Inolvidable Rosa

Autor: Helechodemar | 03-Apr

Heterosexuales
Había tenido una entrevista de trabajo satisfactoria y caminaba por la calle ancha con comodidad y presteza. Hacía calor por lo que decidí entrar en un bar a tomar una cerveza fresca. Al entrar tropecé con una preciosa mujer de ojos verdes, cabello rubio y cuerpo escultural, si bien bastante joven, de unos 25 años más o menos. La cogí por la cintura para evitar que resbalara, y roce uno de sus pechos con mi mano derecha; en ese movimiento, nuestros ojos se mezclaron y en su boca apareció una sonrisa de agradecimiento y cortesía.

- Gracias - me susurró con sigilo - Me llamo Rosa.

Animado por la sonrisa, inicié una conversación trivial que poco a poco fue tomando forma; en ella se mezclaban las risas propias del deseo, con la cortesía de la distancia aconsejable. Finalmente, y después de tres o cuatro cervezas, la convencí para que me acompañara a mi casa para comer algo.

Cuando llegamos, nuestro nerviosismo era plausible, como si adivinásemos lo que iba acontecer entre los dos. Ambos sabíamos que todo terminaría en un encuentro de cuerpos, fluidos y anhelos de amor insatisfecho, pero ninguno lo mencionó. Nos dirigimos hacia la cocina para preparar unos sándwiches; ella se dispuso a cortar tomate, mientras yo ponía dos rebanadas de pan a tostar. Entonces, mi miembro viril rozó su redondo y precioso trasero; lo rozó, respondiendo con valentía y coraje, elevando su energía y endureciéndose levemente. Al principio no sabía que hacer; decidí quedarme quieto un momento; Rosa, en lugar de apartarse, se acomodó hacia atrás, presionándome levemente. En ese momento toda mi energía sexual se hizo presente, mi verga se endureció, hasta alcanzar dimensiones considerables; mi calentura era sobresaliente y todo mi ser animal empezó a pedir libertad de acción y progreso, en el deseo de colmar un deseo que se hacia cada vez más intenso.

Nos quedamos así, moviéndonos levemente y aumentando nuestra excitación. Al cabo de rato, me eché hacia atrás y me quede quieto. Rosa se desconcertó un poco, pues esperaba que yo pasara a la acción. Sin embargo, deseaba disfrutar con ella al máximo y eso exigía rigor y prudencia en el avance. Se dio la vuelta y me miró con ojos suplicantes, invitándome a proseguir lo comenzado.

La cogí de la mano y la llevé a la habitación. Mi cuarto era amplio, con una cama grande y ancha, perfecta para el gozo de los cuerpos y el sentir de las almas gemelas. Una vez allí, comencé lentamente a desabrochar su blusa; debajo de la tela blanca se advertía un sujetador con puntillas, muy fino y muy suave, propio de una mujer con encaje y sutileza. A medida que avanzaba nuestros ojos se sonreían, permaneciendo en el silencio propio de la complicidad más exquisita. A medida que aparecía su generoso escote, sus pechos se apreciaban más tersos y firmes. Mi pene estaba a punto de reventar, presionaba el pantalón con prestaza, deseando salir al aire fresco de la próxima lujuria. Pero me contuve y seguí con mi ritual de desnudarla lentamente. Rosa cada vez estaba más excitada, dirigió las dos manos hacia la cabeza y se echo el pelo hacia atrás; suspiró con cierta desaprobación.

Me incliné de rodillas y desabroche su pantalón vaquero ceñido. Tenía unas caderas preciosas, redondas y bien formadas. Su pantalón cedió a mi presión, de la misma forma que una funda libera su contenido, y en su lugar aparecieron unas braguitas blancas, húmedas ya por el deseo. Su cuerpo desprendía un olor perfumado, entre rosas y helechos de mar, una exquisita fragancia carmesí, voluptuosa y seductora. Para no prolongar más su impaciencia, introduje el perfil de mi mano entre sus piernas y subí lentamente por sus muslos, hasta tocar su sexo caliente. Las abrió un poquito y emitió un gemido de placer, al tiempo que se mordía los labios. Poco a poco, en un giro de experto artesano, fui dando la vuelta a la mano, hasta situar mi palma sobre su coño, abierto ya de impaciencia y lujuria contenida. Presioné y toqué con fuerza su sexo, hasta que sintió el dominio de mi mano y se rindió con aspereza. La miré y me devolvió sus ojos, una mirada llena de misterio, de oscuridad y de luz.

La situé en la cama sobre sus rodillas, sus piernas ligeramente abiertas, su pelo cayendo por sus hombros, sus manos apuntando el peso de su torso y sus labios abiertos.

- Cierra los ojos - suplique.

Su cuerpo se movía de excitación, movía su bonito trasero adelante y hacia atrás, gimiendo y reclamando el bastón de mando que la poseyera definitivamente, para optar entonces por el poder de la hembra.

- ¿Qué me vas a hacer? - preguntó con inquietud.

Quizás esperaba una penetración; el caso es que me desnude con presteza y acerqué mi polla a su boca con lentitud. Supo que mi miembro estaba cerca de su boca por el olor; un olor fuerte, de sexo varonil y ardiente, que era el que en ese momento me encumbraba a cabalgar la ola. Sus labios se abrieron para recibir mi glande rojo y oscuro; Rosa se comió toda mi polla de golpe y se quedo quieta con ella en la boca, haciéndome entender que, si bien era una mujer joven, aprendía rápido y era capaz de devolverme el juego que yo había iniciado.

Tenía ganas de moverme, pero me quede quieto, esperando que ella tomara la iniciativa. Se la sacó despacio y me dejo libre por un momento. Comenzó a pasar sus carnosos labios por la base de mi miembro; con un movimiento rítmico que combinaba la rapidez y la lentitud. Mi polla adquirió unas dimensiones máximas, al tiempo que se calentaba y se llenaba de una energía desconocida y acuosa. Tenía la sensación de gravitar en el espacio; Rosa volvió a dejarme libre, y se quedo mirándome el miembro enhiesto y cavernoso. Sacó su lengua y lo rodeo con delicadeza, lamió todo mi falo y cuando lo tenía caliente y duro como el mármol, se introdujo levemente el glande y comenzó a darme pequeños mordisquitos. Mi alma se remontó hasta las cotas más altas, y mi energía comenzó a fluir a ritmos desiguales, a caballo entre el climax espiritual más delicado y la fuerza animal más básica. Era un equilibrio fascinante en el que me deleité con mucha paciencia. Cuando me soltó, me dirigí a su culo, la baje las braguitas hasta media pierna y desabroché su sujetador, que quedó colgando de sus hombros.

La vista era magnífica, una real hembra a mi entera disposición, entregada a los juegos del erotismo más refinado, rítmica y sedienta de sabiduría. Comencé a lamer sus muslos con mi lengua, ella deseaba separarlos y ofrecerse en plenitud, pero las bragas estaban aún a medio camino, por lo que su deseo se veía frustrado. Observar su impotencia voluntaria, me producía un placer maravilloso; mi mano derecha comenzó a acariciar uno de sus pezones, que adquirió durezas estriadas. Presioné sus pechos y los solté con suavidad, al tiempo que tiraba de sus botones rosados, erguidos y preparados para vivir el duelo del amor prohibido. Sus gemidos eran cada vez más intensos…

- Fóllame - comenzó a decirme entre susurros - Métemela por favor.

Me acerqué a su oreja y la lamí el lóbulo, excitándola aún más.

- Me va a encantar hacerlo - la conteste.

Ya casi no podía aguantarme el deseo de penetrarla y fundirme con ella. Mientras la susurraba palabras bonitas al oído, mi mano se acercó a su sexo y comenzó a blandir su clítoris; Rosa tembló de placer y estuvo a punto de caerse, pero la sostuve con mi cuerpo. Introduje un dedo en su vagina y se inclino hacia delante, sus brazos cedieron, aun antes de haberla penetrado. Le quite las bragas y contemple su culo abierto y entregado a mi deseo.

- Te la voy a meter ahora - la dije.

Acto seguido acerque mi glande a su coño y le introduje mi miembro de forma gradual y sosegada. Permanecí dentro, quieto, sin moverme, hasta que nuestras energías se fundieron y el paroxismo del dolor culminó nuestra espera. Comencé un suave oscilar de caderas, seis movimientos rápidos y uno lento y profundo. Rosa suspiraba, esperando con ansiedad mi penetración profunda y violenta; yo, por mi parte, comencé igualmente a jadear. Mientras mis manos sujetaban sus pechos dulces y blancos, y mi boca se asía a su oreja blandiendo palabras de amor y ternura; mi miembro no dejaba de explorar su cueva, abriéndola cada vez más y lubrificando el manantial de todos sus deseos.

Me detuve una vez más, jadeante ya de placer, sostuve sus caderas con mis dos manos y menee mi ser dentro con fuerza, haciendo movimientos rotatorios; ya no controlaba tanto como antes; ahora, simplemente, me dejaba llevar por la pasión dulce y el placer que aquella unión me proporcionaba. Ella comenzó a suspirar con más intensidad…

- Más fuerte, más fuerte - me decía con dulzura.

Era una mujer hermosa por dentro y por fuera, una hembra con todas las de la ley, y un ser sensible y cariñoso, agradecido del placer que su cuerpo y el mío culminaban. Finalmente, Rosa explotó en un orgasmo de dimensiones universales, gritó con mucha dulzura y se abrió más si cabe para recibir todo el placer de las estrellas combinadas. Toda su energía me inundó y me excitó, al tiempo que me vitalizaba.

- Si, si, si…- decía todo el rato - Que placer, que gusto, que bien…

Cuando se hubo calmado, salí de su cueva y me tendí en la cama; mi miembro estaba erecto, jugoso, lleno de vida y latía contenidamente. Ella se tendió a mi lado y se acurrucó contra mí, dejándose abrazar con ternura; me beso y me susurro al oído

- Gracias mi amor.

Y sin mediar palabra, me cogió la polla con su mano derecha y empezó a masturbarme. Sus dedos eran pequeños y firmes, y el movimiento de su mano la abarcaba por completo, dejando mi glande al descubierto y tirando de él hacia atrás. Me cogió los huevos con una mano y me beso la punta, tirando de los genitales hacia abajo. Todo mi miembro se irguió en vertical, como si de una marioneta móvil se tratara; entonces, me soltó los testículos y comenzó a darme palmaditas en el miembro que cada vez se hacían más intensas. A medida que me golpeaba mi excitación subía; cuando termino de golpearme, me miró con picardía y me dijo:

- Ahora te vas a correr como nunca lo has hecho en tu vida, quiero toda tu leche - me dijo al oído - Y quiero que sea mía.

Posó su boca sobre mi verga y comenzó a mamarme con ternura. Mi energía estaba ya desbordada y mi excitación solo era compensada con suspiros y el deseo ferviente de explotar en su boca y vaciarme de tensión. Pero ella, se acordaba de los inicios y lejos de mantener el ritmo constante, se dedicó a para de vez en cuando, dejando que mi ser se entregara a sus dominios. Cuando me liberaba, mis caderas comenzaban a moverse, presas ya de una animalidad y una pasión difícilmente incontenibles, entonces posaba su mano sobre mi estómago y detenía mi fragor, al tiempo que volvía a la carga con su sedienta boca. Al cabo de un rato de comerme placenteramente, noté que mi semen comenzaba a caminar por los recónditos senderos del amor holográfico;

- Me estoy corriendo - le dije - Soy tuyo.

Entonces Rosa, demostrando una fenomenal maestría, sacó mi polla de su boca y comenzó a lamerme desde los huevos hasta el glande. Yo sentía como mi fluido subía ya por mi columna vertebral, llegando a mi cerebro y bajando de nuevo. Me dio unos golpecitos en la base, y realizo unos cuantos movimientos enérgicos, me soltó de nuevo y acercó a mi boca con la suya, dándome un fenomenal beso. Extasiado y completamente entregado a sus manejos, la suplique que me corriera. Para mi sorpresa, me sonrió y me dijo:

- Aún no he terminado contigo.

Yo no supe como interpretarlo, tan solo suspiraba, tratando de dominar mi impulso y ser consciente de aquella energía que me recorría.

- Date la vuelta - me dijo.

Obedecí al instante y me situé a su disposición. Entonces, acercó su lengua a mi ojete y comenzó a lamerme con ganas. Empecé a verme superado por la situación; mi deseo de explotar el macho, se mezclaba ahora con mi apertura a su lengua, apertura que pronto se amplió, pues Rosa introdujo uno y después dos dedos en mi ano. Con una mano me sujetaba el miembro y con la otra me horadaba el ano a las mil maravillas. Cuando ya me hubo abierto lo suficiente, se puso de pié y se quedó mirándome; mientras, Yo seguía en la misma posición, gozando de la sensación contradictoria que me habitaba. Cuando me di la vuelta y me tumbe hacia arriba, se inclinó sobre mí y me dijo riendo:

- Ahora creo que si estás preparado -y acto seguido, continuo con su mamada majestuosa, elegante y digna de una diosa como ella.

Con una mano me cogió entero, desplegándome en toda mi longitud y con la otra me acarició los huevos; me dejó el miembro quieto y acercó sus labios a mi glande. Tan solo un leve roce de su lengua bastó para que todo mi ser explotara en su preciosa boca, en el orgasmo más espectacular y placentero que he experimentado jamás. Su boca no quiso perderse el espectáculo, pues ávida de mana, se fue tragando todo el semen, hasta dejarme limpio, conmovido de placer y exhausto.

Terminada su tarea, volvió a acurrucarse junto a mi, entrelazando sus piernas con las mías, juntando sus pechos a mi torso y blandiendo un abrazo de amor y gentileza.

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