Me llamo Mario, tengo 28 años y normalmente veraneo quince días al año en la misma playa. El verano pasado tuve una despedida muy especial. El último día de vacaciones me llamó la hermana de un amigo del trabajo, Jorge. Nunca la había visto personalmente. Tan sólo habíamos hablado alguna vez por teléfono cuando ella recogía mis recados para su hermano. La última noche de vacaciones telefoneó para invitarme a que me acercase a una fiesta en casa de una amiga. Decidí aceptar porque estaba cerca, no necesitaba el coche.
Llegué a la fiesta a eso de la media noche y la juerga ya estaba montada. Después supe que aquello ya había empezado dos horas antes. Sara me había dicho que ella me reconocería, pues me había visto en fotos de Jorge. Así que, tras servirme una copa, esperé. La fiesta estaba muy concurrida, casi no se podía andar por la casa. La música estaba alta y algunos ya habían decidido bajar a la playa, se estaba un poco más frescos.
- Hola Mario
- ¿Sara? - Contesté mientras dibujaba con la mirada su espectacular cuerpo. Una escueta camiseta dibujaba sus pezones bajo su color blanco. Era evidente que no se había puesto sujetador. Un pareo semitransparente cubría torpemente su braga naranja. Dudé si sería un bikini, pero no me importó. Conformé mi excitación con las desnudas piernas terminadas en sandalias de suela plana.
- Me alegro de que hayas venido - sonrió Sara enloqueciéndome con su tez morena y sus labios carnosos.
Charlamos durante varias horas. Ella me contó cosas de su hermano y anécdotas divertidas. Aunque la escuchaba con atención no podía dejar de desearla. Supongo que se percató, o que el sentimiento era mutuo, pues poco a poco hablábamos desde más cerca y sus pechos me rozaba cada vez con más claridad. Así hasta que un beso terminó con la conversación.
-Vamos fuera - propuse.
Ella asintió con la cabeza y tomándome de la mano me llevó a la parte de atrás de la casa. Acabamos besándonos arrimados a la pared de la casa, en un rincón con escasa luz. Poco a poco deslicé suavemente mi mano desde su cintura. Bajo mis dedos se describían aquellas piernas firmes de nalgas redondeadas. Alcancé por fin la meta buscada, las bragas de llamativo color que tanto había mirado con disimulo en la fiesta. Tiré suavemente de ellas hasta que, pasado el inicio de los muslos, cayeron por su propio peso. Para entonces, nuestras lenguas batallaban indómitas y lujuriosas en su boca. No quise quitarle el Pareo. Lo dejé puesto a sabiendas. Sin saber por qué, eso me daba morbo.
Descendí por el cuello hasta la clavícula, mi lengua acariciaba la piel ardiente de Sara. Para entonces la respiración de ambos era acelerada y el corazón golpeaba galopante en el pecho. Levanté su camiseta y pude deleitarme con la visión de los voluminosos pechos. Los había deseado toda la noche y ahora eran míos. Chupeteé sus pezones. Jugaba a dibujarlos con la lengua, a mordisquearlos repetidamente mientras los alaridos de ella me animaban a continuar. De forma simultánea, con mis manos, recorría cada curva de sus muslos hasta llegar al sexo ya húmedo.
Sentí como con la lengua escribía el placer sobre sus pechos. Mis dedos la rozaban ahora en la entrepierna sin penetrarla, eso la volvía loca y a mi me excitaba cada vez más. Apretó fuerte con sus manos mi cabeza. Me pidió que la penetrara. Yo deseaba sentirme dentro y gozar de cada vaivén de placer pero me contuve. Introduje mi dedo y ella exhaló de placer. Para entonces yo estaba muy excitado. Los pantalones me molestaban por el tamaño que ahora tenía. Quería penetrarla.
Descendí por el plano vientre. Salté el nudo del pareo para aterrizar sobre el Venus de ella. Mordisqueé suavemente el preciado monte antes de internarse en lo profundo de su sexo. Mientras apretaba sus nalgas con ambas manos, sentía como cada moviendo de mi lengua en el interior de su sexo le gustaba. Quería penetrarla. Primero con la lengua, repetidas veces. Luego volví a usar los dedos, primero uno, luego dos, tres finalmente que arrancaron alaridos a Sara. Finalmente la profané con mi pene. Erecto, duro, vascularizado, firme, entré en ella sin aviso y con fuerza. Sentí que estaba mojada y como la humedad aumentaba con cada bombeo. Cada vaivén de placer, cada roce de gozo, nos guiaban hacia ese punto sin retorno que ambos ansiábamos ahora.
Quería eyacular, llenarla con su mi líquido más íntimo. Sin embargo, aguardé. Una penetración más brusca y profunda marcó el fin de esa ronda. Salí fuera dispuesto a consumar mi fantasía. Incité a Silvia a girarse, ella obedeció dócilmente y sabedora de mis intenciones se inclinó ligeramente separando un poco más sus piernas. Me coloqué un preservativo. Fue levemente doloroso penetrar aquel tupido ano. Más, cuando hubo pasado el momento inicial, el camino se hizo más dócil y ambos comenzamos un goce renovado. Mis manos se repartieron. La una apretaba con fuerza uno de los pechos. La otra acariciaba con fuerza el clítoris empapado sexo de Sara. Sentía que ambos disfrutábamos, notaba como los gemidos de ella aumentaban y eso me excitaba aún más. Seguí entrando y saliendo en ella hasta que divisé el final. En ese momento, y tras quitarme el condón, retorné a la penetración vaginal.
La posición continúo casi invariable. Ella seguía delante de mí. Estaba de espaldas y un poco inclinada para facilitar mi entrada y aumentar el placer. Cuando volví a entrar en ella, debió percibir que el final estaba cera. Se contoneaba ella también ayudándome en penetraciones más profundas. Y llegó el momento del éxtasis, ese en que los sentidos se anulan y solo el deleite infinito guía los actos. Ambos confluimos en una explosión de placer. Gemidos, suspiros y breves monosílabos fueron la manifestación del goce que ambos experimentamos. Tal y como deseé desde el mismo momento en que la conocí, un orgasmo nos unió en esa noche de playa, fiesta y sexo fugaz.
Opiniones y comentarios:
[email protected]