Aventura a cuatro bandas resulto el mejor de todos

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Un par de semanas después de mi primera experiencia sexual con Rubén (aquel chico de enorme y deliciosa polla) me di cuenta de que necesitaba más sexo. Me había hecho muy amiga de una de mis compañeras de residencia, Mónica, que era seis meses mayor que yo. Todos los días después de cenar subíamos juntas a la terraza de la residencia, para hablar y fumar un cigarro (nos estábamos iniciando en otro de esos placeres prohibidos) y muchos días nuestras charlas se prolongaban hasta pasada la media noche. Fuimos cogiendo confianza y empezamos a hablar de chicos y de sexo. Un día me confesó que hacía un mes había tenido su primera relación sexual con un chico que trabajaba en Tele Pizza. Tal como ella lo describió no debió ser nada espectacular. Enseguida le conté mi experiencia con Rubén. Se quedó con la boca abierta cuando relaté todas las posturas en las que me había follado y los cuatro orgasmos que había tenido en una tarde. Finalmente describí la polla de mi compañero y, como ella parecía no creérselo demasiado, acabé por enseñarle la foto que tenía de aquella tarde, en la que se me veía chupándole la polla, con los restos de su virilidad bien visibles en mi cara. Al ver la foto Mónica se quedó de piedra y, convencida de todo, empezó a pedirme más detalles, detalles que yo describí gustosa.

Una de esas noches me contó que había comenzado a tomar la píldora y me convenció para que yo también empezara a hacer lo propio, a fin de poder elegir si el tío debía ponerse el condón o no. Ya duraban un par de semanas nuestras charlas cuando en la terraza de enfrente vimos un chico que nos observaba atentamente. La calle que nos separaba era estrecha, por lo que no nos costó demasiado entablar una conversación con él. Se llamaba Luís, tenía 19 años y estudiaba 1º de informática. A la noche siguiente le hicimos señales con una linterna y él apareció de inmediato. Nos escrutó con unos ojos penetrantes y acabó sugiriendo que podíamos quedar las dos con él y un amigo suyo al día siguiente. Aceptamos gustosas y a partir de entonces empezamos a salir juntos los cuatro, Mónica con Luís y yo con su amigo Oscar.

Mónica era algo más baja que yo (mediría más o menos 1,60) y más menuda. Su pelo era negro y rizado y sus formas menos contundentes que las mías. No obstante la chica era atractiva, con su culo redondo y un poco respingón, con sus senos pequeños pero provocativos y con unos labios carnosos y sensuales. Los chicos, por su parte, no estaban nada mal. Luís era alto y bien formado, con el pelo castaño y los ojos marrones. Oscar, que tenía 20 años y trabajaba en uno de los bares de su padre, era más bajo, pero parecía más fuerte. Su pelo era negro y lo llevaba engominado. Me gustaban sus ojos, pequeños, oscuros y penetrantes, tanto que cada vez que me miraba parecía que me estaba desnudando. Lo interesante fue que, cuando apenas llevábamos saliendo una semana, ellos propusieron organizar una “fiesta privada” para el viernes. Nos dijeron que no nos preocupásemos de nada: ellos se encargarían de todo.

Mi amiga y yo decidimos ponernos bien guapas para tal evento, por lo que estuvimos una tarde entera discutiendo como ir vestidas. Yo elegí una minifalda de cuero negro no demasiado corta (unos tres dedos por encima de la rodilla), una sudadera morada de manga larga y zapatos negros con algo de tacón. Mónica, por su parte, se decidió por una falda corta (por la rodilla) azul clara y muy vaporosa, una blusa negra de raso (algo transparente) y unos botines de ante marrón. Después pasamos por una tienda de lencería y compramos cada una un conjunto de sujetador y tanga, de un morado intenso el mío y de un azul celeste el de ella. Nos rascaron bastante el bolsillo con dichas prendas (cuyo precio abultado no guardaba en absoluto relación con la poquísima tela usada para su fabricación), pero nos dio igual, ya que la fiesta nos iba a salir gratis. Un poco de maquillaje remataría perfectamente nuestro aspecto. La víspera de la fiesta me había depilado un poco el coño, dejando algo de vello corto y rizado sobre el monte de venus.

Como el viernes por la tarde no teníamos clase, quedamos con los chicos a las cinco en punto. Tomamos café en un bar, fumamos y charlamos, sin que la conversación se deslizase hacia ningún tema en particular. Ellos hablaban pero sobre todo miraban, ya que es justo decir que mi amiga y yo estábamos espectaculares aquel día. A eso de las seis decidimos que ya era hora de comenzar la fiesta y ellos nos llevaron hasta un local del padre de Oscar. Era una especie de bajo comercial que hasta no hace mucho tiempo había servido como gimnasio.

Primera Banda

Cuando cruzamos la puerta y Oscar pulsó un interruptor que encendió al menos una docena de fluorescentes, pude apreciar que se trataba de una sala grande, de unos 80 metros cuadrados. No cabía duda de que había sido un gimnasio, ya que las paredes estaban llenas de espalderas, había pequeñas colchonetas por el suelo, un potro, un plinto y otros instrumentos de gimnasia. A un lado había una enorme colchoneta cuadrada de unos 60 centímetros de grosor, que debía medir más de tres metros de lado. Los chicos se habían esmerado en la preparación de la fiesta. Al lado de la colchoneta grande había dos sillones y un sofá de cuero, algo viejos, pero muy elegantes. Entre ellos había una mesa grande, sobre la cual pude ver de todo: vasos, una nevera portátil (con hielo, supongo), galletas, pastas y dulces de todo tipo, un enorme arsenal de licores (vodka, ron, ginebra, whisky,…) y botellas grandes de coca-cola, naranja y limón. Sobre una mesita pequeña había un radiocaset enchufado a la pared.

La estancia estaba bastante limpia y flotaba en el ambiente un ligero olor a ambientador de limón. La calefacción debía llevar encendida unas horas, porque hacía un calorcito que contrastaba con el frío del invierno que se notaba en la calle. Por eso lo primero que hicimos fue colgar las cazadoras en una especie de percha que había detrás del sofá. En la pared larga frente a la entrada vi dos puertas separadas unos 20 metros entre sí. Comprendí que correspondían a los vestuarios del gimnasio. Sin más preámbulos empezamos la fiesta, ya que la cosa prometía. Luís puso música, mientras que Oscar empezó a preparar bebidas como un auténtico profesional. Ni siquiera preguntamos que era la que nos había servido, pero un traguito me indicó que era ron dulce con coca-cola. Estaba muy bueno y, antes de darnos cuenta los cuatro ya habíamos vaciado los vasos. Luís los volvió a llenar, esta vez con vodka y refresco de naranja, y empezamos a bailar a ritmo del Like a Virgen de Madonna. Durante un rato bailamos, bebimos y fumamos, y observé con agrado que los chicos ya se empezaban a atrever a deslizar sus manos por nuestros cuerpos flexibles. Bailé agarrada con Oscar y noté que sus manos se deslizaban por mis caderas hasta llegar a posarse una en cada nalga. Abracé con fuerza su cuerpo y lo atraje hasta mis pechos, frotándome despacio contra él. A dos metros de nosotros pude ver que Luis besaba a Mónica en el cuello, mientras ella le acariciaba el cabello. Pero yo no deseaba que las cosas fueran demasiado deprisa, así que interrumpí los deliciosos toqueteos de Oscar, cogí de la mano a Mónica y dije:

– Esperad un momento, que vamos a pasar por el servicio.

Cuando acabamos, nos sentamos mi amiga y yo un momento en el vestuario y ella dijo:

– Estos dos tíos van a por todas. No creo que podamos contenerles mucho más tiempo – dijo con una pícara sonrisa en su rostro.

– Ya lo sé – respondí -, pero creo que primero deberíamos darles una pequeña sorpresa.

Y susurré al oído de Mónica la idea que se me acababa de ocurrir. Aceptó encantada y un minuto después asomé por la puerta del vestuario. Vi que Oscar y Luis se preparaban otra bebida. Les llamé y les dije:

– Mi amiga y yo os queremos ofrecer un numerito. Pero tenéis que cumplir tres condiciones: la primera es que pongáis música de Enigma, la segunda que os quitéis toda la ropa y la tercera que os sentéis en el sofá y no os levantéis hasta que os lo digamos. ¿De acuerdo?.

– De acuerdo – respondieron los dos al mismo tiempo.

Volví al vestuario, donde Mónica reía silenciosamente, y a los cinco segundos se empezó a oír el Sadenes part I de Enigma. Era una música lenta, sensual y deliciosa. Al poco salimos Mónica y yo y vimos a los dos chicos sentados en el sofá completamente desnudos y con un vaso en la mano. Sus pollas estaban duras y tiesas. No tenían el formidable tamaño de la verga de mi amigo Rubén, pero tampoco estaban nada mal. La de Luis era aceptablemente larga y no demasiado gruesa. La polla de Oscar me llamó más la atención: era corta (calculo que mediría poco más de la mitad que la de Rubén) pero muy gruesa y con un capullo enorme.

Nos colocamos frente a ellos, con la mesa de las bebidas en medio. Tal como teníamos planeado las dos, empezamos a bailar de modo muy sensual, con movimientos lentos de caderas. Espalda contra espalda nos acariciamos el pecho y los labios, mientras ellos observaban inmóviles con los ojos redondos como platos. Después acaricié el cuerpo de ella y me fui agachando al ritmo de la música, mientras mis manos bajaban hasta sus mulos. Fui bajando sus medias negras (ella llevaba medias y yo no) poco a poco, besando sus muslos, sus rodillas, sus tobillos y sus pies, tras quitarle las botas y las medias. Mónica gimió varias veces durante este proceso, con los ojos medio cerrados, lo cual no la impedía echar una mirada de vez en cuando a las pollas impacientes de nuestros compañeros. Cuando hube acabado con sus piernas ella se colocó detrás de mí y me acarició mientras nos movíamos siguiendo los acordes de la canción. Acarició mis pechos y mi estómago, con unas manos lentas y precias, y acabó deslizándolas por debajo de mi sudadera hasta llegar a rozar mis pezones a través del sujetador. Casi me caigo de gusto en ese momento.

Nuestros amigos observaban con creciente interés nuestros juegos y sus rostros se crisparon algo cuando me quité la sudadera y mostré mi sostén morado, que apretaba mis tetas marcando un delicioso canalillo. Al mismo tiempo Mónica se fue quitando los botones de su blusa, hasta que se pudo ver bien claro su sujetador. Marcaba menos canalillo, pues sus tetas no eran tan generosas como las mías, pero sus pezones erectos abultaban en la fina tela del sostén. Seguimos bailando, poseídas por la música y por el placer que nos proporcionaba el ir mostrando nuestros cuerpos poco a poco. Noté la mano de ella apoyarse en la cremallera de mi falda de cuero. La bajó y se arrodilló ante mí, tirando de la prenda hasta los pies. Acto seguido yo hice lo mismo, despojándola de aquella faldita vaporosa.

Solo nos quedaba la ropa interior y nuestro baile se volvió aún más erótico. Frente a frente nos movimos hasta que nuestros pezones tiesos se rozaron, y también se rozaron nuestras piernas, mientras nuestros brazos se acariciaban. Su cuerpo, con aquella escueta indumentaria, resultaba excitante y lindo. La tanga azul celeste dejaba escapar algún pelo rizado de su coño. Sus caderas eran finas y sus pezones abultados, apretados por el sujetador. Tenía las nalgas muy redondas y la tanga apenas suponía un fino trazo azul en la raja de su culo. Nos abrazamos y tanteamos los cierres de los sostenes, hasta soltarlos. Cayeron al suelo casi al mismo tiempo, liberando nuestras tetas, dos pares de tetas encantadoras. Las mías eran más grandes y se agitaban oscilando lentamente. Las de ella eran más pequeñas, pero firmes y rotundas, con pezones rosados y erizados. Los dos chicos aplaudieron en ese momento y silbaron con admiración. Luís dijo: “¡Qué buenas estáis!”. Oscar no dijo nada, pero pude ver que con la mano izquierda agarraba su polla y empezaba un lento movimiento de meneo.
Abrazadas de nuevo rozamos mis pezones, escapándosenos a ambas un gemido de placer. Nos acariciamos las nalgas y comencé a bajar su tanga. Noté que ella hacía lo mismo y la sensación de aquella fina tela deslizándose por mis piernas fue increíble. En pocos segundos quedamos ambas en pelotas. Vi que el coño de ella estaba cubierto de un vello negro, rizado y muy abundante. Deslizó su mano a mi entrepierna, acariciando mi coño, mucho más depilado que el suyo. Temblé y mi respiración se entrecortó cuando ella pasó su dedo índice por mi rajita húmeda. Por mi parte acaricié los pelos que cubrían abundantemente su monte de venus y los encontré finos como el terciopelo. Nuestras bocas se acercaron y, tras un ligero beso en los labios, nuestras lenguas vibraron una contra otra, fuera de la boca. Los chicos se excitaron del todo e hicieron un ligero ademán de levantarse, pero yo se lo impedí con un gesto brusco. Chupé de nuevo los labios de Mónica y nuestras lenguas volvieron a rozarse fuera de la boca, para que ellos pudieran verlas.

Segunda Banda

Estaba disfrutando con aquel juego, con mi primera experiencia lésbica, pero lo interrumpimos cuando recordé aquellas dos deliciosas pollas que nos esperaban. Muy despacio, para darles tiempo a que gozaran del suave balanceo de nuestros cuerpos desnudos, nos dirigimos hacia el sofá donde ellos seguían sentados.

– Ahora vamos por vosotros, chicos – dije, al tiempo que guiñaba un ojo a Mónica.

Ella me devolvió el guiño y se encaminó hacia Luis. Yo me senté sobre las rodillas de Oscar, nos besamos en la boca y con la mano agarré su polla corta y gorda. La tenía caliente y con la punta algo pringosa, por lo que no perdí el tiempo y, agazapándome entre sus piernas, empecé a chupar aquel líquido que tanto me gustaba. Pasé la lengua por todo su capullo, relamiendo con golosa lujuria la gotita que asomaba, haciendo que él jadease de gusto. Después empecé a meterla en la boca, poco a poco, al tiempo que acariciaba sus suaves testículos. Giré un poco el cuello y, sin dejar de chupar, observé que Mónica ya tenía en su boca la polla de Luís, metiendo y sacando a intervalos regulares, mientras él echaba atrás su cabeza, apoyando la nuca contra el respaldo del sofá.

Cuando la polla de Oscar estaba ya “en su punto” decidí apoyar mis rodillas en el sofá y sentarme sobre ella. Su boca buscó voraz mi lengua al tiempo que sus manos recorrían ansiosas mis tetas. Con un movimiento hacia arriba me la clavó por completo, cortándome la respiración. Empecé a moverme arriba y abajo, cabalgando sobre su gruesa polla. Miré a la derecha y vi que Luís había colocado a Mónica de rodillas en uno de los sillones. La penetró por detrás, abriendo sus blandas carnes con un solo impulso de su polla. El grito de ella se oyó claramente en todo el local cuando sintió el miembro en sus entrañas y luego acomodó sus jadeos a los envites de él. La verdad es que era delicioso sentir la polla de Oscar dentro de mí, mientras observaba de reojo como Luís se la metía entera a mi amiga. Oscar me chupaba las tetas y me mordía (despacito, eso sí) los pezones, mientras que yo botaba y rebotaba sobre su polla, rozando también mi excitado clítoris contra su pelvis. La sensación fue tremenda y acabé por tener un orgasmo, que disfruté con su polla clavada totalmente.

– ¡Ahhhhhh! ¡Qué gusto! ¡Qué placer! Sí, sí, me corro… – acerté a decir cuando llegué al clímax.

Me quité de encima de su polla y elegí otra postura, sentándome en uno de los brazos del sofá, al tiempo que indiqué con un gesto de mi dedo a Oscar que se acercara para follarme un poco más. Entre tanto Luís seguía follando el peludo coño de Mónica, sin dar tregua a la chica, que no paraba de gemir y de gritar. Oscar apoyó la punta de su miembro en mi entrada y empujó, metiéndomela con facilidad. Agarré sus tetillas y vi como sus ojos se ponían en blanco, al tiempo que decía:

– Quiero follarte entera, me gusta, me gusta…

– Sigue, sigue. Quiero que te corras – contesté, con el propósito de excitarle un poco más.

Un último apretón en sus tetillas y él gimió, respiró hondo y me la clavó hasta el fondo. Sentí en el coño la agradable sensación de su leche calentita. Cuando la sacó acerqué la boca a su polla y chupé las gotas que aún salían. Su semen no tenía el mismo sabor que el de Rubén, pero no por ello me resultó menos exquisito. Me llené la boca con él y, al mismo tiempo, vi que Luís, que ahora estaba encima de Mónica, se apartó un poco y empezó a correrse sobre su cara y sobre sus tetas, entre gemidos de placer de ambos. Cuando hube acabado con la polla de Oscar le propuse que nos preparase algo de beber y observé que Mónica aprovechaba para coger unas gotas de semen con los dedos y llevárselas a la boca. Después repasó con su lengua los restos de leche que había en sus labios y quedó como sin sentido.

Tercera Banda

Con unos cubatas preparados por Oscar nos tumbamos los cuatro en la colchoneta grande (muy cómoda, por cierto). Estábamos en cueros y yo me tumbé entre los dos chicos, mientras Mónica descansaba a nuestros pies, tumbada boca arriba y con las piernas algo separadas. Pude ver su raja enrojecida a través del bosque de pelos. Los dos chicos dormitaban y habían apoyado la cabeza entre mis hombros y mis tetas, mientras yo acariciaba con cuidado sus espaldas. Así, inmóvil, no tardé en quedarme dormida, entre los cálidos cuerpos de ellos. No sé cuanto tiempo pasó cuando empecé a notar un hormigueo por todo el cuerpo. Sentí que algo cálido y húmedo ascendía por mis muslos, mientras una mano ágil me acariciaba en ombligo. Desperté y vi que tenía a los dos chicos tal y como yo les había dejado, cogido cada uno con uno de mis brazos. Justo entonces sentí un verdadero calambre, cuando aquella lengua cálida (que no podía ser otra que la de Mónica) rozó mi clítoris.
El cuerpo se me arqueó y clavé las uñas de ambas manos sobre las espaldas de ellos. Este gesto los hizo salir de la somnolencia en la que estaban. Se incorporaron un poco y, viendo lo que estaba pasando y excitados por mis gemidos, aplicaron sus lenguas sobre mis dos pezones. La sensación fue increíble: tres lenguas voraces devoraban los lugares más eróticos de mi cuerpo. Liberé los bazos y alargué las manos hasta la entrepierna de los dos chicos, hasta llegar a manosear dos pares de cojones. Las pollas de ellos se pusieron duras de nuevo. Cogí una con cada mano y les propiné un lento meneo. Las lenguas no paraban de juguetear con mis puntos erógenos, provocándome una sensación de lo más placentera. Especialmente la lengua de Mónica se mostraba efectiva, lamiendo las paredes del coño y relamiendo con golosa lujuria el clítoris.

Al poco noté que Oscar dejaba de chupar mi pezón izquierdo. Se levantó y fue a colocarse detrás de Mónica. El grito apagado de ella indicó que se la había metido. La chica jadeó y yo sentí su aliento caliente en el coño, ya que no dejó de chupármelo. Después Luís acercó su polla a mi boca, con la inequívoca intención de que se la chupara. Lo hice sin demora, saboreando sus fluidos que ya empezaban a abrirse paso por la punta de su capullo. Aquello era maravilloso: mi boca saboreaba la polla de Luis, mientras la boca de Mónica me comía el coño y Oscar la penetraba desde atrás sin parar. Como la polla de Luís era algo más larga que la de Oscar, pude aplicar mi boca sobre la mitad superior de la misma (sobre su capullo húmedo especialmente), al tiempo que mi mano izquierda meneaba la base y acariciaba sus cojoncillos.

En ese momento estaba excitadísima y solo quería ser follada por una buena polla. Empujé a Luis sobre la colchoneta y me puse sobre su pene erecto, que apuntaba hacia el techo. Clavé aquello en mi carne y gemí de gusto. Estaba casi en vertical y subía y bajaba sobre su miembro, con las manos apoyadas en su pecho. En esas estaba yo, cuando escuche a Mónica decir:

– Siii… ¡Ahh…! Ya me viene…

Y se corrió con chillidos de placer. Debió ser un orgasmo intenso, a juzgar por la intensidad de sus jadeos. Por mi parte yo estaba en la gloria, cabalgando sobre la polla de Luís y gimiendo al ritmo de las entradas y salidas. Aunque ya quedaban pocas cosas capaces de sorprenderme, reconozco que quedé un poco descolocada cuando la mano de Oscar se apoyó en mi nuca y me empujó ligeramente hacia delante. Seguidamente aplicó un dedo en mi ano, provocando en mí una deliciosa sensación.

– Sigue, sigue, sigue tocándome el ano. Ummmm, me gusta.

Metió un poco el dedo en mi ano, haciéndome gritar de gusto, para acto seguido notar su lengua muy mojada de saliva sobre ese punto. Empecé a comprender lo que se proponía, pero como la idea me apetecía muchísimo, no puse la más mínima objeción. Así las cosas, mientras me clavaba sobre la polla de Luís y mientras Mónica (recuperada ya tras su orgasmo) unía su lengua a la mía y la hacía vibrar, sentí el duro pene de Oscar en mi ano. La sensación fue indescriptible, algo dolorosa al principio, pero maravillosa en cuanto él entró del todo. La sensación de las dos pollas que me follaban se juntó dentro de mí y grité como una loca, sin dejar de chupar los labios y la lasciva lengua de mi amiga. Gemí y supliqué a mis dos campeones:

– ¡Más, más, quiero más! Ahhh, no paréis de follarme.

Evidentemente no pararon y el doble mete-saca de sus pollas en mi cuerpo, sumado a los pellizcos que Luís me daba en los pezones y a la lengua voraz de Mónica, hicieron que mis sensaciones se disparasen. El orgasmo fue realmente espectacular y el cuerpo se me estremeció. Me corrí entre gritos de placer y las piernas dejaron de sujetarme. Caí hacia un lado y las dos pollas, que tan bien me habían follado, salieron de mis agujeros. Pero aún estaban calientes e insatisfechas, por lo que Mónica decidió ocuparse de la de Oscar. Él se puso de pie y ella se arrodilló ante su polla, metiéndosela en la boca. Tumbada, tratando de recuperarme del placer intenso que había sentido segundos antes, pude ver como se la chupaba en toda la extensión. Entre tanto Luís se había arrodillado sobre mí y se hacía una paja. Ambas pollas estallaron casi a la vez. Los jadeos entrecortados de Oscar delataron que estaba a punto de correrse y así lo pude ver. Se corrió en la boca de Mónica, mientras decía:

– ¿Te gusta mi semen? ¿Te gusta mi lechecita?

– Claro que me gusta. ¡Me encanta! – contestó ella, con la boca llena del chorreante producto de su orgasmo.

Mónica lamía y chupaba su abundante corrida, mientras un grito de Luís me hizo comprender que se iba a correr sobre mí. Alce un poco la cabeza y entreabrí la boca para recibir su caliente regalo. Su capullo se hinchó un poco más:

– Ya, ya, yaaaa. ¡Me corro, me corro!

Soltó un buen chorretón blanco y caliente sobre mi cara y mi boca, que yo saboreé con satisfacción. Seguía corriéndose cuando introdujo su polla palpitante en mi boca y yo tragué aquel semen, de sabor algo más amarguzco que el de Oscar, pero afrodisíaco y delicioso al fin y al cabo. Cuando acabó de correrse se apartó de mi boca, lo que aprovechó Mónica para lanzarse sobre mi cara. Ella tenía bien visibles los restos de la corrida de Oscar en sus labios y boca y en mi cara y labios también quedaba buena parte de la de Luís. Nos dimos un morreo increíble, mezclando con nuestras lenguas el esperma de los dos chicos, los cuales estaban sentados y miraban muy satisfechos. Nuestras lenguas se afanaron por llevarse la mayor cantidad posible del delicioso semen. Relamí con lujuria aquellos labios carnosos, consiguiendo mi recompensa en forma de leche aún calentita. La mezcla de ambos fluidos tenía un sabor especial, intenso, delicioso.

Abracé a Mónica y ella hizo lo propio. Su deseable cuerpo conservaba el calor de la excitación. Nuestros ojos coincidieron, sonreímos y así tumbadas, nos sumimos en la más absoluta relajación, olvidándonos, por un momento, de los dos chicos que estaban allí.

Cuarta Banda

Por la respiración, lenta y pausada de Mónica, supe que se había quedado dormida. El pelo rizado caía en pequeños bucles sobre su cara, carita que me pareció angelical en ese momento. Estaba tumbada de lado, aún abrazada a ella, cuando noté por mi cuerpo una mano que se movía suavemente, acariciando mis piernas. Solté con suavidad a Mónica, procurando no despertarla, y me di la vuelta. Allí estaba Oscar, acariciando mi cuerpo, pero sin intenciones sexuales, ya que su pene estaba totalmente en reposo. Me hizo gracia ver aquella polla tan pequeñita. Más abajo observé sus cojones algo enrojecidos, sin duda debido al “trabajo” que habían realizado. Sonreí, bese ligeramente sus labios y le hice gestos para que nos apartásemos de Mónica, que seguía durmiendo. Un minuto después Luís se reunió con nosotros, en un extremo de aquella gran colchoneta. Acercó nuestros vasos y, tras brindar en silencio (supongo que brindábamos por el placer), bebimos.

Después de varios tragos y, como por arte de magia, los tres miramos a Mónica. Su cuerpo menudo estaba tumbado boca arriba y continuaba respirando con lentitud. Los tres estábamos contemplando aquel cuerpo fascinante. Sus pechos se movían suavemente con su respiración. Sus pezones, rosados y no muy grandes, estaban totalmente relajados. Sus labios carnosos se hallaban ligeramente abiertos. El abundante pelo que cubría su coño parecía perfectamente peinado, como si ella no hubiese hecho nada aquella tarde. Sus nalgas se clavaban ligeramente contra la colchoneta, mientras que su piel, algo más morena que la mía, brillaba bajo la luz de los fluorescentes.

– ¿Qué os parece mi amiga? – pregunté en tono burlón a los dos chicos.

– Una verdadera preciosidad – respondió Oscar -. Además pensé que era una chica muy recatada, pero ahora ya veo que estaba equivocado.

Hablábamos en un tono muy bajo, para que ella no despertase, porque lo cierto es que nos encantaba observarla. Desnuda y dormida parecía un ángel, un verdadero ángel del placer. Vimos que movía el brazo derecho y se llevó el pulgar a la boca, chupándolo mientras dormía. En ese momento parecía una niña con chupete y observé que los tres empezábamos a excitarnos de nuevo. Yo notaba calorcito y humedad en mi insaciable coño. Respecto a los chicos vi que sus pollas empezaban a crecer poco a poco, hasta que volvieron a estar de nuevo duras y erectas. Cogí una con cada mano y las meneé con suavidad, deleitándome en la suavidad de sus pieles y en la dureza de aquellos órganos. Oscar y Luís se lanzaron sobre mí, agarrándome las tetas, y deslizando sus lenguas sobre mi cuerpo. Me costó algo contener sus envites, pero pararon cuando les dije:

– No la despertéis. Se me ha ocurrido que después podemos darla un dulce despertar entre los tres.

– De acuerdo – contestó Oscar -, pero primero vamos a entrar un poco en calor contigo, preciosa.

Acepté entre la resignación y la excitación. Bajamos de la colchoneta al suelo y allí sentí un auténtico aluvión de caricias, mordiscos y lametones. Gemí en silencio, ya que estaba decidida a no despertar a Mónica. Les mandé sentarse en el suelo y arrodillada ante ellos fui chupando sus pollas alternativamente, mientras sujetaba una con cada mano. La de Oscar, que se hallaba en mi mano derecha, destacaba por su enorme capullo y por su anchura. La chupé con fuerza, apretando la punta con mis labios, mientras él respiraba hondo, pero sin emitir ningún ruido. Con la mano izquierda meneaba la polla de Luís, cogiéndola casi donde empezaban sus cojones. La mamada que le estaba dando a Oscar hizo que él suspirase varias veces y me regaló una de aquellas gotitas de semen que tanto me gustaban. Cambié a la otra polla (era un lujo poder elegir) y pasé la lengua por su capullo. El capullo de Luís era más pequeño que el de Oscar, pero igual de apetecible. Introduje la punta de la lengua por el agujerito de su punta y noté que su cuerpo temblaba. Con la mano derecha seguía meneando la polla de Oscar. Era fantástico poder proporcionar placer a dos chicos a la vez.

Cuando cambié, para volver de nuevo a chupar el miembro de Oscar, vi que Luis se levantaba, hasta llegar a colocarse detrás de mí. Seguí chupando mientras notaba que sus manos separaban mis rodillas. Reconozco que tuve que dejar de chupar cuando la polla de Luis me penetró en un solo movimiento. Me puse recta y alcé la cabeza, quedando la polla de Oscar fuera del alcance de mi boca. Cada envite de Luís era delicioso: clavaba su polla hasta el fondo de mi coño y la sacaba lentamente, provocándome unos roces increíbles. Oscar, ávido de placer, se colocó de pie delante de mí y me ofreció su pene, oferta que, evidentemente, acepté de buen grado. Mi respiración se aceleró cuando me llevé a la boca su polla caliente. Acompasé mis movimientos a los envites del que me la metía por detrás: cuando su polla llegaba hasta el fondo de mi sexo caliente, adelantaba la cabeza introduciéndome hasta casi la garganta el miembro de Oscar. Era fascinante la sensación que me proporcionaban aquellas dos pollas erectas, entrando en los recovecos internos de mi cuerpo cachondo.
Decidieron cambiar los papeles. Oscar me hizo tumbar sobre el plinto, con tan buena suerte para mí que el coño quedó exactamente a la altura de su pene. Así de pie me la metió sin tregua, mientras yo tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no gemir ni gritar. Giré el cuello hacia la derecha y pude ver el precioso cuerpo de Mónica, que seguía yaciendo dormida en el medio de la colchoneta grande. Cuando volví la cabeza a la izquierda encontré la polla de Luís y de inmediato la introduje en la boca. Oscar me follaba de maravilla. Sus movimientos eran precisos y pausados, tanto al meterla como al sacarla. Su dedo pulgar, además, hacía verdaderas maravillas sobre mi clítoris. Luís, por su parte, metía y sacaba su polla de mi boca, mientras yo lamía alguna gota que manaba de su punta. Por si esto fuera poco me llevé las manos a las tetas y empecé a pellizcarme los pezones. Noté un terremoto en mi interior, atraje a Oscar con las piernas para que me la clavara del todo, metí la polla de Luís totalmente en mi boca y me pellizqué los pezones con fuerza. El orgasmo sacudió mi cuerpo, y aunque yo ni grité ni gemí, ellos se dieron perfecta cuenta de lo que me pasaba. Disfruté unos instantes de aquel éxtasis de placer y después dejé caer mis brazos inertes a ambos lados del plinto.
Los chicos besaron con cuidado mis labios y mis mejillas y, en voz muy baja, Luís dijo:

– ¿Ha disfrutado nuestra zorrita?

– Por supuesto que he disfrutado. Ha sido increíble – contesté con un hilo de voz.

– ¿Qué te parece si ahora nos ocupamos de tu amiga? – añadió Oscar.

– Quiero que la folléis y que hagáis que esa preciosa putilla grite de placer – respondí.

– Por supuesto que gritará. Se la vamos meter hasta que se muera de gusto – dijo Luis en voz baja, dando por terminada aquella conversación.

Tumbada en el plinto (se estaba así bastante cómoda, por cierto) pude ver como ambos se acercaban sigilosamente hasta donde Mónica yacía dormida. Sus pollas seguían estando tiesas y resultaba evidente con quien se iban a desfogar. Con mucho cuidado se tumbaron uno a cada lado del cuerpo desnudo de mi amiga. Embriagada de placer me senté a orcajadas en el plinto, a fin de tener una perfecta visión de todo lo que allí iba a suceder. Alguno de los chicos había dejado allí una cajetilla de Lucky, por lo que encendí un cigarro, aspiré profundamente el humo y me dispuse a disfrutar del espectáculo que se avecinaba, pensando en el placentero despertar que ella iba a tener en unos instantes.

Los chicos empezaron acariciando sus brazos, piernas y estómago. Ella seguía dormida, pero se estiró y emitió una especie de gemido. Ellos siguieron con su labor y las caricias se extendieron ahora a sus tetas y al vello púbico. Cogí un vaso que había cerca (no se si era el mío, pero eso no importaba), bebí y, tras sentir el calor del alcohol en mi cuerpo, me acomodé. Mónica, que no sospechaba lo que se la venía encima, abrió ligeramente los ojos cuando notó las puntas de dos lenguas vibrar en sus pezones. Aún medio dormida solo pudo emitir un sonido: Ahhhhhh. Ellos chuparon sus pezones con más fuerza y ella preguntó:

– ¿Qué es esto? ¿Dónde está Menchi? – dijo mientras el sueño empezaba a desaparecer de su cara.

– Esto es que te vamos a follar viva, putita – respondió Luís, agarrando con su mano el coño de ella.

– No te preocupes por tu amiga – añadió Oscar -, que nos la acabamos de follar hace un momento y, por lo visto, ha quedado la mar de satisfecha.

En ese momento intervine yo y dije desde lo alto del plinto:

– Relájate y disfruta preciosa. Ya verás lo bien que te lo vas a pasar con esas dos pollas para ti sola.

– Ummm…. Sí, voy a disfrutar, quiero que me deis placer – dijo Mónica, que ya empezaba a notar los efectos del sobe que la estaban administrando nuestros dos amigos.

Arqueó el cuerpo y agarró la polla de Oscar, mientras Luís comía vorazmente su atractivo conejo. Ella giraba su cuerpo hacia los lados, rotando un poco sus caderas, mientras una lengua hábil y rápida recorría sus partes íntimas. Meneaba con avidez la polla del otro y recibía con deleite sus pellizquitos en los pezones. Mónica estaba fuera de sí. Se incorporó sobre un codo y con la otra mano acercó a su boca la polla de Oscar, empezando a mamársela. Por lo visto ella quería que la follasen, por lo que no tuvo reparo en decir:

– ¡Folladme! ¡Quiero que me jodais como a una perra! Soy muy putita, sabéis.

Resultaba precioso poder ver aquel espectáculo desde mi tribuna privilegiada. Mónica, de aspecto recatado habitualmente, estaba tan cachonda que parecía fuera de sí. Se sentó sobre el miembro erecto de Oscar, ofreciendo sus nalgas a Luís, el cual no perdió el tiempo. Mojó con saliva el dedo índice, lo aplicó en el ano de ella y se preparó para penetrarla. Mónica se clavó sobre la polla de Oscar y en ese momento sintió el pene de Luis que forzaba su ojete.

– ¡Ay, que daño! – gritó -. Pero no pares, por favor, sigue enculándome.

– Por supuesto que te voy a encular, zorra – dijo Luís, azotando una de sus nalgas.

– ¿Te gusta como te follamos? ¿Te gusta? – preguntó Oscar, debajo de ella.

– Sí me gusta, ¡ay, que placer! – fue la respuesta de ella -. Seguid, por favor, no paréis.

Ellos siguieron metiendo y sacando. Pude ver que Luís, tras varios mete-saca de tanteo, había logrado introducir en su ano la totalidad de su miembro, por lo que sus hinchados cojones rozaban las nalgas de ella. Entre tanto Oscar subía y bajaba sus caderas, metiendo su polla hasta el fondo del coño de la chica. La besó en la boca y pellizcó sus pezones tiesos. Mónica ya no podía hablar. De su boca abierta ya no salían más que unos sonidos ininteligibles. Sus ojos estaban en blanco y las aletas de su nariz se dilataban al respirar. Chilló cuando la polla de Luis penetró de nuevo hasta el fondo de su culo. Al cabo de un minuto no tardo en reconocer su “derrota” y expresó su orgasmo a gritos. Acto seguido se derrumbó por completo y cayó como muerta sobre la colchoneta. Los chicos quedaron algo extrañados por esa reacción, pero se tranquilizaron cuando vieron sus ojos abiertos y su boca sonriente:

– Ha sido impresionante. Nunca pensé que se pudiera sentir tanto placer – confesó ella.

Pero nuestros amigos aún no habían terminado, y eso no me parecía justo, más aún cuando la tremenda follada y el orgasmo de Mónica me habían vuelto a excitar. Hice señas a Oscar para que se acercase al borde del plinto en el que yo estaba sentada. Me ayudó a bajar de aquel placentero instrumento y puso sus manos sobre mis hombros, incitándome a que me agachase. Así lo hice. Me puse de rodillas y empecé a chupar su polla, que aún seguía sin correrse. Al mismo tiempo Mónica se incorporó, se inclinó sobre el cuerpo de Luís, cuya polla apuntaba hacia el techo, y comenzó a chupársela con fuerza. Yo por mi parte tampoco perdí el tiempo y, con su capullo en mi boca, le cascaba una paja con la mano, acariciando de vez en cuando sus cojones.

Cuando los chicos estaban ya próximos a correrse, nos tumbaron juntas en la colchoneta, se arrodillaron cada uno al lado de nuestra cara y siguieron meneando sus pollas, mientras mi amiga y yo esperábamos con los ojos medio cerrados, la boca abierta y la lengua ligeramente sacada. No tuvimos que esperar demasiado y sus gemidos, cada vez más acelerados indicaban la cercanía de sus orgasmos.

– Ah, ah, ah, ya ¡me voy a correr! – dijo Oscar en ese preciso momento.

Se corrieron casi al mismo tiempo, apuntando hacia nuestro labios abiertos. Sentí el calor de su semen, abundante y pringoso, en ellos. Supongo que Mónica debió notar algo parecido, porque exclamó:

– Ummmm, que semen tan delicioso. ¡Qué rico está! Me gusta sentirlo en mi boca.

Pude oír claramente el ruido de su boca saboreando la corrida de Luís. Entonces Oscar, que también se estaba corriendo, dijo:

– Toma mi lechecita. A que te gusta ¿eh?, putita.

– Sí, sí. Me gusta mucho – respondí, tratando de no atragantarme -, me excita. ¡Qué rico está tu semen!.

Saboreé aquel manjar por toda mi boca y lo tragué con deleite. Mónica y yo nos dimos un verdadero festín de semen calentito. Chupamos hasta que sus miembros dejaron de gotear. Mi amiga tenía los labios cubiertos del semen de Luís y alguna gota resbalaba por su barbilla. Mientras nos relamíamos de gusto nuestros ojos se encontraron y las dos sonreímos. Estuvimos un rato así tumbadas, medio abrazadas, mirándonos y lamiendo alguna gota de semen que aún quedaba en nuestros labios.

Carambola Final

Nos duchamos los cuatro, pero por separado: nosotras en el vestuario de mujeres y ellos en el de hombres. Durante la ducha (Mónica y yo nos duchamos juntas, enjabonándonos una a otra) comentamos un poco la jugada. Dijo que nunca había follado así. Lo del repartidor de pizzas no fue más que una penetración rápida y apresurada, que duró hasta que el tío se corrió dentro del condón que llevaba puesto. No había experimentado demasiado placer, por lo visto. Por eso cuando me oyó contar como había follado con Rubén sintió algo de envidia, sobre todo cuando le enseñé aquella foto. Dije a Mónica, mientras secaba su cuerpo con una toalla, que no se preocupara: que unas veces el sexo sale mejor que otras. Sin embargo ella estaba algo preocupada, ya que sospechaba que después de aquello se había convertido en una esclava del sexo.

– Eso no es malo -dije mientras ella secaba mis piernas -. Si te sirve de consuelo yo ya lo soy. Desde que follé con Rubén solo pienso en una buena polla que llevarme a la boca, que me penetre y que se corra sobre mí. Pero eso no hace mal a nadie, más bien todo lo contrario: da placer a otra persona.

– Tienes razón – replicó ella -. A fin de cuentas por ahí no hay más que buenas pollas esperando recibir nuestros coños. Y esperando que nuestras bocas chupen su semen calentito. En realidad me quedo con las ganas de tener una foto como esa tuya con el tal Rubén.

Acabamos de secarnos, nos vestimos y, cuando salimos, los dos chicos ya nos estaban esperando. Tomamos un último cubata, salimos a la calle y nos despedimos con un beso. Mi amiga y yo nos encaminamos directamente a la residencia. Ella preguntó si volveríamos a quedar pronto con ellos para tener otra fiesta similar. Conteste que no había que precipitarse. Hoy había estado muy bien, pero si deseábamos sexo variado (y pollas variadas) no convenía engancharse mucho a los mismos tíos. De todos modos sería cuestión de ver como evolucionaban las cosas. El tiempo indicaría el camino a seguir.

Me sorprendió que no volvimos a verlos durante la semana siguiente, ni a Luís asomado a su terraza. El viernes, a eso de las nueve de la noche (justo antes de la cena), un mensajero de Seur trajo un paquete para nosotras. En mi habitación lo abrimos y su contenido eran dos cintas de vídeo VHS. En las carátulas aparecía escrita la siguiente frase: “Con cariño. Oscar y Luis”. La duda se apoderó de nosotras. ¿Qué habría gravado en las dichosas cintas? Yo pensé que serían películas porno y que los chicos nos las enviaban para que aprendiésemos cosas y mejorásemos nuestras técnicas sexuales. Mónica, por su parte, estaba casi segura de que era un vídeo de la casa que los padres de Luís tenían en el campo. Seguro que nos querían invitar a pasar un fin de semana en ella y esto era “la tarjeta de presentación”. El caso es que la duda no nos dejaba parar quietas, por lo que decidimos no salir aquella noche y esperar a que las monjas y nuestras compañeras estuvieran dormidas, para poder visionar aquellas enigmáticas cintas. De ordinario a las doce todo el mundo estaba ya en la cama, pero para mayor seguridad Mónica y yo esperamos despiertas en mi habitación (mi compañera de cuarto, que no se parecía nada a Mónica, se había marchado esa tarde a pasar el fin de semana con sus padres) hasta la una. A esa hora bajamos sigilosamente hasta la sala de la tele. Metimos una de las cintas en el vídeo, bajamos el volumen para que nadie pudiera oírnos y, muy nerviosas, procedimos a ver su contenido.

Se me heló la sangre cuando vi la primera escena: era un plano de aquel viejo gimnasio. No había gente, pero podía verse con claridad el sofá y los sillones, la mesa llena de bebidas, la colchoneta grande y el plinto. En la segunda escena se veía lo mismo, pero desde otro ángulo más cercano y contrario. Estaba claro que entre las dos cámaras habrían filmado con todo lujo de detalles lo que allí pasó aquella tarde. Mónica parecía no entenderlo del todo, a juzgar por la cara que tenía. Para aclarar sus dudas y para ponerla en antecedentes de lo que iba a ver, dije:

– Querías una foto haciendo el amor con ellos, pero esto va a ser mucho mejor: prepárate a ver una auténtica película porno de la orgía del viernes pasado.

Ella miró con cara incrédula, pero a los pocos segundos vimos como cuatro personas (dos chicos y dos chicas) entraban en aquel gimnasio y empezaban a bailar y a beber. Vimos la cinta entera, en la que no faltó nada (aunque habían cortado los ratos en los que no pasaba nada, cuando estábamos dormidos o descansando). Incluso noté que habían hecho retoques por ordenador, usando el zoom, ya que aparecían primeros planos muy nítidos. Sabía un poco de esto, ya que mi hermano mayor estudiaba informática y le había visto retocar y mejorar fotos y películas. De este modo pude ver un primer plano de como los dos chicos me follaban (uno por el culo y otro por el coño). Así mismo vimos otro magnífico primer plano de la cara de Mónica, con la polla de Oscar corriéndose en su boca. El sonido también había sido tratado por ordenador, ya que podía oírse con buena calidad lo que ellos decían:

– ¿Te gusta mi semen? ¿Te gusta mi lechecita?

– Claro que me gusta. ¡Me encanta!

Mónica no salía de su asombro. Observó con curiosidad aquella escena en la que los chicos me follaban en el plinto, ya que había estado dormida durante ella. Al final se recreó con la última corrida de ellos en nuestras caras y se sorprendió de la expresión de placer que mostraba su cara al recibir aquel torrente de esperma en la boca. Al final de la película se nos veía a los cuatro saliendo de allí. Pensé que ya se había acabado, cuando vimos la escena que habían añadido: habían bajado de la pared una de las cámaras y la colocaron sobre algo (tal vez una mesa o una silla). Se les veía a los dos de pie frente a la cámara, con los pantalones bajados y haciéndose una paja. Los dos hablaron al mismo tiempo:

– Esta película es un regalo para dos chicas que nos hicieron disfrutar mucho. Un beso de vuestro amigos Oscar y Luis. Ahí va nuestra firma.

Y dicho esto se corrieron los dos sobre el objetivo de la cámara. En nuestra pantalla de televisión se veían gotas de semen blanco que resbalaban. La doble corrida llegó a cubrir por completo el objetivo de la cámara y en ese momento apareció la palabra FIN. Mónica preguntó aterrada:

– Dios mío, ¿qué vamos a hacer ahora?

– Nada… mejor dicho, vamos a hacer dos cosas. La primera hacer una copia de esta cinta, no vaya a ser que un vídeo la pueda estropear. La segunda cosa que vamos a hacer es subir a la habitación, masturbarnos pensando en la película y quedarnos dormidas. ¿De acuerdo?

– De acuerdo – respondió ella sonriendo.

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