Mi amigo no es un amigo normal, es mi otro yo, mí cómplice. Mi amigo consigue que olvide aquellas insatisfacciones que quiero olvidar, que me sienta la mujer más deseada del mundo. Unas breves palabras suyas me hacen arder, me hacen sentirme mojada, me hacen sentirme deseada y carnalmente insaciable. Sus palabras sugieren historias, sencillas o sofisticadas, historias completadas por mí desbordada imaginación y rematadas a solas, en cualquier lugar de la casa o del jardín, de rodillas o en 4 patas, con la yema de mi dedo medio en los labios de la vagina, acariciando el clítoris duro como de piedra y a punto de reventar, mojada hasta el paroxismo, imaginando que hay alguien mirándome de lejos, o ahí mismo, tocándome, lamiéndome, mientras le digo, le grito, le escupo lo cerca que siento su grande y húmedo pene.
Invariablemente, con un solo mandato suyo, mi cuerpo entra en situación. Sea de mañana temprano, mientras lánguida descansó en el sofá sabiendo que la casa es mía, que solo hace falta un gesto para empezar a acariciarme, aún con el olor del jabón mezclado con el de mi propia humedad, con el tacto de las sábanas, con el recuerdo del último orgasmo compartido o no. Sea en el lugar donde recibo clases, al leer el mensaje que me ordena abrir ligeramente las piernas y humedecer los labios con la punta de la lengua, al alcance de la vista del maestro o maestra, imaginado instantáneamente como compañero sexual, sintiendo como mi coño empieza a emanar un profundo y húmedo olor.
Historias donde, siempre, la protagonista soy yo y mi cuerpo el personaje principal. Mis morbosas tetas, mi clítoris vibrante, se adjetivan en el momento en que mi cerebro recibe cualquier señal de mi amigo. El resto de personajes cambian. Un médico, un camionero, mi marido, mis antiguos amantes, una mujer, un grupo de hombres, un matrimonio joven, partes del juego cuyo objetivo es proporcionarme placer.
Una tarde, mi amigo me envió un sencillo mensaje.
“Busca la oficina de correos de la ciudad marítima cercana a tu casa, identifícate y pregunta por el apartado 2.055”.
Excitada inventé una excusa para salir de casa, tomé el coche y recorrí, a toda velocidad, la distancia hasta la ciudad. Al llegar enseñé mi documento de identidad al funcionario, quien me entregó una llave y me señaló el panel en donde se ubicaba el apartado de correos, en el interior había una carta de mi amigo:
“Querida mía, sigo esperando el momento de nuestro primer encuentro. Mientras me he permitido anticiparte algo. Dirígete inmediatamente hacia la planta primera del edificio, por la escalera que queda a tu derecha y entra en el despacho que verás frente a tí. Te sentarás en la butaca junto a la mesa y abrirás la carta azul que te espera. Nada temas, nadie te interrumpirá“
Al leer esto, la humedad incontrolable de mi coño empezó a extenderse. Sin dudarlo me dirigí al lugar ordenado, abrí la puerta del despacho y, obediente, me senté en el lugar indicado, donde me esperaba un sobre de color azul que abrí rápidamente.
“Excitada mujer, al escribir estas palabras mi polla rebosa sólo de pensar en lo que voy a proponerte y en lo que acabarás haciendo. Antes de acabar de escribirte tendré que darle satisfacción, me masturbaré pensando en tu rosado clítoris o me follaré a mi mujer pensando en que eres tú a la que monto, para después devorarle el coño oyendo tus gemidos o encularla pensando en tu virginidad anal que algún día desearé romper. Mantengo lo que te dije en nuestro primer encuentro: eres la mujer más bella del mundo y serás la puta más insaciable y exclusiva al servicio de tu amigo como yo seré para ti el esclavo sexual más exclusivo y complaciente. Ahora, de nuevo, tu cuerpo vicioso debe de ser preparado para el amor. Recuerda lo que pasó el último viernes, cuando con letra entrecortada me contabas como te masturbabas desnuda en tu casa, mientras releías aquella historia que escribí para ti, la del hombre que convirtió a su mujer en la puta de sus mejores amigos, marido y mujer, quienes la follaban inmisericordemente, por delante y por detrás, mientras su marido la contemplaba. Recuerda como me contabas que jadeabas, como tus gritos se convertían en mayúsculas como sí realmente estuviese dentro de ti, como me decías que te corrías a la vez que me preguntabas sí yo también lo hacía en mi despacho, mirando a los ojos de mi secretaria, imaginando que algún día podría estar con nosotros. Atendiendo a mis deseos, te pondrás ahora de pie, el tiempo justo para desabrocharte la blusa y liberar tus preciosas tetas y quitarte el pantalón y las bragas, volverás a sentarte y, con los pies encima de la mesa, harás lo que ahora tanto necesitas, utilizando algo que encontrarás en el cajón de la parte superior derecha de la mesa. No estás sola, dos personas te estarán observando. Dos personas que te desearán profundamente y a los que, tal vez, conozcas en otra ocasión. Dos personas que se masturbarán también a tu ritmo, que harán salvajemente el amor mirándote a ti. Les oirás jadear pero no intervendrán por esta vez, aunque les grites para que lo hagan. Repetirás hasta estar saciada y me lo contarás todo cuando acabes, aún antes de bajar las piernas de la mesa, de la manera acostumbrada, para que pueda darte nuevas instrucciones”.
Incapaz ya de dominarme, me quité rápidamente el pantalón y las bragas, no sin antes olerlas tratando de reconocer el olor del semen que mi amigo había impregnado en ellas cuando me las regaló en otra inolvidable tarde de palabras, delirio y repetida masturbación. La humedad me embriagaba, mis pezones eran sensitivas piedras al quitar la blusa y el sujetador. Me senté, estiré y doblé las piernas sobre la mesa y abrí el cajón, encontrando un monstruoso y rugoso pene del más suave cristal, ligeramente enfundado de látex. Era la primera vez que tenía entre mis manos un juguete como aquel. Enloquecida, comencé a acariciarme, como siempre con la yema de mi dedo medio, alcanzando rápidamente un primer y espontáneo orgasmo, consecuencia de tanta excitación soportada hasta el momento. Me relajé unos momentos, escuchando, tal y como mi amigo me había advertido, una serie de gemidos que pude reconocer como de un hombre y una mujer. Excitada de nuevo por tanta lujuria, comencé a acariciar los labios de mi vagina con mi nuevo juguete, recelosa en principio de su gran tamaño. Poco a poco fui extendiendo las caricias, ayudada de los dedos de mí otra mano, hasta que mi deseo por tener algo grande dentro de mí me hizo empujar el vibrador, un poco al principio, un poco más, empecé a gemir como loca cuando lo tuve entero dentro y empezó a vibrar sin yo pretenderlo. Cerca de mí, los gemidos se multiplicaban, podía oír el frote de dos cuerpos, imaginaba el tamaño de la follada de los que tan entregada me veían. Yo seguía empujando, metiendo y sacando, desplazando el dedo medio de mí otra mano hacia la entrada de mi culo, seguía empujando, metiendo y sacando aaaahhhh..., gemía como una loca, “¡Venid y folladme ahora!”, les gritaba a los desconocidos que me espiaban al escuchar sus gritos de placer. Alcance no uno, sino varios orgasmos bestiales, tan bestiales que caí de la silla, retorcida de placer, con el vibrador dentro de mí y, en el suelo, continúe empujando mi vagina contra la alfombra frenéticamente. En esa posición me mantuve durante un buen rato, hasta que exhausta de placer, casi perdido el conocimiento, me dejé llevar hacia un dulce reposo.
Cuando volví a ser de nuevo consciente de mi misma, me levante, semidesnuda todavía y, tal y como me había ordenado, envié un mensaje a mi amigo relatándole brevemente lo que había pasado:
“Hice cuanto me dijiste y casi morí de placer. Mi cuerpo es una mezcla de sudor y fluidos vaginales. En mis oídos aún resuenan los gritos de placer de esos dos extraños, confundidos con mis ardientes gemidos. Pedazo de cabrón, todo esto que me haces, esta placer sin fin, este deseo sin fin, esta ausencia de raciocinio, todo esto te lo haré yo a ti. No lo dudes. Sigue ordenando, sabes muy bien que necesito más”.
La contestación no se hizo esperar:
“Veo que has disfrutado, tanto como esperaba. Yo también lo he hecho con sólo imaginarte sobre aquella mesa. Pero la tarde no ha acabado. Vístete y dirígete, caminando, hacia la derecha de la misma calle donde te encuentras ahora. Casi al final, en el número 120, encontrarás una tienda llamada Masajes a 6 euros. Entra y pregunta por Irene. Tienes una cita concertada con ella. Sólo tienes que decir tu nombre. Ni una palabra más. Junto con estas palabras te mando un recuerdo de tu reciente pasión. Seguiré contigo”.
En ese momento recibí un segundo mensaje de mi amigo, un archivo con una fotografía que abrí inmediatamente: Era una foto algo borrosa pero suficientemente clara de mí, sentada en la mesa del despacho, con las piernas completamente abiertas, con todo mi coño ocupado por el eficiente vibrador. Nuevamente me estremecí de deseo pensando que me seguían mirando y, seguro, tomando fotos. De nuevo deslicé mi mano para rozar mi clítoris. A duras penas me contuve de continuar, pudo más la excitación de saber que la aventura continuaba, por lo que rápidamente me vestí y abandoné el despacho para dirigirme al lugar ordenado.
Continuará...
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