Jugando perdí mi virginidad
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Hola:
Me animé a escribir alguna de mis aventuras después de leer varios relatos en esta página, ya que me di cuenta de que no estoy tan loca como creía por disfrutar de la vida.
Tengo 19 años, piel clara, delgada y muy tetona, para mi gusto, pues las que tenemos tetas sabemos lo que es el peso en la espalda, pero bueno, también ayuda mucho en la vida, ja, ja, ja. Mi trasero es normal, nada llamativo, para mi gusto. Soy muy abierta y trato de vivir siempre al límite. Aunque hace algunos años no era tan expresiva y tal vez era muy pasiva; en la escuela apenas hablaba y, en casa con mis primos y primas, era igual, aunque siempre andaba con ellos. Al entrar en quinto grado, mis primos jugaban mucho a la casita, a tener esposa, esposa y los hijos, cosas así; éramos cinco: mis tres primos, mi prima y yo. A esa edad ya tenía pechos que no eran muy grandes, pero más grandes que los de mi prima. Por eso siempre era la mamá.
Un domingo fuimos a un lugar llamado La Cañada. Bajaba un río y había mucha vegetación. En aquella época no había tanta inseguridad y la verdad es que andábamos solos, sin problemas, a esa edad. Jugábamos en el río, pues apenas nos llegaba a la cintura en algunos de los lugares más hondos. Entonces, todos mojados, nos fuimos a nuestro escondite, que era una pequeña zona cubierta por ramas de varios árboles y una pequeña casa improvisada con sábanas. Nos quitamos la ropa y quedamos en calzones: yo con un corpiño y mi prima igual. Como ya lo teníamos planeado, uno de mis primos llevaba una revista porno de su padre y todos la empezamos a ver hablando de lo que hacían los esposos y cosas así. Decidimos quitarnos la ropa todos y ver cómo eran nuestros cuerpos. Todos éramos de la misma edad, solo un primo era un año mayor, que era el que siempre era mi esposo.
Una vez más, por ser mayor, todos nos reímos y nos cambiamos, y comenzamos a jugar. Entonces, mientras los hijos iban a por alimentos a casa, los papás preparaban una fogata; menos el bebé, que era uno de mis primos. Entonces se me ocurrió decirle que si quería lechita y me quité el corpiño para sacarme las tetas. Lo acerqué y le dije: «Come como un bebé». Todavía tenía imágenes de la revista y quería ver qué se sentía, así que le dije que comiera y mi primo, algo nervioso, empezó a chupar mi pezón. Nos acostamos y así estaba yo, sintiendo rico, pero entonces entró mi otro primo y dijo que se estaban riendo. Le dije que le diera de comer a nuestro bebé, ven acuéstate con nosotros, esposo. Le dije que ya dormía, bebé, y lo tapé todo con la sábana, abrázame, esposo, tengo frío, y nos dimos un beso sin decir nada, mientras con una mano me tocaba los pechos. Sentí cómo se le paraba el pene, pues aún llevaba el calzón puesto. Le dije: «Ven, esposo, deja que duerma el bebé. Ya afuera estábamos nerviosos y le dije:
—¿Quieres hacer lo que hacen los esposos?
Solo asintió.
Nos fuimos entre la hierba y empezamos a besarnos. Yo no llevaba corpiño y los dos estábamos en calzones.
Entonces metió la mano en mi calzón y ufff, era la primera vez que me tocaban ahí. Era algo brusco, pero me gustaba.
La sacó y me lo bajó todo.
—Bueno, deja, lo meto —dijo, pero le dije que no porque luego saldría un bebé.
—Mejor otra cosa —le dije y me senté en una piedra.
—Ven. Le bajé los pantalones y me puse a chupárselos. Entonces, mi otro primo se acercó sin que lo viéramos y dijo: «Entonces yo también quiero ser esposo». Le dije que sí y me puse a chupárselos también. Y así, uno y luego el otro. Cuando escuchamos un grito, nos dijeron que íbamos a comer a la casa. No se lo dijimos a nuestros otros primos. Cuando jugábamos todos juntos no decíamos nada, pero incluso sin jugar me metían los dedos o yo les hacía el oral a ellos.
Un día estábamos en el río y jugábamos al escondite, pero apareció un señor al que llamaban el Chocorrol. Era gordo y vivía en la calle. Tenía 42 años. Estaba dormido, así que lo despertamos y le dijimos que era nuestra casa y que si nos dejaba jugar. Entonces, nos miró, se rió y dijo: «Siempre juegan a lo mismo. Ya los esposos pasaron de moda». Y dijo que jugaban tan bien que le gustaba verlos. Yo solo me reí, pero todos decidimos mejor irnos a meter en el agua. Vi que se metía en el agua más adelante, cerca de unas piedras grandes, y les dije: «No hay que ser malos con él, nuestro escondite le sirve de casa». Todos quedamos de acuerdo, así que les dije: «Bueno, dejadle decirle que se puede quedar a dormir, pero también jugaremos ahí como siempre». Me salí y caminé río abajo, y vi su ropa en la orilla. Entonces vi su verga gorda, se le marcaban unas venas y era algo larga.
—Bueno, Chocorrol, si quieres quedarte ahí, pero vamos a seguir jugando y haciendo nuestra fogata ahí, ¿ok?
—Sí, claro, luego dónde juegan los esposos.
—Sí nos ha visto, ¿verdad?
—Sí, pero es cosa vuestra. Yo ya quisiera esposa para hacer eso y se ríe.
—Mira su vergota —le dije— y le dije:
—Bueno, algún día saldrá una. Aunque él notó que lo veía.
Así pasó un año y poco a poco dejamos de jugar a esas cosas. Dos de mis primos ya no iban como antes y rara vez se lo chupaba a mi primo. Y el Chocorrol aún seguía viviendo ahí.
Después de tanto tiempo ya hablábamos con él con más confianza.
Un día estábamos nadando mi prima y yo ya tarde y se supone que nos alcanzarían mis tres primos, porque haríamos fogata hasta anochecer con bombones y todo.
Llevaba un short de licra y solo una camiseta. Mis tetas ya eran más grandes, pero estaban bastante firmes, así que no llevaba sujetador. Salimos todas mojadas y fuimos al escondite. Juntamos ramas para la fogata y estábamos tratando de prenderla. Cuando llega el Chocorrol y nos dice que les ayuda, riéndonos, nos veía.
—Ándale, si la prendemos —dice mi prima.
—Estos tontos no llegan y tenemos frío —dice.
Eran casi las 6 de la tarde y no llegaban, entonces mi prima dice:
—Deja, voy a ver si ya llegaron, si no, para traerme los bombones. —dijo mi prima.
—De acuerdo, pero no te encueres mucho —le respondí.
—No, no, no. No te preocupes, luego ando sacando ojos —me dijo, y yo me reí.
—Ves cómo eres fisgona —me dijo.
—¿Cómo que ya nadie te la chupa? —le pregunté.
—No, ya pasaron mis años, ahora solo tengo una chaqueta —me dijo.
—Pues sí, pero ahora anda una fisgona —le dije. Y le dije riéndome: «¿Acaso aquí en el agua lo haces?». «Pues aprovecho el baño», dijo. «Era buena gente y todos en la colonia conocíamos a su hija y a su esposo, pero el señor vivía en la calle desde que su esposa murió», le dije. «Deja, me meto más abajo para bañarme mejor», y se fue caminando. Como el río estaba en la cañada y oscurece más rápido, me salí y fui a donde estaba él. «Te voy a acompañar en lo que vienen mis primos», le dije. «No, vete, ando encuerado», me dijo. Le dije que ya le había visto hacía mucho, que no tenía nada nuevo y que, si se iba a masturbar, no había problema.
Podía ver su verga gorda y venuda, así que le dije:
—Apoco ya la tienes parada.
Y él respondió:
—No aún no.
Me estaba empezando a calentar la situación, así que le dije en tono de burla:
—A mí se me hace que ya ni se te para Chocorrol. ¿Quieres jugamos a los esposos a ver si te revive?
Y él dijo:
—No, cómo crees, si estás bien, mocosa.
Me acerqué y, con la mano bajo el agua, le agarré la verga, que era demasiado grande, aún flácida, en comparación con las de mis dos primos. Pensé que, tal vez, por la edad, no le gustaba como esposa, y comencé a jalar su verga. Se sentó en una piedra, recargado hacia atrás, y pude verla fuera del agua, cómo se iba poniendo más dura y grande. Al menos para mí, en ese entonces, estaba a punto de chupársela cuando escuchamos que mi prima me hablaba desde la fogata del escondite. Me salí del agua y le dije:
—Ni modo, esposito, llegó visita y me fui corriendo riéndome.
Me dijo mi prima que mis otros tres primos no iban a ir y que, a lo mejor, ella se tenía que ir más tarde. Así que empezamos a quemar los bombones en la fogata y a los veinte minutos llegó el Chocorrol. Solo lo miré de reojo y se metió en la casita.
—Echate unos bombones, Choco, o no te gustan —le dijo mi prima.
—Vente, Choco, alimentate sanamente. Si no, ¿cómo vas a crecer?
Mi prima y yo nos reímos cuando escuchamos que su mamá le hablaba. Y fue, luego me gritó que ya se iba, que mi mamá decía que no me tardaría ya. Ya salí, esposito, se fue la visita. Me dice: «No, gracias, ya me he echado». Le digo: «Sí, apenas son pasadas las 7, esposo, ¿apoco ya vas a dormir?». Le preparé como 5 bombones y me metí también. Le digo: «Ten, anda, para que no digas que no te atiendo bien». Se sienta, se los come y me dice: «Ya vete, antes de que te vengan a buscar. Ya está oscuro. Apaga la fogata cuando te vayas».
—¿Y si te da frío?
—Es que así, apagada, no se ve para acá, dentro de la cañada, pero para arriba sí, por la luz de las casas.
—Es verdad, se ve más oscuro aquí y allá arriba. Sale y me acerco, apretando su verga sobre el pantalón, y le digo:
—Qué pena que llegó mi prima, si no ya casi lo probaba.
—¿Por eso tardaste en darle tu raya? —me dice.
—No, esposo, ese es mi trabajo. Mañana vuelvo.
—Pero estaba muy caliente, quería que me hiciera suya, pero no se animaba a hacerme nada.
Miré alrededor y, como estaba muy oscuro, le bajé el cierre y le dije:
—Bueno, esposo, déjame darte tu despedida.
Sin darle tiempo de nada, metí su cabeza en mi boca y traté de meter todo lo que pude.
Tuve la sensación más rica que había tenido desde que empecé a chupársela a mis primos, y sentí cómo iba creciendo y poniéndose dura en mi boca.
Cuando sentí cómo agarraba mi nuca y empezaba a embestir con más fuerza, Notaba cómo me ahogaba con su verga, que por más que empujaba no entraba toda en mi boca. Me salían lágrimas, pero sentía muy rico, algo que no sentía con mis primos.
Después de un rato, me soltó y la sacó, y me echó su leche en los pechos y sobre la camiseta. Era mucho más que la de mis primos.
—No, esposo, estás damelas en la boca, deja que te la limpie bien y con la lengua le recorría su verga gorda, aún dura, toda peluda. Le dije que ya me había ensuciado la camiseta y me la había quitado, y me dijo que la limpiara y que se comiera los mocos.
Así que empecé a lamer mi camiseta tragándome su leche. Se sentó en una piedra y me agarró así parada, quedaban mis tetas en su boca y comenzó a chupármelas mientras apretaba mis nalgas con las manos sobre la licra.
Sentía su verga en mi cuerpo, así que me quité la licra y me subí a sus piernas, abriendo las mías, y me puse mi rajita contra su verga dura y grande, que estaba más mojada que nunca. «Ahora sí vas a sentir cómo te abro toda, putita», me dijo, y me agarró de las caderas para bajarme contra su verga dura. Lo abracé y le dije: «Hazme tuya». Cuando lo dije, sentí cómo me la clavaba toda y no pude evitar gritar de dolor. Le arañé la espalda y sentí cómo me ardía, pero me tapó la boca y me dijo: «Cállate, putita. Te vas a escuchar». Solo asentí y me soltó. Lo abracé y le dije: «Sigue, no pares».
Él me alzaba con sus manos y me volvía a clavar su verga. Para no gritar, le mordí el hombro y lo arañé, pero él no decía nada, seguía metiéndola más y más. Duro un rato y me dijo: «Ya vete, te van a venir a buscar».
La sacó y sentí cómo me ardía. Me puse la licra y mi camiseta. No podía caminar bien y me dijo: «Deja, te acompaño para que no te caigas». Como pude, salimos de la cañada y mi casa queda ahí, en la orilla.
—Bueno, deja, me voy —dijo.
Entró en la casa y mis padres no estaban, solo había una nota que decía: «Fuimos a dejar a tu tía. Te bañas y ya te duermes».
Me metí en la bañera y notaba mucho mi rajita, traía sangre y me asusté un poco. Me dormí y, al día siguiente, fui a la escuela, pero me bajé a la cañada y fui al escondite. Desperté al Chocorrol y le dije que me había salido sangre, pero que no me había llenado. Me respondió que no me preocupara, que era normal la primera vez. Ya hasta me bañé otra vez y me fui a la escuela. Pero me quité el calzon y le empecé a jalar su vergota. Le dije: «Cógeme otra vez, no quiero ir a la escuela», y le di un beso.
—Así me gusta, putita —me dijo, y añadió—: Eso me prende. Le dije: «Sí, papi, soy tu putita, dale por el culo».
«Ya seré tu papi —me dijo—, entendiste». Y con su verga ya dura me pegaba en mi rajita.
—Sí, papi, cógeme ya —dijo—. Anda.
Pero se paró y se salió del escondite, me dio la vuelta y empezó a chuparme la raja. Sentía cómo su lengua entraba y salía. Y yo, con las manos, agarraba su verga porque mi cara no llegaba tan abajo.
A los 8 minutos, más o menos, sentí un orgasmo y él chupaba todo mi jugo.
—Métete, putita, acuéstate boca abajo —me dijo.
Así lo hice. Me abrió las piernas y se subió sobre mí. Notaba su barriga sobre mi espalda y cómo su verga rozaba mi raja.
—No vayas a gritar, puta, muerde tu calzón —me dijo.
Noté cómo su cabeza entraba y gemía de placer. Le dije: «Ya, papi, métela, así, puta, pídeme verga, cógeme ya, papá». Y, de una embestida, la metió toda. Sentí dolor, pero también placer. Le dije: «No pares, papi, sigue», y me estaba cogiendo tan duro que notaba cómo saltaba sobre mí y hasta me sacaba el aire. A los veinte minutos, sentí su chorro dentro de mí. La sacó y me dijo: «Límpiate la verga, putita». Solo me quité el pantalón y empecé a chupar y lamer su verga.
Espero que les guste, es demasiado largo el relato, pero solo así entenderían todo. Esta fue mi primera vez, en otra ocasión cuento mi primer anal también. ¡Espero que les guste!
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