Mi mujer, mi puta, y el sueño sucio de la doble penetración
Ella me lo pidió con una sonrisa sucia: quería sentir dos vergas a la vez, que la usaran, que la llenaran como nunca. Y yo, su marido, el más feliz de ver a mi puta consentida cumpliendo cada fantasía, no solo la llevé a hacerlo realidad… la llevé hasta el límite del placer, del morbo, del amor sucio que solo nosotros entendemos.
Tres encuentros, un motel, una playa de noche, el carro como cama, y su culo abierto, su coño mojado, su cuerpo temblando entre mis brazos mientras yo me corría dentro de ella con la certeza de que el amor verdadero también se folla, también gime, también se vuelve adicción.
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Mi esposa me lo soltó con esa voz sucia que me hace temblar. “Quiero sentir dos vergas a la vez”, me dijo, mirándome fijo, como retándome a negárselo. “Quiero que me partan el culo y me llenen la pepita al mismo tiempo… quiero que me uses como tu perra”.
No supe si reír de puro morbo o correrme con solo escucharla. Mi puta mujer estaba más caliente que nunca, y sabía perfectamente que yo le consentía todo. Esa noche hablamos largo, planificando cada detalle como si armáramos un crimen delicioso.
Me pidió dos encuentros antes del trío, para “ir agarrando confianza” —así, con esa sonrisa traviesa que me derrite—. Quería que el primero fuera en un restaurante o en la playa, el segundo en un motel, en un carro, en alguna plaza oscura, donde el peligro nos hiciera latir más rápido.
“En el primer encuentro voy a ir con licra y sudadera”, me dijo, “nada debajo, para que me toque el aire en el coño mientras te hablo sucio”. Y mientras lo decía, se mordía el labio como si ya estuviera sintiendo dedos ajenos entre las piernas.
“El segundo encuentro… minifalda, camisa corta, sin brasier, sin calzones. Voy a ir con el culo suelto, mojada, lista para que ese macho que escojamos me huela, me toque, me lleve al límite antes de la doble penetración”.
Yo la escuchaba, con la verga dura como nunca, imaginando su culo abierto, su pepita palpitando, los dos hombres dándosela al mismo tiempo mientras yo la miraba con la paja más sucia de mi vida.
Ella gemía bajito mientras hablaba, como si solo imaginarlo la estuviera calentando por dentro. “Quiero que me la metan sin compasión, que me abran entera, que me hagan gritar tu nombre mientras me revientan entre los dos”.
Yo solo pude asentir, con el corazón latiendo como tambor, sabiendo que esa mujer, mi esposa, mi puta deliciosa, me estaba llevando directo al paraíso del morbo más intenso.
No sé cuándo pasará, pero ya no hay vuelta atrás. Cada vez que la miro, me imagino ese momento: dos machos llenándola, yo mirándola en trance, sabiendo que lo que vivimos juntos no es pecado, es placer hecho realidad.
Esa noche llegó el día. Todo lo que habíamos hablado, todo lo que ella había imaginado con esa mente perversa y deliciosa, se volvió carne. La vi entrar al motel con esa minifalda que apenas tapaba ese culo perfecto, sin calzones, con las piernas temblando de la excitación. Yo ya estaba ahí, con el otro macho esperando, con una verga que parecía un caño, lista para reventarla.
Ella entró sonriendo, nerviosa, caliente, mojada. Me miró y me dijo bajito, con esa voz que me derrite:
—Hoy soy tu puta, tu perra, tu mujer caliente… y quiero que me llenen los dos.
El otro no dijo nada, solo se acercó, le agarró el culo, le metió un dedo en la pepita mojada mientras yo le besaba el cuello. Ella gemía bajito, con esa respiración de hembra en celo. Me miraba con deseo, con esa mirada que solo le da una esposa a un marido que le cumple todas las fantasías.
La acostamos boca abajo, la minifalda ya en el piso, la camisa abierta, las tetas al aire, los pezones duros como nunca. Yo la tomé de la mano mientras el otro le abría el culo con la lengua, la dejaba lista, mojada, dilatada. Ella pedía más, rogaba por más.
Y ahí fue: el macho se la metió por el coño, despacio primero, profundo después, mientras yo le abría el culo, sintiendo cómo su cuerpo entero temblaba entre gemidos y risas sucias.
—Así, mi amor, así, háganme suya —decía, como una puta feliz, como mi esposa perfecta, entregada.
El sonido era sucio, húmedo, delicioso. Cada embestida sacaba de ella un grito, cada choque de piel contra piel nos volvía más salvajes. La vi correrse dos, tres veces, convulsionando, mojando las sábanas, llorando de placer.
Yo también estaba en trance. No había celos, no había dudas, solo morbo, solo amor mezclado con el sexo más intenso que jamás imaginamos. La sentía mía, aunque la compartiera. Más mía que nunca, porque todo era por confianza, por deseo compartido, por ese pacto sucio y perfecto que nos unía más que cualquier promesa.
Cuando terminamos, nos quedamos los tres jadeando, sudados, sonriendo como si hubiéramos cometido el mejor de los pecados. El otro se fue, sin decir nada, solo con una sonrisa cómplice.
Ella se acurrucó a mi lado, me besó, y con una voz dulce, aún jadeante, me susurró:
—Eres el mejor marido del mundo… gracias por dejarme ser tu puta, por dejarme vivir esto contigo.
Yo la abracé, con el corazón a mil, la verga aún palpitando, y solo pude responderle:
—Mi amor… no sabes lo feliz que me haces. No hay nada que me caliente más que verte así, libre, mía, nuestra.
Nos besamos, nos tocamos de nuevo, no queríamos que se acabara. El sexo volvió a empezar, solo los dos, como cierre, como ritual, como confirmación de que lo que teníamos no solo era placer, era amor sucio, real, de ese que hace que cada orgasmo sea más profundo porque viene cargado de confianza y morbo puro.
Ahí entendí algo que nunca voy a olvidar: no hay mayor felicidad que ver a la mujer que amas, convertida en tu puta perfecta, siendo feliz, caliente, salvaje… y a tu lado.
Pasaron unos días, y el fuego no bajaba. Al contrario, cada vez que me la cogía, cada vez que la veía desnuda, se me venía a la cabeza esa imagen suya con dos vergas adentro, gimiendo como una loca. Ella también lo sentía, lo notaba, y un día, mientras íbamos en el carro, me tomó la mano, me la puso entre las piernas y susurró:
—Hoy quiero que me uses donde sea… que terminemos nuestra historia como empezamos: con puro morbo.
No hablamos más. Manejé directo hacia una playa escondida, lejos de todo, de noche, con la luna apenas alumbrando el agua. Nos bajamos del carro, el aire húmedo, caliente, como si el lugar supiera lo que íbamos a hacer. Ella se subió la falda, sin ropa interior, y me miró con esos ojos de hembra desatada.
—Cógeme aquí, mi amor —me dijo—, que me huela el mar, que me vean las estrellas mientras me haces tuya otra vez.
Me senté en el borde del carro, ella se subió encima, y empezó a cabalgármela con esa intensidad que solo tiene cuando está fuera de control. El sonido de su coño mojado chocando contra mi verga se mezclaba con el ruido del mar. Me mordía los labios, me jalaba el pelo, me decía entre jadeos:
—Hazme tu puta, dame todo, que se acabe esta noche con tu leche dentro de mí.
La tumbé sobre el capó, le abrí las piernas, la penetré con fuerza, sin miedo, con rabia caliente, con amor sucio, con todo lo que sentía. Ella gemía cada vez más alto, el eco se perdía en la brisa salada, su cuerpo temblaba, se arqueaba, me arañaba la espalda.
—Más, más, dame todo —gritaba, mientras yo la llenaba una y otra vez, sintiendo cómo su cuerpo se rendía al placer, cómo se corría apretando mi verga como si no quisiera soltarla jamás.
Nos vinimos juntos, salvajes, felices, sucios, con el corazón explotando de morbo y amor. Nos quedamos tirados sobre el carro, el cuerpo pegajoso, sudado, riendo, besándonos como dos adolescentes que acaban de descubrir el sexo, como dos esposos que entendieron que su amor no tiene cadenas.
Ella me miró, aún respirando agitada, y me dijo con ternura y picardía mezcladas:
—Eres el único con el que podría ser así… libre, puta, feliz.
La abracé fuerte, sintiendo su pecho subir y bajar contra el mío, y le contesté:
—Y yo soy el más feliz del mundo por tenerte así, porque contigo el deseo no se acaba… solo empieza cada vez más sucio, más rico, más nuestro.
El mar seguía sonando, la luna iluminaba su piel desnuda, y entendí que no había final más perfecto que ese: nosotros, sucios, felices, juntos, follando con la pasión de la primera vez y el amor de toda una vida.
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