Estaba pasando una mala época en todos los campos. La empresa se iba al garete, iba mal de dinero, y en cuanto a mujeres no estaba en mi mejor momento. Así que con los pocos ahorros que me quedaban, decidí agarrar la mochila y hacer un viaje en solitario, lanzándome a la aventura, para olvidarme un poco de todos los problemas que nublaban mi mente.
Era lunes, hacía frío y estaba yo esperando el autobús que me llevaría a mi destino. Dejé mi maleta en los bajos del vehículo y subí. A los pocos minutos se sentó junto a mi una chica, morena, de ojos oscuros, y con un cuerpo bastante atractivo. Iba muy abrigada, con un abrigo beige, y parecía triste. Salimos de la estación, y cuando llevábamos media hora de viaje se puso a llorar. Buscaba algo en sus bolsillos, pero no lo encontraba…yo supuse que era un pañuelo, y le ofrecí uno.
- “Gracias”- me dijo sonriendo, y ruborizándose un poco -“Perdón por el numerito, pero no estoy pasando por mi mejor momento”
- “No te preocupes, no me ha molestado” - le dije sinceramente, podía llegar a comprenderle dado que yo tampoco estaba muy fino últimamente.
Me dijo que se llamaba Natalia, que había tenido una serie de problemas sentimentales, y que quería huir unos días a una casa que tenía su familia para relajarse y poder pensar tranquilamente que es lo que iba a hacer. Yo le expliqué mi situación, y traté de animarla, siempre me ha dolido ver a gente triste, y esa chica, por alguna extraña razón, me caía bien, y no me gustaba verla sufrir. Estuvimos hablando un rato largo de otras cosas, de nuestros hobbies, nuestra vida en general. Eso pareció animarle, y desde luego, yo también dejé de pensar en mis problemas, por lo que el viaje se hizo más ameno y agradable de lo que yo pensaba nada más subir al autobús. Por fin, después de cuatro horas de viaje que gracias a Natalia pasaron rápidamente, llegamos a nuestro destino.
- “¿Entonces, donde te vas a alojar?” - preguntó Natalia mucho más animada que cuando habíamos empezado a hablar.
- “Pues la verdad no lo sé, no ando muy sobrado de dinero y no he reservado, así que si no encuentro algo económico, tendré que meterme debajo de algún puente”.
Esa broma le hizo gracia a Natalia, pero cuando se dio cuenta que realmente estaba sin techo esa noche, me invitó a acompañarle a su casa. Iba a estar sola y me comentó que casi prefería que fuese con ella, había sitio de sobra, y quería agradecerme el que le hubiese hecho el viaje algo más agradable. Yo al principio me negué, no me sentía cómodo abusando de su hospitalidad, pero insistió tanto, y la verdad es que me venía muy bien, ya que no las tenía todas conmigo de encontrar sitio, así que tras mucho insistir, consiguió que aceptase su invitación. Nos dirigimos al centro del pueblo, y allí había una casa tipo chalé, grande, blanca, y se veía bastante antigua, pero acogedora. Nada más entrar vi que estaba decorada de manera muy sencilla, de la forma que se decoran las casas de veraneo, pero había un ambiente que me tranquilizaba, era agradable.
Estuvimos hablando y riéndonos toda la tarde, junto a una chimenea que habíamos encendido ya que empezaba a hacer frío. A las nueve preparamos una cena sencilla, pero desde luego la mejor que probaba últimamente, acostumbrado a comer platos precocinados, por ser los más baratos. Cenamos una sopa calentita, y después un estofado de carne con verduras, y de postre, frutas del bosque. Nos sentamos saciados junto a la chimenea, y me ofreció una copa. Yo acepté, necesitaba algo para rebajar la cena, y una copa no vendría mal después de todo. Sacó de un mueble bar una botella y sirvió una copa, que bebimos charlando animadamente. Después de esa copa, vino otra, y después otras dos más. Estábamos ya algo “contentos” por el alcohol, cuando Natalia se me abrazó, y empezó a susurrarme al oído, dándome las gracias por acompañarla, y por ayudarle a superar esos malos momentos. Yo iba a contestarle que no era nada, que yo también estaba muy a gusto con ella cuando hizo algo que me pilló totalmente desprevenido.
Noté como lentamente empezaba a mordisquear suavemente el lóbulo de mi oreja, y deslizó su mano hasta mi paquete, que empezó a acariciar suavemente. Superé mi sorpresa inicial, y sujetando su cara con mi mano, acerqué mis labios a los suyos y empezamos a besarnos, tímidamente al principio, pero poco a poco con más pasión, jugando con nuestras lenguas, y comenzando a acariciarnos más apasionadamente. Agarré en mi mano una de sus tetas, grande, y empecé a masajearla, notando su excitación en su respiración, cada vez más acelerada. Ella sacó mi polla del pantalón, y también empezó a acariciarla, masturbándome lentamente, creía que moría de placer. Le quité la camiseta que llevaba, y también el sujetador, dejando al aire dos preciosas tetas, grandes, con los pezones muy erectos, que yo no pude hacer otra cosa que lamer y morder, acelerando ella el ritmo de su mano. Me apartó con su mano y me hizo recostarme, desabrochando mi camisa, y acariciándome el pecho, comenzó a chuparme el miembro lentamente primero, besando la puntita y metiéndose solo la cabeza, sujetándola suavemente con sus dientes. Después comenzó a acelerar, masajeando mis huevos, cada vez mas hinchados, y aquello realmente era maravilloso. Yo mientras ella me la comía, empecé a buscar su rajita por debajo de la falda, y noté que estaba húmeda.
Nos levantamos del sofá y sin dejar de besarnos, llegamos a una habitación que tenía una cama de matrimonio muy grande. Nos acabamos de desnudar mutuamente y me lanzó sobre la cama, poniéndose otra vez a chupármela, pero esta vez puso su rajita al alcance de mi cara, y mientras ella se la introducía en su boca, yo empecé a lamer su coñito, separando los labios con la lengua, y localizando su clítoris, al que comencé a devorar, morder, lamer, hacer girar mi lengua en círculos mientras metía dos dedos en su interior. Era el mejor 69 que había hecho nunca, y notar como rozaban sus pezones por mi vientre me excitaba aun más. En un momento dado, ella se puso a cuatro patas sobre mí, y mirándome y sonriéndome dijo:
- “Creo que ya estamos preparados para pasar a la acción ¿no crees?”
Y vaya si lo estábamos… rápidamente cambió de posición y de nuevo empezó a besarme, a la vez que se introducía poco a poco mi polla en su interior, hasta que consiguió introducírselo entero. En ese momento dio un suave gemido de placer, y me miró a los ojos, una mirada que quería decir gracias. Empezó a moverse suavemente, en círculos, y cada vez más rápido. Yo también bombeaba, hasta que aquello se convirtió en un baile de dos cuerpos entregados al placer. Los movimientos cada vez eran más rápidos, mis huevos rebotaban en su culito y sus tetas saltaban dada la intensidad de nuestros movimientos. Ese bamboleo me encantaba, y empecé de nuevo a morder sus pezones. Los dos gemíamos de placer, hasta que llegó su orgasmo, notando como sus fluidos recorrían mi miembro cada vez que entraba en ella. Se dejó caer sobre mí agotada, pero al ver que yo no había acabado, me volvió a sonreír, y después de guiñarme un ojo, y puso mi polla entre sus tetas, que empezó a mover haciéndome una cubana, y besando la puntita cada vez que se asomaba. Así es como acabé entre sus pechos, llegando a un orgasmo que no olvidaré jamás. Al acabar, nos duchamos, y decidimos dormir un poco, abrazados hasta la mañana siguiente.
En esa casa y con Natalia estuve esa semana, y desde luego, a partir de ese momento las cosas comenzaron a funcionar. Cuando volví al trabajo, la empresa remontó el vuelo, recuperé dinero, y desde luego, con una mujer como Natalia, mis problemas sentimentales y sexuales se terminaron. Pero esa historia es mucho más larga, y si os portáis bien quizás os la cuente.
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