me esperaba si era la primera vez que me veía?. Tras una breve aunque minuciosa charla convencía a ese carcelero que me dejara ingresar. Me señaló las escaleras y se despidió con cara de pocos amigos.
Quería correr esos diez pisos para llegar a su puerta en el menor tiempo posible, pero al llegar al quinto me di cuenta que mi estado físico no era de los mejores, estaba agotado. Me detuve unos minutos y aproveche para con un llamado corto, avisarle que ya estaba ahí y en minutos llegaría a su puerta. El caso es que 5 minutos más tarde estaba enfrentándola, ya que me esperaba junto a la puerta de su departamento.
Si antes me había trastornado su imagen con ropas de trabajo, imagínenla ahora con una brevísima pollera rosa y una camisa de seda blanca, descalza y con su pelo amarrado en una coleta. Me recibió con un beso tenue en la mejilla y se adelantó a mi. El reflejo de las velas dispuestas en dos candelabros le daban un toque mágico al ambiente. Nos sentamos en un sillón que daba al ventanal principal de su apartamento y consumimos nuestros primeros cigarrillos y cafés. Teníamos una charla placentera, que lejos estaba de las insinuaciones aunque solía rozar temas cálidos. Gustos, placeres, diversión, noviazgos frustrados eran parte de la charla hasta que decidió ir un poco más al frente y preguntó:
– ¿Te gusto tanto como tus miradas demuestran?.
– Sois muy atractiva, además de utilizar las ropas adecuadas. Diría que sois la seducción caminando – le respondí.
– Muy galán de tu parte, pero lo que quería saber es si mi figura provoca otras reacciones en vos.
Tragué saliva, elegantemente me estaba preguntando si me calentaba y vaya que sí lo hacía. La penumbra me ayudaba a ocultar una respuesta más que evidente en mi entrepierna.
– La verdad sí, me resultas muy excitante.
– Eso me pareció, ya que aceptaste muy rápidamente venir a verme sin importarte nada y hasta trataste de abordarme cuando fuimos al bar. Se te nota tenso y eso confirma mis ideas.
– ¿Cómo confirma tus ideas? ¿Cuáles son tus ideas?.
Sin mediar palabra, se acercó más y rodeando mi cuello con sus brazos tibios me depositó un beso delicado en los labios. Le respondí de inmediato, retribuyendo su avance y dejando que mis manos explorasen su espalda, desde la cabellera hasta el mismo borde de su pollera, al tiempo que atrapaba sus labios de manera más posesiva. Permitió un poco el avance pero me detuvo cuando intenté llegar a sus piernas.
– Tranquilo, no rompas la magia del momento.
– Ok, pero no me enciendas más de lo que ya estoy.
Volvió a las caricias y su juego de seducción, apagó uno de los candelabros y ya casi no había luz. Se sentó frente a mí, en una silla y sin dejar de jugar imitó una escena de la película Streap tease. Debí imaginar la música, pero la escenografía y la protagonista eran muy reales. Cuando quedó tan solo con sus prendas más intimas y las medias negras con liguero comenzó a aproximarse, colocó uno de sus dedos sobre mis labios para impedir que hablase y luego comenzó a desprender mi camisa. Era una experta en excitar y seducir, no cabía duda. Despojado de mi prenda superior, no pude contenerme y fui yo quien acariciando suavemente le retiré el brassier y bajando por los costados de su cuerpo desprendí los ligueros para quitar sus medias. El juego de roces nos fue encendiendo hasta convertirnos en lava ardiente y la delicadeza dio paso a la urgencia de tenernos mutuamente. Nos convertimos en un nudo de brazos, piernas y lenguas, con el sillón como ring de esa batalla. Los roces, apretones, caricias y besos se desperdigaban por cada centímetro de piel existente, sin llegar más allá. Desaparecieron mis pantalones en un momento dado y nuestra desnudez era casi total. El calor de los cuerpos aumentaba, pero ninguno de los dos quería dar el primer paso a consumar una relación profunda. Se logró desprender de mí unos segundos, y con la voz entrecortada por la excitación dijo:
– Vamos a mi cama, no perdamos tiempo ni fuego.
La seguí tomado de la mano, me guiaba de manera experta en la oscuridad total de aquel pasillo y tan pronto ingresamos a una habitación, me empujó cayendo los dos sobre un colchón muy amplio. Ubicada sobre mí, comenzó a besar mi pecho, recorriéndolo en su totalidad en tanto mis manos jugaban con su cabello y las curvas de su espalda. Fue bajando hasta llegar al borde de mi bóxer, que bajó lentamente, mientras recorría mis piernas con besos para luego cambiar de posición y ser ella quien quedara abajo, invitándome a imitar su accionar. Así lo hice, pero a diferencia de ella, me entretuve en su nido de amor y sexo, torturando cada milímetro y cada pliegue de su piel. Comenzó a lubricarse más y más, llenando la habitación de su perfume a sexo. Noté sus contracciones y luego como con sus manos aferradas a mi cabellera trataba de llevarme tan adentro como podía. Absorbí cada gota de su néctar y torturé con besos y pequeños mordiscos su botón de placer hasta hacerla llegar a una explosión tan violenta que casi me ahogó en jugos. Quedó rendida y distendida, respirando agitada en un principio para luego serenarse. Mientras se relajaba, subí pasando mi lengua por toda su piel, deteniéndome en sus pechos, donde los pezones de buen tamaño no habían perdido su dureza. En ese momento recuperó su habla, y con voz entrecortada murmuró:
– Hermoso, me encantó pero quiero más. Reponte que quiero mostrarte lo que se hacer y que se que te gustará.
– Si mi vida, la noche es larga y esto fue solo empezar.
Fumamos un cigarrillo a medias, abrazados, mientras reponíamos energías. Minutos después fue ella quien empezó el recorrido descendente, para jugar y rodear mi guerrero, que lentamente se preparaba para otra batalla. Su habilidad para excitar estaba intacta, y no demoró mucho en ejercer un total control sobre mí.
Cuando hubo logrado la firmeza total, inició un movimiento de acercamiento de su sexo frotándose en mis muslos y mi abdomen de manera circular, hasta acariciar la punta de mi lanza con sus ya muy húmedos labios.
Bajaba apenas, introduciendo la punta en un movimiento de vaivén al tiempo que sus manos se apoyaban firmemente en mis hombros, impidiéndome moverme.
El continuo contacto con sus escasos vellos me estaba quemando y lo notó. En un movimiento suave se dejó caer, hasta llevarse la totalidad a su interior y tan profundo como pudo. Se mantuvo así unos instantes para luego comenzar a moverse, lentamente primero y ganando velocidad hasta transformarse en una máquina sexual perfectamente aceitada con nuestros líquidos. Fueron diez minutos de velocidad pura, que concluyeron con una bomba nuclear. Jugos por doquier y sudor esparcido en las sabanas, que se coronaban con besos tiernos y muy profundos. Como si se tratase de una obra de teatro, al llegar el reposo, las luces se encendieron para que los actores fuesen observados por el publico, rendidos sobre un escenario digno de la mejor de las obras.
Continuará…
Alejandro Gabriel Sallago
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