Una atracción enfermiza por las mujeres

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Os voy a contar, como he conseguido compatibilizar mi mayor perversión con mi negocio de hostelería.

Desde adolescente siempre he sentido una atracción enfermiza por las mujeres, deseándolas y fantaseando con poder poseerlas de todas las formas imaginables, aunque por desgracia para mí, nunca goce de gran popularidad entre las féminas.

Por desgracia, no pude hasta hace un par de años, ya cumplidos los 40 follar todo lo que me hubiese gustado poder follarme durante mis primeros años de juventud.

Hace tres años, herede el negocio familiar de un viejo hotel en la sierra, en un paraje con mucho encanto, y de gran atractivo para el turismo, y sirviéndome de un crédito, realicé unas reformas para actualizarlo y de paso permitirme acceder a todo aquello que durante tantos años me había estado vetado, esto es, los coños, culos y tetas de todas las mujeres que pasarán por mi hotel.

Sacrifiqué bastantes metros cuadrados de cada planta en hacerme un pasillo interior por el que poder acceder a las partes traseras de cada una de las habitaciones, e instalé yo mismo ingeniosos mecanismos de vigilancia, así como trampillas ocultas para poder acceder a dichas habitaciones.

El primer año me limité a grabar, espiar y disfrutar de los cuerpos de cientos de mujeres que pasaron por las habitaciones de mi hotel, unas jóvenes, otras más maduritas, casadas, solteras bolleras…

Pero hace dos años, y favorecido por el buen ritmo y los ingresos que el hotel me está generando, y abusando de la confianza de mi primo, ortodoncista profesional desde hace muchos años, hice una nueva inversión en un sistema de canalización de gases medicinales, que utilizo a voluntad, para dormir y sedar a los ocupantes de cada una de las habitaciones que me plazca.

Suelo esperar a que la pareja haga el amor, lo cual me sirve como estímulo, antes de activar el sistema y dejarlos profundamente dormidos, para que si me propaso demasiado follándome a la mujer, esta no sienta extraño su cuerpo al despertar al día siguiente, y atribuya las sensaciones al coito con su pareja.

Disfruté especialmente, de una pareja madrileña, de unos 35 años que se hospedaron durante tres días en la Sierra. Eran bastante prepotentes, estirados, y el tipo cada vez que pasaba por recepción me miraba desafiante como diciéndome “no te atrevas a mirar a este pivón , está conmigo”.

La mujer, una rubia de 1 m 80 con unas tetas generosas una cintura diminuta y unas caderas y unas nalgas bien puestas, me miraba como con aires de superioridad, y eso hizo que mi deseo y mi perversión se volvieran más intensos, mezquinos e incluso oscuros. Pensaba devolverle con creces toda aquella prepotencia y caray si lo hice.

El tipo, apenas se limitaba a tirársela en la postura del misionero, pero lo que hice con el cuerpo de aquella pedazo de mujer, ¡uf amigos!, ni siquiera en vuestras más cachondas imaginaciones podéis llegar a acercaos a las maneras en las que me follé aquel cuerpazo que a la fuerza tenía que estar dolorido e irritado al día siguiente.

La primera noche, mi excitación y la impaciencia, me hicieron correrme demasiado pronto y apenas pude follar un poco ese delicioso coñito rasurado, mientras chupeteaba sus duros pezones. La segunda noche, acudí más preparado, y tras aplicarles a ambos un relajante muscular que me diera mucho más tiempo de actuación, la arrastré hasta el diIván lejos de la cama, y me dispuse a untar su culito con vaselina, para a continuación taladrárselo sin piedad una y otra vez. Cuando me follado bien ese culo de puta, se lo limpié para retirar el exceso de vaselina, y con la misma lubriqué mi mano para continuación hacerle un fisting bestial en su coñito.

Al día siguiente la rubia tenía un poco de ojeras y mala cara, y andaba un poco despatarrada, jajaja!

La última noche, repetí la experiencia, pero en esta ocasión me lleve el trípode y una videocámara para inmortalizar tan gloriosas folladas y a modo despedida, me permití el placer de correrme en su cara.

A raiz de esto, hace un año, he descubierto que aunque se sienten un poco desconcertadas, no dicen ni pío, y he comenzado a no perdonar ni un solo culo, y me consta que en la mayoría de ellos, jamás una polla había entrado hasta que entró la mía.

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