Después de casarme con mi mujer, tuve la oportunidad de seguir experimentando cosas nuevas en lo que en el plano sexual se refiere, pues como ya os había dicho, a mi mujer le encanta experimentar cosas juntos y no hace ascos a casi nada de lo que le proponga. Después de todo el montaje de la boda, el viaje de novios, en el cual follamos hasta reventar, incluso nos gravamos una cinta mientras lo hacíamos, llegó el día a día de la vida cotidiana, es decir, la vuelta al trabajo, a las prisas, y la vuelta a no tener mucho tiempo para andar jodiendo con mi mujer. Aunque ya se sabe, el que busca el momento lo encuentra. De hecho, siempre procurábamos no estar más de dos días sin follar, aunque fuera un asalto de madrugada, ya que durante el día nos quedaba poco tiempo.
Por aquel entonces aun no teníamos piso propio y vivíamos en el piso de mi madre. Ella solía estar entre semana, aunque ya nos dejó una habitación de matrimonio para nosotros, cosa que le agradeceré siempre, puesto que así podíamos joder a conciencia sin el miedo de si nos escuchaban, pues mi madre dormía en una habitación al otro lado del piso. Un sábado, después de comer, estábamos sentados el sofá. Estábamos solos en el piso, pues mi madre se iba los fines de semana a ver a mi padre a Tarragona, pues el trabajaba por aquella zona y vivía en un pequeño apartamento que mis padres tienen en la playa. De pronto, vi como mi mujer se levantaba del sofá e iba a la habitación.
- Ahora vuelvo - me dijo.
Al rato regresó con un par de botes de esmalte de uñas en una mano, y algodones y quitaesmaltes en la otra. Dejó todo encima de la mesita del tresillo y se descalzó las chancletas de tiras que llevaba. Vi entonces que se disponía a pintarse las uñas de los pies. Como ya os dije en mi primer relato, me fascinan los pies femeninos con las uñas bien cuidadas y esmaltadas, así dejé de prestar atención lo que daban en la tele en aquel momento y fijé la mirada en lo que estaba haciendo mi mujer. Mientras se sacaba el esmalte desconchado que tenía, se percató de mi mirar intenso y me dijo.
- Que cariñín, que me estas mirando? ¿Te gusta lo que me hago, verdad?.
Yo le dije:
- Si, mi vida, me gusta ver como te arreglas esos piecitos para mí, pienso en como los disfrutaré después.
Entonces ella añadió
- Ya lo sé, mi amor, ya lo sé que adoras mis pies. Por eso quiero que me los pintes tú.
- Ehh?, Lo dices en serio?.
Yo no me lo podía creer. Me estaba dando la oportunidad de prepararle aquellos pies a mi gusto, para luego disfrutarlos como quisiera. Era mi fantasía hecha realidad, y creo que la de muchos tíos. Tragué un poco de saliva y le dije:
- Bueno, no sé si sabré hacerlo.
- Ya no importa, mi amor, es difícil que te salga bien a la primera, pero yo te enseñaré, es lo que deseas, no? Te dejo el cuidado de mis pies y mis chuelitas en tus manos.
Debo reconocer que en aquel momento unos sudores fríos me recorrían el cuerpo y hasta las manos me temblaban de la emoción. Entonces ella dijo:
- Venga, toma este algodón y sácame ese esmalte desconchado de las uñas, me dijo mientras colocaba sus pies sobre mi regazo.
Yo cogí el algodón que me daba, lo mojé un poco en acetona y empecé a restregárselo por la uña del dedo grande varias veces, hasta que la uña se iba quedando sin pintura y el algodón manchado. Luego continué con los otros dedos. Ella añadió:
- Procura limpiar bien los bordes, que siempre queda pintura.
Así lo hice. Hasta que conseguí sacar todo el esmalte y dejar uno de sus pies al natural. Ella sonrió cuando la miré y me dijo:
- Lo has hecho muy bien. Ahora quiero que me recortes las uñas.
Cogí el cortaúñas y comencé esta vez por el dedo pequeño. Intenté hacerlo con sumo cuidado, tenia miedo de pellizcarle la piel y dar al traste con aquel momento tan bueno. Fui recortando sus uñas sin dejarlas demasiado relamidas, ya que me gustaba que me arañen un poco. Luego cogí la lima y se la pasé para que no quedara ninguna aspereza. Ella me miraba a ratos, con una sonrisa de complicidad. Yo continuaba nervioso. Ella me dijo:
- Ves que bien lo haces, si es que eres un artista. Me lo has hecho como en la esteticien. Bueno, ahora quiero que me las pintes a tu gusto, pues estos pies son para ti, mi amor.
En ese momento estaba como un flan. Pensaba que si lo hacia mal, ya no me volvería a dejar hacerle otra vez la pedicura. Intenté esmerarme todo lo que pude. Cogí un esmalte de color granate metálico y lo abrí. Enseguida me llegó aquel aroma que desprenden los esmaltes de uñas, que a mí personalmente me encanta, aunque sea un poco fuerte. Saqué el pincel, lo escurrí un poco en el borde y se lo pasé por encima de la uña grande, en sentido hacia delante, así lo hice repetidas veces hasta pintar toda la uña, y después lo hice con los otros dedos. Cuando acabé estaba satisfecho. Le había dejado un pie precioso aunque tenia algunos fallos propios de mi inexperiencia en el tema. Pero ella alzó su pie, se lo miró y sonrió. Dijo:
- Uumm, vaya, que guapo que se ve. Ahora tienes que hacer lo mismo con el otro pie.
- Le hice retirar el pie pintado de mi regazo para que se secara, y hice la misma operación con su otro pie Le corté las uñas, se las limé y finalmente se las pinté. Yo seguía estando nervioso, pero ya algo menos. Cuando acabé, se alzó ambos pies y se los miró sonriendo. Dijo:
- Uumm, vaya artista que tengo a mi lado, me las has dejado muy bien, casi tan bien como yo lo hago.
- Te he complacido, mi amor?
- Pues claro, cielo. No hay nada más bello para una mujer que su hombre la cuide con estos pequeños detalles. Además, tú lo estabas deseando, o no?
- Yo me ruboricé un poco y le dije:
- Bueno, si, la verdad es que me ha gustado pintarte, mi amor.
Le decía mientras no paraba de mirar mi obra. Le había puesto los pies a mi gusto a mi mujer. Pensaba que ahora vendría lo mejor. Ella se percató de que le miraba los pies, y me dijo.
- Que, te gustan más ahora?
Entonces me puso un pie encima de la boca. Dijo:
- Venga, mi papi, ahora quiero que disfrutes de tu obra, te debo un favor, venga, chúpame los pies.
No la hice esperar, Empecé a pasarle la lengua por la base de sus dedos, uno a uno, mientras más tarde pasé a metérnelos en la boca. Sentía un sabor algo raro y un olor a esmaltes todavía, pero estaba tan excitado que no paré de chupar y chupar como un loco. Mi mujer mientras tanto empezó a masturbase frotando su coñito con un dedo. Decía:
- Venga mi amor, chupa y sacia tu hambre, venga, cómemelo todo, hasta las uñas, venga, mi cabrón.
Yo empecé a masturbarme también y a estas alturas ya tenia el rabo mas tieso que un palo de olivo. Entonces cambié de posición y sin sacarme su pie de la boca, me puse frente a ella y la abrí de piernas, rozando mi capullete por los labios de su concha, y entonces se la hundí en su chocho sin dejar sus pies ni un segundo. Yo me estaba muriendo de gusto en aquel momento, me estaba follando a mi mujer mientras degustaba lo que más quería. Hasta la baba se me caía y le iba resbalando por las plantas de los pies, hasta caer en sobre su barriga. Con aquel gusto tan bueno, yo no iba a aguantar mucho más la corrida. Como ella se dio cuenta de esto, al ver como me enfurecía en la follada, me dijo:
- Ven papi, métemela en la boca, quiero que me tires la leche en la boca.
Yo obedecí y le saqué el rabo de su coño para metérselo en la boca, pero sin dejar de chupar sus pies. Ella se aferró a mi trabuco, y cogiéndolo con una mano, se lo metía y sacaba a placer, mientras yo ya no podía más del gusto y empecé a descargarme en su boca la lechada. Ella cerró los ojos y frunció el ceño. Yo la cogí de la cabellera y la amorré más a mi rabo, con la intención de no dejar derramar ni una sola gota de leche fuera de sus labios. Acabé de correrme y le solté los pies, bien ensalivados por mi excitación. Entonces ella se quedó tumbada en el sofá, de lado con los ojos semiabiertos y lanzó un suspiro de placer, dejando entreabrir la boca y enseñándome la leche que había depositado en su boca, para instantes después tragársela.
Desde entonces siempre la arreglo las uñas a mi mujer, para poder disfrutarla luego a voluntad. Es como un juego previo al sexo.
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