Conejita Traviesa – Capitulo 10: Nuestra boda
Las cogidas con Nicole se convirtieron en un torbellino de lujuria que consumía cada rincón de mi alma. Día tras día. Cada encuentro era más intenso que el anterior: la tomaba contra la pared, sus piernas alrededor de mi cintura, sus uñas clavándose en mi espalda mientras gritaba, “¡Soy tu puta, Pollito!”. Mi semen la llenaba, chorros calientes inundaban su vagina, su ano, su boca, mientras ella lamía cada gota, sus ojos llenos de una lujuria descarada que me mantenía al borde.
A pesar de esta obsesión con Nicole, Vanessa seguía siendo una llama que no se apagaba. Sus videollamadas sexuales llenaban mi pantalla con imágenes de su cuerpo glorioso. Cada sesión era una tortura exquisita, mi pene endureciéndose en mi mano con una mezcla de deseo y celos. Pero Vanessa, con su intuición afilada, comenzó a sospechar.
— ¿No tienes a otra, Pollito? —preguntaba, mientras sus ojos buscaban los míos a través de la cámara. Yo lo negaba todo el tiempo.
— Solo tú, conejita, —mentía.
La culpa me estaba matando, un peso que se hacía más pesado con cada embestida en el cuerpo de Nicole, cada chorro de semen que la marcaba como mía.
Una noche, después de una sesión particularmente intensa, con Nicole de rodillas, con sus nalgas abiertas, mi lengua lamiendo su ano mientras ella se masturbaba, le confesé mi tormento. Una vez acostados en su cama, las sábanas empapadas, su cuerpo desnudo lleno de sudor y nuestros fluidos, le conté cómo su mamá seguía en mi mente, cómo sus preguntas me desgarraban, cómo la mentira me consumía. Nicole, con una sonrisa lujuriosa, me miró dulcemente.
— Dile la verdad, Pollito, —susurró, — Dile que a quien te has cogido todo este tiempo es a su propia hija. Que tu semen ha estado dentro de mi ano, mi vagina, mi boca, una y otra vez. Que soy tu nueva puta.
Un viernes por la noche, el resplandor de mi laptop iluminaba mi habitación, por las bocinas se escuchaban fuertemente los gemidos de Vanessa. Acababa de presenciar cómo Steven, su compañero en Arizona llenaba su ano con chorros calientes de semen.
Steven se despidió con un gesto casual a través de la pantalla, dejándome a solas con Vanessa, su rostro estaba enrojecido, su cabello oscuro desordenado, sus labios hinchados curvándose en una sonrisa lujuriosa.
— Debo contarte algo, conejita, —mi voz temblaba con nerviosismo, mi corazón latía con fuerza.
— ¿Qué ocurre, Pollito? —preguntó, con tono curioso, mezcla de ternura y picardía.
— Te he estado ocultando algo y no sé cómo lo vayas a tomar, —admití, mi respiración se volvió entrecortada, la culpa apretaba mi pecho.
— Dime qué pasa, —insistió, frunciendo el ceño.
Tomé aire y lo solté, las palabras salieron como un torrente:
— He estado cogiendo con alguien más desde hace poco más de un año, conejita.
Esperaba enojo, lágrimas, pero en cambio, Vanessa sonrió, sus labios hicieron una mueca perversa que me heló la sangre.
— Eso está súper bien, Pollito, —dijo, cargada de una lujuria que me desarmó. — Es justo, porque yo lo he estado haciendo también, y tú has sido testigo. Pero… ¿entonces ya no soy tu única putita?
Me relajé, una risa nerviosa escapó de mi garganta.
— Creo que no, conejita. Ahora tengo dos putas para mí, —respondí, ganando confianza, mi pene se endureció al pensar en Nicole y ella.
— Quiero conocerla, —dijo Vanessa, sus ojos brillaron con una curiosidad que era puro fuego.
Dudé, mi corazón se aceleró.
— Es que hay algo más, conejita.
— ¿Qué cosa, Pollito? —insistió, inclinándose hacia la cámara, sus senos presionaban contra la tela de su blusa.
Tomé valor, mi respiración era agitada.
— La cosa es que ya la conoces… y muy bien, diría yo.
Vanessa me miró fijamente, su mirada estaba llena de excitación, y entonces, con una sonrisa llena de lujuria, dijo:
— ¿Y qué tal lo hace mi hija? ¿Igual de rico que yo?
Abrí los ojos, impactado, mi cuerpo se tensó.
— ¿Cómo sabes que es ella? —pregunté, mi voz se quebraba.
Vanessa rio, un sonido gutural que me encendió.
— ¿Quién crees que le pasó la dirección del gimnasio al que vas? —respondió, su tono era juguetón pero cargado de una confesión que me dejó sin aliento.
— ¿Por qué hiciste eso? ¿Querías que me cogiera a tu hija? —pregunté, mi mente daba vueltas, mi pene palpitaba con una mezcla de sorpresa y excitación.
— No es que haya querido, —explicó, sus dedos trazaron círculos en su escote, — pero ella, después de que nos vio, después de ver las ganas con las que me cogías, te pensaba a diario. Cuando partí a Arizona, hablé con ella y le dije que algún día le diría cómo encontrarte. Y después de algunos años, le di la dirección del gimnasio. Le pedí que te cogiera riquísimo, sabiendo que te encantaría porque tiene cierto parecido a mí. También, así no me sentía tan culpable por coger con Steven, sabiendo que mi hija está en muy buena verga.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras, mi cuerpo temblaba con una mezcla de alivio y deseo.
— No sé qué decirte, —admití, — Honestamente, coger con Nicole me ha encantado. Así que… te agradezco.
Vanessa rio con picardía.
— No tan rápido, Pollito, —dijo, — En agradecimiento, quiero que ella y tú cojan frente a mí.
Me quedé helado, mi pene se endureció aún más.
— ¿Qué? —pregunté, sorprendido. — Yo no tengo problema, pero no creo que Nicole quiera.
Vanessa sonrió, segura.
— Claro que querrá.
Un par de días después el interior de mi auto estaba lleno de un calor sofocante, el aire impregnado con el aroma dulce y salado de nuestros fluidos, el sonido de nuestros jadeos resonaba en el espacio reducido. Nicole, desnuda, aún sentada sobre mi verga, su vagina cálida y resbaladiza envolviéndola, palpitaba con los últimos espasmos de su orgasmo. Su orgasmo, mezclado con mi semen, escurría por mis piernas, goteando en el asiento, dejando una mancha húmeda que era un testimonio de nuestra lujuria desenfrenada. Acabábamos de cogernos con una furia animal.
Mientras recuperábamos el aliento, y mi mano acariciaba la curva de sus nalgas, le dije.
— Ya hablé con tu mamá.
Nicole, aún agitada, se inclinó hacia mí, sus senos rozaron mi pecho.
— ¿Y qué te dijo? —preguntó.
— Me contó la verdad, —respondí, mis dedos masajearon la línea de su espalda, — que ella fue quien te dijo dónde encontrarme.
Nicole bajó la mirada, con un destello de vergüenza en su rostro.
— Perdóname, amor, debí decirte, —murmuró, con tono suave, casi un susurro.
Sin dejarla terminar, me incliné y di un lengüetazo lento a sus pezones, mi lengua saboreó el sudor salado de su piel, endureciéndose bajo mi toque.
— No tienes que pedir perdón, mi vida, —dije, — amo cogerte.
Mis dientes mordieron su pezón izquierdo, arrancándole un gemido bajo, sus nalgas se apretaron alrededor de mi pene, aún dentro de ella.
— Solo que tu mamá me pidió algo, pero no estoy seguro de…
Antes de que pudiera terminar, Nicole me interrumpió.
— Sí, amor, cojamos frente a ella, —dijo, excitada.
Me quedé mirándola, sorprendido, mi corazón latía con fuerza.
— ¿Esto ya lo tenías planeado con ella? —pregunté, con una mezcla de incredulidad y deseo. Nicole sonrió, una sonrisa juguetona, casi perversa, sus dedos acariciaron mi pecho, sus uñas rozaron mi piel.
— Claro, amor, —susurró, inclinándose para rozar sus labios contra los míos, su aliento cálido envió escalofríos por mi espalda. — Somos tus putas, pero también tú puedes hacer lo que nosotras queramos.
Esas palabras encendieron un fuego en mi interior, saqué mi pene de su ano y lo introduje en su vagina, ella me succionó con una intensidad que me hizo gruñir.
Sin pensarlo, comencé a cogérmela de nuevo, mis manos sujetaron sus nalgas, levantándola y dejándola caer sobre mi pene, mientras estos redondos pedazos de carne rebotaban contra el volante del auto, el claxon sonaba con cada embestida, un ritmo caótico que se mezclaba con sus gemidos. La besé apasionadamente, mi lengua devoró la suya, saboreando el dulzor de su boca. Sus senos rebotaban salvajemente, sus pezones rozaban mi pecho, y ella, con una mano en el volante para sostenerse, se masturbaba con la otra, sus dedos frotaban su clítoris con una furia que hacía temblar su cuerpo.
— ¡Soy tu puta, Pollito! —gritó, mientras su vagina se contraía alrededor de mi pene, un chorro cálido de su orgasmo me empapó, goteando por el asiento.
Yo tampoco pude contenerme más.
— ¡Eres mía, Nicky! —gemí, explotando dentro de ella.
Nos desplomamos, agotados, su cuerpo sudoroso pegado al mío, el auto convertido en un santuario de lujuria, el aire con aroma a nuestro sexo. Nicole, jadeando, sus senos subiendo y bajando, me miró con esos ojos azules.
— Con esto confirmo que debemos hacerlo, amor, —susurró, mientras sus dedos acariciaban mi rostro. — Cojo contigo frente a mamá. Quiero que vea cómo me haces tuya.
La idea me encendió de nuevo, mi mente imaginó a Vanessa en la pantalla, con sus nalgas descomunales temblando mientras se masturbaba, sus gemidos uniéndose a los de su hija mientras yo las reclamaba a ambas. Pero también había una chispa de incertidumbre: ¿cómo sería este encuentro virtual? ¿Qué significaría para nuestro triángulo de lujuria?
Nicole, como si leyera mi mente, se inclinó y lamió mi cuello.
— Ella lo quiere, Pollito, lo desea tanto como yo —murmuró. Muero porque me cojas hasta que no pueda más, mientras ella nos ve.
Su mano bajó a mi pene, acariciándolo, manteniéndolo duro, y supe que este pacto, este juego prohibido entre madre e hija, me llevaría a un abismo de placer del que no quería escapar.
El día pactado había llegado, el aire en mi departamento estaba lleno de una tensión lujuriosa, el resplandor de la laptop iluminaba la habitación con un brillo tenue. Habíamos acordado cumplir el deseo de Vanessa, un pacto oscuro que encendía mi cuerpo con un deseo casi insoportable. Nicole, desnuda, con su piel blanca brillando bajo la luz de las velas que había encendido para la ocasión, estaba frente a mí, sus nalgas redondas y firmes temblaban ligeramente, sus senos voluptuosos, rebotaban con cada movimiento. Su vagina, llena de humedad, era una invitación que hacía palpitar mi pene, duro y venoso.
Del otro lado de la pantalla el rostro de Vanessa apareció, su cabello oscuro cayendo en ondas desordenadas, sus labios pintados de rojo, sus ojos brillando con una lujuria que era tanto desafío como súplica. Estaba desnuda, sus senos gloriosos subiendo y bajando con cada respiración, sus dedos ya acariciaban su clítoris, sus labios vaginales abiertos, relucían con sus jugos bajo la luz de su habitación.
— Comiencen, Pollito, —ordenó, llena de deseo, mientras sus dedos se deslizaban dentro de su sexo, un gemido escapó de sus labios. — Quiero ver cómo penetras a mi hija.
Nicole, con una sonrisa perversa, se acercó a mí, sus nalgas rozaron mi pene, sus manos acariciaron mi pecho.
— Hazme tuya frente a mamá, Pollito, —suplicó, llena de excitación, mientras se giraba, dándome la espalda, y se sentaba sobre mí, sus nalgas abiertas, su vagina con pliegues rosados y húmedos expuestos, invitándome a reclamarla. Alineé mi pene con su entrada, la punta rozó sus labios vaginales, empapándose con su humedad, y la penetré lentamente, mi pene se deslizó en su interior cálido, apretado. Nicole gimió, sus nalgas temblaban contra mis muslos, el sonido húmedo de mi pene entraba y salía resonando en la habitación.
En la pantalla, Vanessa se inclinó hacia adelante, sus ojos estaban fijos en la imagen de mi pene entrando en su hija, abrazando mi carne con cada embestida.
— ¡Que hermosa cuevita tienes, Nicky! Oh sí, Pollito, ¡cógetela! —gritó Vanessa, sus dedos se movían frenéticamente sobre su clítoris, sus gemidos se unieron a los de Nicole.
— ¡Mírame, mamá! —gritó Nicole, sus manos abrieron más sus nalgas, exponiendo aún más su vagina, los pliegues húmedos y rosados brillantes, mi pene entrando y saliendo con un ritmo salvaje, el sonido húmedo amplificado por el silencio de la noche.
Mis manos sujetaron sus caderas, mientras la levantaba y la dejaba caer sobre mi pene, sus tetotas rebotaban gloriosamente, su cabello rubio caía en mechones sudorosos sobre su espalda.
— ¿Te gusta cómo me penetra tu Pollito? Ahora yo soy su puta, te lo quité mami, Oh si, penétrame, ¡Pollito! —gritó, mientras su vagina se contraía alrededor de mi pene, sus jugos escurrieron por mis muslos, goteando en el suelo. Me incliné, lamiendo su espalda, mi lengua saboreó el sudor salado de su piel, mientras mis manos subían a sus senos, estrujándolos con fuerza, mis dedos pellizcaban sus pezones, arrancándole gritos que resonaban en la habitación.
Vanessa, en la pantalla, estaba desquiciada, sus dedos entraban y salían de su vagina, un líquido escurría por sus muslos mientras gemía,
— ¡Así, métele esa rica verga, como me la metías a mí, Pollito!, ¡Haz que sea tu puta!
La visión de madre e hija, una en mi cuerpo, y la otra en mi pantalla, me llevó al borde. Cambié de posición, poniendo a Nicole en cuatro, sus nalgas quedaron elevadas, su ano me llamaba. La penetré de nuevo, mi pene deslizó por su vagina, cada embestida más profunda, más salvaje, el sonido húmedo de nuestros cuerpos chocando inundaba toda la habitación, mientras Vanessa gritaba:
— ¡Sí, Pollito, ¡llénala!
Nicole se masturbaba frenéticamente, sus dedos frotaban su clítoris, sus gritos me enloquecían.
— ¡Soy tu puta, Pollito! —mezclándose con los de Vanessa, mientras mi pene seguía penetrándola, sus jugos empapándome, goteando por mis muslos. —¡Termina dentro de mí! —gritó Nicole, y no pude contenerme más.
Exploté dentro de ella.
Vanessa, en la pantalla, convulsionó en su propio orgasmo, sus dedos empapados, sus nalgas temblando, sus gemidos resonando.
— ¡Pollito, eres nuestro!
Nos desplomamos, agotados, Nicole temblaba contra mí, su cuerpo sudoroso y hermoso pegado al mío, su vagina aun palpitaba alrededor de mi pene, mientras mi semen escurría por sus muslos. Vanessa, jadeaba, nos miró con una sonrisa perversa.
— ¡No paren, Pollito! —gritó Vanessa, cargada de un deseo que encendió mi cuerpo de nuevo. — ¡Vuelve a cogértela frente a mí, ahora!
Sus dedos se movían frenéticamente otra vez dentro de su sexo, un chorro cálido escurría por sus muslos. Nicole, con una sonrisa perversa, se levantó de mi regazo, mi semen goteaba desde su vagina.
— ¡Ahora en mi culo, Pollito! —gimió Nicole, sus manos abrieron sus nalgas.
Me arrodillé detrás de ella, alineé mi pene en su chiquito, rozándolo lentamente, y la penetré con una embestida profunda, su interior apretó succionándome, arrancándole un grito que era una mezcla de dolor y éxtasis.
— ¡Así hijo de perra, penétrame, Pollito! —gritó fuera de sí.
Vanessa, en la pantalla, gemía,
— ¡Sí, Pollito, ¡cógele el culo como me lo cogías a mí!
Sus ojos estaban fijos en el espectáculo de mi pene deslizándose en el ano de su hija.
Mis manos encontraron las nalgas de Nicole, y comencé a nalguearlas con fuerza, el sonido seco de cada golpe acompañaba nuestros gemidos, su piel enrojecía bajo mis palmas, pequeñas marcas rojas apareciendo en su carne blanca.
— ¡Sí, como me nalgueabas a mí, Pollito! —gritó Vanessa, — ¡Nalguea más a mi hija, haz que grite! Ha sido una niña mala.
Obedecí, mis manos cayeron con precisión, cada nalgada más fuerte, el culo de Nicole temblaba. Cambié de posición, levantándola para sentarla de espaldas sobre mí, sus nalgas quedaron abiertas, mi pene dentro de su ano, deslizándose con un ritmo salvaje. En la pantalla, Vanessa tenía una vista perfecta: los pliegues de la vagina de Nicole, abiertos, húmedos, reluciendo con sus jugos, mientras mi pene entraba y salía de su ano, la piel se estiraba alrededor de mi carne.
— ¡Mírame, mamá! —gritó Nicole, sus dedos frotaban su clítoris frenéticamente, sus senos rebotaban, sus jugos escurriendo por mis testículos.
Mis manos volvieron a las nalgas de Nicole, nalgueándolas con una furia que hacía temblar su cuerpo, su piel enrojecida brillaba bajo la luz de las velas. Después la puse de lado, levantando una de sus piernas, y cambié a su vagina, penetrándola con embestidas profundas, con sus pliegues abiertos y húmedos envolviéndome, succionándome.
— ¡Más, Pollito, ¡más!
— ¡Llénala, Pollito! —gritó Vanessa, su cuerpo convulsionó en otro orgasmo.
Nicole, al borde, gritó, — ¡Termina en mi culo, Pollito!
La giré de nuevo, poniéndola en cuatro, y volví a su ano, penetrándola con una furia animal, mis manos nalgueándola sin descanso, su piel ardió bajo mis dedos. Exploté, mientras ella alcanzaba su propio orgasmo, un chorro cálido de sus jugos empapó el suelo.
Vanessa, jadeando en la pantalla, tocaba sus senos subiendo y bajando, sonrió con una lujuria que era puro fuego.
— Vengan a Arizona, Pollito, —susurró, — Quiero sentir tu verga mientras Nicole me lame, y luego nalguearnos a las dos hasta que no podamos más.
Nicole rio, sus dedos acariciaban mi pene, manteniéndolo duro, y supe que este espectáculo, este triángulo de lujuria, era solo el preludio de un encuentro que incendiaría nuestras almas.
Las sesiones de sexo desenfrenado con Nicole frente a la pantalla de Vanessa se habían convertido en un ritual de lujuria que alimentaba nuestras almas. Cada videollamada era un torbellino de placer. A veces, Vanessa cogía con Steven, su compañero, encendiendo mi deseo. Otras veces, las dos parejas cogíamos al mismo tiempo, nuestros cuerpos se movían en un ritmo sincronizado a través de la pantalla, Nicole gritando, “¡Soy tu puta, Pollito!”, mientras Vanessa gemía, “¡Llénala, Pollito!”, sus jugos empapaban su cama, mi semen inundaba a Nicole, un espectáculo de lujuria compartida que nos unía en un triángulo ardiente.
Pero mi corazón, aunque consumido por la pasión, comenzó a anhelar algo más con Nicole. Su cuerpo, su entrega, su manera de gemir mi nombre se habían convertido en mi hogar. Decidí que era hora de formalizarlo. Una noche, en el restaurante elevado del World Trade Center, con la ciudad de México brillando bajo nosotros, le pedí que fuera mi esposa. La mesa estaba adornada con velas, el aire cargado de un romanticismo que contrastaba con nuestra lujuria habitual. Ella, con un vestido negro que abrazaba sus curvas, mientras sus senos presionaban contra la tela, sonrió, las lágrimas se asomaron en sus pestañas.
— Sí, mi amor, —lloró, aceptando sin dudar, su mano temblaba mientras deslizaba el anillo de compromiso en su dedo, el diamante relucía como un reflejo de nuestra pasión.
Esa noche, en la terraza de mi departamento, celebramos como desquiciados. El aire fresco de la ciudad nos envolvía, las luces de los edificios parpadeaban a lo lejos, mientras Nicole, desnuda, me permitía ver como sus nalgas brillaban bajo la luna, se inclinó sobre la barandilla y la penetré con una furia animal. Mientras me la cogía, mi mente viajó años atrás, a esa misma terraza, donde había poseído a su madre, sus nalgas habían marcadas por mis nalgadas, su vagina empapada, sus gritos de “¡Soy tu puta!” resonaron en el mismo lugar. La memoria de madre e hija, unidas por mi deseo, me llevó al borde.
La puse en cuatro, nalgueando sus nalgas con fuerza, el sonido seco resonaba, su piel enrojeciéndose bajo mis manos, mientras ella gritaba:
— ¡Seré tu esposa, Pollito, ¡nunca pares de cogerme!
La penetré en su ano, su interior apretó envolviéndome, mis embestidas fueron salvajes, sus jugos escurrieron por sus muslos, mi semen la llenó mientras convulsionaba en un orgasmo que la hizo temblar, un chorro cálido empapó el suelo de la terraza. Nos desplomamos, agotados, su cuerpo sudoroso pegado al mío, el anillo brillando en su mano, un símbolo de nuestro compromiso mezclado con nuestra lujuria desenfrenada.
Días después, compartimos la noticia con Vanessa por videollamada. Su rostro apareció en la pantalla, sus senos gloriosos apenas cubiertos por una blusa transparente.
— ¡Estoy tan feliz por ustedes! —dijo, llena de alegría, pero con un matiz de tristeza, sus ojos brillaron con lágrimas contenidas. — Me duele no poder estar allí, pero les deseo lo mejor.
Luego, con una sonrisa perversa, añadió, — Pero nuestras sesiones no terminaran. Quiero seguir viéndolos.
Como regalo, decidimos coger frente a la cámara una vez más, un espectáculo que sellaría nuestro nuevo capítulo.
Nicole, con su anillo de compromiso reluciendo, se desnudó lentamente, sus nalgas redondas meneándose, su vagina reluciendo con su humedad. Me senté en la cama, mi pene duro, venoso, brillando con pre-semen, y ella se subió a mi regazo, de espaldas, sus nalgas abiertas, su vagina expuesta. La penetré lentamente.
Cambiamos de posición, Nicole acostada boca arriba, sus piernas abiertas, su vagina y ano reluciendo, el anillo brillando en su mano mientras se masturbaba. La penetré en su vagina, mis embestidas eran salvajes.
— ¡Lléname, Pollito!
Vanessa, en la pantalla, convulsionó en un orgasmo, sus nalgas temblaron, sus gemidos de — ¡Pollito, eres nuestro! —llenó el aire.
Exploté dentro de Nicole y culminamos observando como Vanessa llegó al orgasmo con ayuda del conejito que yo le había regalado.
Los meses previos a la boda fueron un torbellino de lujuria desenfrenada, cada día con Nicole más ardiente que el anterior. Nuestras sesiones frente a Vanessa por videollamada seguían siendo un ritual de pura depravación.
El día de la boda llegó, un sábado bañado en luz, y Nicole era una visión que incendiaba mis sentidos. Su vestido de novia, blanco y ceñido como un guante, era puro pecado: el escote profundo dejaba sus senos gloriosos al borde de salirse, sus pezones se marcaban bajo la tela fina, casi translúcida, sus nalgas redondas y firmes resaltaban por el corte ajustado, cada curva de su cuerpo tonificado expuesta como una provocación divina. En la iglesia, las miradas de los invitados se clavaban en ella, envidia y deseo se sentían en el ambiente, mientras yo, en mi traje negro, sentía mi pene endurecerse, imaginándola desnuda, sus nalgas marcadas por mis nalgadas, su vagina empapada goteando bajo ese vestido. Nicole me miraba con esos ojos azules, cargados de una lujuria que prometía una noche de éxtasis.
La fiesta de la boda fue un frenesí de risas, champán y baile, con Nicole radiante, su cuerpo moviéndose al ritmo de la música, sus caderas meneándose, sus senos rebotando bajo el vestido, rozando mi entrepierna mientras bailábamos. Nunca mostró un ápice de tristeza por la ausencia de Vanessa, pero yo sentía una punzada en el pecho, una melancolía que me susurraba recuerdos de las noches con mi conejita, sus nalgas temblando bajo mis manos, sus gemidos resonando en mi alma. Una parte de mí anhelaba abrazarla una vez más, sentir su cuerpo contra el mío, o, en un rincón oscuro de mi mente, casarme con ambas, madre e hija, unidas en un triángulo de lujuria que nunca terminaría. Pero Nicole, con su sonrisa deslumbrante, me mantenía anclado, sus dedos rozaron mi piel, sus nalgas presionando contra mí, prometiendo un futuro de placer.
Al concluir la fiesta, volamos a Hawái para nuestra luna de miel, el aire tropical nos envolvió en un calor húmedo que amplificaba nuestro deseo. En la suite del hotel, con el océano rugiendo a lo lejos y la brisa entrando por la ventana abierta, Nicole me aventó a la cama, el colchón crujió bajo mi peso, las sábanas blancas invitaban a la depravación. Ella, aún en su vestido de novia, comenzó a desnudarse con una lentitud que era pura tortura, sus caderas se meneaban al ritmo de una música imaginaria, el vestido se deslizaba por su piel blanca, revelando sus senos voluptuosos y sus pezones rosados endurecidos. Su vagina me hacía una invitación a que mi pene se endureciera al instante, palpitando bajo mis pantalones.
— Te tengo una sorpresa, mi amor —susurró, cargada de una promesa que encendió un fuego en mi interior.
Se acercó a la puerta de la suite. La abrió con una sonrisa perversa, y mi corazón dio un vuelco cuando Vanessa entró, envuelta en una bata de satín blanco que apenas contenía su cuerpo descomunal. La tela se adhería a sus curvas, sus senos gloriosos presionaban contra el tejido, un espectáculo que me dejó sin aliento.
— ¡Conejita! —exclamé, con una mezcla de sorpresa y deseo, mi pene palpitando al verla allí, en carne y hueso, después de tanto tiempo.
Nicole cerró la puerta, el sonido resonó en la habitación, y las dos mujeres se miraron, sus ojos brillaron con una lujuria que era tanto desafío como complicidad.
— Graba esto, Pollito, —susurró Vanessa, mientras dejaba caer la bata, revelando su cuerpo desnudo, sus senos balanceándose, sus nalgas descomunales temblando, su vagina reluciendo con su humedad, los labios vaginales abiertos, invitantes. Nicole, con una risa gutural, tomó mi teléfono y lo colocó en un trípode, asegurándose de que capturara cada ángulo, mientras yo, con mi pene duro, venoso, comenzaba a masturbarme, lentamente, mi respiración era bastante agitada.
Vanessa se acercó a Nicole, sus manos acariciaron sus nalgas, sus dedos apretaban la carne firme, mientras Nicole gemía.
— ¡Mamá, tócame como aquella vez!
Sus labios se encontraron en un beso profundo, sus lenguas se enredaron como si ya se hubieran besado alguna vez, el sonido húmedo de sus bocas resonaba, saliva goteaba por sus barbillas. Vanessa empujó a Nicole contra la cama, sus nalgas temblaron al caer, y se arrodilló entre sus piernas, abriéndolas con una urgencia animal. Vanessa hundió su rostro en ella, su lengua lamía con voracidad, chupando el clítoris, entrando y saliendo, saboreando los jugos dulces y salados que escurrieron por su barbilla, no era la primera vez que esas dos ya habían hecho algo así.
— ¡Mamá, sí, siempre has sabido como hacerlo! —gritó Nicole, sus manos se enredaban en el cabello de su madre, tirando con fuerza, sus nalgas se arqueaban, sus senos rebotaban con cada espasmo. Vanessa, con una mano, estrujaba sus propios senos, pellizcando sus pezones, mientras la otra se deslizaba a su propia vagina, frotando su clítoris, sus jugos goteaban el suelo.
— ¡Extrañaba tu sabor, hija! —gimió Vanessa, levantando el rostro, su boca relucía los fluidos de su hija, antes de volver a lamer, su lengua entró más profundo, arrancándole a Nicole gritos que inundaron la habitación.
El celular seguía grabando todo, mientras mi mano seguía moviéndose más rápido sobre mi pene, el placer me consumía al ver a madre e hija entregándose. Nicole, al borde, gritó, —¡Lámeme como la última vez, mamá! —y convulsionó en un orgasmo, un chorro cálido de sus jugos empapó el rostro de Vanessa, goteando por sus senos, mientras ella lamía cada gota, sus propios dedos la llevaron a un orgasmo que la hizo temblar, sus nalgas descomunales convulsionaron, sus jugos escurrieron al suelo.
Vanessa se levantó, con los labios hinchados, reluciendo los fluidos de Nicole, y puso a su hija en cuatro, sus nalgas quedaron elevadas, su ano y vagina expuestos. Lamió el ano de Nicole, su lengua entraba y salía, mientras sus dedos se hundían en su vagina, el sonido húmedo satisfacía aquella habitación, los gemidos de Nicole, “¡Mamá eres una puta, lame más!”, mezclándose con los de Vanessa, “¡Eres mi puta, como yo lo fui!” Yo, al borde, masturbándome con furia, el celular grababa cada detalle: las nalgas de Nicole temblaron, el ano de Vanessa se abría y cerraba mientras se tocaba, sus fluidos gotearon, un espectáculo de pura depravación.
Nicole se giró, empujando a Vanessa sobre la cama, y hundió su rostro entre sus nalgas, lamiendo su ano con una voracidad que igualaba la de su madre, sus dedos frotaban su clítoris, arrancándole gritos de:
— ¡Hija, lo haces tal como te enseñé!
Vanessa convulsionó, un chorro de sus jugos empapó a Nicole. Exploté, mi semen salpicó mi pecho, los gemidos de madre e hija resonaron en un clímax compartido.
La suite en Hawái vibraba con una lujuria que parecía impregnar las paredes, el aire cargado con el aroma dulce y salado de nuestros fluidos, el rugido del océano entraba por la ventana abierta como un eco de nuestros gemidos. Madre e hija, acababan de entregarse en una danza lésbica de pura depravación frente a mí. Mientras mi mano temblaba con el placer de presenciar a estas dos diosas unidas por su deseo.
Nicole, con su cabello rubio pegado a su rostro, sus ojos azules brillaron con una lujuria descarada, fue la primera en moverse. Gateó por la cama, sus nalgas redondas hicieron un meneo exquisito, sus senos rebotaban. Vanessa la siguió, su cuerpo glorioso se deslizó con una gracia felina.
— Mira, Pollito, —susurró Nicole, mientras se inclinaba sobre mi pecho, su lengua rozó mi piel, lamiendo el semen caliente que aún goteaba. Vanessa se unió, su lengua encontrando la de su hija, sus labios hinchados saboreaban cada gota, el sonido húmedo de sus lenguas era un pecado que quería escuchar a cada segundo.
— Sabe a ti, Pollito, delicioso. —inquirió Vanessa.
Nicole, no queriendo quedarse atrás, chupó con voracidad, succionando mi semen, sus gemidos vibraron contra mi piel.
— ¡Es nuestro, mamá! —murmuró, mientras sus manos se colocaron en las nalgas de Vanessa, apretándolas, ambas lamían, sus lenguas se rozaban, compartiendo mi semen en un beso húmedo y descarado que hizo que mi pene palpitara de nuevo. Yo tomé el celular del trípode, y grabé más de cerca aquella escena, sentía mi cuerpo temblar, mi mano atrapó mi pene, masturbándome lentamente, el placer me consumía al ver a madre e hija devorando mi esencia.
Entonces, Vanessa, con una sonrisa perversa, tomó a Nicole por las caderas y la atrajo hacia ella.
— Vamos a darte un espectáculo, Pollito.
Se acostaron frente a mí, entrelazando sus piernas en una posición de tijera, sus rozando sus vaginas con una urgencia animal. Nicole, con su vello púbico rubio empapado, presionó su vagina contra la de Vanessa, los labios vaginales de ambas chocaban, sus clítoris se frotaban, un sonido húmedo y resbaladizo resonaba mientras sus jugos se mezclaban, goteando en las sábanas.
—¡Mamá, sí, tan rico como aquellas veces! —gritó Nicole, mientras se aferraba a la pierna de Vanessa.
— ¡Hija, frótame más, hazme venir como la última vez! —gimió Vanessa, los jugos de ambas escurrían, formando un charco brillante en la cama. Sus gemidos se entrelazaron, como un coro de lujuria que llenaba la habitación.
— ¡Pollito, míranos, esto lo hicimos por primera vez después de que los descubrí en la habitación de mamá! —gritó Nicole, mientras sus cuerpos se movían con una furia que hacía temblar el colchón. Sus clítoris, hinchados, se frotaban con locura, sus vaginas pulsaban, los pliegues abiertos relucían con una mezcla de sus fluidos, mientras yo, seguía masturbándome con furia, y grababa cada detalle, mi pene duro, venoso, estaba al borde de explotar de nuevo al escuchar aquella confesión, yo fue el creador de su lujuria.
Nicole convulsionó primero, su cuerpo tembló, un chorro cálido de sus jugos empapó la vagina de su madre.
Vanessa, al borde, respondió con un orgasmo que la hizo arquearse, sus nalgas temblaron, un chorro de sus jugos se mezcló con los de Nicole, empapando las sábanas.
Yo, incapaz de contenerme, exploté, mi semen salpicó mi pecho de nuevo, y también cubrió algunas partes de sus cuerpos, mi mano temblaba mientras grababa, el teléfono capturó la imagen de sus vaginas entrelazadas, reluciendo, con fluidos goteando, sus cuerpos permanecieron unidos en un clímax compartido.
Ambas, jadeando, se separaron lentamente, sus vaginas aun palpitaban, sus jugos escurrían, sus ojos permanecían fijos en mí, brillando con una lujuria que no se apagaba.
De repente, como si compartieran una mente perversa, Nicole y Vanessa gatearon hacia el centro de la cama. Se pusieron en cuatro, lado a lado, sus culos quedaron elevados, y al unísono, con una sincronía que me heló la sangre, abrieron sus nalgas con ambas manos, exponiendo aquellos anos, rosados, apretados, llenos de una mezcla de sudor y sus propios fluidos.
— ¡Cógenos, Pollito! —gritaron juntas, cargadas de una urgencia animal. — ¡Danos por el culo, cabrón! —bramó Vanessa, sus nalgas temblaban, mientras Nicole, con una sonrisa sucia, añadió:
— ¡Haznos tus putas siempre, métenos esa rica verga!
Grabé la escena, mi teléfono capturó el deleite de esas dos putas ofreciéndome el manjar de sus anos. Mi pene, duro como roca, palpitaba, mientras me arrodillaba detrás de ellas, mi respiración era agitada, mi mano temblaba con el teléfono.
— ¡Miren qué deliciosos hoyos tienen, par de putitas! —inquirí, mientras comencé a lamer el ano de mi esposa primero, mi lengua entraba y salía, saboreando aquel manjar.
Luego pasé a Vanessa, mi lengua se hundió en su ano y metí un dedo en el culo de mi esposa.
— ¡Méteme la verga, Pollito! —chilló Nicole, su ano palpitaba.
Alineé mi pene con su entrada, penetrándola con una embestida brutal. Mis manos la nalguearon con fuerza.
Vanessa, a su lado, gimió:
— ¡A mí también, Pollito, ¡rómpeme el culo!
Cambié a su ano, penetrándola con la misma furia, su interior era aún más apretado, sus nalgas descomunales temblaban.
Alternaba entre ellas, Nicole se masturbaba, sus dedos frotaban su clítoris, un chorro cálido de sus jugos salpicaba la cama,
Exploté primero en el ano de Vanessa, pasé a Nicole, llenando su ano, mi semen goteó por sus nalgas.
Madre e hija, acababan de ofrecerme sus cuerpos en un espectáculo de lujuria. Sus cuerpos, quedaron empapados en sudor y en fluidos de los tres.
De repente, con una mirada cargada de deseo crudo, Nicole y Vanessa me empujaron a la cama, el colchón crujiendo bajo mi peso. Me quedé de espaldas, con mi pene erecto como una columna, palpitando, mientras ellas, con sonrisas lascivas, tomaban el control. Nicole, se puso en cuclillas sobre mi pene.
— ¡Penétrame, Pollito, ¡lléname! —gimió, empalándose con un movimiento rápido y deliberado, el sonido húmedo de su carne chocando con mis caderas resonó en la habitación como si fueran aplausos.
Vanessa, con una urgencia animal, se puso en cuclillas sobre mi cara, sus jugos que salpicaron mi barbilla antes de que se sentara.
— ¡Chúpame, Pollito, ¡devórame! —gritó, presionando su vagina contra mi boca, su aroma dulce y salado me inundaba. Mi lengua se hundió en su interior, lamiendo con voracidad, chupando su clítoris, entrando y saliendo, sus jugos escurrieron por mi rostro, empapando mi cuello.
— ¡Dios, conejita, qué delicia! —gruñí contra su carne, mis manos apretaron sus nalgas.
Mientras lamía la vagina de su madre, Nicole continuó cabalgando mi pene, sus nalgas rebotaban sobre mi carne como un tambor de lujuria. Las dos, se inclinaron hacia adelante, y se besaron con una pasión desenfrenada, sus gemidos se mezclaron en un coro de puro vicio. Vanessa, con una mano, estrujó los senos de Nicole, chupando sus pezones. Nicole, en respuesta, lamió los senos de su progenitora.
Durante casi veinte minutos, la habitación fue un torbellino de sexo: yo lamiendo la vagina de Vanessa, mi lengua entrando hasta el fondo, sus jugos empapándome como una cascada, mientras Nicole me montaba, su vagina apretándome el pene, sus nalgas temblando, sus jugos goteando por mis testículos, empapando las sábanas.
— ¡Son mis putas! —rugí.
Las dos, continuaron lamiéndose los senos, sus lenguas chupaban, sus dientes mordían, saliva y sudor goteaba, sus vaginas pulsaban contra mí, un frenesí de fluidos que olía a sexo puro.
De repente, sus cuerpos se tensaron, sus gemidos alcanzando un crescendo.
— ¡Me vengo, Pollito! —chilló Vanessa, un chorro caliente de sus jugos empapó mi cara, goteando por mi pecho, su aroma llenándome la boca. Al mismo tiempo, Nicole gritó
— ¡Fóllame más! —su vagina apretó mi pene, un chorro de sus jugos bañó mis testículos y mi pene, goteando al suelo. No pude contenerme.
— ¡Son mías! —dije, explotando dentro de Nicole, chorros calientes de semen llenaron su interior.
Nos desplomamos, agotados, sus cuerpos sudorosos quedaron pegados al mío, Vanessa, jadeando, lamió sus propios jugos de mi rostro, mientras Nicole, con una sonrisa sucia, chupó los restos de mi semen de sus dedos.
La luna de miel en Hawái se convirtió en un torbellino de lujuria desenfrenada, la suite había sido transformada en un templo de placer donde Nicole, Vanessa y yo nos entregamos a un trío sin fin. Toda la noche cogimos como locos, nuestros cuerpos sudorosos entrelazados, el aire cargado con el aroma de fluidos y sexo, el rugido del océano como un eco de nuestros gemidos. A veces, para mi deleite, ellas se apartaban, entrelazando sus piernas, sus vaginas frotándose con furia, los labios húmedos chocando, sus jugos goteando en las sábanas, sus senos rebotando mientras se lamían, sus gritos llenando la habitación.
Yo, grabando o masturbándome, explotaba una y otra vez. La noche era un desfile de posiciones: Nicole en cuclillas sobre mi pene, Vanessa en mi cara, o ambas lamiéndose mientras yo las penetraba, un frenesí de lujuria que no tenía fin.
Pero la luna de miel no fue solo sexo. Los tres paseamos por las playas de Hawái, el sol tropical calentando nuestra piel, las olas lamiendo la arena. Íbamos tomados de la mano, Nicole a mi izquierda, Vanessa a mi derecha, con sus cuerpos gloriosos apenas cubiertos por bikinis diminutos, sus senos rebotaban, sus nalgas meneándose, atrayendo miradas de deseo y envidia. No nos importaba; nos besábamos sin pudor, nuestros labios encontrándose en tríos apasionados, mi lengua saboreando la de Nicole, luego la de Vanessa, sus manos acariciando mi pecho, mi pene endureciéndose bajo mis shorts. En la playa, en los senderos de palmeras, o en los bares al atardecer, nos tocábamos, nos lamíamos, nuestras risas se mezclaban con suspiros de deseo, un trío inseparable en un paraíso que parecía creado para nosotros.
Cuando la luna de miel terminó, los tres regresamos a mi departamento en México, un lugar amplio con ventanales que dejaban entrar la luz de la ciudad. Vanessa, con una sonrisa que mezclaba amor y lujuria, decidió no volver a Arizona, su vida ahora quedaría entrelazada con la nuestra. Instalamos una cama enorme, un altar para nuestra lujuria, y cada noche era una repetición de Hawái, nuestros fluidos empapaban las sábanas, la habitación quedó oliendo a sexo.
Meses después, una noche tras una sesión particularmente salvaje, Nicole en cuatro, mi pene en su ano, y Vanessa lamiendo la vagina de su hija, me dieron la noticia.
— Pollito, —susurró Nicole, sus nalgas aun temblaban, — estoy embarazada.
Vanessa, con una sonrisa radiante, añadió, — Yo también, Pollito.
Mi corazón dio un vuelco, la felicidad inundó mi mente. Las abracé, sintiendo sus cuerpos cálidos contra el mío, sus senos presionando mi pecho, sus vaginas aun goteando.
— Seremos una familia enorme, tendremos que comprar una casa más grande, —dije, mientras las besaba alocadamente.
Nuestra felicidad no detuvo nuestra lujuria. Seguimos cogiendo sin parar, sus cuerpos cambiaron con el embarazo, sus senos se hicieron más grandes, sus nalgas me volvían loco, sus vaginas eran más sensibles, goteando jugos con cada toque. Vivíamos en un éxtasis constante, una familia unida por el amor y el deseo, nuestros cuerpos entrelazados en un paraíso de lujuria que nunca terminaría.
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