Disfruto ser cornudo

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Me excita que se cojan a mi mujer, pero más que la cojan, ver, oír, pero, sobre todo, saber que está siendo poseída por otro. Ella participa de mi juego, llevamos años jugando. Disfrutamos con los preparativos en casa. Escogemos juntos la ropa interior. Se viste y se maquilla como una perra, la toco, le meto manos y la caliento. Quiero que cuando llegue a su territorio de caza esté excitada. Vamos a bares y conquista otros hombres para mi disfrute. Habla con uno y con otros, se exhibe, baila. Se deja sobar para excitarlos y excitarme. Me gusta verla moverse en esos ambientes, invitándoles directamente a tener sexo con cada mirada, muy pocos se resisten.

Permite que la traten como a una puta solo para que yo saboree mi pervertido placer. A algunos se lo dice directamente, “lo hago por mi marido”. A veces me consulta y requiere mi consentimiento, un fingido permiso, que la primera vez me enloqueció. Un furtivo viaje al baño, gordi, me dijo con la blusa abierta que dejaban ver gran parte de sus pechos, si no te va ese, me busco a otro, yo incapaz de resistir más, le rogué: por favor déjate cojer ahora mismo.

Sujetó mi cara con ambas manos, me estampó un intenso beso y se dirigió al baño, allí la esperaban dos hombres, pasó entre ellos, caballerosos le cedieron el paso, percibí sus burlonas miradas hacia mí, un azote en la cola alcanzé a ver, cuando entraba con el primero en la cabina.

Me percibo afortunado con cuernos, muy afortunado, más de uno me envidia, disfruto el cortejo, me excita cómo el amante de turno la avanza, conquistándola, acariciándola, cada vez más osado y decidido. Es una mujer casada, que va a permitir que la usen solo por sexo, van a disfrutar de su cuerpo como si fuera una puta, pero es una puta diferente, no lo hace por dinero, solo es una mujer casada con ganas de sexo diferente.

¿Y yo?… Escondido…. Presenciando el espectáculo en primera fila, mirando, disfrutando para terminar como siempre, observando o imaginando cómo se cojen a mi esposa. Como la pija de su amante le perfora la vagina una y otra vez, oír sus gemidos, mientras ella le da esas caricias que en teoría deberían ser solo para mí.

Hace tiempo que lleva a sus conquistas a casa, pues es más cómodo y morboso. Cuando todo termina, el toro corneador simplemente se va, ella se queda desnuda en la cama, esperándome, agotada, rezumando semen, oliendo a sudor y sexo, con la vulba enrojecida a la que limpio con la lengua y luego, penetrarla. Ella se deja, aguanta mis embestidas, me permite todo, le digo puta, me responde cornudo, que la han cogido muy bien, lo disfrutamos. Le gusta eso de mí, sobre todo, que la acaricie, que pase despacio y con dulzura mis manos por su piel manchada de otro sudor… Y que la penetre o que le lama como un perro su vagina recién usada, empapada con semen de otro… Ella sabe que es cuando más disfruto. “Te gusta usar lo usado”, me dice burlona, “eres el hombre de la segunda mano, un reciclador”.

La idea de que otros hombres le den placer a Alejandra mientras miro, es demasiado excitante como para no tratar de que eso pase. Es más, lo busco, lo provoco, se lo pido suplicando Lo que para unos sería inaceptable, para mi es un placer infinito.

Me reconozco y describo como un cornudo, obtengo una intensa gratificación sexual observando como mi esposa practica sexo con otros hombres y si no pude verlo, disfruto simplemente con que me lo cuente. Sí, que me diga cómo eran los penes que la penetraron, por donde, cuantas veces, y por supuesto, mejor si el afortunado de turno es más viril que yo, cosa que en muchos casos suele ser así. Después de decirme todo eso, me llama cornudo, se desnuda, para que vea las huellas del amante en su cuerpo y me hace lamer su concha, ya no necesito nada más, ni tocarla para acabarme y ella ríe al ver cómo mancho el pantalón con mi semen.

El simple hecho de pensar que mi pareja le pueda dar placer alguien que no sea yo, me produce una peculiar subida de adrenalina en el cerebro, y me pone tan excitado que pierdo la razón. Es masoquismo psicológico, provocado por la unión de la naturaleza prohibida de la fantasía y la brutal oleada de deseo sexual que me domina por completo.

Como cornudo, experimento una sinfonía de emociones contradictorias: gratitud, vergüenza, excitación, humillación, ineptitud y deseo. Sobre todo, un extraño, incontrolable e inexplicable deseo. No solo deseo poseerla, deseo que otro la posea delante de mi. Pero además quiero que ella también lo disfrute. Que se perciba lo excitada que se pone y que se le note a él como su pene se marca impresionante bajo sus pantalones. Y si es posible que, a propósito, me lo enseñen. Sí, que me enseñen su excitación. Me gusta que ella le provoque y que su erección no pase disimulada. Es como si, sin palabras, sus cuerpos me dijeran lo que va a pasar: cornudo, vamos a cojer.

Ahora ha estado otra vez con el dueño del taller donde reparamos el auto, un tipo prepotente y machista, que la primera vez lo hicieron en su taller, sobre el capó del auto. Hace pocos días la ha llamado, salió presurosa para verlo, al regresar me cuenta: que tuvo un maratón de sexo, que la ha “maltratado” y cogido como un animal. Que ha tenido que hacer y dejarse hacer de todo. El es un matón, con una verga enorme, que la trata de puta, la obliga a desvestirse para él, le hace chupar su pija y se la mete hasta la garganta, hasta ahogarla.

Me encanta cuando voy al taller a llevar mi auto y hablo con el tipo, me mira atentamente e imagino que piensa: “que cornudo eres, si supieras como me chupa la verga tu mujer”.

Recuerdo la primera vez que la ví coger con él, yo estaba escondido y ella lo había invitado a casa, la hizo desnudar en el comedor, la tomó de atrás la empujó sobre la mesa, con su brazo derecho aplastó su cara contra la madera y con el otro sacó su enorme miembro y la embistió tan fuerte hasta hacerla gritar, siguió varios minutos taladrándola hasta que ella acabó, sacó su pija y le pidió que se la chupara, ella arrodillada libó su pene hastá que brotó un chorro de semen que le cayó en toda la cara.

Otra vez fue en el dormitorio. Ella se arrodilla, apoya el pecho y los codos sobre la cama. El desde atrás apunta, se deleita mirando, se recrea en la suerte. Y un empujón, abre la boca, pero no grita. Tensa su cuerpo y gime cuando se retira de ella. Un azote hace temblar sus nalgas. Vuelve a colocar su pene y vuelve a empujar. Es brutal. Una vez, otra, otra, otra… La sujeta por la cadera, se apoya en ella para que sus embestidas sean más profundas y potentes. Descansa sobre ella todo su peso. Literalmente la empala. Grita cuando la penetra, gime cuando se retira de ella. Si no estuviera en esa posición, cada vez que la embiste, todo su cuerpo saldría disparado hacia adelante. Coloca la mano bajo su garganta y tira de la cabeza arqueando su espalda. Casi la levanta con cada empujón.

Su pene la invade completamente. Ella me lo ha dicho más de una vez, cuando se siente llena, no puede evitar correrse. Ella es su juguete, su muñeca de trapo y goza siendo follada así. Por eso de vez en cuando le llama, por eso cuando él quiere va a su encuentro. Naturalmente la ha dado por el culo más de una vez, cuando lo hace la oigo gritar. Y cuando estaba listo para eyacular, ha sacado su polla del ojete y le ha hecho tragarse toda la corrida. Ni se ha levantado para despedirle.

Muchas veces he llegado a casa y cuando subo al dormitorio a cambiarme y encuentro la cama desordenada (algo impensable en ella que es obsesiva con el orden), sé que ha sucedido, busco en las sábanas las manchas amarillentas de los restos de semen y flujo, las toco, si están secas y duras se que es semen del macho que estuvo allí y que ha pasado hace unas horas, si son frescas ocurrió mas reciente. Las huelo y paso la lengua, sintiendo el sabor salado.

Encuentro su bombacha en algún rincón, hago lo mismo. Mi verga ya está tremendamente erecta, bajo diciéndole que es una puta, ella me sonríe respondiéndome cornudo, no sabés como me cogieron, lleva su mano a mi pene que erecto infla mi pantalon y lo frota, me dice que el tipo tenía una verga enorme, que comparada, la mía es un maní, sigue diciendo, ¿te das cuenta, porqué necesito un macho?, con esa pijita no aguantás, además no me llena, me quedo siempre con ganas y… comienzo a correrme, la aureola de semen asoma en mi pantalón, mientras ella me sigue frotando, susurrando “ya está cornudito, ya está”. Luego cambiando su tono de voz, me ordena que suba a cambiarme, que tienda la cama, que deje las mismas sábanas que quiere dormir sintiendo el olor de su macho y que lave su bombacha.

Anoche vino Ivan, un pendex 10 años menor que Alejandra, al que conoció siendo su alumno en el profesorado, es un tipo alto, atlético y también muy dotado. El es su verdadera debilidad, para esperarlo, se puso un conjunto de tanga y corpiño negros con encajes y una bata animal print y zapatos con tacos aguja haciendo juego. Suben al dormitorio, yo estoy en el del lado, con puerta enfrentada, cerrada, espiando por el agujero de la cerradura, al que he agrandado para ver mejor, en nuestro dormitorio hay luz tenue, al lado de la cama comienzan a besarse, mientras se van desnudando, luego ella se recuesta, él se arrodilla en el suelo y comienza a libarle la vagina (siempre me cuenta que es el mejor haciendo eso), de a poco aumentan los gemido de ella, cada vez mas fuerte hasta que se corre.

Luego él sube pasando la lengua por todo su cuerpo, comienza a chuparle las tetas (en eso también es el mejor), la penetra suavemente, ella coloca sus piernas sobre los hombros de Ivan y comienzan a mecerse, aumentan el ritmo, los gemidos de Alejandra se convierten en gritos, ha tenido otro orgasmo. Ahora el se arrodilla en la cama y ella se sienta sobre su pene, la toma de las nalgas, se incorpora y el juego se torna frenético, Ale gime, grita y llega a su tercer orgasmo. El sigue con su miembro duro y enorme, ahora se acuesta utilizando el respaldo de la cama para apoyar su espalda, Alejandra lo monta y allí viene el espectáculo mayor, comienza a saltar frenéticamente sobre la pija de Ivan, ahora ambos gimen y en preciso momento, simultáneamente comienzan los gritos de ambos y se confunden sus orgasmos, es increíble verlos, sus cuerpos se tensan, sus múculos se contraen, el extasis les dura varios minutos, luego ella deja caer su extenuado cuerpo sobre él y así se quedan un largo rato. Ivan se levanta, corre hasta el baño, se asea y viste, le da un último beso y parte. Cuando sentimos que él cierra la puerta, la voz de Alejandra me ordena “vení cornudo”.

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Horacio Ardusso
Horacio Ardusso
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