Alguien puso una botella de poppers bajo mi nariz y aspire profundamente. Todo se nublo ante mí y empecé a sentirme mas perra que nunca. El negro que me tenia agarrado por la cintura empezó a empujarme la verga dentro del culo y la leche que ya tenia dentro empezó a salir por los lados y a resbalar por sus cojones y mis piernas. Cerré los ojos y sentí ese trozo de carne negra y dura deslizándose violentamente por mi ano. La tenia enorme, pero no mas que los que me habían montado primero. Por lo menos diez de los convictos ya se habían corrido en mi culo y habían otros veinte esperando.
Todo había comenzado esa misma tarde, hacia apenas una hora. Era mi primer día en la cárcel. Había sido condenado a dos años por posesión ilícita de estupefacientes. Había sido trasladado al penal esa misma mañana, inmediatamente después de que se dictase la sentencia. Luego del almuerzo fui al baño y vi como tres de los reclusos se me acercaban sigilosamente. Sabía para que venían. Todos los "nuevos" debían pasar por esa experiencia. No iba a resistirme. Haría lo que ellos quisieran. Un puertorriqueño enorme se planto frente a mí. "Ven aquí perrita. Ven a darle placer a tu macho" me dijo llevándose groseramente la mano al paquete y mostrando una sonrisa con dos dientes de oro.
Otros convictos empezaron a llegar. Me acerque lentamente al puertorriqueño y me arrodille frente a él. Los convictos se sorprendieron. Parece que estaban acostumbrados a que los "nuevos" se resistiesen. Al menos el primer día. Lentamente le desanudé el lazo y le bajé el pantalón hasta la rodilla. La verga se le estaba parando. Cogió violentamente un mechón de mi pelo rubio y me levanto la cabeza. Miró directamente hacia mis ojos azules. "Carne blanca", murmuro con lascivia. Los otros convictos empezaron a arrecharse también. Podía sentir el olor de sus vergas que empezaban a pararse. "Mámamela", me ordenó el puertorriqueño. Lentamente fui acercando mis labios hasta su verga y la envolví con toda la ternura y suavidad de que fui capaz, quería decirle con eso que lo respetaba como macho y que yo estaba allí para darle placer, para ser su perra.
El puertorriqueño dio un gemido de placer y a mí la verga se me empezó a parar abultándose bajo la tela del pantalón. "Miren a la perra", dijo un convicto con acento colombiano. "Se la ha parado la pinga. ¡Qué tal puta!" De pronto sentí cómo unos fuertes brazos me levantaban en vilo y otros me bajaban el pantalón dejándome el culo al aire. Me volvieron a dejar en cuatro patas. "¡Que rica puta!" volvió a decir el colombiano. "¡Miren que buen culo!". "¡Vamos a chingarla!" dijo otro con acento mexicano. Eso me puso más arrecho y empecé a mamársela cada vez más rápido al puertorriqueño. El colombiano trato de meterme un dedo por el culo. No pudo, lo tenia bien ajustado. Durante los tres meses que había durado el juicio nadie me había follado y el ojete se me había cerrado. "Que rico", dijo el colombiano. "La tiene cerradita". De pronto el puertorriqueño empezó a gemir cada vez más rápido y se vino en mi boca soltando chorro tras chorro de lechada. Yo tragaba lo más rápido que podía pero a veces me ganaba y la leche se me chorreaba en hilos por la comisura de los labios.
"¡Que rica mamada!", suspiro el puertorriqueño mientras me la sacaba. "Ni siquiera en los burdeles de Brooklyn hay putas que sepan mamarla así". Yo había quedado con la boca semiabierta sintiendo los hilos de leche que caían hasta el suelo. El colombiano me metió la mano a la boca y la lubrico con la lechada del puertorriqueño. Luego la llevo nuevamente hasta mi culo y logro meterme un par de dedos. Empezó a moverlos y yo empecé a gemir como la perra que soy. Me la has puesto a punto le dijo el colombiano al puertorriqueño mientras se bajaba los pantalones. De pronto vi aparecer una verga impresionante, espectacularmente grande y gruesa; completamente surcada de venas que parecían palpitar mientras bombeaban sangre hasta el glande. Me la puso en la boca del ojete y el corazón me empezó a palpitar a mil por hora. Quería que me chingara. ¡Que me la metiera ya! Empezó a empujarla mientras yo trataba de aflojarle el culo para que entrara. "¡Espera un momento, colombiano!", grito uno de los presos. "Si tu te la chingas primero la jodes. Va a quedar muy abierta para nosotros. Deja que los que tienen la verga mas chica se la monten primero". "Ni cagando" dijo el colombiano. "¡Esta perra es mía!". Y siguió presionando. De pronto sentí que alguien lo empujaba violentamente. Era uno de los negros más espectaculares que he visto en mi vida. "Esta perra todavía no es de nadie. Si la quieres tienes que ganártela". Le dijo mientras se abalanzaba sobre él. Se agarraron a golpes. Era una pelea en la que todo valía. Patadas, escupitajos, puñetazos y cualquier otra cosa que pudiese hacer que el oponente cayera al suelo. Yo seguía en mi posición de cuatro patas. Quería que todos supieran que a pesar que había dos hombres peleándose por mi yo era solamente una perra arrecha y sumisa.
El negro estaba masacrando al colombiano. Le daba golpe tras golpe, pero de pronto el colombiano le planto una patada entre los huevos que le arrancó un aullido de dolor y lo dobló en dos. El colombiano aprovecho e inmediatamente descargo todo el peso de su cuerpo sobre la espalda del negro. Lo desplomo en el piso sin aliento. El colombiano se paró sobre la espalda de su oponente dando un grito de victoria. Luego le cogió un mechón de pelo y le levantó la cabeza torciéndosela todo lo que pudo hacia atrás. "Si no tuviese a la perra te chingaría a ti, por pendejo, negro concha tu madre", le dijo estrellándole con fuerza la cabeza contra el piso. El negro quedo inconsciente mientras un chorro de sangre le salía por la nariz.
El colombiano se levantó y dirigiéndose a todos los demás mientras me señalaba les dijo. "A partir de este momento esta perra es mía. ¿Está claro?" La mayoría asintió con la cabeza. Otros dieron un gruñido pero nadie se le enfrentó. El colombiano dejó al negro postrado en el suelo y se me acercó lentamente. "Ya tienes dueño, perrita" me dijo mientras me acariciaba el lomo y el culo. El olor de su cuerpo sudado me puso todavía más arrecho. Vi la sangre que salía de sus heridas y acerqué mi boca para lamérselas sumisamente. El colombiano sonrió. "Así me gusta perrita, ya sabes cual es tu lugar" me dijo complacido. Suavemente me fue poniendo en posición. Me metió un escupitajo en el culo para lubricarlo nuevamente. Puso su verga en mi ojete y empezó a hacer presión. Yo empecé a gemir rogándole que me la meta. Me cogió de las caderas y de una sola arremetida me la enterró hasta la mitad. Di un aullido de dolor. Los otros convictos nos miraban hipnotizados. "¿Te dolió mucho?" me preguntó el colombiano con mucha ternura. Asentí con la cabeza. "¿Quieres que la saque?" Me preguntó. "¡No! ¡Por favor!" Le supliqué inmediatamente. "¡Quiero ser su perra! ¡Quiero darle placer! ¡Para eso estoy aquí!" Se levanto un murmullo de aprobación entre los convictos. Unos sonreían, otros se cogían los paquetes y se los frotaban. El colombiano también sonrío, me cogió nuevamente de las caderas y enterró el resto de su verga en mi culo. Sentí que me habían empalado. Nunca antes había tenido una verga tan grande, tan gruesa y tan dura en el culo. A cada momento sentía que me iba a desmayar pero el colombiano seguía embistiendo como un animal. Empezó a jadear. La sangre que salía de sus heridas caía sobre la piel blanca y lampiña de mis piernas confundiéndose con la sangre que me empezaba a salir del culo.
"Lo esta rompiendo de verdad" comentaban los reclusos. "Lo va a hacer mierda". Yo empecé a llorar de dolor y felicidad. Había soñado tanto con este momento. Lo había planeado todo tan meticulosamente. Había cuidado hasta el más mínimo detalle pero finalmente estaba allí, donde quería: convertido en la perra de los convictos de una cárcel.
El colombiano dio un alarido de placer y se vino. Podía sentir como salían los chorros de semen de su verga. Al principio salía tanto que pensé que estaba meando dentro de mí pero luego me di cuenta que era un semental, que se estaba corriendo como un caballo, llenándome con su leche. Finalmente se desplomó sobre mi lomo. Dió un gran resoplido y se quedo allí por un momento. La verga se le fue encogiendo y de repente salió con un ¡plop! Un chorro de lechada me salió del culo y cayó sobre el piso. Me incliné y empecé a lamerla. Los convictos estaban arrechísimos. Podía ver el deseo con el que me miraban. El colombiano se incorporó y me cogió de la cabeza. La llevó hacia su pinga. "¡Limpia!", me ordenó. Empecé a lamer esa mezcla de lechada, sangre y mierda que la cubría. Al ver esto algunos de los reclusos se bajaron los pantalones y empezaron a masturbarse. El colombiano los recorrió con la mirada y sonrió. "Quince dólares para follarse a la perra", les dijo. "¿Quien va?" Inmediatamente se levantaron varias manos. "¿Incluye mamada?", pregunto uno. "¡Servicio completo!", dijo el colombiano. "¡Me apunto!", dijeron varios. Yo seguía lamiéndole la verga al colombiano mientras él empezó a apuntar en una libretita el orden en el que los reos me follarían. Sus amigos iban primero. Los otros después. "La vas a pasar muy bien por acá, putita", me decía mientras me acariciaba la cabeza.
A los pocos segundos tenia la verga de un cubano en la boca y la de un ruso en el culo. El colombiano me puso una botella de poppers bajo la nariz. "Para que sientas como sienten las perras", me dijo. Aspiré profundamente, la mente se me bloqueó y solo fui capaz de sentir. Me sentía la puta más realizada del mundo. Por fin había conseguido hacer realidad mi sueño.
Todo había comenzado seis meses atrás, cuando había ido a visitar a mi amigo Brandon a la cárcel. Brandon era un colega que, como yo, se dedicaba a la prostitución. Nos habíamos conocido hacia un par de años en una fiesta que dió un millonario en los East Hamptons. Los dos habíamos sido contratados para entretener a los invitados. La mayoría eran viejos ricos y subidos de peso, pero Brandon y yo éramos profesionales de alto vuelo y a cambio de varios cientos de dólares los volvimos locos con nuestras bocas y culos. La fiesta duro todo un fin de semana y Brandon y yo terminamos siendo íntimos amigos.
Es por eso que cuando lo metieron preso por encontrar dos libras de cocaína en su departamento decidí ir a visitarlo a la cárcel. Mi sorpresa fue que lo encontré feliz en su nueva morada. Me contó que a los dos días de llegar ya tenia un cafishio y que se había convertido en la puta de los convictos. "Ya no tengo que servir a viejos feos y gordos", me dijo. "Acá todos tienen entre 18 y 40 y andan arrechos como burros. Además les encanta la carne blanca". Efectivamente, mire a mí alrededor y el lugar estaba lleno de convictos negros, latinos y mulatos. Se podían escuchar acentos puertorriqueños, mexicanos, caribeños, sudamericanos. Todos eran hombres rudos, con buenos cuerpos y abultados paquetes. Muchos estaban tatuados o tenían cicatrices de cuchilladas. Cuando caminaba hacia la salida varios me recorrieron el cuerpo desde los pies hasta la cabeza mientras se cogían el paquete con lujuria.
Fue a partir de ese momento que empecé a fantasear en convertirme yo también en la puta de una cárcel. Hice toda una investigación en las paginas legales del Internet para determinar que tipo de delito debía cometer para ser sentenciado al menos por dos años. Decidí también a que cárcel quería ir. Definitivamente a la del estado de Nueva York, era a la que iban todos los delincuentes de Queens, Manhattan y Brooklyn, los más rudos del país. Averigüé también que debían encontrarme con al menos 6 kilos de droga para que no tuviese derecho a ninguna apelación y el juicio fuese rápido y directo. Finalmente me contacté con unos narcotraficantes a quienes convencí de que estaba desesperado por dinero. Les dije que haría cualquier cosa por plata sabiendo que me iban a proponer usarme de burro, es decir, para que trate de meter un buen cargamento al país. Me enviaron a México y allí me dieron 5 kilos y las instrucciones. Me envolvieron el cuerpo con unas bolsas aislantes que contenían la droga y me dijeron que trate de pasar con la mayor naturalidad posible. Los puestos de vigilancia en el aeropuerto de Ciudad de México los pasé sin ningún problema, allí estaba todo arreglado entre los narcotraficantes y las autoridades, pero apenas estuve en el avión empecé a preparar todo para que me atraparan en el aeropuerto Kennedy de Nueva York. Fui al baño y agujereé las bolsas para que los perros policías pudiesen olfatear inmediatamente la droga. También aspire varias líneas de coca, tantas que casi no podía hablar por lo trabada que tenia la lengua. Apenas baje del avión tres perros policías se me tiraron encima. En menos de dos horas estaba acusado por trafico y posesión ilícita de estupefacientes.
Durante el tiempo que duró el juicio hice todo lo que pude para poner mi cuerpo a punto. No dejaba que me caiga nada de sol, ni siquiera durante la media hora en que me permitían salir a un patio para caminar. Quería que mi piel estuviese mas blanca que nunca. Le pagaba a los guardias para que me pasaran de contrabando cremas y lociones humectantes para dejar mi piel suavecita y provocativa. Hacía varias horas de gimnasia todas las mañanas y a pesar que en varias ocasiones algunos de los guardias y otro procesados se me insinuaron, nunca dejé que me follaran porque quería que mi culo estuviese cerradito para los convictos de la cárcel del Estado. Finalmente el día que me trasladaron fue el más feliz de mi existencia. Mientras el bus de la cárcel me llevaba a la prisión no cabía en mi de la felicidad.
El colombiano me volvió a poner la botella de poppers en la nariz y volví a aspirar profundamente. Esta vez otro negro espectacular me metía la pinga por la boca. Tenia una gran cantidad de esperma entre el glande y el prepucio. Al sentir el sabor acre de su queso empecé a salivar aun más y con mucha suavidad le froté la lengua disolviendo y saboreando ese sabor rancio y penetrante. El negro dió un gemido de placer. De pronto sentí que el tejano que me estaba montando se corría en mi culo gimiendo todavía mas fuerte. Saco la verga e inmediatamente fue reemplazado por otro. El colombiano le cobró los 15 dólares al nuevo cliente y sonrió. Me volvió a poner la botellita de poppers bajo la nariz y me acarició el pelo. "Sigue así putita", me dijo. "Que vas a terminar siendo más rentable que traficar con drogas". Yo sonreí y volví a inhalar profundamente. Todo se volvió a nublar y seguí sintiéndome la mas perra de las perras. Cerré los ojos y rogué por que todo esto siguiese durante mucho, mucho tiempo más.
Nota del autor: Mi nombre es Khelvan y durante gran parte de mi vida me he dedicado a la prostitución. Muchas de las historias que escribo están inspiradas en mis propias experiencias y otras son pura fantasía. Si recibo la suficiente cantidad de mails tal vez me anime a escribir mis memorias completas. Gracias, Khlevan.
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