Mi novia se come los 24 cm de Su Ex, Todo por mi morbo
Elisa siempre había sido una mujer de mirada intensa y sonrisa cautivadora. La conocí en una fiesta, y desde el primer momento en que nuestros ojos se encontraron, supe que estaba perdido. Su belleza era arrebatadora, pero lo que más me atrajo fue su confianza, esa aura de misterio que la rodeaba. Sin embargo, nunca imaginé que detrás de esa fachada se escondía un secreto que terminaría por consumirme.
Nuestra relación comenzó como un torbellino de pasión y complicidad. Elisa era atrevida, siempre dispuesta a explorar nuevos límites en la intimidad. Me encantaba su forma de entregarse, su manera de susurrar palabras sucias al oído mientras sus uñas se clavaban en mi espalda. Pero había algo en ella, un resquicio de su pasado, que nunca terminaba de revelar por completo.
Una noche, después de una cena romántica, decidí indagar en su historia. Le hablé de lo mucho que me gustaba su cuerpo, de cómo me fascinaba lo apretadito que se sentía su coño cada vez que la penetraba. Fue entonces cuando, en un arrebato de confianza, mencioné a su exnovio, Isaías. Quise bromear, decirle que seguramente ningún otro hombre la había hecho sentir como yo. Pero mi comentario tuvo un efecto inesperado.
Elisa se quedó en silencio, su mirada perdida en algún punto de la habitación. Sus manos, que antes acariciaban mi pecho, se detuvieron en el aire. Respiró hondo y, con una voz que apenas era un susurro, comenzó a hablar. Me contó de Isaías, de cómo había sido su primer amor, de cómo su polla de 24 centímetros la había marcado de una manera que ningún otro hombre podría igualar.
—Era enorme —confesó, sus mejillas teñidas de un leve rubor—. Una vez, el condón se rompió. No pude evitarlo, era demasiado grande. Me llenó por completo, por todos los agujeros.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Sentí un nudo en la garganta, pero no pude evitar preguntar más. Necesitaba saber, aunque cada detalle me estuviera destrozando por dentro.
—¿Y te gustó? —pregunté, intentando mantener la calma.
Elisa me miró, sus ojos llenos de una mezcla de culpa y deseo. Asintió lentamente.
—Sí. Me encantó. Isaías siempre supo cómo dominarme. En ese momento, me di cuenta de que siempre sería su putita, sin importar cuánto tiempo pasara.
Sus palabras resonaron en mi cabeza como un eco torturante. Intenté procesar lo que me estaba diciendo, pero mi mente se negaba a aceptar la realidad. Elisa, mi Elisa, había sido la puta de otro hombre, y lo había disfrutado.
—¿Y tú? —pregunté, mi voz temblorosa—. ¿Tú también lo disfrutaste?
Ella bajó la mirada, jugueteando con el borde de la sábana que cubría su cuerpo desnudo.
—Sí —susurró—. Me encantó sentir cómo me llenaba, cómo su semen me escurría por las piernas. Me sentí sucia, usada, y me encantó.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Podía sentir cómo mi corazón se aceleraba, cómo la sangre hervía en mis venas. Pero, en lugar de alejarme, me acerqué a ella. La besé, intentando recuperar el control, intentando convencerme de que todo estaba bien.
Esa noche, hicimos el amor con una intensidad que nunca antes habíamos experimentado. Pero, mientras la penetraba, no pude evitar notar lo que ella misma había confesado: sus agujeros estaban demasiado abiertos, como si hubieran sido estirados más allá de su límite natural. Podía sentir cómo su coño me envolvía con una facilidad que antes no tenía, cómo su ano se relajaba al mínimo contacto. Y, para colmo, cuando terminé dentro de ella, su cuerpo aún escurría el semen de Isaías.
—Cómelo —me susurró al oído, su aliento caliente en mi cuello—. Prueba lo que él te dejó.
Obedecí, aunque cada fibra de mi ser se resistía. Lamí su coño, saboreando el líquido espeso y caliente que aún rezumaba de su interior. El sabor a semen ajeno me revuelvió el estómago, pero no pude evitar excitarme. Elisa gimió, sus manos enredadas en mi cabello, guiándome hacia su ano.
—Ahí también —ordenó, su voz cargada de lujuria—. Limpia todo lo que él te dejó.
Con los dedos temblorosos, abrí sus nalgas y acerqué mi boca a su ano. El olor a sexo y semen era abrumador, pero me obligué a lamer, a saborear cada rastro de Isaías que aún permanecía en ella. Elisa se retorcía debajo de mí, sus gemidos llenando la habitación.
—Eres mía —le dije, intentando convencerme a mí mismo—. Solo mía.
Pero, en lo más profundo de mi ser, sabía que no era cierto. Elisa siempre sería la putita de Isaías, y yo no era más que un sustituto, alguien que se conformaba con las sobras de lo que él le había dado.
Cuando terminamos, Elisa se acurrucó a mi lado, su cuerpo aún tembloroso por el orgasmo. Me miró con ojos llenos de culpa y deseo, y susurró:
—Lo siento. Pero no puedo evitarlo. Isaías siempre será mi amo.
Sus palabras fueron como un puñal en mi corazón. Intenté responder, pero las palabras se me atascaron en la garganta. En ese momento, supe que nuestra relación nunca sería la misma. Elisa había sido marcada por otro hombre, y yo no era más que un espectador en su historia de sumisión y placer.
Y así, mientras ella se dormía en mis brazos, yo me quedé despierto, escuchando el latido de su corazón y preguntándome si algún día podría borrar la sombra de Isaías que siempre estaría entre nosotros.
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