Mi novio me regalo un consolador y me volví adicta
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Mi nombre es Vanessa, tengo 18 años y desde hace algún tiempo mi novio, Carlos de 26, y yo compramos una revista porno, calentándonos mucho con ella pero ahora me gustaría contarles una historia que nos sucedió justo estas Navidades cuando a él se le ocurrió la idea de regalarme una cosa tan normal como un consolador. Pero antes me describiré un poco como soy. Ya he dicho que tengo 18 años, soy de mediana estatura, rubia, con el pelo largo, algo rechoncha para mi gusto, con exceso de pechos ya que gasto una 120 de sujetador y un culo que parece una plaza de toros. A mí, tanta carne, me molesta pero a mi novio, según dice, le encanta y le excita.
Siguiendo con mi relato, diré que yo había visto fotografías de esos aparatos, de los consoladores, en la revista pero debo confesar que tener uno en mis manos me excitó muchísimo. No sé explicar el porque pero esta excitación, muy pronto, me recorrió el cuerpo y el coño se me empezó a mojar. No era una polla de verdad aunque se le parecía mucho en su tamaño y forma, con la ventaja, además, de que nunca se arrugaba, nunca perdía su potencia. Entonces, cachonda perdida, tuve la idea de conceder, a cambio de su regalo, uno de los deseos que tenía mi novio y que era el de afeitarme el chocho. Yo siempre he tenido mucho vello en esta zona y mi novio se quejaba de que no me veía con claridad el clítoris. Había demasiado pelo para poder hacerme una buena chupada de coño, decía. Esa era la razón por la que me pedía que me lo depilara.
Con el consolador en mi mano, acariciándolo como si lo estuviera masturbando, le dije que se lo dejaba hacer. Sonrió con cara de satisfacción y en el acto comenzó a desnudarse diciéndome que yo hiciera lo mismo. Ya los dos en pelotas y, bien abierta de piernas en el borde de la cama, él se situó de rodillas entre ellas y me lo empezó a llenar de espuma. El contacto de sus dedos y de la suavidad de la sustancia, empezaron a ponerme cachonda. Cuando tuve toda la zona llena de espuma blanca, procedió a afeitármela con su maquinilla, con todo cuidado. Según me lo iba afeitando y el pelo desaparecía, su polla se ponía cada vez más grande y yo cada vez estaba más excitada. Sus manos acariciándome la zona más sensible de mi cuerpo, el paso de la maquinilla y la postura, me estaban poniendo a cien. Y más al ver la dureza de aquella verga, balanceándose ante mis ojos.
Al terminar de afeitarme, dejándome un coño completamente liso, con la raja totalmente visible, y sin dejarme cerrar las piernas, cogió el consolador y, aprovechando los jugos que me había producido toda la operación, empezó a introducírmelo en mi coño pelado mientras que, con su boca, me succionaba los pezones. Mi humedad y el placer que me estaba dando, hacía que el consolador entrara hasta el fondo y saliera sin dificultad a impulsos de su mano gracias, como digo, a los jugos que no paraban de producirse en mi chocho. Yo no podía más de la excitación. El consolador salía y entraba sin parar de mi caliente raja, en una continua follada, y si añadimos a eso la vibración que producía, yo me estaba derritiendo de gusto. A la vez que esto ocurría y para acabarlo de arreglar, mi novio, inclinándose, se entretuvo con mi clítoris, chupándomelo.
Cuando estaba a punto de correrme, cuando todo mi cuerpo se había puesto en tensión y mi boca se abría para lanzar el gemido de mi placer, se levantó y, sin hacer caso de mis súplicas, puso en el video una película porno en la cual dos tías chupaban de maravilla la enorme polla de un negrazo imponente.
– ¡Haz lo mismo! – me ordenó mi novio.
Me hizo tumbar de espaldas en la cama, él se puso encima metiéndome su polla en la boca, y comencé una excitante mamada. Le chupaba la polla, loca por tenerla dentro. Sobre todo me entretenía en lamerle el capullo mojado. El, mientras, sacó el consolador de mi coño y, dándose la vuelta sin dejar que su verga saliera de mi boca, metió su lengua en mi chocho en un maravilloso 69. Al poco rato y mientras continuaba comiéndome el coño, metió en él cuatro dedos de una mano, abriéndomelo a tope y empezando a juguetear con mi chocho.
Mis gemidos eran cada vez más sonoros y mi novio, viendo que me corría, paró otra vez. Casi me pongo a llorar por haberme cortado la corrida por dos veces. Todo el cuerpo me ardía pero, sobre todo, el coño. Sin hacer caso ni de mis gemidos ni de mis súplicas, me abrió las piernas todo lo posible y me las ató a la cama. A continuación hizo lo mismo con mis manos. Quedé como una enorme letra equis, sin poder moverme. Nunca me había hecho nada de eso, pero el morbo que yo sentía era impresionante. Así atada, encendida de deseo, con el coño ardiéndome y chorreando jugos, empezó a morderme los pezones. Me hacía daño pero también me gustaba. Todo mi cuerpo se tensaba en las ataduras y de mi boca salían gemidos y peticiones de que me la metiera. Al final me hizo caso. Se subió encima de mi, se cogió la polla con una mano y apoyando el capullo en mi raja, me metió su tranca de un solo golpe iniciando un metisaca algo salvaje. Así me corrí, gritando, sin poderme esperar a que lo hiciera él.
Viendo lo que había pasado, Carlos comenzó, sin sacarme su dura polla del coño, a masajearme el clítoris haciendo que yo me excitara otra vez, sin poder hacer nada para evitarlo debido a mis ataduras y a pesar de lo cansada que estaba. Yo hubiera querido tocarle, acariciarle, sentir su cuerpo en mis manos pero esta imposibilidad, esta indefensión, aumentaba extrañamente mi placer. Era un sufrimiento que me enloquecía más y más. Le supliqué que parara, pero él siguió y siguió, aprovechando mi postura, para follarme ahora como un loco, con golpes fuertes que me llenaban de placer y así me llevó a una nueva corrida tan brutal como la anterior. Al cabo de un buen rato y sin haberse corrido, me la sacó, me desató las piernas pero, levantándomelas todo lo que pudo, hasta clavarme las rodillas en mis gordas tetas, me ató os tobillos a la cabecera de la cama, junto a mis muñecas. En esta postura tanto mi coño como mi culo quedaban totalmente expuestos y ofrecidos.
Sin protestar, vencida por el placer, por el macho que me obligaba a obedecer, a gozar sin poder yo intervenir y sintiendo como mis jugos mojaban mis nalgas y mis muslos, con el culo y el coño todos para él, me metió su polla por el culo de un solo golpe haciéndome lanzar un gemido de dolor. Comenzó a meter y sacar su polla con todas sus fuerzas hasta que, justo antes de correrse, me la sacó y echó toda su leche sobre mi culo y coño, a la vez que yo me corría de nuevo, con un enorme placer, y caía rendida en las ataduras que me sujetaban a la cama. Imagínate el resto de los días como gozamos. Ahora quiere comprar, para mayor comodidad en esta nueva manera de hacerme el amor, o de usarme, como dice él, otro consolador para mi ano, unas esposas y otros artilugios. Ya veremos si algo nuevo ocurre…