Experiencias de una mujer madura (II)
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La puerta del apartamento del viejo edificio sonó tres veces para sorpresa de Maruja. Ella apenas salía de la ducha y estaba semidesnuda y con las tetas al aire. Ella no esperaba a nadie aquella noche. Pensaba irse a la cama temprano. Su hijo estaba en su cuarto durmiendo y la cocinera se había retirado a su recamara. Nadie más escucho la puerta sino ella. Rápidamente se seco la humedad del cuerpo, se puso un vestido delgado, un calzón amarillo que llevaba el dibujo de una flor a la altura de el monte de venus. Maruja se apresuro a abrir. En la puerta estaba Pancho Fernández totalmente ebrio.
– ¿Panchito que haces aquí? – pregunta Maruja sorprendida por la presencia del inesperado visitante.
– Es mi mujer, me tiene loco con sus celos – responde Pancho.
Maruja sabia que las relaciones entre Pancho y su esposa Lorena eran cada vez más insoportables. Cansada de las traiciones de Pancho Fernández, Lorena había encontrado en Maruja una gran amiga que escuchaba sus problemas y le aconsejaba sobre como mejorar su matrimonio. Hoy día había sido un día terrible por que Panchito decidió dejar a Lorena de una vez por todas.
Tambaleando por el efecto del licor, Panchito se abalanzó sobre Maruja fingiendo estar tan bebido que no podía mantenerse en pie.
– Cuidado Panchito – dijo Maruja abrazando al hombre.
Desde hacia muchos años atrás Maruja se había sentido atraída por Pancho. Sin embargo su religión y el miedo de hacer algo prohibido la habían inhibido siempre. Además, nunca habían tenido la oportunidad los dos de estar solos. Nunca hasta esta noche.
– ¿Y tu hijo? – dijo Panchito.
– Pues… se me olvidaba que mi hijo esta en su cuarto durmiendo – respondió Maruja.
Maruja pausa unos segundos y pregunta:
– ¿Donde esta Lorena?.
Panchito mira con ansia los labios carnosos de la señora Maruja y baja la mirada sobre los húmedos pechos que robustos se translucían por el delgado vestido.
– ¿Donde esta Lorena? – repite Maruja cruzando los brazos para cubrir sus pechos.
– La deje en casa. Desde hoy día me separo formalmente de esa mujer – dijo Panchito.
Nerviosamente, Maruja soltó los brazos y volteo su mirada hacia atrás para asegurarse que su hijo no estaba detrás de ella.
– No puedes separarte de ella, tu esposa te quiere y tienes que estar siempre con ella – dijo Maruja.
Tras unos segundos de silencio, Pancho volvió a mirar los pechos de la mujer, esta vez con descaro y sin ocultar su deseo. Nerviosamente, Maruja volvió a mirar hacia atrás para asegurarse que su hijo no estaba a los alrededores. Al ver que estaban tan solos y los corredores del edificio estaban sin luz, Pancho alzo sus brazos y rodeo a Maruja por la cintura. Maruja se dejo abrazar pero inmediatamente reacciono.
– Pancho, nos pueden ver… mi hijo esta en casa – dijo la señora preocupada.
Panchito entendió el mensaje de la mujer. Era la presencia de su hijo lo que le preocupaba a Marujita. Disimuladamente el excitado hombre la invito a salir afuera para tomar “un poco de aire fresco” Maruja acepto la invitación. Pero nerviosamente miro hacia atrás una vez mas para reasegurar que su hijo no estaba presente.
Las escaleras del edificio donde Maruja vivía estaban apagadas. Cuando llegaron allí, Pancho se abalanzó contra los pechos de Maruja. Olvidando a su amiga Lorena y a sus hijo, la inmoral mujer se dejo manosear por Pancho. La vagina de Maruja estaba deseosa de sentir fuego. Pancho continuo besándola en el cuello mientras Maruja excretaba jugos vaginales que mojaban su calzón amarillo. Pancho bajo por el cuello de la golfa hasta llegar a aquellas tetas que tanto había deseado. Un profundo mamón de pezones hizo que Marujita diera un grito ahogado de placer. No quería que los vecinos se enterasen lo que allí pasaba. Una mujer “decente” como ella tenia que guardar las apariencias de “señora”. Pero la señora no resistió más los avances de Pancho. Cuando el hombre bajo sus manos por debajo de su falda la mujer abrió las piernas para dejarle el camino libre. Panchito se sorprendió al palpar la vagina de Maruja a través de aquel calzón amarillo de algodón.
– ¿Te orinaste? – dijo Pancho sonriendo.
– No seas tonto – murmuro la mujer.
Y muy despacio murmuro a la oreja de pancho: “Continua”…
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