La historia comenzó cuando Juan, mi marido, me relató, en un acto de sinceridad, la relación sexual que tuvo con una compañera de trabajo en una las cenas de empresa que solían celebrar. Al día siguiente de celebrarse ésta, Juan, con cargo de conciencia, me dijo lo que aconteció:
Mira Eli, sobre las 2 de la madrugada, estaba bailando con Patricia, “Una compañera de trabajo a la que conocía desde hacía muchos años, tanto a ella como a su marido”. Es rubia, de estatura media, un culo muy bien formado aunque de pechos pequeños. Siempre me pareció una mujer agradable, simpática y muy enamorada de su marido. Cuando me pidió que la llevase a su casa, ya que se encontraba bastante mareada y no quería conducir, por supuesto que accedí al momento, ya sabes que Patricia es de mis mejores compañeras y no podía dejarla ir en ese estado. Salimos de la sala sin despedirnos de nadie porque decía estar muy mal y necesitaba vomitar, así que la llevé al coche y le dije que se tomara el tiempo que necesitaba, que por mí no tuviese reparo, que estaría esperándola el tiempo que fuese necesario. Ella, para mi sorpresa, me dijo que se encontraba mejor y que no quería vomitar indicándome que nos fuésemos a otro lugar más apartado para tomar el aire. Nos desplazamos unos kilómetros en dirección a su casa, cuando dijo que quería hablar conmigo y que nos fuésemos a un sitio apartado, por lo que me desvié hacia las dunas de la playa. Estacioné y le pregunté: ¿En qué te puedo ayudar, Patricia?, verás - me dijo - Como te has portado muy bien conmigo y se que andas un poco escaso de sexo, por lo que me cuenta Elisa, he pensado en hacerte un regalo. Metió su mano en el bolso y sacó algo que puso en mi cara diciendo: ¡huéleme! Y si gustas, tengo más.
Era su tanga que previamente se había quitado en el servicio de la sala donde cenamos. Quedé sorprendido porque jamás en los años que nos conocíamos hubo insinuación por parte de ninguno de los dos. Pero no fue la única sorpresa. Le di las gracias y la besé en la frente, cogí la prenda, la olí y la bese por la parte donde momentos antes estuvo su sexo. Ella llevó su mano a mi polla que ya estaba tomando unas dimensiones considerables dentro de mis pantalones y me dijo, en un susurro, “me gustaría darte un besito aquí”, apretando mi polla. Desplacé el asiento hacia atrás, me desabroché el pantalón y bajé el slip hasta las rodillas y le dije: “toda tuya”. No tardó en inclinarse, dándole un beso muy suave a la punta, masajeando los testículos y acariciando mi pecho. Comenzó a respirar hondo, lamiendo el capullo con delicadeza. Las lamidas eran cada vez más intensas, llegando a meterse toda mi polla en la boca hasta que me corrí abundantemente. Le quise devolver el tanga pero se negó diciendo que lo guardara para mis masturbaciones, así que lo oculté en el maletero del coche y sin más, la dejé en su casa, me paré en un bar de copas, me tomé el último whisky y me vine a casa. Eso es todo. Espero sepas perdonarme, pero el alcohol y tanto tiempo sin sexo me han traicionado. Lo siento.
No dije nada. Sabía que no le daba sexo tan asiduo como él deseaba y que, posiblemente, esta era la causa de su infidelidad, pero no pude contener mi enfado. Me levanté y entré al baño para tomar una ducha y marcharme a trabajar. Estaba extraña, sentía una rara sensación que, en un primer momento, me pareció causa de la ofensa que acababa de recibir. Me desnudé y, con el corazón agitado, entré en la bañera. El agua tibia corría por mi piel y pensando en el relato que me contó Juan, comencé a enjabonar mi cuerpo y ha ordenar mis sentimientos. Resonaba en mi cabeza, una y otra vez “me gustaría darte un besito aquí”, imaginándome la cara de puta de Patricia, con lo modosita que parece y se dedica a chupar falos ajenos por ahí - pensaba.
Mientras frotaba mi cuerpo, noté como una especie de descarga recorría mi interior en el momento de rozar mi vagina. ¡Dios mío!, me estaba excitando. Pasé la palma de mi mano por los labios vaginales, apretando sobre mi sexo y sentí un deseo enorme de utilizar algo, lo que sea, para apagar ese calor que andaba por mi interior. Utilicé el agua fría, era lo mejor. Me sentía sucia solo de pensar que me había excitado con la infidelidad de mi marido. Salí del baño, me sequé el cuerpo y salí, desnuda, dirección a mi habitación, cogí ropa interior, recatada, como de costumbre y observé que sobre la cama estaba, perfectamente dispuesto, el conjunto que me regaló Juan en uno de sus intentos de provocar una mínima reacción al sexo en mí: un tanga rojo transparente que dejaban adivinar los vellos púbicos y el comienzo de mis labios vaginales y un sujetador, a juego, sin copas, de esos que realzan el pecho desde abajo, dejando los pezones fuera. Terminé de vestirme, cogí el dichoso conjunto y salí de la habitación, entre una sensación de cabreo y excitación que me desconcertaban sobremanera. En el sillón del salón, retrepado hacía atrás, con un pantalón corto y los pies sobre la mesita pequeña de salón, se encontraba Juan.
- Cariño…, - intentó comenzar una conversación.
- ¿Cariño?, ¿Aún estás borracho?. A la puta de Patricia la dejaste en su casa hace unas horas, yo soy “la otra”, la que te soportaba cada día, sí, la que te soportaba he dicho, porque poco más vas ha tener de mí, salvo la “sorpresa” que te espera, para que sepas lo que se siente.
Le arrojé la ropa interior a la cara, diciéndole:
- ¿Cuántas pajas piensas hacerte con esto, pensando en tu “cariño”? o acaso ¿has preparado un disfraz de puta para mí, para incitar a mis compañeros para que me coman la “pipa del coño”? - me sorprendí del vocabulario soez y grosero que utilicé - Pero, no te preocupes “amorcito”, ya me encargo yo solita de elegir la forma de seleccionar a los que me van a follar. Adiós, Ah¡, por cierto, no prepares cena para mí, igual como de todo un poco, fuera.
- Eli, por favor..., espera.
Salí, cerrando la puerta de un golpe fuerte y seco. Bajé al garaje, me metí en mi coche y algo turbada, noté humedad en mi entrepierna. No podía creerlo, seguía excitada. Con cierto disimulo, levanté la falda, desplacé la braga a un lado y me toqué la vagina, llenando mis dedos de jugos, que eran más abundantes de lo que jamás pensé que podía segregar. Lamí mis dedos, saboreando con parsimonia el dulce sabor a sexo.
- Señora Elisa - me sobresaltó una voz que provenía de atrás de mi vehículo. Era Fernando, el chico encargado del mantenimiento del garaje y las zonas comunes de la zona residencial.
Sobresaltada, bajé la ventana del coche y, ruborizada, le pregunté:
- Buenos días, Fernando, ¿ocurre algo?
- No…, no, señora, es que la vi bajar hace un rato y como no salía, pensé que tenía algún problema con el coche.
- Ah!, gracias, Fernando, no ocurre nada, andaba buscando un documento que creo, metí entre la documentación del coche. Ya me marcho.
- Ok, señora, buenos días.
Arranqué el coche y me dispuse a salir. Sin embargo, a la altura de Fernando, me paré de nuevo y le dije:
- Por cierto, Fernando, ¿puedes hacerme un favor?.
- Claro, señora, usted dirá.
Noté algo extraño en la cara del chico.
- Recuérdale a mi marido que hoy no ceno en casa, aunque se lo acabo de decir, seguro que se olvida. Últimamente, parece tener la cabeza en otro sitio - le dije, guiñándole un ojo.
- Así lo haré, señora. Ya sabe que lo que necesite de mí, estoy a su completa disposición - respondió, en tono extraño, mirándome fijamente.
- Gracias.
Reparé que tenía la falda por encima de las rodillas y las bragas aún estaban a un lado de mis labios. Aunque Fernando no pudo ver mi sexo, creo que lo intuyó. Su mirada y el tono de voz, lo delataba. Miré, con disimulo, su entrepierna, pero la camisa ancha, fuera del pantalón, impedían ver el objeto de mi mirada. A buen seguro, tenía el pene erecto. Con algo de decepción, coloqué mi falda de manera más decorosa y seguí camino hacia mi puesto de trabajo.
Como una avalancha de sensaciones se sucedían en mi mente imágenes de todo lo ocurrido en las últimas horas. Juan eyaculando en la boca de Patricia, a ella con un hilo de semen cayendo por la comisura de sus labios, mi sexo rebosando jugos vaginales, me imaginé a Fernando, masturbándose en un rincón del aparcamiento, pensando en mí. Era demasiado. En unas pocas horas había tenido más pensamientos relacionados con el sexo que en toda mi vida de pareja. Además, mi sexo seguía húmedo. ¿Estaba enferma?. Turbada, sin recordar, siquiera, el camino que acababa de recorrer, llegué a la zona de aparcamientos de la empresa donde trabajo, las oficinas de un centro comercial. Me bajé del coche, cerré y me dispuse a recorrer los escasos metros que me separaban de la entrada. Noté cierta molestia entre mis piernas y recordé que no acomodé mis bragas después de saborearme en el garaje. Saludé a los compañeros que ya se encontraban en sus puestos y entré en el servicio, me arreglé las bragas y salí hacia mi puesto.
La tarde se hacia interminable. Mi jefa, Alicia, puso unos documentos sobre mi mesa y me pidió que tramitara el pedido de una maquinaria para el supermercado del centro. Aunque la estaba mirando, no entendí lo que me dijo. Ella, al notar que estaba como ausente, me dijo:
- Elisa, por favor, despierta, ¿estás bien?
- Ehh,… ehh, ah!, sí, sí. Perdona, estaba distraída en mis pensamientos.
- Ya lo veo, hija. Te digo que hagas el pedido de la maquinaria del supermercado. No lo demores que ya sabes que los viejos congeladores están a punto de terminar su vida útil.
- Sí, no te preocupes, Alicia, ahora mismo me dispongo a tramitarlo. Perdona.
Aunque se trataba de rellenar varios impresos, sin más complicación, Alicia me los devolvió en tres ocasiones porque había errores y tuve que rehacerlos. Por fin se los acerqué a su despacho debidamente cumplimentados.
- Aquí están, Alicia, por fin los hice.
- Cierra la puerta y siéntate, Eli - me dijo, algo enojada pero en tono conciliador.
- Elisa, ¿te pasa algo?, estás completamente ida, tienes la mirada perdida, no escuchas lo que se te dice, no atiendes el teléfono. Me tienes preocupada. Son muchos los años que nos conocemos y nunca te he visto así. ¿Estás enferma?.
- No, no… bueno… no lo sé. No me encuentro bien, eso es todo - le dije, con brillo en los ojos, a causa de las lágrimas que estaban a punto de brotar.
Alicia se levantó y, acercándose despacio, me levantó de la silla, rodeó mi cuerpo con sus brazos y rozando sus labios con mi oído me dijo:
- Sea lo que sea, me tienes a tu lado. Aunque creo que los síntomas son de una enfermedad relacionada con el amor o…, ¿debo decir desamor? - Me besó en la mejilla y pude comprobar como mojó sus labios con mis lágrimas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Hice ademán de soltarme y salir del despacho pero Alicia, apretó mi cuerpo, deslizó sus manos hacia mi cintura y me recordó: “… a tu lado… ya sabes, para lo que necesites”. Secó mis lágrimas con sus pulgares y con ellos rozó su escote.
- Gracias, Alicia - Sonrojada, salí del despacho y, cuando me disponía a cerrar, volvió a llamarme para decir - Tómate el día libre, cariño… mañana será otro día.
- Gracias de nuevo, no sabes cómo te agradezco que...
- Psss… hasta mañana - me dijo, llevando un dedo a sus labios a modo de silenciar mis palabras.
Comentarios a:
[email protected]