Sumisa infiel con los ojos vendados, en ropa interior y atada

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Ese martes de abril era como cualquier otro día, de planes de ir de aquí para allí y con el aburrimiento rutinario de cualquier ciudad. Amigos los de siempre, recorrido el de siempre, horario el de siempre, y las únicas novedades son los correos que vamos recibiendo mi mujer y yo, dado somos matrimonio liberal y abierto sexualmente. De vez en cuando practicamos tríos, intercambios de parejas, y contactamos con amos, alguna ama de vez en cuando, y también otras parejas y matrimonios que les guste el BDSM y el bondage.

Aquel martes estábamos pendientes de recibir un correo de un amo con el que habíamos visto gustos compatibles, y nos proponía una idea y fantasía divertida. Nos habíamos escrito un par de semanas, nos habíamos dado los teléfonos para acordar la cita, pero justo cuando iba a revisarlo recibí un audio de voz de mi mujer.

“Cariño, he llamado esta mañana a HardRopes y he quedado con él en un bar a las 12 del mediodía. Luego te informo”.

Sabía que mi mujer estaba impaciente, pero no me imaginaba que tenía tanta prisa. Habíamos hablado de todas las posibilidades de sexo y morbo que parecía que ofrecía, y no quise estropear la cita que ella había planeado. Entendí que quería hablar a solas, porque no me dije el lugar dónde habían quedado, y yo seguí aquel día con la normalidad de siempre, esperando encontrarnos a la hora de comer y que me explicara qué tal había ido la conversación.

Casi me había hasta olvidado de su mensaje, cuando pasados diez minutos de las doce en punto recibí otro audio de voz.

“Estamos tomando un café y comiendo un poco. Se le han puesto los ojos como un búho cuando me ha visto. Me he puesto ese vestido blanco ajustado que me llega justo hasta tapar el culo (aquí se oía sus risas). Ahora está en el lavabo. Luego te cuento. Ah, y es guapo y está muy bueno”

Entiendo el impacto que le provocó al chico verla con ese vestido. Mi mujer es delgada, tiene un buen pecho, cadera estrecha, de figura muy fina, y aquel vestido le realza la belleza. Siempre que se lo pone van mirando los hombres adultos, y es incómodo para andar porque cada dos por tres se lo tiene que ir bajando, porque se le sube al ser algo elástico. A mí me encanta cómo le queda, está preciosa, y estaba convencido que para la cita iba a poner a mil al pobre chico.

Yo seguí con lo mío, inmerso en mis cosas, despreocupado y pasó media hora hasta que volvió a enviarme una serie de audios cortos y escuetos.

“Estoy sentada a su lado. Me ha puesto la mano en la rodilla, y la está subiendo”.

Dos minutos después me llegó otro.

“Ha metido la mano por debajo de mi vestido”.

Y luego envió otro acto seguido.

“Ya la ha quitado, pero tengo el muslo, y lo que no es el muslo, que me hierve (y si oían risas de los dos)”.

Se notaba la clara intención de mi mujer en putearme pícara y traviesa, y en que supiera que estaba dejándose seducir por otro hombre. Cuando me lo hace yo juego haciendo indiferencia y que no le hago ni caso, y la forma de demostrárselo es que yo no le llamé ni le respondí. Hice como si no me hubiese enterado, como si no lo hubiese oído, pero tanto ella como yo sabíamos que el rol de su travesura y mi indiferencia nos encanta a los dos. Se divertía ella al enviarlos, y sonreía yo al escuchar los audios.

Me envió un par de audios más que no hace la falta comentar porque ya eran como enfriando la escena sensual, queriendo llamar mi atención también copiando ella mi estilo de la indiferencia, y el último que me mandó era para decirme que salían del restaurante. Supuse que en torno a las dos del mediodía llegaría a casa y me contaría lo que habían hecho, pero apenas habían pasado quince minutos que me volvió a llegar otro audio, ahora ya mucho más caliente.

“Cariño, estamos en el parking. Me ha puesto de cara a la pared. Tengo las manos en la pared y las piernas muy abiertas. ¡Como los polis que cachean a los ladrones en las películas! Me ha ordenado que no me mueva, y me va a cachear”.

Me quedé imaginando la escena, en un parking solitario supuse o fantaseé, en esa posición sumisa y sensual, manos arriba con los brazos muy abiertos en la pared, hacia los extremos, alejados de la cabeza, piernas abiertas como si dibujara un triángulo, y las manos del chico registrando por sus nalgas, por debajo del vestido, y emitiendo ella algún suspiro o gemido y él susurrando al oído para no ser descubiertos.
Debió de hacerlo muy bien mi mujer para seducirlo hasta alcanzar ese punto tan valiente y atrevido, y yo tenía muchas ganas de recibir un nuevo audio para saber qué seguía sucediendo. Me llegó otro en pocos minutos.

“Sigo de cara a la pared, y me ha quitado el vestido”

Entonces se oía en voz baja la voz del chico ordenando qué me explicara más detalles.

“tengo los ojos vendados, y me tiemblan las piernas de lo excitada que estoy. No veo nada, no sé si me ve alguien, esto es muy morboso”.

Entonces oí ordenarle que me describiera la ropa.

“Llevo sólo el tanga y sujetador morados de encaje que tanto te pone, y los zapatos de tacón de aguja que compramos en la calle Alcázar”.

Ahí se apagó el audio. La imaginé tal como se había descrito, y la polla se me puso que iba a reventar los pantalones. Me despertó envidia sana la situación erótica que estaba viviendo, y por el acento en su voz sabía que le encantaba, y que estaba muy excitada. Me imaginé que tal vez el chico le acariciaba la espalda, o las costillas, sin dejar que ella moviera su posado de cara a la pared, dominada, sometida, y a lo mejor besaba o lamía su cuello para mayor crueldad, y me encantó.

Volví a recibir otro audio en el que se oía la complicidad sexual entre ambos. Mi mujer preguntó si podía moverse, y al responderle el hombre con un NO dominante escuché a mi mujer exclamar un “vale”, demostrando que estaba de acuerdo, e incluso yo diría mucho más, que le encantaba.

Habían pasado diez minutos desde ese audio en que me decía su posado hasta este otro del breve diálogo, y al cortarse este audio me quedé a la expectativa, pensando en un montonazo de cosas. Ahora tenía la incertidumbre de si iba a follar allí mismo en el parking, o si la iba a masturbar, o se irían a un hotel, o vendría para follar en casa. No sabía cuál iba a ser la continuación. Podían ser muchas cosas, y la verdad es que el próximo audio se demoró intencionadamente. Pasó tanto rato que ni miré el reloj, pero al final se reanudó los mensajes.

“Estoy en su coche” – me dijo con un tono muy excitada – “Sigo con los ojos vendados, en ropa interior, y estoy atada”.

Se oía el motor del coche circulando, y entre el ronroneo del motor oí que el chico le decía que me contará más. Concretamente, le ordenó que me dijera cómo estaba atada, y ella me contó que tenía los brazos a la espalda, atada con cuerdas que le daban toda la vuelta al cuerpo, doblados, con las manos que habían quedado elevadas, cerca de los hombros.

El chico le dijo que me comentara si podía desatarse.

“No puedo desatarme” – y al añadir “no vendré a comer” se cortó el audio.

Yo estaba vestido con mi ropa de calle, y me senté en un banco de una plaza, apoyándome en el respaldo, porque no podía andar con esa bestial erección que me había entrado. Iba a romper los pantalones, como se suele decir. Me dije que me tenía que relajar, pero imaginarme la escena me hacía fracasar todos los intentos, y una parte de mí pensaba dónde iban, pero mi mujer ya es adulta, lista, madura, le encanta seducir y provocar, lo lleva en la genética diría yo, y confiaba en que ella sabía en que iba a disfrutar y pasárselo bien.

Todo el rato iba pensando yo a qué lugar bien, si yo tendría que ir a buscarla a algún sitio, un hotel, un piso, una calle, y me quedé totalmente expectante esperando noticias. Tardaron en llegar, pero ya di por supuesto que no iban a decir nada hasta llegar al lugar donde iban, y así fue. Por fin llegó un nuevo audio.

“Cariño, ya hemos llegado”.

Primero me habló del lugar.

“No sé dónde estoy. Tengo todo el rato los ojos vendados, y no sé dónde me ha llevado” – y rápidamente añadió – “pero estoy genial, ¡tranquilo!”.

Después me contó que estaba desnuda. Le había quitado toda la ropa, descañza, y que tenía las piernas atadas dobladas como si fuesen las patas de una rana. El talón le tocaba el culo, y no podía estirarlas ni un milímetro. Las ataduras y el bondage eran estrictas y duras, y me contó que se iba a quedarse con él toda la tarde. Había decidido que iba a ser su esclava hasta las siete de la tarde.

Imaginarla todo el tiempo atada en esa posición, sin ver nada, sin poder escapar, sometida y torturada por un amo severo y perverso, me encantó. La ideé atada toda la tarde, sin descanso, perdiendo la noción del tiempo al tener todo el rato los ojos vendados, con pausas a veces y a ratos martirizada de orgasmos y placer, y me excitaba. Imaginé la posición que me había dicho porque he visto muchas fotos de ese estilo, y lo hice fue poner en mi cerebro la cara de mi mujer. La imaginé gozando, excitada, y me encontré tan tranquilo que me vino esa modorra de que duermes pero que te entra sueño y vas cerrando los ojos.

De pronto volvió a sorprenderme otro audio. Era mi mujer gemir.

“Sí, sí, sigue, sigue” – decía, y el chico le ordenaba que me contara qué estaban sucediendo. Se lo tuvo que repetir tres veces, severo y dominante, porque ella no paraba de gemir, y entonces logró contar que le estaba lamiendo el clítoris con la lengua. Le dijo que tenía que obedecer a la primera, y que se merecía una lección. Ella dijo que sí, que la castigara, pero seguía gimiendo, y ahí se paró el audio.

Cuando volvió el siguiente audio comenzó con la voz del chico, hablando con mi mujer. Le ordenó que me lo volviera a contar, y al oír sus mmmppfffhhfhhf y mmmmaafffpff supe que estaba amordazada. Y debía de estar muy duramente amordazada, porque no se le entendía nada, y era incapaz de articular una palabra.

Entonces hablaba el chico, y en un mensaje dirigido a mí me decía que mi mujer se lo iba a pasar de maravilla, que la iba a volver loca de placer, y que a las siete la desataba y vendría para casa. Añadió que ya enviaría algún audio más, y colgó.

Durante toda la tarde fui recibiendo varios audios. Las dos primeras horas todo el rato fue amordazada, y todo el rato gimiendo. Algunos eran orgasmos alocados, “ffffmmpfffifififi mmmppffii”, otros eran como torturada “aaaafffffffhhhfff mmmamafffappp”, y unos pocos eran como diálogos, como queriendo decirme qué tal iba “ffffoooiiii mmmmippfpfifif mmmaaapppffhhoooggg”, todos ininteligibles pero que no entendía nada de nada.

Pasadas las cinco de la tarde oí de nuevo su voz.

“No tengo ni idea de que hora es, pero me lo estoy pasando de puta madre. Sigue, sigue” – decía desesperada.

Sonaba que no hablaba conmigo. Era como un mensaje que le había dado a su amo, y de este estilo llegaron un par más. Uno era misterioso.

“Duele, pero me encanta”.

Y otro en el que demostraba haber conseguido su obediencia y sumisión, ya que se dirigió al chico como “sí, señor”, y en otra frase añadía el “sí, por favor”. No tuve más audio, así que no supe de que iba el diálogo entero, pero tenía suficiente notando ese acento de excitada y cachonda.

Imaginé que habían follado con ese frenesí que es típico estando los dos cachondos perdidos. Imaginé que la había masturbado, y que la estaría sometiendo a esas sesiones maravillosas de multiorgasmos que le encantan a mi mujer, en la que tiene tres o cuatro orgasmos seguidos. En eso le encanta suplicar y rogar que paren, y quedarse un rato atada mientras recupera fuerzas. A lo mejor la sometió a algún castigo, pero todos los detalles me los contará cuando venga a casa.

Yo os comentó que había ido repasando los audios. Había elegido varios en los que gemía amordazada, en los que se oía sus orgasmos, y me hice una paja escuchando los audios, fantaseando con la escena, y sabiendo lo bien que se lo había pasado.

A las siete y dos minutos volvió a llegarme otro audio.

“Me está desatando. Ya vuelvo para casa”.

La fui a encontrar en la esquina de las calles Baltazar y Bronto. Tenía muy marcadas todas las cuerdas, lo que demostraba que había estado atada estricta y severa mucho rato, y aún llevaba el dibujo del antifaz de cuero usado para los ojos vendados.

Rápidamente se abalanzó sobre mí, nos estampamos un beso apasionado en los labios, me contó que estaba exultante, cansada y agotada también, pero que se lo había pasado maravilloso, y me enseñó orgullosa todas las marcas preciosas que llevaba por todo el cuerpo.

Me contó que había llegado con los ojos vendados, y que de verdad no tenía ni la más mínima idea de dónde habían ido, más allá de que se habían metido una hora en coche. Después siguió con todos los detalles, que dio para esa noche y el día siguiente y la semana entera, pero eso ya os lo cuento en otro relato.

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