Ojitos Verdes (VI)

Autor: analbo | 25-Nov

Grandes Relatos
Provocado y exacerbado por las deliciosas caricias de Ojitos Verdes sobre la incansable verga de Don Anastasio, está continuó con los calientes y espesos chorros de sus pócimas testiculares, acompañados por la risa ardiente y por momentos grosera, de la fogosa e impetuosa muchachita. Esa mujercita, en cuyo hogar estaban llegando los invitados para festejarle su cumpleaños, desvergonzadamente fregaba sus senos con excitación sobre las espaldas del viejo encargado de los campos de su padre. Ésto lo excitaba, lo activaba casi con violencia al hombre, que, aunque sexagenario continuaba despertando su libido adormecido durante varios años. En las últimas cuatro horas, la pícara y escabrosa manceba, había transformado al viejo potro vencido, en un brioso semental impensado, descubrimiento que guardaría celosamente, tal vez para uso personal. El azabache animal, totalmente desbocado era seguida con velocidad por Tormento el negro ovejero de Ojitos Verdes, hasta que lo alcanzó, se le cruzó y ayudó al viejo con sus ladridos y mostrando sus dientes a que Bonito aflojara la carrera. Estaban a una legua casi de la estancia, cuando, el caballo se calmó.

Anasta de un brinco llegó al suelo y lo tomó del bozal, lo aquietó con palmaditas y palabras suaves en sus orejas como él acostumbraba a hacerlo. De pronto encontró la causa de todo aquello. Sobre una de sus enorme fosas nasales, una gelatinosa mancha de semen, ya media seca por el viento en su alocada carrera, la quitó con pasto que arrancó del suelo y cuando lo olió, se dio cuenta. Era su propia eyaculación. Miró a la pequeña. Se sonrió. La notó agitada, se acercó y la observó, estaba jadeante con su mano en la vagina y lo miraba con sus grandes y viciosos ojos suplicándole más favores. Era imposible negarle algo a esa mirada. Le cambió la posición, estaba a horcadas sobre Bonito y la sentó, con las piernas cayendo hacía donde él estaba parado. Le bajo los pantalones de montar, los quitó y luego la bombachita roja, se la arrancó, la guardó en el bolsillo, le separó bien las nalgas, hermosas y duras nalguitas de una mujercita entrando a su mayoría de edad y se metió entre ellas, mordiendo con desesperación esa vulva incansable, hasta que el clítoris, enorme pijito femenino lo tomó entre sus labios y comenzó a succionarlo, cosa que volvió a exasperar, sulfurar las partes intimas de Ojitos Verdes que lloró de satisfacción, orgasmo, tras orgasmo, hasta que se calmó. Pidió al viejo que la bajara, ni bien lo hizo, se arrodillo a sus pies y le tomó la ya tremenda verga nuevamente dura como para penetrar cualquier cosa y se la llevó a la boca, manándola con fruición, hasta dejarlo feliz nuevamente a su abuelito postizo. Cuando notó la flaccidez de ese órgano maravilloso, mientras le chorreaba la blanca leche por las comisuras de sus labios, le susurró al anciano, al tiempo que se calzaba y arreglaba los pantalones de montar:

- ¡Abu, estoy cerca de casa!... guárdate mi bombachita, te va a agradar su olor y úsala cuando quieras masturbarte pensando en mí. Quiero que siempre acabes sobre ella y cuando nos veamos la próxima vez, quiero tenerla en mis manos y meterla en mi boca, escurriendo leche. ¿Me lo prometes? Ahora ayúdame a montar, que casi no me quedan fuerzas... cruza el monte y vuelve a tu rancho... que no te vean... Tómate una botella de vino a mi salud y que las cosas salgan bien... algo se me va a ocurrir para decirles...

Y rió la maliciosa y acabadora muchacha al tiempo que Anastasio la tomó de la cintura y volvió a colocarla sobre Bonito, ella aprovechó esa acción del bueno de don Anasta, para prenderse de su cuello y besarlo con fuerza en la boca hasta sangrarle los labios, diciéndole:

- ¡Gracias, Abu... me hiciste el mejor regalo de cumpleaños! ¡Te debo una! Y ahora corre, Abu... que no te vean.

Espoleó a Bonito, y éste partió al tranco acostumbrado cuando llevaba esa carga sobre su lomo... En el camino encontró a varios peones que regresaban a caballo luego de buscarla por distintos lados, las luces del patio todas encendidas. Ya estaban extendiendo las mesas para los invitados, compañeritas del colegio, vecinas, gente amiga del pueblo. Tías, tíos, primas y primos. Alejandro, la vio llegar con el caballo sudado, los ladridos de Tormento lo alertaron y se acercó primero. Al ver el estado que traía, supuso muchas cosas, menos la historia de que “se durmió escuchando música y se despertó porque la picaban los mosquitos”. La bajó, vio que no podía mantenerse en pié y se la llevó en los brazos por la parte de atrás de la casa y la introdujo en su habitación, pidiéndole que se metiera en el toilet y se diera un buen baño de inmersión con sales especiales que ella usaba, porque olía apestosamente. Ella se rió con picardía y el padrino le reprochó:

- ¡Ya vamos a charlar, señorita!

- ¿Estás celoso padrinito?

Volvió a reír. Alejandro dio un portazo y se fue. En el pasillo se encontró con la madre, que al verlo tan preocupado le preguntó:

- ¿Qué pasa, compadre?

- ¡Ahí tienes a tu hija

- ¿Donde?

- Bañándose. Hace como una hora que está en el agua, parece un pato.

Mintió. Todos la apañaban. Amalita, bajó las escaleras con Alejandro, avisándole a Rodrigo, pero con otra mentira mayor:

- Karinita estaba durmiendo en su habitación, ahora se esta bañando... Voy a buscarle el traje del cumpleaños de tul blanco que le regaló la madrina, ella no lo sabe, va a ser una hermosa sorpresa para nuestra niña, Rodrigo. El cura va a venir más o menos a las nueve, dentro de una hora, para rezar una misa por su cumpleaños y que tenga un buen año de estudio y se cumplan todos sus sueños y deseos... ¿No te parece una maravilla? Le pedí al padre que Ore también por su pureza y que la ayude a mantenerse así, para el hombre que ha de desposarla. Ay, viejo, que feliz que me siento, nuestra hija nunca nos ha dado un disgusto, de esos que tantas chicas les dan a sus padre... ¡Gracias Dios mío!.

Se abrazó al marido, mientras éste hizo un disimulado gesto, ante la ignorancia de su mujer.

Rodrigo reunió a los peones y les pidió que ellos tuvieran la libertad de hacer lo que quisieran esa noche. Quedarse en la fiesta y cenar con los invitados y si no les gustaba lo que había, se hicieran asado y una choriciada, que buscaran achuras en la cámara fría del depósito despensa, que seguramente él los acompañaría, porque no era amigo de comidas frías. Eso sí, quienes venían a cenar en la mesa, los quería con la mejor ropa, humilde pero limpia. Luego preguntó por Anastasio y uno de los peones le dijo que estaba durmiendo la mona en su camastro. Rodrigo, pensó que no, que no podía ser, porque en tantos años que trabajaba allí, jamás lo vio borracho. Le pidió a uno de los hombres que le avisara que lo quería bien cambiado para participar de la fiesta, por ser el más antiguo de los amigos de la casa, le habían reservado un sitio frente a la agasajada.

Estaban charlando animadamente Alejandro y Rodrigo, cuando se acercó uno de los peones y le preguntó que hacían con esos vagos que habían encontrado merodeando el monte. Eran tres barbados y zaparrastrosos sujetos que andaban furtivos entre los duraznos, cuando lo encontraron. Pensando que habían visto a la niña los increparon. Se asustaron y dijeron, que no le hicieron nada. Dieron detalles que realmente Ojitos Verdes estaba en el monte con el caballo, el perro y el ganso. No mintieron. Pero, la niña no hizo ninguna aseveración, Alejandro lo consulto con su compadre y dieron la orden que les pusieran algo de comida y lo acompañaran hasta la salida de los límites del campo y allí se terminó todo. Aunque Alejandro, vio algo sospechoso. Tormento, se acercó a ellos cuando lo sacaron de la sala de máquinas donde lo habían encerrado, los olfateó y gruñó, luego al que parecía más joven le hizo festejos y se prendió a sus piernas como queriendo montárselo. Entonces vino la contra orden:

- Esperen, muchachos... que se queden un rato más.

Buscó su celular, se alejó del grupo, marcó un número...

- Hola, ¿Comisario Rodríguez?... De la Estancia de Rodrigo, le habla Alejandro Lencina, su compadre. ¿Qué tal? Mire Rodríguez, estamos de cumpleaños... sí, mi ahijada... Lo esperamos, ¿Eh?... Bueno, resulta que hay mucha gente de la ciudad y nuestros muchachos, han encontrado merodeando el monte a tres vagabundos que no nos ha gustado su pinta. Lo tenemos entretenidos en un galpón, ¿Los puede retener hasta mañana al media día en el calabozo? para estar tranquilos... Yo voy por allá... no, no creo que hayan robado nada... Son vagos, nada más... Si, voy por la mañana... Bueno los espero, gracias Comisario.

Apagó el celular y les dijo a los peones, ténganlo media horita más, que el comisario manda a buscarlos, para que duerman bajo techo. Denle comida y díganle a los policías que se lo llevan, que la comida se la hemos dado, no la robaron... ¡No, vino, no!.

Esa noche fue inolvidable para Ojitos Verdes. Estaba verdaderamente hermosa y sensual. Espléndidamente maquillada, fue recibiendo, después de la misa del cura, a sus invitados en la sala grande de la casa, donde habían colgado las jaulas con las dos hermosas aves. Los obsequios unos más bellos que otros, abrazos y cariños. El reencuentro con primos que hacía mucho tiempo no veía y primas, tías y tíos. Lo que más la afectó, se notó en ella un cambio de expresión cuando hizo su aparición el hermano mayor de mamá, Patricio. Hombre de unos 45 años, alto, robusto, morocho, piel morena clara, de grandes bigotes y mucha cabellera, como siempre con sombrero negro. El único de la familia que tenía el mismo color de sus ojos, se echó en sus brazos y lo besó y se quedó abrazada a él, quien como en otros tiempos, debió levantarla en sus brazos y se fue con la preciada carga hacia la parte alta del viejo chalet, donde estaba descansando la nona, la madre de Amalita. Eran los seres más queridos de Ojitos Verdes. Del tío Patricio aprendió todo lo que sabía de sexo estando de vacaciones en el campo de la familia. Eran la Nona Amanda y el tío Patricio, vivían ambos solos en el viejo caserón de la familia, y los peones, que tenían sus dormitorios como a una cuadra de la casa. Allí, Ojitos Verdes vio por primera vez lo que era hacer el amor, una noche en que se levantó de la cama, salió del dormitorio donde dormía sola y fue al baño. Al volver, escuchó voces, susurros y gemidos. Sintió miedo, pero curiosa, se acercó a la puerta de la habitación de la nona. La nona era una mujer joven, su primer hijo, justamente tío Patricio, nació cuando ella tenía 18 años, era una época en que las chicas se casaban muy jóvenes. Es decir ahora tenía 58 años. Había quedado viuda muy joven, después del nacimiento de su tercera hija. Patricio era un solteron empedernido. Sus hermanas se casaron todas y el campo quedó a su cuidado y allí estuvo y está él, junto a su madre. Ojitos Verdes, sintió miedo que a la nona le pasara algo o estuviera enferma. Abrió lentamente la puerta, y ante sus ojitos vírgenes apareció una imagen que jamás se le ha borrado de su mente. La Nona, totalmente desnuda, con tío Patricio, también desnudo que con un enorme pene en sus manos estaba enculando a su madre que gozaba como una posesa. Tío Patricio la vio en el umbral de la puerta y le sonrió, ella se quedó mirando, era la primera vez. Sintió un cosquilleo en todo su cuerpo y una necesidad enorme de volver a hacer pis. Patricio le pidió con la cabeza que se acercara y ella dijo que no, con un movimiento negativo de su boca y salió corriendo para el baño.

Recuerdos morbosos de la pequeña ninfómana comenzaban a despedir desde la profundidad del sexo, el excitante hedor de sus feromonas.

- Qué bien que hueles mi princesa.

- Los perfumes que recibí de regalo, tiíto. - respondió estimulada Ojitos Verdes que lucía hermosa con su vestido de novia.

- ¡Entra en ésta habitación, tiíto. - Patricio la miró extrañado.

- Este, ¿No es el cuarto de huéspedes?.

- Lo sé.

- La nona, no está aquí.

- Lo sé.

- Nos esperan abajo, pequeña.

- Lo sé.

- Tu padrino nos está mirando.

- Lo sé... entra igual... ya va a venir.

Patricio entró en el cuarto de huéspedes. Ojitos Verdes brincó desde los brazos del tío al piso y cerró la puerta con llave, volvió y se echó a los brazos de Patricio, obligándolo a inclinarse para prenderse en un furioso beso de lengua. El hombre no esperaba después de varios años de no verla, tal recibimiento. La vio toda una mujercita, apretó sus senos y éstos respondieron vigorosamente, tenía poca ropa. Ojitos verdes le dijo:

- Tío, esta noche, cuando todos duerman, ven a mi cuarto, ahora solo quiero ver tu hermosa verga, hace tanto tiempo que no la tengo en mi boca. - y se arrodilló.

Desabrochó el pantalón de Patricio, saltando de su interior la maravilla que ya había probado y entró a masajearla. El hombre sabía que no debía hacerlo, pero se entregó mansamente. El miembro del tío Patricio era casi tan grande como el del padrino y lo mamó con tantas ganas que del enorme placer que le provocó, lagrimeó de felicidad, eyaculando enorme cantidad de esperma en esa boca tan deseada de su sobrina. Estrujó esa cabecita contra sus testículos que ella seguía masajeando exprimiendo hasta la última gota del preciado líquido, saboreándolo hasta dejar limpita y semi fláccida tan grande instrumento que quedó colgando de la bragueta de Patricio, mientras ella volvió a abrazarlo y besarlo en la boca haciéndole probar su propio jugo:

- Ahora vamos a saludar a la nona.

De un salto estuvo nuevamente en brazos del tío. Abrió la puerta del cuarto, y allí estaba Alejandro casi furioso. Rápidamente se dió cuenta de todo al ver desabotonada la bragueta de Patricio.

- Bien... ¿Ya está? - preguntó el padrino con sorna:

- Está, ¿Qué cosa? padrinito - respondió ingenuamente la cumpleañera, feliz de estar en brazos de su ardiente y fuerte pariente.

- No, porque abajo tu Nona quiere verte y todos sabíamos que venías a saludarla, ¿Te equivocaste de habitación? - y bajo rápidamente las escaleras, sin saludar a Patricio.

La fiesta estuvo de primera. Comieron y bebieron hasta muy tarde los mayores. Los jóvenes bailaron hasta la madrugada. Ojitos verdes después de las fotos, fue a cambiarse de ropa y volvió enseguida con falditas cortas, un blusón que llegaba sobre el ombliguito, sin sostén y sin prenda interior. Alejandro que estaba alerta la vio y se mordía los labios de celos, porque los primos se le arremolinaban y jugaban, bailaban, hasta que de pronto una barrita de cinco o seis entre chicas y chicos gritando se pusieron a jugar al tren Express, siendo Ojitos Verdes la locomotora principal, dando varias vueltas entre los invitados, pasando junto al padrino y luego junto al tío, para perderse en la oscuridad de la noche entre los árboles del gran patio. Se escuchaba el griterío, hasta que se olvidaron de ellos, no así Alejandro, que subrepticiamente se fue alejando de la fiesta para seguir el camino tomado por esa banda de adolescentes calentones. Recorrió el lugar. El silencio era total. De pronto, unos gemidos lo llevaron hasta detrás de los galpones donde están los dormitorios de los peones. Observó, no estaba Ojitos Verdes, se puso mal. Allí estaban dos primitas con uno de los primos y un peón que aprovechó y entró a fornicar con una de ellas. Se detuvieron en sus ejercicios y él siguió recorriendo, hasta que escuchó voces en el rancho que ocupaba el viejo encargado, Don Anastasio, que les suplicaba a alguien;

- ¡Por favor!... vayan, sigan jugando. Yo debo descansar que mañana me levanto muy temprano a darle la comida a los animales.

- ¡Abu... por favor, mi amiga del colegio quiere verla... mostrádsela.

Reconoció la voz de Ojitos verdes, le dio una patada a la puerta, mientras el viejo se quejaba que no le tocaran nada, que estaba cansado. Alejandro vio lo que no hubiera creído si alguien se lo contaba. El viejo encargado intentando rescatar su verga de las manos de Ojitos Verdes y su compañera del colegio. Se fijó más que nada en el enorme falo del viejo, duro como un fierro y tan larga y gruesa como su propio miembro, que de inmediato se irguió y se puso inhiesto, vertical como un garrote. Al verlo, Ojitos Verdes, se abalanzó sobre él y le suplico que le hiciera probar a Lucía su compañera, ya que el abuelo no quería. Todo confuso. La otra chica ya se había prendido de la verga del anciano y se la estaba mamando haciéndolo gozar como a un caballo. Se quedó asombrado, mientras la ahijada, se prendía de su mecha, la sacaba fuera, y empezaba a mamarla con fuerzas, vio a la otra muchachita, sentarse sobre la verga del encargado ensartándola toda en su conchita y gritando desaforadamente sus orgasmos repetidos saltaba como una enloquecida golfa cabalgándolo, hasta que Anastasio la apretó contra si y la siguió a su enloquecido ritmo. Estaba tan caliente Alejandro, pero con la otra chiquita, que no hacía caso a Ojitos verdes que lo seguía mamando sin descanso. Alejandro, de pronto notó que el viejo no daba más, empujó a Ojitos Verdes y la hizo caer sentada al piso:

- ¡Anda... chúpasela al viejo! - lo dijo con bronca.

Fue, sacó a Lucia que estaba pidiendo más verga y la tiró sobre la cama de Anastasio, le arrancó la bombachita, la puso en cuatro y entró a penetrarla por el ano, cosa que le hizo doler a la jovencita, hasta que sintió el gustito. Sus movimientos eran eléctricos, estaba enloquecida, y pedía más y más y más, hasta que Alejandro Lencina, con la rabia que tenía encima, la enculó hasta los testículos ante un grito de terror de la muchacha, dos añitos mayor que Ojitos Verdes. Y continuó furiosamente con su galopeada en esa hermosa cola virgen, lanzando chorros hirviendo de semen que le inundaron las tripas de la hembra, que la hizo jadear con desesperación de posesa. Don Anasta estaba asustado. Cuando Alejandro se sintió satisfecho y quedó la muchachita tendida sobre el camastro del viejo, rendida, Ojitos Verdes ya no estaba. Se había ido corriendo y llorando. El viejo, puso cara de: “yo no tengo nada que ver patrón”.

- No te hagas problemas viejo, te dejo a ésta, si tienes ganas gózala de nuevo y una vez que haya descansado, hace que se vaya... No te involucres... ¡son unas putitas! - y se fue.

A don Anasta le dio pena de cómo quedó Lucía, la compañerita de Karina. Fue a buscar un balde de agua limpia para que se higienice y le acercó una palangana. La jovencita, se desnudó totalmente para lavarse bien y le saltaron un par de tetas al aflojar el sostén, el doble de grandes que las de Ojitos Verdes. El viejo, no soportó ver todo eso. Su verga volvió a ponerse dura. La tomó en sus brazos y la llevó por una puerta, donde estaba su dormitorio. La recostó sobre su cama, como si fuera un tesoro. La muchacha jadeaba todavía ardientemente, se abrió de piernas y le dijo:

- ¡Abu!... no me lo niegues, por favor.

Anastasio se quitó toda la ropa. Se lanzó sobre ese cuerpo joven y blanco como la leche. Su morbo se encendió más, cuando vio el negro monte de Venus, con renegridos vellos que se confundieron con sus cabellos, que a pesar de la edad no tenía una sola cana y su lengua comenzó a jugar dentro de la ardiente e inquieta grieta de esa mocosita que lo enloqueció. Apagó la luz. Desde afuera solo se escuchaban los alaridos de goce al tiempo que alguna lechuza gritaba al pasar sobre el rancho de don Anasta. Eran las cuatro de la mañana del lunes.

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