Como me entere que era cornudo – I, II

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Les contaré cómo me enteré de que era cornudo y me gustó.

Me llamo Alberto y mi mujer se llama Wera. Tiene senos medianos redondos, pero lo mejor de ella es su gran culo. Ella es 11 años más joven que yo.

Cuando tenía turno de noche, al llegar por la mañana, notaba cosas fuera de lo normal en mi casa. Me resultaba raro, pero no decía nada.

Mientras yo dormía, ella llevaba a los chicos al colegio y se iba a casa de su prima, según ella, para dejarme descansar. Una mañana, al llegar a casa, vi pisadas de pies descalzos pequeños y, detrás de ellos, unas botas de trabajo. Parecía que la sujetaba de la cintura mientras entraban. Le grité a mi mujer y le recriminé que si andaba de puta, que era igual de puta que su madre, ya que sus hermanos son de padre diferente, pero con los mismos apellidos que los del esposo de mi suegra. No paraba de insultarla, de decirle perra en celo, golfa. Por eso no quieres coger. Cuando llegué del trabajo, seguro que todavía traes la leche de tu amante dentro. Le di una bofetada y ella salió llorando y se fue a casa de su prima.

Eso me lo dijo más tarde. Me quedé con mucho coraje imaginando cómo la cogían. Ella es muy gritona, sobre todo cuando tiene orgasmos. Me tranquilicé un poco y me di cuenta de que tenía una erección muy dura, y me sentí fatal. ¿Cómo es posible tener tanto coraje por esa situación y a la vez estar excitado?

A las cuatro de la tarde recibí un mensaje suyo en el que me decía que teníamos que hablar, que llevara a los chicos con mi madre a dormir y que ella me esperaba en casa. Llegué como a las 7 y ella ya estaba ahí esperándome. Se notaba que se acababa de bañar, o al menos eso pensé yo porque tenía el pelo húmedo y llevaba un sujetador de encaje de los que me gustan y solo una playera en la parte superior, sin sostén.

Ella ya tenía su plan: empezó a disculparse, a darme la razón, a decir que sí, que ella era una puta caliente, que siempre estaba caliente, que era de familia. Mientras hablaba, me empujó en la cama y empezó a decirme…

Liz: sé que te excita ver mi erección esta mañana mientras me insultabas y sigo viéndola en este momento. Estás caliente, Alberto. Te gusta lo puta que soy. Ya sé que quieres comerme ahora, usar a tu puta, castigarla, darme de nalgadas mientras me cojes duro.

Ya estaba reventando de calor, se acostó a mi lado, me empezó a sobar el pene con el pantalón y me decía al oído mientras me besaba.

Liz: «Vamos, cójeme, puta. Yo sé que sí quieres, todavía estoy caliente, quiero más verga».

Me saco la verga del pantalón corto y me la empezó a mamar. Yo le empecé a sobar el coño y estaba mojado. Se montó en mi erección y hicimos un 69. Sentía un sabor raro, pero no me importó. Lamí y chupé, la puse en cuatro y la empecé a coger muy duro.

Liz: «Así, cabrón, dale duro, pégame, castígame por puta. ¿Quieres saber quién es mi amante, el que me cogió dos veces más hoy y de quien probaste los restos de leche?».

En ese momento se me aceleró más el corazón y mi pene se puso más duro.
—Dime, cabrón, llámalo y dile que estás caliente, que te estás masturbando.
Ella cogió el teléfono y vi el nombre del contacto: hijastro Manuel. Era el hijastro de su prima, un chico de 18 años moreno que, cuando tenía ganas, trabajaba de albañil. Ahora entendía por qué visitaba tanto a su prima.
Al contestar, escuché a mi puta jadear y le dijo:

Manuel: «Todavía estás caliente, puta, no te has llenado con las dos veces que te he follado hace rato. Eres una golfa sin llenadera, me has dejado seco.

Liz: «Sí, me estoy masturbando, quiero más leche y mi marido está enfadado porque soy una puta».

Manuel: ven mañana y te daré lo que quieres. Ya sabes que tu prima, mi mami, nos da chance.

Liz: Ya estoy lista, me guardaré esa leche para mí.

Ella colgó y se dio la vuelta, puso sus piernas en mis hombros y me miraba fijamente mientras me decía: «Me vas a dejar ir con mi macho, verdad?», y yo sabía que le gustaba probar los restos de leche de mi vagina, que le gustaba que fuera puta, eso te calienta, dime que sí, mi cornudo. Sabías que yo era así de caliente y puta por eso te casaste conmigo. Ya no pude aguantar y empecé a descargar chorros de leche dentro de ella mientras le decía: «Sí, te doy permiso de ir, mi puta». Terminé y me acosté a su lado. Ella me besó y me dijo: «Gracias, mi amor, te amo».

Seguimos hablando acostados, pero eso es para el siguiente relato.

PARTE II

Continuando con mi relato anterior, después de todo ese sexo fantástico que tuvimos, me invadió un sentimiento que no sabía explicar: era como estar viviendo una película porno, pero en la vida real. Le pregunté por qué me había engañado y cómo había sido la primera vez que lo hizo.

Liz: Mi amor, yo siempre he sido caliente. Me hice adulta muy pronto, se me dispararon las hormonas. ¿Te acuerdas de cuando te conté cómo me desvirgó mi maestro de matemáticas y te pusiste bien caliente? (Recuerda eso, mi pene se empezó a ponerse duro). Ya llevaba mucho tiempo reprimiendo mis impulsos, pero cuando conocí a Manuel ya no pude más. Lo veía y se me mojaba la bragueta. Empezamos a llevarnos y nuestras conversaciones pasaron de ser simples a tener doble sentido, hasta que un día, estando en casa de mi prima desayunando, salió de su cuarto sin camiseta, con un pantalón muy corto que dejaba al descubierto su gran verga. Le ofrecí comida sin dejar de mirar su bulto. Se sentó junto a mí y me preguntó qué hay por qué, desde hace mucho tengo antojo de algo. Me miró el culo y yo, en ese momento, sentí cómo se me inundaba la entrepierna. Notaba caliente la cara, me puso la mano en la espalda y la fue bajando hasta donde comenzaban mis nalgas y me dijo: «¿Qué tienes en el menú?». Yo aparté más el culo y me di la vuelta dándole la espalda y le dije: «Tu plato está servido, papi». (Mi prima solo se rió y nos dijo que dejáramos todo listo para barrer el patio y lavar los trastes cuando termináramos. Aún no había salido mi prima cuando Manuel ya me había pedido que le chupara la polla.
—Mi prima le dijo a Manuel: “Tienes la polla más gruesa que tu padre”.
—Cuando quieras, cariño —le respondió él, y me subió y me sentó en el borde de la mesa. Solo me bajó un lado de la tanga y me metió la polla gruesa hasta el fondo de un solo golpe.
—Estás muy mojada, puta. Ya te tenía ganas desde la primera vez que vi tu culazo. Sabía que te iba a coger. Tienes una cara de puta que no puedes ocultar.

Me la metía tan fuerte que hasta la mesa se movía. Me mordía los pezones con fuerza y me decía: «No, papi, no me dejes marcas, soy una mujer casada». «No —le contestaba—, tú eres una puta casada a la que le encanta la verga. Date la vuelta y ábrete las nalgas que te voy a romper el culo (mi santa esposa, que para que se lo de a mí tengo que rogarle días enteros, y a ese chiquillo se lo da a la primera), ciegamente obedecí y me tendí boca abajo, abriendo las nalgas con las manos. Sentí cómo escupía en mi ano y, lentamente, me penetró hasta que no quedó nada de sus 19 cm afuera. Empezó a bombear despacio, acelerando el ritmo hasta que, nuevamente, la mesa se movía por el suelo por la fuerza de sus embestidas. Miré a la puerta y vi a mi prima mirándonos mientras se sobaba sus chichotas.
—Manuel, tu mami está de calentona mirona —dijo—. Esto parece que lo disfruta más, me empezó a dar más fuerte hasta que terminó y me dejó el culo lleno de leche. Me dio una nalgada y se fue a bañar porque tenía que salir.

Liz: Alberto, ya estás caliente otra vez, te gusta que sea infiel, mi amor.

Alberto: No sé, pero me excita. Ven, cógete en mi y sigue contándome.

Liz: —Sí, mi amor cornudo, de eso ya hace tres meses, desde la primera vez. Y todos los días que voy con mi prima me coge o, cuando puede, viene a cogerme a tu cama por las noches, cuando no estás. Después de que duermo a los niños, le llamo y ya me dice qué ponerme para esperarlo, y eso me excita. Me he vestido de fitness, de colegiala, hasta de mi vestido de bodas. Alberto, mi amor, dime algo.

Alberto: ¿Me quieres dejar por lo que ocurre?

Liz: No, nada de eso, es que ya no quiero reprimirme. Sabes, te amo de verdad, pero mis perversiones me ganan. No sé si estoy enferma, pero ya no quiero aguantarme las ganas. Hay tantos hombres que me calientan. (Mientras ella hablaba, se empezó a mover más rápido sobre mi verga). Te cuento que el vecino de la tienda de la esquina, cada vez que no está su mujer, me piropea y me ve descaradamente el culo. Tu primo el taxista, cuando me ve en la calle, me trae a casa sin cobrarme y me invita a comer o a desayunar. Los hermanos de la pollería me dicen directamente que me quieren coger, los dos juntos o uno por uno, como yo quiera. Dame permiso para hacerte crecer los cuernos, mi amor.

Alberto: Ahora entiendo la amabilidad de todos. Eso que me dices es que solo quieren acostarse conmigo porque quieren coger a mi puta. Te amo, mi amor. Te doy permiso para acostarte con los que quieras.

Terminé agotado, nos dormimos abrazados y yo pensando si había sido lo correcto; mi moral me decía que no, pero mis instintos me decían que sí.

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