Me corrí dentro de mi esposa y luego la limpié con mi boca
Ella me contó sus recuerdos calientes mientras la cogía y terminé lamiendo mi semen de su coño.
Esa noche empezó con unos tragos. Estábamos solos en la sala, la música suave de fondo, y ella – mi esposa caliente, con sus 21 años. Me miraba con una sonrisa traviesa que ya conocía. Era la sonrisa que me anunciaba que algo nuevo estaba por pasar.
Me preguntó de repente: “¿Tienes alguna fantasía sexual que nunca me hayas contado?”
Yo me reí, tomé un trago más de whisky y le respondí: “Claro que sí. Pero primero dime la tuya.”
Fue ahí cuando el juego comenzó. Ella mordió su labio inferior, se acercó y me susurró al oído: “Quiero que después de correrte dentro de mí… me limpies con tu boca. Toda.”
Esa confesión me encendió. Sentí la verga endurecerse de golpe, solo de imaginarlo.
Pero también le confesé la mía. Le dije que me calentaba escucharla relatar sus experiencias pasadas, sus recuerdos más sucios con otros hombres. Quería que me lo contara al oído mientras la cogía, mientras me corría dentro de ella.
Ella sonrió, se subió sobre mí y me besó con fuerza. Me bajó la bragueta, sacó mi verga dura y empezó a pajearme mientras me decía: “Te voy a contar todo, amor…”
Y comenzó. Me relató con detalle su primera vez en el campo, con aquel novio mayor que la tenía loca. Me decía cómo le tocaba, cómo le besaba el cuello, cómo le abría las piernas bajo el cielo estrellado. Yo la escuchaba jadeando, más excitado con cada palabra.
La penetré ahí mismo, en el sofá. La cogí fuerte, metiéndola hasta el fondo mientras ella seguía relatando, entre gemidos, sus recuerdos más sucios. La oía describir cómo le encantaba sentir una verga entrando en su coño mojado, y eso me volvía loco.
Ella gemía más fuerte que nunca, como si reviviera cada escena conmigo. Sus uñas me arañaban la espalda, sus piernas me rodeaban con fuerza, y yo estaba a punto de venirme solo de escucharla.
Me corrí dentro, profundo, con un gemido ahogado en su cuello. Sentí cómo mi semen la llenaba, y fue entonces cuando ella me miró fijamente y me dijo con voz ronca: “Ahora cúmpleme mi fantasía…”
Me salí despacio, bajé entre sus piernas y la abrí con mis manos. Mi semen aún goteaba de su coñito caliente, y sin pensarlo empecé a lamerlo. Ella se arqueó de placer, gemía sin control, sus manos apretaban mis cabellos mientras yo la limpiaba con mi boca.
El sabor era mezcla de los dos, espeso, salado, húmedo. Y lejos de incomodarme, me excitaba más. La veía retorcerse, moverse, gritar mi nombre. Yo lamía profundo, limpiaba todo, hasta la última gota, mientras ella se corría otra vez solo con mi lengua.
Desde esa noche, se volvió un ritual. Ella me contaba alguna de sus experiencias pasadas, yo me excitaba como nunca, la cogía con furia y al final la limpiaba con la lengua, tragando todo lo que había dejado dentro de ella.
Y cada vez que lo hacemos, siento que el deseo no termina con el orgasmo. Mi excitación se prolonga, mi verga se mantiene dura, y volvemos a empezar. Porque sus confesiones me encienden, y su fantasía me vuelve adicto a ella.
Ahora cada viernes es nuestro juego secreto. Copas, confesiones, sexo intenso y la certeza de que mi lengua terminará donde empieza todo: en su coño lleno de mi semen.
Y sí, puedo decirlo sin vergüenza: es la mujer que me enseñó que limpiarla con la boca después de corrernos juntos puede ser más excitante que la cogida misma.
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