Mi esposita se convertía en la puta de su primo
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Bueno, seguiré contando la historia de mi rica, cachonda, zorra y putita esposita.
Como el abuelo político se pasaba el diario dedeándola y haciéndole oral, pues ya se pueden imaginar que ella estaba tan cachonda que no se aguantaba sola.
Me contaba que, al bañarse, dejaba que el agua le resbalara por la entrepierna y se escurriera por su chocho, lo que la ponía aún más caliente.
Un día, su madre decidió llevarla a casa de su hermana. Tía de mi chaparrita de visita, la cual tenía un hijo mayor que ella, me cuenta que se iban a un cuarto primero con los demás primos para ver la televisión. Él se sentaba a un lado de ella en el suelo y ella en la cama. Entre juego y juego, él podía tocarla a sabiendas.
Empezó a acariciarle las piernas y la miraba para ver si no había ningún problema. Al ver que ella no oponía resistencia, decidió aventurarse aún más arriba y fue subiendo la mano poco a poco. A mi esposita le gustaba ponerse minifaldas, blusas de botones y camiseras. Así que, cuando llegó hasta arriba, justo hasta donde empezaba la faldita, y pensando que hasta ahí había llegado, se llevó la sorpresa más grande: la putita de mi esposa le abre las piernas para que él pudiera meter la mano libremente. Él la mira y ella, sin decir nada, se acomoda para recibir placer.
Así que empezó a acariciar su puchita, encima de su calzoncito. Al ver que ella solo cerraba los ojos, decidió explorar más aún: le hizo a un lado su calzoncito y le empezó a meter el dedo. Ella se mojaba tan rico que, aun a la fecha, se sigue mojando con solo saber que será penetrada. Así que esas sesiones de placer siguieron dándose cada vez que venían, y ella siempre procuraba llevar ropa cómoda para que el primo pudiera meter mano.
Con el tiempo empezaron a quedarse solos, ponían música y apagaban las luces. Ella dice que su tía seguramente sabía lo que ocurría, pero nunca dijo nada.
Me cuenta que su primo llegaba a bajarse el cierre para dejar salir su miembro, pero nunca se bajaba los calzoncillos, así que ella, en esa época, no se lo miró; solo se lo restregaba con la ropa interior puesta y le besaba la zona de los senos, ya que no se atrevía a sacarlos del todo, temían que alguien pudiera entrar. Solo se quitaba la faldita y lo que se pudiera agarrar.
Ella ya pedía a gritos que la penetrara, pero no se lo hacía saber. Sin embargo, el tonto de su primo tenía miedo; cuando ya no podía aguantarse más, la dejaba en la cama, con la falda arriba y las piernas abiertas, y se retiraba de la habitación.
Al regresar a casa, le continuaba con el abuelo político, que le daba su dosis de placer metiéndole el dedo y lamiendo sus labios vaginales para saborear sus jugos. Pero, como las visitas a casa de su primo empezaron a ser más frecuentes, dejó de visitar al abuelo político y llegó un momento en que él le pedía que le diera a probar su puchita. Como ella era muy obediente, iba donde él estaba y subía una pierna al descanso de una silla, quedando así abierta lo suficiente para disfrutar. Él solo metía la mano bajo su falda y empezaba a masturbarla, chupándose luego los dedos. Ella solo disfrutaba del placer otorgado.
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