Verano con la madre y la hermana de mi amigo

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Una amistad es verdadera y tiene muchas opciones de durar para siempre cuando no hay secretos ni nada que no se pueda compartir. Obviamente, los límites los marca la lógica, pero ¿qué puedes hacer si tu mejor amigo está dispuesto a prestarte incluso a su familia? Pues le das las gracias y le sacas el máximo partido posible a ese ofrecimiento.

Mi amistad con Santi era de esas que comienzan en la más tierna infancia y no tienen pinta de que vayan a terminar nunca. Quizás se debía a todo lo que teníamos en común, o simplemente porque desde el principio nos centramos el uno en el otro y al llegar a cierta edad ya no teníamos a nadie más con quien relacionarnos.

No se podía decir que ninguno de los dos fuese el líder en nuestra relación de amistad, ambos éramos iguales y todo lo que hacíamos para divertirnos o entretenernos era consensuado. Estábamos casi siempre juntos, pero no solo en la época del instituto, también cuando terminamos, cuando yo comencé la carrera y Santi encontró trabajo.

Es posible que eso fuese lo único en lo que nos diferenciábamos. A mí me gustaba estudiar, o al menos lo veía como un peaje aceptable para llegar a ser abogado como mi padre. Sin embargo, mi amigo tenía claro que eso era perder el tiempo, él quería ganar dinero cuanto antes para poder independizarse y llevar “vida de soltero”, como solía decir.

Las chicas eran su perdición, de otro modo no se entendía que quisiera irse de casa. Santi vivía con su madre y con su hermana Amanda, dos años más joven que nosotros. No quería abandonarlas, pero anteponía la posibilidad de follar a todas horas, algo demasiado optimista, si teníamos en cuenta su historial hasta ese momento.

Vale, Santi ligaba mucho más yo, aunque eso tampoco decía demasiado en su favor. Lo mío era una cuestión de timidez, me costaba relacionarme con las chicas, por miedo a que me dijeran que no. Él era tan buen amigo que creía haber encontrado una solución para mi problema, pero a mí no me acababa de convencer.

  • Si te sigues durmiendo en los laureles acabará conociendo a alguien.
  • Pues que así sea.
  • No seas tonto, Gael, es tu oportunidad.
  • Que no, tío, que eso nos puede traer problemas a nosotros.
  • Al contrario, nos uniría definitivamente.
  • Eres el único que le ofrece a su hermana a un amigo.
  • Porque tú eres mucho más que eso.
  • Pero tiene que ser Amanda la que acepte.
  • No lo va a hacer si no hablas con ella.
  • Casi siempre hablamos cuando voy a tu casa.
  • Hablar de salir a tomar algo, no del puto Gran Hermano.
  • La conozco casi desde que nació, sería raro.
  • Ya tiene dieciocho años, es vuestro momento.
  • En serio, ¿por qué tanta insistencia?
  • Alguien se la va a follar, mejor que seas tú.
  • ¿Y cómo sabes que no se la han tirado ya?
  • Me lo dice mi intuición de hermano mayor.
  • Sabes que está muy buena, ¿verdad?
  • Claro, por eso temo que su primera vez esté al caer.
  • ¿A cuántas conoces que estando así lleguen sin estrenar a la mayoría de edad?
  • Ella es muy inocente.
  • Lo siento, Santi, pero solo le veo pegas.
  • Qué cobarde eres.
  • Si lo hago por ti, para que no acabemos enfadados.
  • Tenemos que ser cuñados, no me voy a rendir.
  • Habla primero con ella, pero con disimulo.
  • Tienes razón, es mejor que primero sepamos si tienes posibilidades.

La hermana de Santi era un auténtico bombón, ya apuntaba maneras desde muy jovencita, pero desde que comenzó a desarrollarse decidí que no podía mirarla con malos ojos o todos acabaríamos muy mal. La insistencia de mi amigo me lo ponía complicado y a veces estaba a punto de mandar a tomar por saco mi contención e intentarlo.

Pero nada me garantizaba el éxito, es más, todas las señales me hacían pensar lo contrario. Que Amanda fuese una joven inocente, o eso creía si hermano, no quería decir que a mí me fuese a decir que sí solo por lo que nos unía. Lo más probable era que, incluso si estuviera mínimamente interesada en mí, también viese que no era buena idea.

Podría haber caído en la tentación si ese hubiese sido el único inconveniente. Era posible que mi amistad con Santi sobreviviera después de un mal intento de relación con su hermana, especialmente porque había sido idea suya, pero lo último que quería era incomodar a Dina, la madre de mi amigo y de Amanda.

Esa mujer, pese al drama de haber enviudado siendo muy joven, era encantadora, siempre tenía una sonrisa en la boca y me trataba como si fuese un hijo más. No quería ni imaginar lo que pensaría si Amanda llegara a sufrir lo más mínimo por mi culpa. No tenía nada más que pensar al respecto, pero Santi no estaba dispuesto a rendirse.

  • ¿Te apetece pasar una semana en un camping con todos los gastos pagados?
  • Has captado mi atención con el camping y me has ganado con lo de los gastos.
  • Mis tíos tienen una caravana, nos la ceden una semana.
  • ¿A ti y a mí?
  • No, hombre, a mi familia, pero quiero que vengas.
  • ¿Ya empiezas con lo de Amanda?
  • Que no es por eso, Gael.
  • ¿Entonces?
  • Coño, porque somos amigos… y porque tú tienes coche.
  • Ya sabía yo que había gato encerrado.
  • Pero si hemos pasado un montón de veranos juntos.
  • Voy, pero no me la intentes jugar.
  • Yo no diré nada, pero prométeme que estarás receptivo.
  • Joder, Santi, eres un caso.
  • La piscina, las noches de calor, todos ligeros de ropa…
  • Sí, incluida tu madre.
  • Sabes que ese tipo de bromas no me gustan.
  • Pues ya sabes, ni una palabra de tu hermana.

Tal y como Santi dijo, ya habíamos pasado muchos veranos juntos, había visto a Amanda en bañador en infinidad de ocasiones, pero eso era antes de que mi amigo se empeñara en emparejarnos. Si hacía algún comentario fuera de lugar cuando los tres estuviéramos en la piscina, o algo similar, no se lo iba a perdonar. Todo fuera por las vacaciones gratis.

Mi única esperanza de no verme comprometido durante esa semana era encontrar antes algo similar a una novia, pero, siendo realista, las opciones estaban entre una y ninguna. Aunque ya hubiera sido complicado en condiciones normales, que tuviera por delante un mes entero plagado de exámenes finales lo hacía imposible.

El mes se hizo eterno, como no podía ser de otro modo, pero al menos me dejó buenas sensaciones, estaba convencido de que lo aprobaría todo. Con esa tranquilidad, empecé a hacer la maleta, aunque no había demasiado que meter. El bañador, algo de ropa y la voluntad de conocer allí a alguna chica con la que vivir un romance veraniego.

Partimos un lunes casi de madrugada. Apenas había un par de horas de trayecto, pero Santi insistió en que teníamos que aprovechar hasta el último segundo. Algo en lo que estaba de acuerdo, hasta que sonó el despertador. Al menos podía decir que el madrugón mereció la pena, aunque solo fuese por ver lo ilusionada que estaba Dina.

  • No sé cómo agradecerte esto, Gael.
  • Pero si soy yo el que te tendría que dar las gracias.
  • No digas tonterías, vienes con nosotros porque eres uno más de la familia.
  • Pues por eso mismo os llevo.
  • Seguro que lo pasamos muy bien.
  • Y tanto, soy el rey de la piscina.
  • Búscate otro título, porque el rey soy yo. – Intervino Santi.
  • ¿En serio? Pareces un niño de tres años. – Le respondió su hermana.
  • Mira quién fue a hablar… – Replicó mi amigo.
  • Vamos, niños, no quiero peleas. – Contestó Dina con ironía.
  • Eso, niños, portaos bien. – Dije yo entre risas.
  • Estos dos no van a cambiar nunca.
  • Con ellos nunca te aburres.
  • En el fondo, me encanta que sean así, pero que no se enteren.
  • Tranquila, Dina, seguro que no nos están oyendo desde los asientos de detrás.
  • Sí, pero nos gusta oírte hablar como un viejo. – Se burló Amanda.

Llegamos al camping a la hora prevista. Como era de esperar, no se trataba de un sitio lleno de lujos por todas partes, pero me había llegado a imaginar algo bastante peor. Fuimos directos a instalarnos en la caravana, una especie de lata de sardinas que desde fuera no ofrecía demasiada garantía de que allí dentro pudiéramos dormir los cuatro.

En uno de los extremos estaba la cama grande, que ocuparía Dina, naturalmente, y en el otro había tres camas mucho más pequeñas, dos de ellas en forma de litera. Santi, haciendo de nuevo alarde de lo infantil que era, se pidió enseguida la de arriba, pero yo, que siempre le llevaba la contraria solo por fastidiar, rompí sus tijeras con mi piedra y me la quedé.

Años atrás no hubiese habido ningún problema, pero en ese momento éramos tres personas ya en edad adulta durmiendo en camas diminutas sin apenas distancia entre ellas. Me preocupaba que cualquiera de ellos roncara, ya que no habría forma de pegar ojo, y sobre todo las fugas de gas nocturnas de Santi, su especialidad.

Decidí aplazar hasta la noche los posibles problemas para dormir y centrarme en todo lo bueno que podía depararme del día. No llevábamos allí ni un cuarto de hora y ya estábamos haciendo turnos para cambiarnos dentro de la caravana e ir directos a la piscina. Cuando los tres ya estábamos listos, Dina nos sorprendió diciendo que venía con nosotros.

  • ¿Tú también vienes? – Quiso saber su hijo.
  • Claro, ¿qué quieres que haga? – Respondió Dina.
  • No sé, pero normalmente tú vas siempre a tu rollo. – Le contestó Santi.
  • Pero es que aquí no conozco a nadie. – Se justificó su madre.
  • No le hagas caso, mamá, nos lo vamos a pasar guay. – Intervino Amanda.
  • ¿Qué opinas tú, Gael? – Me preguntó.
  • Que si compramos una pelota os gano a los tres a lo que sea.
  • Eso habrá que verlo. – Contestó mi amigo picado.

Pese a que las separaban unos veinticinco años de edad, viéndolas de espaldas en bañador, era casi imposible diferenciar a Amanda y Dina. Lo único que ayudaba a distinguirlas era precisamente eso, que la madre llevaba una prenda de baño de las de siempre y la hija una diminuta que dejaba al descubierto sus perfectas nalgas.

En lo referente al pecho, ambas iban bien servidas, aunque debía suponer que la gravedad ya le habría pasado factura a Dina. Esos pensamientos no hacían más que evidenciar que, en otras condiciones, en pocas chicas estaría más interesado que en Amanda, pero no podía ser, ese verano debía confirmarnos como dos buenos casi hermanos.

La mañana en la piscina estuvo muy bien… demasiado, diría yo. Compramos la pelota tal y como yo había sugerido y estuvimos jugando durante horas. Fue divertido, hasta que el afán competitivo de las chicas de esa familia hizo que acabara recibiendo las tetas de una casi en la cara y la entrepierna de la otra en la espalda.

Como parte del juego, no tenían inconveniente el abalanzarse sobre mí, en saltar constantemente, lo que provocaba que diese sus pechos rebotando, ni en salir de la piscina a buscar la pelota, regalándome un primer plano de lo más excitante. No quería mirarlas de esa manera, pero el seguir virgen tenía esas cosas, todo me ponía a mil.

Para colmo de males, Amanda estaba encantadora. Conmigo siempre lo había sido, menos cuando de pequeñita su hermano y yo la hacíamos rabiar, pero ese día la veía aún más simpática. Pensé que podían ser imaginaciones mías, hasta que Santi, que se negaba a rendirse, me dijo que él también se había dado cuenta.

  • Tienes a mi hermana entregada, no seas estúpido.
  • ¿Cómo puedes ser tan cansino?
  • Yo entretengo a mi madre y os dejo la caravana para los dos solos.
  • ¿De verdad seguirías siendo mi amigo si le rompo el corazón a Amanda?
  • ¿Quién ha hablado de corazones? Es el himen lo que le tienes que romper.
  • ¡Qué burro eres, Santi!
  • Pues anda que tú… ¿Es que no ves lo buena que está?
  • El que no tendría que verlo eres tú.
  • No había nadie en la piscina que no la estuviera mirando.
  • Puede que miraran a tu madre.
  • Te tengo dicho que no la metas en esto.
  • Dios me libre, pero tienes que reconocer que está muy bien.
  • Quizás para su edad, pero ella no quiere saber nada de hombres.
  • ¿Y cómo sabes que tu hermana sí?
  • ¿Qué chica de dieciocho años no quiere ligar?
  • ¿Con el tío que le busque su hermano? Ninguna.
  • Vale, no me meto más, pero déjate llevar.

La insistencia era tan grande y el cuerpo de Amanda tan tentador, que llegué a pensar que si la muchacha hacía el más mínimo intento conmigo quizás sí que me dejara llevar. Si era cierto que Santi no se iba a enfadar bajo ningún concepto y lo único que quería era que la desvirgara alguien de confianza, podría ser un gran momento con el que todos saldríamos ganando.

Desde el momento en que dejé de estar totalmente cerrado a esa posibilidad todo cambió. Cada gesto de Amanda me parecía interpretable, tanto en el sentido de que sí quería acostarse conmigo como en el contrario. Lo último que quería era sentir esa presión durante las vacaciones y Santi lo había conseguido. Con un amigo así, ¿quién necesita enemigos?

Sin poder evitarlo, mi forma de comportarme cambió. Había empezado a hacerme a la idea de que podía disfrutar del perfecto cuerpo de Amanda y eso alteró mi forma de actuar cuando ella estaba cerca. No quería meter la pata, tirar por tierra cualquier posibilidad que tuviera. Pese a que su hermano la trataba con frecuencia como si fuera tonta, se dio cuenta enseguida.

  • ¿Te pasa algo, Gael?
  • No, ¿por qué lo dices?
  • Esta mañana estabas a tope y ahora te veo un poco apagado.
  • Supongo que es el cansancio, por el madrugón.
  • Pues esta noche hay discoteca en el bar del camping.
  • Hoy no creo que aguante bailando ni cinco minutos.
  • Es el único día de la semana que lo hacen.
  • O sea, que no me queda más remedio que ir, ¿no?
  • Tú lo has dicho.
  • Entonces tendrá que caer una siesta esta tarde.

No fue solo algo mío, los cuatro caímos rendidos nada más comer. Después de casi tres horas durmiendo me desperté mareado y empapado en sudor. Al incorporarme, vi desde lo alto de la litera a Amanda durmiendo en su cama, todavía en bikini, y se le salía una pequeña parte del pezón izquierdo. Me quedé embobado, planteándome seriamente la opción de masturbarme.

Afortunadamente, se impuso la cordura y no lo hice, era demasiado arriesgado. Aun así, me quedé mirándola mucho rato, reteniendo la imagen del pezón y de su rajita marcada para cuando tuviera la ocasión. Como seguían sin despertarse, bajé en silencio de la litera con la intención de salir de la caravana a merendar algo.

Justo antes de abrir la puerta, desvié la mirada hacia Dina, que también seguía durmiendo. Ella sí que se había quitado el bañador, llevaba una camiseta larga que se le había subido hasta la cintura, permitiendo que le viera sus braguitas blancas. Un nuevo subidón de excitación para mi ya de por sí empalmada polla que se vio interrumpido cuando escuché a Santi desperezarse.

A falta de explorar el camping en profundidad, la tarde volvió a ser de piscina. Ya no podía mirar los pezones que se le marcaban a Amanda sin pensar en que sabía lo oscuritos que los tenía. De la misma manera, acudía a mi mente la imagen de las bragas de Dina, lo bien depilada que se notaba que llevaba la entrepierna. El agua hervía a mi alrededor.

Lo bueno de la piscina es que cualquier bulto queda camuflado bajo el agua, aunque no pasaba tan inadvertido cuando las chicas se acercaban más de la cuenta a mí. De todos modos, no me preocupaba ni la mitad de lo nervioso que me ponía la idea de ir con Amanda a la discoteca y que quisiera bailar conmigo.

Si se ponía un vestido sexy y se acercaba tanto como en la piscina, iba a ser un problema. Por suerte, Dina se borró de ese plan, solo me faltaba hacer el ridículo también delante de ella. Santi estaba entusiasmado, decía que esa noche iba a echar un polvo seguro, de la misma manera que me insistía a mí para que diese el paso definitivo con su hermana.

No me sorprendió en absoluto ver el atuendo que había escogido Amanda. Su vestido corto y tremendamente escotado no hacía más que confirmar mi teoría de que Santi no tenía ni idea, que esa muchacha no era tan inocente como la pintaba. Al verla bailar me quedó claro. Si de verdad era virgen, estaba deseando dejar de serlo.

En cuanto mi amigo se perdió entre la multitud en busca de una pardilla a la que metérsela, Amanda sacó los pasos prohibidos. No dudó en colocar su culo contra mi paquete y moverlo al ritmo de la música, tirando por tierra todas mis posibilidades de seguir ocultando lo cachondo que estaba. A ella no parecía importarle mi erección.

Desconocía si realmente deseaba estrenarse, pero de ser así, no estaba buscando a nadie con quien hacerlo, solo bailaba conmigo. Estuvimos hasta las tantas, hasta que ya no podía tenerme en pie. A Santi lo habíamos perdido de vista hacía mucho rato, así que nos fuimos los dos de vuelta a la caravana. Durante el camino, Amanda me agarró del brazo, pegándome mucho las tetas, aunque eso no era nada comparado con la noche que me había dado.

Entramos a la caravana en silencio y vimos que Santi ya estaba allí durmiendo, probablemente, todo lo que nos contara al día siguiente sobre lo mucho que había triunfado sería mentira. Le di las buenas noches a Amanda y subí a la litera, muerto de cansancio, pero dudando que pudiera quedarme dormido con lo caliente que estaba.

No podía parar de darle vueltas a todo. El trozo de pezón que había visto esa tarde, a los cuerpos de las dos en traje de baño en la piscina y a cómo la hermana de mi amigo había refregado su cuerpo contra el mío mientras bailábamos. No quería tocarme, pero involuntariamente tenía la mano metida bajo el pantalón. Me llevé un susto de muerte cuando vi la cabeza de Amanda asomando por la litera.

  • Gael, ¿te estás tocando?
  • No, es… bueno, una costumbre de tíos.
  • Quería darte las gracias por haber pasado toda la noche conmigo.
  • Y tú conmigo, ¿no?
  • Ya, pero se notaba que la discoteca no es tu hábitat natural.
  • No, desde luego que no.
  • Has bailado muy bien. Si esto llega a ocurrir hace un par de años…
  • ¿Qué?
  • Venga, ya lo sabes.
  • En serio, Amanda, no tengo ni idea.
  • Estaba coladita por ti, creí que era evidente.
  • Pues nunca me lo pareció.
  • Supongo que lo disimulaba bien, para que Santi no se enfadara.
  • ¿Y ya no queda nada de eso?
  • Me caes genial, pero yo ahora juego en otra liga.
  • ¿Eso qué quiere decir?
  • Que salgo con chicos más… experimentados.
  • Según tu hermano, sigues pura y casta.
  • No se puede ser más inocente que él.
  • Ni más pesado.
  • Lo de follar no es buena idea, pero deja que te ayude con lo que estabas haciendo.
  • ¿A qué te refieres?
  • A la paja, deja de hacerte el tonto.
  • No estaba haciendo eso, te lo prometo.
  • Baja la voz y relájate, me apetece regalarte esto.

Amanda subió un peldaño más de la escalera de la litera y vi que estaba en sujetador. Sus grandes tetas asomaron por encima de la cama mientras se abría paso hasta mi entrepierna. Sin que pudiera hacer nada para evitarlo, me bajó el pantalón de pijama y me liberó la tranca, tan tiesa y dura que podía abrir nueces con ella.

Era la primera vez que alguien me la tocaba, era difícil no gritar de satisfacción mientras sus cálidas manos me la recorrían de punta a base, pero lo último que quería en ese momento era que Santi o Dina se despertaran. Los ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, los tenía clavados en el movimiento de sus pechos al masturbarme.

Aquello era una auténtica locura. Al final había caído en lo que tanto negué, pero no para estrenarme, sino para que Amanda me hiciera una paja, tenía que conformarme con eso. Aunque saber que no tenía nada de inocente eliminaba casi todo el sentimiento de culpabilidad, no sabía cómo iba a mirar a los ojos al resto de la familia al día siguiente.

Estaba rígido en la cama, temblando y tragando saliva, rezando para que no nos pillaran y a la vez para que aquello durara lo máximo posible. Amada me susurró al oído que podía tocarla y a duras penas conseguí que una de mis manos se aproximara a sus tetas. Viendo mi timidez, Amanda me cogió la mano y la metió dentro del sujetador.

Le toqué la teta, la suave piel de su busto. Al principio me sentía incapaz de mover los dedos, pero comencé a animarme cuando sentí su duro pezón en mi palma. Fue entonces cuando comencé a apretarla, a disfrutar de ese pecho tan blando y perfecto, el primero que lograba tocar. A la vez, la paja que me estaba haciendo terminó con mi resistencia.

Con los ojos cerrados, la boca abierta emitiendo un jadeo contenido y los cinco dedos clavados en la teta de Amanda llegué al orgasmo. Sus rápidos movimientos de mano lograron que me corriera a chorros, que el semen saliera descontrolado, salpicando las sábanas, el techo e incluso su cara, lo que pareció hacerle bastante gracia.

Lo último que vi antes de caer rendido fue a Amanda llevándose el dedo índice a la boca, queriéndome decir que debíamos guardar silencio, y un guiño de ojo. Al despertar todo aquello parecía un sueño, uno de esos que quieres repetir todas las noches, pero había sido muy real. Dina estaba tomando un café, ni rastro de Santi ni de su hermana.

  • Ya era hora, bello durmiente.
  • ¿Es muy tarde?
  • Casi las once y media.
  • Estaba muy cansado.
  • Los chicos llevan ya una hora en la piscina.
  • Desayuno rápido y voy con ellos.
  • Demasiada actividad anoche, ¿no?
  • Desde luego, en mi vida había bailado tanto.
  • No me refiero a eso.
  • ¿No?
  • Hablo de la paja que te hizo mi hija.
  • ¿Cómo sabes…?
  • A Santi no lo despierta ni un tornado, pero yo lo escuché todo.
  • Yo no quería, pero…
  • No te excuses, sois jóvenes, es normal que pasen estas cosas.
  • Pues si nos oíste sabrás que no va a ocurrir nada más.
  • Es una lástima, yo tenía la esperanza de que acabarais juntos.
  • En algún momento yo también llegué a desearlo.
  • Pero ¿sabes qué? ¡Mejor!
  • ¿En qué quedamos?
  • Antes te quería para Amanda, pero ahora te prefiero para mí.
  • ¿Qué estás diciendo?
  • Llevo quince años muerta de cintura para abajo, pero anoche algo cambió.
  • No te entiendo.
  • Lo que hicisteis, los jadeos, los sonidos… me puse muy caliente.
  • Quizás ha llegado el momento de que vuelvas a abrirte al amor.
  • A la mierda el amor, quiero echar un polvo, el que mi hija te niega.
  • Dina…
  • Sigues siendo virgen, ¿verdad?
  • Sí, las chicas no son lo mío.
  • Pueden serlo las mujeres.
  • Permíteme que lo dude.
  • Nos podemos hacer ese favor mutuo.
  • Tu hijo me mataría.
  • No se entera de nada, ya lo has visto.
  • A Amanda no la vamos a engañar.
  • Solo tenemos que distraerlos un rato y quedarnos solos en la caravana.
  • Ahora estamos solos.
  • Así me gusta, Gael, con iniciativa.

Perder la virginidad con la hermana de mi mejor amigo seguramente hubiese sido una pasada, sobre todo si tenía en cuenta que se había destapado como una auténtica experta, o al menos eso me pareció con la paja que me hizo. Pero estrenarme con Dina eran palabras mayores. El propio Santi hubiese llamado a eso “pasarse el juego”, si no se hubiera tratado de su madre.

Dina estaba muy buena. No eran mis ojos de desesperado los que la veían así, era algo que cualquiera que la viese confirmaría. Una madura que podía enseñarme muchísimo más que cualquier muchacha de mi edad, con el morbo de que llevaba sin hacerlo desde que enviudó y tenía unas ganas enormes de volver a sentirse mujer.

Dicho así, parecía una propuesta irrechazable, pero yo no era ese tipo de persona. Si me iba a resultar imposible mirar a Santi a la cara después de que su hermana me masturbase, y eso que él era el que más deseaba que pasara algo entre nosotros, ¿cómo iba a continuar con nuestra amistad después de tirarme a su madre?

Si mi amigo se enteraba me podía dar por muerto, y si conseguíamos mantenerlo en secreto la culpabilidad me acabaría matando. No tenía demasiado tiempo para decidirlo, cinco o seis días, en el peor de los casos, pero Dina estaba dispuesta a hacerlo en ese mismo momento. Todo lo vivido la noche anterior me mantenía en una excitación constante, era casi imposible rechazarla.

  • ¿De verdad que no me estás tomando el pelo?
  • ¿Crees que esta es el tipo de broma que se le hace al mejor amigo de tu hijo?
  • Supongo que no.
  • Estoy desesperada, llevo cachonda desde que os escuché anoche.
  • Pero eso con un baño en la piscina se te pasa.
  • Si te veo en bañador lo más seguro es que vaya a más.
  • Las madres ocultan a los hijos su vida sexual, pero ¿cómo me callo yo esto?
  • ¿Qué quieres decir?
  • Que no podría seguir siendo amigo de Santi como si nada.
  • Deja de pensar en él, esto es por nosotros, porque lo necesitamos.
  • ¿Puedo pensármelo un par de días?
  • Ya entiendo lo que te está pasando.
  • Lo dudo, porque ni siquiera yo lo sé.
  • He dado por hecho que te gustaba, pero solo me ves como una vieja.
  • Ese no es el problema, te lo aseguro.
  • ¿No?
  • Dina, me pones más que cualquier muchacha de mi edad.
  • Entonces no me hagas sufrir más y vamos a la caravana.
  • Está bien, intentaré complacerte.

En cuanto di el visto bueno, la madre de mi amigo me agarró de la mano y me guio hacia el interior de la caravana. El corazón me iba a mil por hora, pero era la polla lo que me latía con más intensidad. Aunque no veía posible que lograra complacer a una mujer con experiencia, tenía que centrarme en disfrutar yo, en echar un primer polvo para el recuerdo.

Pensé que la paja que me había hecho su hija podía ser un buen entrenamiento, que me ayudaría a aguantar más, pero comencé a dudarlo seriamente en cuanto puso sus tetas a mi disposición. No sabía cómo las tenía de joven, antes de amamantar a sus dos hijos, pero en ese momento me parecían perfectas, estaban en su sitio, firmes.

Podría haberme corrido solo con contemplarlas, pero Dina no me dio esa opción. Enseguida me las acercó a la boca para que se las chupara, para que las cubriera de besos mientras las manoseaba. Ella estaba tumbada en la cama y suspiraba de placer cuando yo succionaba sus pezones. Estaba siendo el momento más morboso de mi vida… hasta que se vio interrumpido.

Cuando ya había cogido carrerilla y estaba dispuesto a follármela sin el menor atisbo de timidez o remordimientos, tanto Amanda como Santi comenzaron a llamarme a gritos. Debían de estar preocupados, no era lógico que a esas horas siguiera durmiendo. Le pedí a Dina que no se moviera y salí de la caravana a toda velocidad.

  • Lo siento, estaba muerto de cansancio.
  • Tío, dime que llevas una barra de pan bajo los calzoncillos.
  • ¿Es que tú nunca te despiertas empalmado?
  • Pues claro, pero está mi hermana delante.
  • A ti no hay quién te entienda.
  • ¿Estás bien, Gael? – Me preguntó Amanda.
  • Sí, ya sabes que anoche nos acostamos muy tarde.
  • Tampoco fue para tanto. – Replicó Santi.
  • Para ti, que ya roncabas como un cerdo cuando llegamos. – Contestó su hermana.
  • Entro a ponerme el bañador y vamos a la piscina.
  • Te acompaño. – Dijo mi amigo.
  • ¡No!
  • ¿Por qué no? Quiero coger las gafas de bucear.
  • Porque parece que lo que buscas es verme la polla.
  • Ya te gustaría a ti, mariquita.
  • Por si acaso, ya te saco yo las gafas.
  • ¿Sabes dónde está mi madre? – Preguntó ella.
  • Ni idea, habrá ido a inspeccionar el terreno.

Casi se me sale el corazón por la boca cuando Santi dijo que me quería acompañar al interior de la caravana. Por suerte, logré convencerle y al entrar vi a Dina, aún con las tetas al descubierto, mirándome con cara de resignación. Nos habían dejado a medias, pero estaba seguro de que tendríamos otra oportunidad, ya no iba a echarme atrás.

Estaba convencido de que sería sencillo, que solo tendría que quedarme más tiempo de la cuenta en la cama otra mañana para que Dina y yo nos quedáramos de nuevo a solas, pero no fue tan fácil. Amanda comenzó a espabilarse, a conocer a gente y hacer sus propios planes, pero a Santi lo tenía todo el día pegado a mí.

En cambio, Dina era un punto medio. En algunas ocasiones nos seguía a nosotros y en otras se quedaba sola en la caravana o salía a pasear, se notaba que no quería presionarme o incomodarme cuando estaba con su hijo. Aun así, en los pocos ratos que pasábamos juntos, me resultaba imposible no pensar en lo que hicimos y en todas las cosas que teníamos pendientes.

Porque Dina siempre me había parecido guapa, cobró una nueva dimensión antes mis ojos al verla en bañador y ya me parecía perfecta desde que comenzamos a intimar. Malgastamos los tres siguientes días por culpa de Santi, no había forma de deshacerse de él. Solo cuando iba al lavabo podíamos quedarnos a solas y tratar de planear algo.

  • Si no fuera mi mejor amigo, me lo cargaría.
  • Yo tengo las mismas ganas de matarlo… y es mi hijo.
  • Quizás sea más prudente esperar a la vuelta.
  • No sé qué decirte, Gael.
  • Un día me escapo de la uni, cuando Amanda esté en clase y Santi trabajando.
  • Para eso quedan al menos dos meses.
  • Puede ser este mismo verano, cuando los dos estén ocupados con algo.
  • Mi hijo apenas sale si no es contigo.
  • Le diré que no me encuentro bien o algo así.
  • Entonces se quedará en casa.
  • ¿Y si vamos a un hotel?
  • Eso es demasiado frío, lo que me pone cachonda es la caravana.
  • Pues tenemos tres días.

Aunque estaba totalmente entregado a la causa, seguía lamentando que con Amanda no hubiera podido ser. Todo lo que antes me parecían pegas, en ese momento lo veía como aspectos positivos. Esa chica era una viciosa, pero conmigo siempre se mostraba dulce y agradable, y en su familia siempre sería más que bien recibido.

Lo más probable era que esos pensamientos se debieran a que ya apenas pasaba tiempo con nosotros. Amanda había hecho amigos, e incluso se rumoreaba que uno de ellos era muy especial. Santi no lo veía así, obviamente, todavía no se le pasaba por la cabeza que su hermana pudiera tener las mismas necesidades que nosotros.

Amanda me había descartado como novio o amante, y se suponía que estaba con alguien, pero a veces tenía la impresión de que pretendía decirme algo y en el último momento se callaba. Quizás no tenía que ver con lo que yo pensaba, simplemente me quería comentar algo de su familia. En cualquier caso, eso era lo único que me distraía de lo mío con Dina.

Desgraciadamente, a falta de un día para regresar a casa, parecía que no iba a suceder. Esa última noche estaba prevista la actuación de un mago en el bar del camping, evento al que íbamos a asistir Santi, su madre y yo, como el trío inseparable en el que nos habíamos convertido. De Amanda no teníamos noticias al respecto, pero era su oportunidad, la caravana se quedaría vacía.

Empezando a hacer balance de lo que había sido esa semana en el camping, tenía una sensación agridulce. Lo de la paja había sido alucinante, y más aún lo de comerle las tetas a Dina, unido a la posibilidad de follármela, pero, al margen de eso, no habíamos hecho nada más, sobre todo desde que Amanda se distanció de nosotros.

El espectáculo de un mago era el deprimente broche perfecto para esa semana. No podía haber nada que me apeteciese menos, pero parecía que a Dina le hacía ilusión. Nos llegamos a plantear la opción de que Santi fuera solo para quedarnos en la caravana, pero no hubo forma creíble de proponerle aquello. Por arte de magia, nunca mejor dicho, apareció Amanda para decirnos que había habido un cambio de última hora.

  • Tengo malas noticias.
  • ¿Qué ha pasado?
  • Se ha suspendido la actuación del mago.
  • Vale, ahora dime la noticia mala.
  • Muy gracioso, Gael.
  • La última noche la pasaremos aburridos en la caravana.
  • No tiene por qué, habrá otra vez discoteca para compensar.
  • Ya podrían haber sido más originales.
  • Pero si la otra vez lo pasamos súper bien.
  • Sí, pero ahora tienes amigos y vas a tu rollo.
  • Igualmente quiero volver a bailar contigo.
  • Iré, pero porque tu hermano no va a dejar de insistirme.
  • Algo bueno tenía que tener ese zoquete.

Cuando se lo conté, Santi no tardó ni medio segundo en decir que teníamos que ir a la discoteca. Todo hacía indicar que no me iba a quedar más remedio, pero yo lo único que veía era la oportunidad de quedarme a solas con Dina. Tras hablarlo con ella, me dijo que no me preocupara, que fuese a divertirme y, que si así lo quería el destino, ya tendríamos la oportunidad algún día.

Aquello me pareció más la respuesta que debía darme que lo que realmente estaba pensando, pero si me quedaba en la caravana corría el riesgo de que Santi hiciese lo mismo o que alguno de los dos sospechara, por inverosímil que pudiese parecer. Ni siquiera cuando tenía un poco de suerte me acababan de salir las cosas bien.

Deseaba con todas mis fuerzas estrenarme y que fuese con Dina, pero sabía que si iba a la discoteca y veía a Amanda bailando con otros no me iba a sentar bien. Quizás era lo que necesitaba para deshacerme de esa pequeña parte de mí que desde hacía unos pocos días no dejaba de verla como la novia ideal en todos los sentidos.

Me había preparado para eso, para que la noche no fuese tan apasionante como la primera vez que fuimos a la discoteca, pero, para mi sorpresa, no hubo apenas diferencias. Santi volvió a perderse enseguida detrás de unas faldas y Amanda estaba todo el rato a mi lado, bailando y haciéndome sentir que no quería estar con nadie más.

Volví a sentirme confundido, a pensar que era ella la indicada, que debía demostrarle que sí que podía estar a su nivel y luchar para estar juntos. Era difícil no tener eso en mente cada vez que me colocaba el culo en mi paquete y lo meneaba al ritmo de la música. Esa vez me animé a sujetarla por las caderas, me moría de ganas por subir las manos y acariciar sus pechos delante de todo el mundo.

Tenía la sensación de que no me lo hubiese impedido, que en ese ambiente de diversión, calor y baile ella deseaba lo mismo. En ocasiones, tenía incluso la impresión de que iba a besarme, pero entonces se puso muy seria y me dijo que tenía que decirme algo importante. Nos alejamos de la música para poder escucharla.

  • ¿Pasa algo?
  • He quedado con un chico dentro de media hora.
  • Vale, pues que te diviertas.
  • Si me lo pides, me quedo contigo.
  • No te entiendo, Amanda.
  • Me has impresionado estos días, ya no considero que estemos en ligas diferentes.
  • ¿No?
  • Bueno, aún tienes que quitarte de encima el lastre de la virginidad.
  • No encaja mucho con el tipo de chicos al que estás acostumbrada, ¿no?
  • No, pero para eso estoy aquí, para ayudarte a dar ese paso.
  • ¿Lo dices en serio?
  • Hay una caravana abandonada cerca de la pista de tenis, vamos.
  • No… no puedo ir.
  • ¿Por qué?
  • Porque me haría ilusiones.
  • Háztelas, creo que entre nosotros puede haber algo de verdad.
  • Te he observado estos días y verdaderamente estás muy por encima de mí.
  • Eso que te dije es una tontería, no lo tengas en cuenta.
  • Es mejor dejarlo así… por ti, por mí y también por Santi.
  • Pero…
  • Vas a llegar tarde a tu cita.

Realmente pensaba que ilusionarme con Amanda solo me traería mis gustos a corto plazo, pero lo más probable es que no la hubiera rechazado si no tuviese a su madre incrustada en la mente. Mientras hablaba con ella, tuve que tomar una decisión: aceptar su propuesta o aprovechar para cumplir con lo que tenía pendiente con Dina.

Me sorprendió tenerlo tan claro, quería perder la virginidad con la madre de mi amigo. Era una decisión arriesgada, pero me parecía la correcta. Tal y como he dicho, estaba convencido de que para Amanda solo sería uno más, quizás incluso al poco tiempo me vería como un error, sin embargo, para Dina aquello sería algo especial.

En cuanto perdí de vista a Amanda, confiando en que Santi esa vez sí que hubiera ligado de verdad y siguiera desaparecido unas cuantas horas, me fui directo a la caravana. Allí me encontré a Dina, tumbada en la cama, entretenida con el móvil. La cara se le iluminó nada más verme, fue entonces cuando supe que había acertado.

  • Tú y yo tenemos algo pendiente.
  • ¿Dónde están mis hijos?
  • Amanda con un chico y Santi no lo sé, supongo que babeando detrás de todas.
  • ¿Cuánto rato crees que tenemos?
  • Suficiente para darnos lo que nos merecemos.
  • ¿Y si nos pillan?
  • Habrá merecido la pena.
  • No quiero complicarte la vida, solo amarte y que me ames durante una noche.
  • Así será.
  • Túmbate aquí a mi lado.

Obedecí a Dina y me estiré a su lado sobre la cama. Nos miramos a los ojos durante un rato mientras ella me acariciaba la cara, era tierno a la par que excitante. Finalmente, acercó sus labios a los míos y me besó. Al hacer eso, yo me acerqué aún más a ella, introduciendo la mano bajo la camiseta larga que llevaba y posándola sobre sus nalgas.

Antes de que nuestras lenguas se encontraran, ella me quitó la camiseta y yo le bajé las bragas para poderle tocar bien el culo, para sentir su piel. Cuando nuestras bocas se abrieron y los besos se volvieron más apasionados, enseguida empecé a sentir cómo su entrepierna se iba calentando, incluso noté la humedad con un dedo que de forma distraída ya rozaba su coño.

Poco tardamos en desnudarnos por completo, volviendo a jugar con sus espléndidas tetas. Me coloqué encima de ella mientras se las comía, haciendo que nuestros sexos se rozaran por primera vez. Me faltaban manos para tocarle todas las partes del cuerpo que me excitaban, y lengua para lamerle los pezones o besarla con más intensidad.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero cuando una de sus manos se posó sobre mi polla como lo había hecho la de su hija días atrás. Con la misma sutilidad comenzó a bombear. Al principio me quedé quieto, disfrutando del momento, pero esa noche era para que los dos sintiéramos placer, no podía disfrutar yo solo.

Una de mis manos se situó entre sus piernas y por primera vez toqué de pleno su zona más íntima. La tenía empapada, mis dedos resbalaban con mucha facilidad hacia su interior, mientras yo he esforzaba en buscar el famoso clítoris. Sin decir nada, Dina sujetó mi mano y la guio hacia el sitio correcto, hacia ese botoncito abultado que la hizo gemir en cuanto se lo rocé.

Estábamos de lado, uno frente al otro, tocándonos mientras nos besábamos cada vez con más furia. Pensé que antes de perder la virginidad estaría mucho más nervioso, pero todo surgía de forma natural. Aunque tenía miedo de acabar antes de tiempo, parecía que Dina controlaba la situación y sabía en qué momento debíamos pasar a mayores.

  • Gael, ¿estás preparado?
  • Creo que sí. ¿Y tú?
  • Ya estás comprobando lo mojada que estoy.
  • ¿Cómo lo hacemos?
  • Ponte tú encima y si es necesario te iré guiando.
  • No tengo preservativos.
  • Tranquilo, a mi edad es ya muy complicado que me quede embarazada.
  • ¿Puedo correrme dentro?
  • Claro, dame tu semilla.

En ese instante sí que me inquieté un poco, pero supe disimularlo. Me coloqué de rodillas justo delante de Dina, que abría las piernas de par en par para mí. Antes de nada, besé su coño, empapando mis labios de sus fluidos, fue algo que me salió de dentro. Después intenté penetrarla, necesitando de nuevo su ayuda para encontrar el sitio exacto.

Una vez que ya tenía la punta metida en la vagina de la madre de mi amigo, me dejé caer despacio sobre su cálido cuerpo, introduciendo hasta el último centímetro. No es posible explicar lo que sentí en ese momento, el calor y la humedad tan agradables que envolvían mi tranca. Había soñado muchas veces con que me estrenaba, pero jamás me atreví a fantasear con que sería con alguien tan especial.

Con una mano en mi espalda y la otra sobre mi culo, Dina guio mis primeros movimientos. Tenía la cara hundida en su cuello y no podía dejar de besárselo y lamérselo mientras entraba y salía de su interior. Ella me susurraba que siguiese así, que lo estaba haciendo muy bien. Sus ánimos me dieron fuerzas para moverme más rápido y ganar confianza en mí.

Al irme acostumbrando me atreví a incorporarme y mirarla a la cara mientras me la follaba. Sus pechos rebotaban descontrolados con cada empellón, cada vez más perlados en sudor. Temía que todo el que pasara delante de la caravana pudiese notar que se movía, pero eso no era nada, lo que seguro que iba a llamar la atención eran los gemidos que Dina comenzaba a dejar escapar.

Pensar que eso significaba que se lo estaba haciendo bien me llenaba de energía. Gracias a eso, me atreví a meterle la lengua en la boca mientras seguía bombeando, a agarrarle un pecho con fuerza. Dina levantó ambas piernas y las abrió todo lo que pudo para a continuación rodear mi cintura con ellas. Todo su cuerpo era puro fuego.

Quería que esa noche fuese eterna, pero cada vez notaba más cerca el orgasmo. Sorprendentemente, los gemidos y lo colorada que estaba Dina me hacía pensar que ella también se iba a correr, toda una proeza por mi parte. Me pidió a gritos que le diera más duro, que me la follara con todas las fuerzas que me quedaran. Lo hice sin pensármelo ni un instante.

Embestí dentro de su vagina una y otra vez, mientras los brazos me temblaban por el esfuerzo y el cuerpo entero de ella se sacudía por el placer. Supe que Dina había llegado al orgasmo cuando me metió la lengua en la boca con tanta fuerza que nuestros dientes chocaron y sus dedos se enredaron en mi pelo, tirando de él.

En ese instante supe que ya había cumplido, que le había dado a esa mujer el placer que durante tantos años se había negado. Fue entonces cuando me dejé ir y con un último empujón descargué hasta la última gota de semen en su interior, cayendo al momento exhausto sobre su cuerpo. Ella me abrazó con fuerza, me acunó sobre sus tetas.

  • Quién me iba a decir cuando te conocí de niño que yo te haría hombre.
  • No te lo hubieras creído.
  • Desde luego que no, pero me alegro muchísimo de haberlo hecho.
  • Y yo de haber conseguido que vuelvas a sentir placer.
  • Siempre te estaré agradecida, Gael.
  • Será nuestro secreto.
  • Tiene que serlo, porque a partir de ahora quiero que vayas a por Amanda.
  • ¿Cómo dices?
  • Mi hija no va a estar con nadie tan bien como contigo.
  • No podría estar con ella después de lo que hemos hecho.
  • Ya verás como con el tiempo dejas de pensar eso.

Tanto Amanda como Santi podían volver en cualquier momento, pero aun así pasamos otro buen rato estirados en la cama, simplemente hablando mientras nos acariciábamos. Solo al escuchar voces fuera de la caravana me despedí de Dina con un beso en los labios y salí de su cama para subir a la litera y fingir que dormía.

Los hermanos llegaron juntos, debieron encontrarse por el camino. Santi parecía especialmente contento, así que era posible que hubiese ligado, pero Amanda apenas le respondía, no daba la impresión de que estuviese de tan buen humor. Horas después, al despertar, ambos seguían manteniendo la misma actitud.

Mi amigo no tardó nada en confirmarme que esa noche había echado un polvo. Me lo dijo en tono de burla, como riéndose de mí, así que tuve que morderme la lengua para no contarle lo que había hecho yo con su madre. Sin embargo, Amanda no me dirigió por la palabra en toda la mañana, era posible que no le hubiese sentado bien mi rechazo.

Tras recoger todas nuestras cosas, emprendimos el camino de vuelta a casa. Esa noche ninguno de los cuatro habíamos dormido demasiado, pero yo era el único que tenía que mantenerse despierto durante el trayecto, si no quería que nos acabamos estrellando. Pese a nuestras discrepancias los miraba y no podía sentir más que afecto por ellos, eran también mi familia.

Al llegar, Santi ya comenzó a comerme la cabeza con planes para lo que restaba de verano. Dina se despidió de mí con un abrazo que para los demás pasaría y no advertido, pero yo sabía de sobra lo que significaba. Amanda se quedó para el final, parecía que tenía algo que decirme. Solo esperaba que no fuese un reproche que empañara la buena semana que habíamos pasado.

  • No ha estado mal, ¿no?
  • Para nada, os agradezco que contarais conmigo.
  • Que conste que no ha sido solo para que nos hagas de chófer.
  • Lo sé.
  • Quiero que sepas que anoche no hice nada, no pude.
  • ¿Por qué?
  • Porque no podía dejar de pensar en ti.
  • Amanda…
  • Ya, conozco tus pegas, pero confío en que pronto veas que voy en serio.
  • Me encantaría estar contigo, de verdad, pero no quiero estropear nada.
  • Ahora no te agobies, vamos a dejar que suceda poco a poco.
  • Está bien, el tiempo dirá.
  • ¿Te veo pronto por casa?
  • Claro, ahora ya sí que soy uno más.

Con un simple beso cerca de la comisura de los labios que erizó toda mi piel, Amanda se despidió de mí. Seguía viendo muchos inconvenientes a una posible relación entre nosotros, pero estaba convencido de que no iba a poder rechazarla durante mucho tiempo más. Si acabó sucediendo o no ya es otra historia, una que quizás os cuente en el futuro.

FIN

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Sevilla1972
Sevilla1972
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