Utopía
Torremolinos, meses de invierno. Las playas, desalojadas de hamacas, hacen los amaneceres especiales para mi afición a la fotografía, por lo que los fines de semana suelo salir muy temprano a caminar a lo largo de la costa en busca de algún motivo para fotografiar, aprovechando la ocasión para hacer algo de ejercicio, andando unos kilómetros. Las escasas barcas de pesca que aún quedan por las playas, han sido mi objetivo en las últimas salidas. Una de ellas estaba varada entre el oasis artificial creado en la zona de El Bajondillo -un antiguo barrio de pescadores del pueblo, junto al mar, hoy zona comercial y residencial- y la orilla. Atravesando el oasis, un pequeño arroyo que, aunque normalmente lleva un caudal muy pequeño, hace que en la zona se observen variadas especies de pájaros, además de las numerosas gaviotas. Sobre el arroyo han construido un puente de madera. El escenario ideal para mis fotografías. No reparé en la joven que estaba tras de mí, con una pequeña cámara digital, vestida con ropa deportiva.
- Oiga!, ¿Podría hacerle una pregunta?
- Claro, dime… - le dije, volviéndome, como saliendo del encanto - perdona, no te había visto.
- Suelo salir por aquí a pasear y lo he visto muchas veces haciendo fotos. El caso es que a mí, con esta cámara, me salen las fotos movidas o muy oscuras o muy quemadas, y me gustaría saber cómo conseguir una buena imagen. ¿Podría usted indicarme qué tipo de cámara puedo usar?.
- Bueno, creo que haciendo una buena medición y utilizando un trípode puedes conseguir buenas fotos con esa misma cámara. ¿Quieres probar con mi trípode?.
- Si no es una molestia, se lo agradeceré.
Retiré mi cámara, coloqué la de la joven sobre el trípode y le explique los parámetros que marcaban la cámara.
- Venga, dispara, verás como el resultado es el que quieres.
Hizo varios disparos y se dispuso a comprobar el resultado en la pequeña pantalla de la cámara.
- ¡Magnífico! Son preciosas - dijo, encandilada, con los ojos muy abiertos, sorprendida por las fotos.
- ¿Ves?, resulta fácil, si te lo propones - le dije, con tono paternal.
- Gracias, muchas gracias, hoy mismo compro un trípode.
- Si quieres preguntar las dudas que tengas, nos veremos por aquí, suelo venir los fines de semana.
- Oh!, claro, es usted muy amable, seguro que nos vemos.
Recogió su cámara y se marchó, no sin antes, volver a darme las gracias. Continué con mis fotos. Cambié de situación, hice varias fotos más y me marché.
Un día, me encontraba enfocando un catamarán, varado en la arena y la bahía de Málaga al fondo, cuando oí su voz.
- Hola, señor, buenos días.
- Buenos días.
- ¿Cómo te llamas?
- Alexandra - me dijo - ¿y usted?
- Luis. Buenos días, Alexandra, ¿alguna duda con tus fotos?.
- Muchas. Pero ya tendré tiempo de preguntarle. Es que hoy venía pensado que parece que usted forma parte del paisaje y, además… me inspira confianza. Me gusta verlo. ¿Buen reportaje hoy?
- Nada especial. Por cierto, Alexandra, llevo unos días pensado en hacer una foto en la que me podrías ayudar.
- Encantada. ¿De qué se trata?
- ¿Tienes novio?.
- No - contestó extrañada.
- Oh! No.. no creas que…- le dije nervioso a causa de la torpeza de la pregunta - Te lo pregunto porque el puente de madera que está en el oasis me ha inspirado una imagen. Un contraluz, donde se vea la silueta de una pareja de enamorados, cogidos de la mano, cuando el sol se observe fuera del horizonte. Perdona si has pensado que insinuaba otra cosa, no es mi intención, créeme, a mi edad, una joven como tú, entra dentro de la utopía. Es que había pensado en ti para esa foto. Como nos vemos casi a diario pues…
- Lástima, pero hace meses que rompí con mi pareja, aunque es muy sugerente el ofrecimiento - ella rió - De todas formas, tiene usted un encanto especial y no es tan mayor. Al menos eso me parece a mí. El autodisparador puede ayudarnos. ¿Quiere ser mi pareja para esa foto?.
- ¿Cómo que…?, bueno, sería fantástico ser tu pareja unos minutos, pero es que a mí no me gusta aparecer en mis propias fotos, así que esperamos a que encuentres alguien más acorde. Te aseguro que esperaré hasta que estés dispuesta.
El sol estaba ya bastante alto y el paseo marítimo estaba abandonando la quietud que minutos antes lo hacían un lugar paradisíaco.
- Lo invito a desayunar, como pago a su amabilidad - me dijo, con su cara de Ángel, que me pareció sublime.
- Acepto. Podemos subir al Calvario, hay un barecillo que pone unos churros exquisitos. ¿Quieres?.
- La verdad es que pensaba invitarlo a mi casa. Como vivo sola, muchos alimentos caducan sin ser consumidos y me da pena tirarlos.
- Ah! Es eso, ¿no?, antes de tirarlos, prefieres que un pobre viejo haga de conejillo de indias. ¡Vaya desilusión! - dije, en tono desenfadado.
- Oh!, no, señor Luis, no quería decir que... Perdóneme, por favor. Verá que todos los alimentos está en perfecto estado - dijo ruborizada.
- Te perdonaré si antes cumples una penitencia.
- ¿Cuál? - preguntó, asombrada, con cierto escepticismo.
- Nunca más te dirigirás a mí si no me tuteas, ¿vale?.
- Ok, vamos, Luis, te haré el café más sabroso que hayas probado en tu vida.
- Acepto el reto. Vamos…
Recogí el equipo y nos dispusimos a caminar en dirección a su apartamento, uno de esos bloques construidos en los años setenta, parte de una inmensa urbanización de lujo. Un apartamento coqueto y muy limpio, estanterías repletas de libros y discos, perfectamente ordenados, formaban parte de la exquisita decoración.
- Es el apartamento de verano de mis padres - comentó.
- Bonito lugar para vivir. Sí señor.
- Pues sí, cada día me adapto mejor a este nido - dijo, dirigiéndose a la cocina, que la separaba del salón un mostrador con una amplia barra, a modo de bar.
Mientras ella preparaba el café y tostadas, me dispuse a mirar entre sus libros.
Nos servimos el desayuno y comenzó a relatar un poco de su vida. Tenía veinticuatro años, hacía dos que terminó la carrera de empresariales en la universidad de Granada y se crió en el centro de la cuidad. Tuvo un novio desde los diecisiete años hasta que descubrió una infidelidad y lo dejó poco antes de terminar los estudios. Decía vivir tranquila sin novio, pero a veces echaba de menos “algunas cosas de pareja”, que sustituía con su imaginación. Aunque no era lo mismo -dijo. Por mi parte, le conté que tenía casi cincuenta años, estuve casado durante veinte años, hasta que mi esposa enfermó y murió hace cinco. Le dije que tenía tres hijos, dos niñas y un niño. Esperanza, la mayor estaba terminando el bachiller y quería estudiar telecomunicaciones si aprobaba con buena nota la selectividad el próximo mes de junio, Raúl, un adolescente algo díscolo, pero buena gente y Lidia, la menor, muy introvertida, creo que a causa de lo mal que lo pasó cuando murió Lidia - dije, con cierta tristeza en mi voz.
- Tu mujer, ¿verdad?. Supongo que la querías mucho, ¿no?
- Aún la quiero, creí que no podría vivir sin ella, pero, ya ves, aquí sigo.
- ¿Eres fotógrafo profesional? - cambió de tema.
- No, trabajo en una promotora de viviendas. Soy jefe de ventas. La fotografía es una afición más, también practico deporte y, junto con la lectura, son mis entretenimientos habituales.
- Bueno, voy a tomar una ducha y luego seguimos con nuestras historias. Me parece una vida interesante.
- Otro día seguimos, ya es tarde y supongo que preferirás aprovechar el día, mejor que soportar las historietas de un viejo. Me marcho.
- ¡Ni lo pienses!, no me aburres y quiero estar contigo todo el día. No sabes lo se aprende con personas maduras, cultos y con experiencia como tú. Por favor, Luis, si no tienes nada mejor que hacer, espérame, ¿vale?.
- Bueno, si quieres, te espero. Me sorprende tu interés por las “historias del abuelo”.
- Pon algo de música si te apetece, no tardo nada.
- Gracias, veré que tienes por ahí.
“How to Dismantle an Atomic Bomb”, el nuevo disco de U2 fue mi elegido. La voz de Bono siempre me pareció de las más bonitas del rock/pop actual. Sentado en el sofá, ojeando un periódico del día anterior, esperé pacientemente a que saliera Alexandra del baño. Apareció con el pelo aún mojado, una camiseta muy ajustada a su cuerpo y una falda por encima de las rodillas eran su atuendo. Hasta ese momento no había reparado en su belleza. Unos ojos claros, labios rojos naturales, preciosos. Sus pechos voluminosos, la cintura estrecha y unas piernas que parecían creadas por el mejor de los artistas, me dejaron aturdido, mirándola fijamente. Parecía paralizado, tonto.
- Eh!, Luis, ¿estás bien? - me preguntó, con una mirada algo pícara.
- Sí… sí… estoy bien. Muy bien diría yo. Es que no me esperaba que…, bueno, que estás preciosa, quiero decir - le dije, saliendo de mi asombro.
- Gracias por el cumplido, hombre.
- No es un cumplido, es…, no sé, tanta belleza me dejan casi mudo.
Se sentó frente a mí y comenzamos a hablar de cosas sin importancia, como haciendo tiempo. La verdad es que estaba más pendiente de su figura que de la conversación. Ella, dándose cuenta de que mi mirada se iba constantemente a sus piernas, tiró de la falda, como queriendo ocultar sus muslos.
- Creo que es hora de marcharme, tengo el corazón agitado y no creo que pueda aguantar tu belleza mucho más tiempo.
- También tú me pareces de un atractivo especial. Me gustas. Hacemos tiempo para tomar un aperitivo y si quieres, me cambio de ropa, para que no sufra tu corazón. Pero a mí no me molesta que me mires las piernas, así que no te sientas incómodo, los jóvenes de hoy no entendemos de censura… ni de edad - dijo, retocándose el pelo, con cierta manera cursi, mirándome fijamente.
- Bueno, si no te molesta… pero es que me siento incómodo. Es como oler un manjar que no puedes saborear. Hace tanto tiempo que no disfruto de una belleza de este calibre que me siento un viejo verde, intentando adivinar tus formas.
- Pues disfruta hombre. ¿Solo haces fotos de amaneceres o también te interesan otras cosas?.
- También hago bodegones y, cuando salgo de senderismo, también me dedico a fotografiar animales por el campo, flores, en fin, muchos paisajes.
- ¿Y desnudos?
- Sí, también he hecho desnudos en alguna ocasión, lo que pasa que no es fácil encontrar modelos que se presten a este tipo de fotos y las que se prestan no reúnen las características que a mí gustan. Soy muy exigente para este tipo de arte.
- ¿Crees que yo podría servir para tan excitante trabajo?
- No se, habría que probar, supongo que algo podría hacer.
Se quitó la camiseta y el sujetador dejando ver unos pechos perfectos. Parecían creados por Dios para su propio regocijo. Se despojó de la falda y de su pequeño tanga, adoptando una pose sensual, girando sobre sí misma.
- ¿Qué tal? ¿Te parezco suficiente para tus exigencias?
- Bueno, sin duda eres de lo mejor que he podido ver - ya sin pudor, tomando conciencia de la situación.
- Entonces, cuando quieras, puedes empezar.
- Ahora no es posible, las marcas del sujetador y del tanga en tu piel no son aconsejables para la fotografía artística. Así que quedamos otro día y las hacemos. Ya sabes, tendrás que dormir desnuda para que por la mañana no se marquen las señales.
- Vale - dijo, sentándose a mi lado.
Su sexo depilado, dejando una hilera de vellos, perfectamente recortados, hicieron subir mi excitación. Cuando posó su brazo sobre mi hombro, no había marcha atrás. La besé en la mejilla, su boca buscó la mía, la encontró. No resultó difícil, estaba esperándola. Mi mano acarició sus pechos, sus sonrojados y erectos pezones. Estaba en el nirvana. Todo era un sueño, eso creí. Me desnudé. Mi pene la buscaba en su completa dimensión. Bajó su boca hasta alcanzarlo. Espasmos continuos se sucedían. El tiempo pasado sin deleitar esa sensación, no eran impedimento para que adoptara su máxima expresión. Los continuos besos, sus caricias a mis testículos, suavemente, con una delicadeza impropia de su edad, hacían que mi pene palpitara sin control, como si tuviera vida propia.
Me tumbó sobre la alfombra, con delicadeza, como si no quisiera hacerme daño. Abrió sus piernas, colocando cada una de ellas a cada lado de mi cabeza, fue bajando hasta dejar su sexo a escasos centímetros de mi boca, inclinó su cabeza hasta introducir mi sexo en su boca. No recordaba donde estaba, quien era. Estaba hipnotizado, no quería despertar nunca. Contemplar su sexo, húmedo, sus gotas de miel, me produjo una serie de espasmos, sensaciones que creí olvidadas. La saboreé. Acaricié sus nalgas, tan bonitas, suavemente. No quería dañar la delicada textura de su piel. Cuando mi lengua rozó su clítoris, sus gemidos me parecieron provenir del cielo. Un abundante río de líquido dulce, divino, llenó mi paladar. Acelerando sus besos, potenciando mi excitación, levantó su cuerpo, girando, quedó frente mí, abrió su sexo con sus dedos y se sentó sobre mí, cerrando los ojos, moviendo su cadera en círculos, como si quisiera hacer desaparecer mi pene en su interior. Lo consiguió. Temblores incontrolados dieron paso a la más bella de las calmas. Ella repleta de mí, yo impregnado de ella. Sosiego. Divino pecado.
- ¿Ves?, la utopía a veces, se convierte en realidad.
- Es un sueño. Nada más - dije.
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