Era un iluso de 19 años, buen estudiante, pero con un defecto muy acusado: quiero o quería o voy a querer ser escritor. Estaba decidido a que, tarde o temprano, con eso me ganaría la vida, o al menos media vida. Mi vida sexual hasta entonces había sido escasa (vamos, era virgen: no había pasado de escaramuzas orales con un par de novias de instituto) y no estaba lo bastante desesperado como para ir de putas o cosas así. Encima, no era para nada feo, y tenía hasta un punto de dulce, pero la timidez me vencía ante las chicas, y tenía demasiados pájaros en la cabeza como para seducir a alguna.
Era verano, con lo que el calor seco de mi ciudad se hacía insoportable. En esos días de descanso estaba escribiendo con fervor una novela de intriga, pero que no tenía ni título ni espacio ni personajes definidos. Eran solo palabras una detrás de otra sin sentido alguno, como si me diera por mover la mano sobre el papel reflejando el alfabeto. Sin embargo, la cosa fue mejorando con el paso de los días, y había tipos que parecían más creíbles y sucesos que podrían tener un pase en la realidad. No obstante, había uno que no cuadraba: se trataba de una chica que, sin rodeos, era puta y acabaría convirtiéndose en el centro del misterio de mi novela y de lo que habría de sucederme de verdad. Total, que como estaba lanzado totalmente en la novela, y no quería que me quedara mal, reuní unos ahorros, miré en el periódico, y cuando anochecí me fui a una de esas que se anuncian como casas de masaje. Llegué y me recibió en la puerta una señora más mayor, retirada, bien vestida, con el rostro aún afilado y la mirada sugerente, me miró de arriba abajo, vio mi cara de jovencito sin experiencia, lo olió a kilómetros, y me dijo:
- ¿Tú vienes a estrenar tu polla dentro de alguna de mis chicas, no?
La pregunta me pareció un poco ofensiva, además de ordinaria, pero respondí que sí casi sin mirarla. Me sonrió, me dijo que no me preocupara, y que me asignaría a una chica mona y lo más cercana a mi edad que fuera posible para que fuera más íntimo. Esa mujer no sabía de mis verdaderas intenciones. En efecto, me hizo pasar a una habitación sencilla, sin decoración alguna, más triste que la celda de un psiquiátrico, con las sábanas nuevas y unos zapatos de talón de aguja a los pies de la cama. Sí, muy sugerente, pero por allí no había ninguna chica que hiciera realidad mis propósitos. Me tumbé y tardó unos diez minutos en aparecer. Guau. Era una chica colosal, joven como había dicho la madame, morena, de piel muy blanca y unos ojos muy grandes, un poco más baja que yo, un poco delgada, eso sí, pero con un culo que era delicioso y que cualquiera desearía tocar. Pero no era eso lo que yo quería. Ella me dijo nada más cerrar la puerta que se llamaba Celia y que, desde ahora, estaba a mis órdenes. Le dije que se sentara en la cama, a mi lado. Así lo hizo y cuando iba a empezar a besarme, la paré y le dije todo lo que he contado al principio. No quería follármela, sino que me contara cómo era su oficio, cómo vivía en esta casa, cómo era su vida en el exterior, si era verdad que había tanta explotación y tantas extranjeras -ella era española, sin duda-, y todo lo que yo creía que me serviría para algo. Ella me miró con ternura, me dijo que eso era siempre la misma historia y me besó enlazando sus brazos a mi espalda y diciendo:
- Por fin alguien joven y fuerte, y no viejos verdes ni carcamales.
Yo me separé con suavidad (la situación me estaba excitando, lo reconozco, pero aún no lo bastante como para perder el control) y le pregunté que cuánto llevaba en el oficio. Ella no dijo nada, y se acercó a mí de nuevo, buscó el pantalón, bajó la cremallera y vencía mi inútil resistencia con una fuerza que era más invisible que real, sacó mi polla que, la verdad, estaba ya mucho más recta que el palo de un velero, y se la metió dentro de la boca de una vez. Cuando eso sucedió, mis preguntas insistentes, que no había dejado de formular, sobre su vida se frenaron enseguida ante el estremecimiento de placer y le dejé hacer durante un par de minutos. Qué placer más intenso, ella chupaba de arriba para abajo y me sujetaba los huevos con una mano y yo no hacía más que suspirar y jadear, y empezaba a valorar lo que tenía al lado, una mujer joven y colosal. La paré de nuevo, la subí hasta mi cara, la sujeté por la cintura, le volví a hacer alguna pregunta loca y literaria, y volví a entregarme, besándola con toda la lengua, y ella se reía llamándome encanto y poeta, y me dijo al oído que era la primera vez en bastante tiempo que no tenía que fingir placer. Eso ya era un dato que podía responder a bastantes de mis preguntas. Así que decidí disfrutar un poco el dinero que me había gastado y seguí besándola por el cuello, y desabrochando la camisa blanca que llevaba puesta (no sabía que las putas llevaran camisa) y ella jadeaba y me decía cosas al oído que no dejaban de ser la pura verdad, como que era su puta y que la reventara, y otras que eran todo menos la verdad, como que me amaba, que quería un hijo mío y que huiría conmigo de aquel lugar.
Como siempre, la mezcla de las dos cosas era lo más excitante del mundo, y le quité el sujetador y me sorprendía al ver dos tetas brillantes, no muy grandes, pero proporcionadas, y me quedé un momento quieto, obnubilado, y ella se reía y me dijo que a todo el mundo le pasaba lo mismo y que a qué esperaba para tocarlas y chuparlas. Así lo hice y ella me revolvía el pelo y me quitaba el pantalón pasando los brazos suaves por la espalda, y yo estiraba las piernas para que me lo quitara, sin dejar de chupar un pezón y otro pezón y sentir en las mejillas los vellos de punta de su cuerpo y el temblor como loco de algo que, supongo, sería el corazón.
Así estuvimos un poco más hasta que ella se separo, se desnudó por completo, se puso de pie en el suelo, me dijo que me levantara. Los dos frente a la cama desnudos, mirándonos a los ojos. Ya sé que era un inexperto absoluto, pero en cómo me miraba había algo que no estaba viciado. Había momentos en los que no parecía para nada una puta de medio lujo. No sé, a lo mejor es que a las de esa categoría las preparan para que sus clientes se crean que es que lo hacen por puro placer, o que les aman de repente, pero a mí me parecía aquello algo fuera de lo normal. Pasó un instante en el que pensé todo eso y me dijo:
- Ahora te vas a meter dentro de mí, y si lo haces bien, quizá te cuente algo de lo que tú quieres.
Tras haber hecho esa promesa, dio un salto hacía mí, me abrazo y la tenía en brazos. Ella apretaba sus piernas contra mi espalda, y bajo un poco, lo justo para que, gracias a lo lubricada que estaba, mi polla entrara de un tirón. Ella dio un grito y yo también, me dijo de nuevo que la reventara, y yo la tiré sobre la cama y empecé a meter y a sacar sin dejar de mirarla a los ojos. Ella también me miraba y sonreía, y jadeaba, y yo estaba tan caliente que no me faltaba mucho para reventar, extrañándome que ante semejante monumento no me hubiera corrido nada más mirarla. Tenía el coño depilado, como es habitual, y se movía de escándalo, y parecía que, de los gritos que pegaba, había tenido ya algún orgasmo. Me dijo que me corriera ya de una vez, que se iba a morir, y así lo hice, pegando otro grito brutal. Mi corrida fue fenomenal, y nos quedamos exhaustos sobre la cama, y ella no dejaba de besarme y de decirme que arriba otra vez, que no había disfrutado nada en los dos años que llevaba en el oficio, desde que, a los 18, se vio sola y sin dinero y solo con un buen cuerpo a sus espaldas, que nunca la habían amenazado, sino que simplemente había encontrado su lugar en el mundo, una manera fácil aunque peligrosa de vivir a buen nivel, y que, de momento, no pensaba dejarlo. Me dijo si con eso y su manera de follar me bastaba para mis libros. Yo dije que sí, y de nuevo la abracé y la hacía reír con bromas soeces, y la cabalgaba de nuevo hasta volverme a correr al instante, como si en ello me fuera la vida, en ver su cuerpo desnudo, y poner las manos en su culo perfecto y gritar que aquello era lo mejor que me había pasado en la vida, y que era como si llevara follando toda mi vida y nunca tuviera ganas de dejar de meterme dentro de esa mujer y follármela con ternura.
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