Vendedora de placer a los 32 años

📋 Lecturas: ️
⏰ Tiempo estimado de lectura: min.

Me llamo Sandra y tengo 32 años. Estoy separada y no tengo hijos. Cuando me quedé sola busqué trabajo y lo encontré en un sex-shop. No me importó, al contrario, pues para mí es tan importante el sexo como la comida. Los dos son una necesidad y un goce. A la semana de estar allí como dependienta al jefe se le ocurrió montar una sección de oferta y venta a domicilio, dedicada a los clientes vergonzosos, esos que no se atreven a entrar en una tienda de este estilo. Y me ofreció a mi esta nueva tarea. Lo acepté encantada pero lo bueno del caso es que, en la primera visita, tuve ya una experiencia muy chocante. Nos había llamado un hombre por teléfono interesándose por las pomadas para hacer crecer el pene y también por los aparatos para este mismo menester. Quedé con él, me dio una cita y me fui a la dirección indicada con la maletita llena de productos, catálogos y una lista de precios.

El probable cliente vivía en un moderno y alto edificio situado en la parte elegante de la ciudad. Llamé al timbre y me abrió un hombre de unos 40 años, muy atractivo. Me presenté y procuré comportarme con la mayor desenvoltura para no coaccionarle aún más en su vergüenza al ser yo una mujer. Ya dentro de su piso pasé rápidamente al tema.

– Pienso – me dijo tras un largo momento de duda – que tengo el miembro pequeño y, si es posible, me gustaría alargarlo.

Le hablé de nuestros productos, alabándolos todo lo posible y detallando las ventajas de cada uno de ellos. El no acaba de decidirse por lo que yo le ofrecía. Sólo me decía que lo tenía pequeño. Al cabo de una conversación que no nos conducía a ninguna parte, le dije:

– ¿Por qué no me lo enseña y así sabré que aconsejarle?.

– Enseñarle… ¿el qué? – preguntó a su vez con cierta cara de susto.

– Pues, su miembro caballero – añadí con mi mejor sonrisa.

– ¿Mi… mi… miembro? – tartamudeó él sorprendido y aún más colorado.

– Esté usted tranquilo – dije mintiendo descaradamente – En mi profesión he visto muchos y le garantizo que mi interés es puramente comercial.

– Pero así, en frío, yo no… – empezó a decirme.

– Imagínese que está usted en la vista del médico y olvídese de que yo soy una mujer, venga… ¡sáqueselo!.

El hombre dudaba pero debió verme tan fría y segura de mi misma que se atrevió, con mano temblorosa, a bajarse la bragueta y, tras meter la mano, sacarse la polla que, realmente y a pesar de estar sumamente arrugada, no parecía tan pequeña como él creía. Alargué el brazo y se la cogí con toda la mano. Él dio un salto pero yo le aprisioné con fuerza la polla y lo mantuve a mi lado. Cuando me dio la sensación de que él aceptaba el hecho consumado, me puse a estudiarla con detenimiento. Le bajé la piel desnudando el glande, comprobando como la polla iba creciendo al contacto de mi mano y mi caricia, que yo intentaba pareciera lo más profesional posible. Me di cuenta de que el hombre estaba aún más colorado que antes al ver que no podía controlar la erección que iba adquiriendo hasta que me encontré con una polla bien maja y dura agarrada por mi mano. Me gustaba su tacto suave, sus vibraciones y su calor mientras, con cara de profesional, le hablaba de pomadas, ungüentos y aparatos.

Él me escuchaba pero creo que no muy atentamente pues todo su cuerpo temblaba y tartamudeaba cuando yo le hacía alguna pregunta. Pero lo peor de todo eso, no era el comportamiento de mi primer cliente sino que empezaba yo a notar que mi coño se humedecía. Iba a vender un producto y me excitaba con la primera polla que venía, bueno, que veía y tocaba. Pero como excusa puedo decir que cada vez estaba más dura. La piel se había retirado del todo y ahora me mostraba un glande amoratado y con un grueso reborde. Pero, a pesar de todo y de lo que estaba sintiendo, yo no lo la soltaba, al contrario. Seguía meneándosela con mucha suavidad y lentitud. Yo estaba cada vez más interesada en su aparato que en la venta. El calor de mi coño y los líquidos que manaban de él me hacían olvidar el por qué estaba allí, en su casa. Y al final, aunque perdiera la venta, me creí obligada a decirle:

– Caballero, no creo que la tenga usted pequeña, las he visto mucho más pequeñas.

– ¿Sí… de verdad…? – dijo todo colorado.

– Sí, se lo aseguro pero… ¿qué le parece si la probamos? – añadí.

– ¿Probar… el qué? – preguntó sin entender nada.

– ¿Qué va a ser? – dije algo mosqueada por su cortedad de entendimiento – Su polla.

– ¿Mi polla…? – repitió – Probarla… ¿donde?.

– ¿Cómo qué donde? – exclamé – ¡En mi coño!.

El hombre quedó mudo. Sin duda era la primera vez que una mujer se le ofrecía tan directamente. No le di tiempo a reaccionar ni a contestar y sin cortarme, me levanté la falda hasta la cintura y me bajé las bragas, deslizándolas por mis apetitosos muslos hasta los pies. Luego me las saqué. Todo mi peludo coño quedó al aire y el hombre me lo miraba con los ojos muy abiertos mientras la polla le pegaba saltos de arriba a abajo como un muelle descontrolado. Esta actitud de su miembro aún me excitó más.

– ¿Vamos a la cama o lo hacemos en el sofá? – le pregunté.

Se atragantó dos o tres veces y al ver que no me contestaba, le agarré otra vez por la polla y lo arrastré hasta el sofá donde hice que se sentara. No tardé nada en bajarle los pantalones y los calzoncillos. Luego empecé a meneársela vigorosamente para lograr su extrema dureza. Con este tratamiento el hombre acabó vencido. Cuando su boca buscó mi cuello y me lo besó, sonreí satisfecha. Ya era mío. Luego me besó la boca.

Al sentir sus labios sobre los míos y su lengua lamiendo la mía, un escalofrío, como una corriente eléctrica, me subió del coño hasta el cerebro y luego hizo el recorrido contrario provocando que mi almeja fuera ya un lago lleno de jugos. Con su mano acariciaba los pelos de mi coño y al tocar mi raja comprobó lo mojada que estaba. No perdió tiempo. Desabrochó mi blusa y al sacármela, así como el sujetador, yo misma, agarrándomelo con una mano, le metí uno de mis pechos, pequeños pero muy duros y tiesos, en la boca que empezó a lamer y chupar con suavidad mientras yo volvía a agarrarme a su polla. Sus chupadas hicieron que me fuera abriendo de piernas para ofrecerle toda mi raja caliente, mojada y encendida. Acabé sentada a su lado en el sofá. El hombre se sacó pantalones y calzoncillos e incluso la camisa quedándose a mi lado tan desnudo como estaba yo. Entonces volvió a entretenerse con mis duros pezones. Los lamía y chupaba hasta que empezó a bajar con su lengua y su boca por mi cuerpo. Así me lamió el vientre, el monte de Venus y me fui abriendo de piernas para que pudiera liarse con mi coño.

Continuó ahora en mis ingles, a continuación pasó la lengua por mi mojada raja haciéndome lanzar un fuerte suspiro. Y me abrí aún más, separándome los labios del coño para que viera y llegara a mi inflamado clítoris. Lo hizo en el acto. Empecé a temblar de placer y deslizándome hacia su vientre me metí la polla en la boca y empecé a chupar. Así iniciamos un 69 fenomenal y no paramos hasta que me corrí en su boca lanzando gemidos entrecortados y suspiros de placer. Pero mientras me corría, el hombre también tuvo su orgasmo y un torrente de esperma espesa chocó con fuerza contra mi garganta y me llenó la boca. En la postura en la que yo estaba, debajo de él y la boca taponada por su verga, no pude hacer nada para apartarme y tuve que tragarme toda su corrida sin desperdiciar una sola gota.

A pesar de todo y agradecida por los servicios prestados y ya más calmada después de mi primer orgasmo, le hice estirar en el sofá, agarré su polla con una mano y los cojones con la otra y se la volví a mamar a conciencia. Él permanecía estirado, ojos cerrados y con todo el cuerpo relajado después de su corrida hasta que le empecé a vibrar la lengua en la punta del capullo, tragándome el hilo de esperma que empezaba a salir.

Cuando su cuerpo se tensó gracia a estas caricias, pensé que le venía otra vez. El tío aquel no sólo estaba equivocado en el tamaño de su pene sino que también podía presumir de una potencia regeneradora increíble.

– ¡Métemela en el coño, métemela… rómpemelo! – le grité colocándome en posición sobre la alfombra.

Se levantó del sofá, se colocó entre mis piernas que yo mantenía cogidas por mis tobillos y muy alzadas, dejando toda mi raja bien abierta. Se agarró la polla con una mano, me la acercó al agujero y me la metió de un golpe hasta los huevos proporcionándome un enorme placer. El hombre, bien instalado en mi vagina, empezó a follarme primero lentamente y luego más deprisa entrando y saliendo, golpeándome el fondo de mi vagina y paseando la polla contra mi clítoris inflamado. De vez en cuando pasaba sus manos por debajo de mi culo y me apretaba aún más a él, como si quisiera meterme también los cojones en la raja. Mi placer era imposible de soportar. No paraba de gritar.

Había cruzado mis piernas a su espalda y le arañaba las nalgas con una furia que no podía controlar pero lo que realmente me volvió loca fue cuando, sin avisar y aprovechando que tenía sus manos en mi culo, me metió un dedo en el ano entrando y saliendo de él, follándomelo como me estaba follando el coño. Con este doble tratamiento no tardé en derramarme otra vez contra este aparato que él creía pequeño y aprisionando con mi esfínter anal aquel dedo que me desvirgaba mi agujero más secreto. La verdad es que nunca me habían metido nada por el culo y me sorprendió el resultado tan agradable e intenso que obtuve con aquella simple acción. Él me seguía follando sin llegar a correrse. Sin duda era, además, un hombre de esos que después de haberse corrido una vez, poseen una enorme resistencia. Su follada se hacía eterna. Me dolía todo el cuerpo por la postura en la que me encontraba pero, a pesar de todo, caí en otro orgasmo mucho más brutal que el primero, hasta que él, incapaz de controlarse por más tiempo, lanzó una nueva catarata de semen contra mis entrañas haciéndome correr por última vez con fuertes gritos y estremecimientos.

Quedé en la alfombra rota, sin fuerzas para moverme. Entonces él me tendió las manos y me ayudó a levantarme, haciéndome sentar en el sofá. Evidentemente había perdido toda su vergüenza y quizá animado por mi comportamiento hacia él, sin decir palabra, apoyó su ahora fláccida polla en mi boca y apretó suavemente. Entendí lo que quería y abriendo los labios me la tragué empezando a chupársela. Sabía a mi coño pero no me importó. Estaba segura de que sólo buscaba que se la limpiara, pero me equivocaba. Al poco rato empecé a notar, no sin sorpresa, que aquello empezaba a endurecerse. A la opinión que me había formado de él y que ya he señalado, es decir, tener una polla de buen tamaño y una recuperación rápida, tanto de erección como de relleno de huevos, aquel hombre o bien había pasado mucha hambre de sexo o era un auténtico semental. Seguí chupando, lamiendo y haciendo vibrar mi lengua en su boquita hasta que mis labios quedaron distendidos.

– Ponte a cuatro patas – me pidió entonces – Deja que te la meta en el coño por detrás.

Es una postura que me gusta mucho ya que así siempre he sentido las pollas en toda su longitud. Obedecí y en el mismo sofá, adopté la postura que deseaba ofreciéndole mi culo. El se situó detrás. Noté la punta del capullo buscar mi raja y me abrí para facilitarle con comodidad la entrada en mi coño. Entró entera en mi y, cogiéndome con ambas manos por las caderas, empezó el mete y saca muy lentamente. Me dejaba sentirla hasta que los huevos golpeaban mis nalgas y luego, al retirarse, hasta que el gordo reborde del capullo amenazaba con salirse de mi y volvía a empezar. Era un tormento muy suave y dulce. Y de pronto hizo lo mismo que la otra vez. Con un dedo me penetró el ano.

– ¡Sí, sigue… oooh… me gusta… ! – se me escapó.

Entonces metió otro. Noté molestia pero no dolor. Siempre había temido esta penetración y ahora descubría que me estaba gustando. O eso es lo que yo creía. Totalmente enloquecida por el gusto que me daba tener el coño y el culo abiertos, le dije sin pensarlo demasiado:

– ¡Méteme la polla en el culo, fóllame por el culo, rómpemelo… !.

Debió gustarle mi petición pues no se lo pensó ni un segundo. Me sacó los dedos del culo, luego la polla del coño y la apuntó a mi ano. Apretó con fuerza y me tragué todo el capullo. Mi grito fue tremendo.

– ¡Despacio, despacio! – le dije entre gemidos – ¡Me hace daño… empuja suave!.

Apretó de nuevo. El dolor seguía siendo muy fuerte y grité de nuevo pero cuando noté que él paraba y que quizá me la iba a sacar, le grité:

– ¡No, no pares ahora, empuja… ya estás dentro, sigue, sigue… alguna vez tenía que ser!.

Tres golpes más y con mis ojos llenos de lágrimas, me sentí enteramente penetrada, dejando mi culo de ser virgen. Ya señor de mi recto, el hombre se quedó quieto unos segundos. Luego empezó el mete y saca deslizando su aparato por mis entrañas. El dolor ya no era tan vivo. Intuí que el daño lo producía el gordo capullo así que cada vez que notaba que estaba cerca de la salida, yo misma echaba hacia atrás mi culo para que toda la polla volviera a introducirse por entero en mi cuerpo.

Al cabo de un rato de estar así, él deslizó una mano bajo mi vientre, buscó mi raja y empezó a acariciarme el clítoris mientras no dejaba de darme por el culo. Un ligero placer se fue apoderando de mis sentidos. Placer que lentamente se igualó al dolor de mi ano y luego lo superó. Sin esperarlo tan pronto, el placer se hizo intenso y me corrí chillando como una loca. Incluso perdí momentáneamente el sentido aunque a tiempo de notar como mi recto era bañado por una nueva catarata de leche. Ni él y mucho menos yo, teníamos fuerzas para continuar.

Una vez terminada la prueba, me vestí y a pesar de dejarlo convencido de que el tamaño de su aparato era más que suficiente, me compró todo el material que yo llevaba. Lo hizo, naturalmente, por gentileza y agradecerme lo que habíamos disfrutado. Luego nos despedimos con un largo beso.

Esta fue mi primera experiencia como vendedora y a pesar de que no estuvo nada mal, al contrario, debo reconocer que para vender se ha de ser más comedido. No obstante mi jefe se quedó muy contento por lo conseguido en mi primera visita y me considera ya una vendedora excepcional. Naturalmente no le conté como había ido la cosa. Lo único que me sabe mal es que no me acordé de preguntarle el nombre a mi primer cliente.

Compartir en tus redes!!