Como recordareis, había tenido una frenética tarde de deseo, sudor y orgasmos en el despacho de un desconocido. Ahora, mí amigo nuevamente me ordenaba dirigirme a otro sitio en busca de nuevas aventuras…
“Veo que has disfrutado, tanto como esperaba. Yo también lo he hecho con sólo imaginarte sobre aquella mesa. Pero la tarde no ha acabado. Vístete y dirígete, caminando, hacia la derecha de la misma calle donde te encuentras ahora. Casi al final, en el número 120, encontrarás una tienda llamada Masajes a 6 euros. Entra y pregunta por Irene. Tienes una cita concertada con ella. Sólo tienes que decir tu nombre. Ni una palabra más. Junto con estas palabras te mando un recuerdo de tu reciente pasión. Seguiré contigo”.
Fue un agradable y excitante paseo, la tarde era cálida y la brisa del mar me llenaba de vitalidad. Tardé unos 15 minutos en llegar, sin pensarlo me dirigí al mostrador en el que se encontraba un hombre de aspecto agradable y pregunté por Irene. Tras unos minutos de espera apareció. Era una diminuta mujer de rasgos asiáticos, vestida completamente de blanco parecía una enfermera. Le dije mi nombre y, sin decir palabra, me hizo un gesto para que la siguiera. Recorrimos un largo pasillo hasta llegar a una habitación a la que me hizo pasar con un gesto parecido al anterior. Era una habitación pintada de un azul muy tenue, con una gran ventana abierta a un jardín donde se escuchaba el murmullo del agua. Mientras contemplaba el jardín recibí un nuevo mensaje de mi amigo.
“Estás en el lugar indicado para abrir una nueva puerta a tus sensaciones. Obedece en todo a Irene”.
Había imaginado muchas historias de sexo con mujeres, pero nunca había llevado ninguna a la realidad, todas mis experiencias amatorias las había vivido con hombres. La aventura que mi amigo parecía proponerme ahora me inquietaba ligeramente, no creía que fuera capaz de llevarla a cabo. Irene me entregó una toalla y sucintamente me pidió que me desvistiera y me tumbara boca abajo en la camilla que ocupaba el centro de la habitación. Me desnudé y cubrí pudorosamente con la toalla. La siguiente media hora Irene masajeo cada parte de mi cuerpo. Fue un masaje largo e intenso, sin atisbos sexuales. Irene consiguió que me relajase completamente y, en parte, abandonase mi lógica inquietud de pensar que podría hacer conmigo esa mujer. Tan solo mi culo, tapado con la toalla se hallaba al alcance de sus expertas manos, y no parecía tener interés en él, pensé en aquel momento, no sin un punto de decepción. Cuando ya creía que tal profesional masaje sería el final de aquella frenética tarde, Irene pronunció sus primeras palabras, susurrándolas dulcemente en mi oído.
“Bueno querida, la primera parte del encargo ya está cumplida. Ahora te darás la vuelta y te pondrás boca arriba. Por orden de tu amigo, y también por mi propio placer. Voy a atarte y a amordazarte. Tranquila, seré más que cariñosa ya lo verás. He de reconocer que en esta media hora he tenido que contenerme mucho para no hacer lo que tanto deseaba. Has conseguido excitarme como nunca”.
Irene acabó sus palabras con una tenue caricia de su lengua en el lóbulo de mi yodo, con lo que un intenso escalofrío recorrió mi cuerpo como una corriente eléctrica. Un poco asustada, pero anhelante, con enormes ganas de olvidar cualquier desconfianza y abrir la puerta que mi imaginación tantas veces había deseado, obedecí en todo. Girándome quede frente a ella, dominante, sabia, hermosa y poderosa en su blanco atuendo. Irene se desnudó dejándome ver sus pequeños pechos moteados con dos grandes y oscuros pezones, sus ligeros brazos y piernas, su oscuro cabello al desabrocharse la cinta que lo sujetaba, sus estrechas caderas, su peludo coño.
Sólo de contemplar como se desnudaba para mí, mis pezones se endurecieron. Irene recortó la superficie de la camilla, doblando en dos la parte inferior que sujetaba mis piernas que fui entreabriendo sin pudor, notando su mirada penetrante. Sin ninguna oposición ató dulcemente mis manos a los bordes de la camilla, empujando después hacia adentro mis abiertas piernas para, finalmente, atarme los tobillos. Lentamente empezó a masajearme de nuevo, con un tipo de caricia muy distinto a las anteriores. Suaves, sensuales, rozando cada punto vital de mí estremecido cuerpo. No podía verla, sólo imaginar la siguiente caricia. Era una placentera tortura, sus manos suaves y fuertes rozando mis muslos, la curva de mis senos, la tonsura de mis piernas, el contorno de mis tobillos, la palma de mis manos, el envés de mis pezones desbocados y, finalmente, mi coño. ¡Y de que forma!, suavemente primero, con el borde de la mano, mientras me seguía masajeando los pezones. Con un dedo después, ligeramente, trazando caminos por los mil pliegues que bordeaban mi clítoris. Con dos dedos más tarde, entrando con despiadada pasión hasta la mitad del recorrido de mi coño y desdoblándose en perturbadoras caricias al salir, mientras me empezaba a besar apasionadamente. Un inmenso orgasmo me vino cuando el tercero de sus dedos entró en mi. Mi primera experiencia con una mujer ha sido embriagadora, pensé deseando que aquello continuase.
Luego de un pequeño reposo, sentí todo mi cuerpo acariciado a la vez, todos los centros nerviosos recibiendo señales de placer. Comprendí que Irene no estaba sola, alguien más se había unido a ella para hacerme enloquecer de deseo. Una lengua recorría toda mi cueva, juntando su caliente saliva y mis encendidos humores. Comencé a gritar como endemoniada, moviendo mi cuerpo todo lo que las ataduras me permitían. El éxtasis llegó cuando, simultáneamente, un dedo empezó a contornear el ojete de mi culo, en círculos que poco a poco se fueron haciendo más audaces hasta que de repente se introdujo entero, un breve dolor superado inmediatamente por el placer más intenso que nunca había tenido, mi coño desbocado regado de humedad, mi culo violado, dos orgasmos en uno, lo más salvaje que nunca había vivido hasta ese momento. Hasta ese momento, porque antes de que la plena sensación de placer me abandonase, algo grande y caliente se introdujo en mi coño, inesperadamente, con una extrema violencia, me sacudió entera, casi derribando la camilla. Una polla descomunal a la que supliqué que me continuase sacudiendo. La más grande, experta y violenta polla que nunca había tenido dentro de mí. La furia con la que aquel hombre taladró como un huracán mi coño, llegando a lugares ignotos, fue tenuemente compensada con los besos y caricias que Irene sabiamente distribuyó por todo mi cuerpo. Plenamente consciente de la descomunal sensación que me rebasaba, Irene se subió a horcajadas sobre mí hasta colocar su pequeño coño en mi boca. Lo lamí entre arqueos de los tres cuerpos, gemidos y violentas palpitaciones. Yo me corrí jadeante varias veces, especialmente cuando el contenido de la polla explotó literalmente llenando mi coño de leche caliente. Ella se corrió a la vez que yo, también chillando la maldita.
Casi perdido el sentido me quedé dormida. No sé cuanto estuve allí adormecida. Me despertó el sonido de un mensaje en mi móvil:
“Casi puedo decirte buenas noches amor. Has pasado dos largas horas entregada al reconfortante ejercicio del placer. Mira tu cuerpo desnudo ahora, notarás un pequeño cambio. Vístete luego, tienes ropa nueva que deberás ponerte a menos que prefieras volver desnuda a casa. Dirígete a tu cafetería favorita, en el centro comercial. Quizás recibas antes una sorpresa. Ah, me olvidaba, te mando un recuerdo de esta segunda aventura”.
Otra fotografía, tumbada en la camilla, las piernas abiertas y, entre las piernas el pelo negro de Irene, su espalda y al final el pequeño culo. Tras de mí cabeza una sombra de la que sólo se percibían con claridad los fuertes brazos y las manos posadas en mis tetas. Estaba sola... sola en la habitación, escuchando el murmullo del agua que seguía corriendo por el jardín. Me puse de pie sintiendo nuevamente que la aventura no había terminado y me regocijé toda. Me acerqué al gran espejo situado al lado de la puerta, para tratar de reconocerme y encontrar los cambios que mi amigo me había anticipado. Efectivamente, estaba completamente cambiada. Mi pelo castaño, que había traído recogido en una trenza, era pelirrojo ahora y estaba suelto. Me habían maquillado ligera y elegantemente, un poco de sombra en los ojos, un suave carmín en los labios. Pero los cambios más notables se hallaban en mi coño. Estaba casi completamente rasurado, dejando sólo una pequeña franja de pelo que decoraba mi raja. Casi rozando los labios había un pequeño tatuaje, un caballito de mar. Me remiré en el espejo satisfecha del atrevido tratamiento que mi cuerpo desnudo había experimentado aún sin mi consentimiento, sintiéndome hermosa y seductora. Tal y como mi amigo dijo, en la silla había ropa, nueva toda. No faltaba un solo detalle, finas medias negras, unas bragas de encaje a juego con el sujetador, un sencillo y precioso vestido corto de color negro de verano con una y unos zapatos de tacón. Junto a la ropa unos sencillos pendientes de oro, una bonita pulsera y un colgante del mismo material. Excitada me vestí remirándome de nuevo en el espejo, atrevida, el corto vestido, mis bonitas piernas, deslumbrante..., mis ojos brillaban de satisfacción.
Me dirigí hacia el pasillo. En el mostrador se encontraba Irene acompañada del caballero de agradable presencia que vi al entrar, ambos se despidieron de mí con una cordial sonrisa.
Caía la perfumada tarde, las gentes paseaban y los hombres se paraban a verme, muchos de ellos con una palabra en la boca. Yo me contoneaba para provocarles y me gustaba, me sentía una mujer nueva. Me excitaba la idea de poder seducir a cualquiera de esos hombres a los que tanto parecía atraer. Ya tenía a la vista el centro comercial cuando, de repente, sentí una suave descarga erótica que recorrió todo mi cuerpo como una ola. Olas de placer que siguieron creciendo con tanta intensidad que tuve que apoyarme y restregarme contra una pared para asombro y deleite de los hombres que me miraban. De nuevo sonó el tan conocido timbre del mensaje de mi amigo.
“Hola otra vez. Ahora si que soy completamente dueño de tu voluntad sexual. Con solo un breve toque de mi emisor puedo enviar ondas a tus zonas erógenas, por medio de un pequeño ingenio conectado a tu piel. Te preguntarás como es posible si nos encontramos tan lejos uno de otro. Quizás no estemos tan lejos. Mi emisor tiene una longitud de onda de sólo tres kilómetros. A menor distancia mayor será tu placer. Ahora seguirás obedeciéndome y caminarás hasta la cafetería. El día no ha terminado”.
Y seguí caminando y efectivamente el día continuó y el placer siguió desbordándose.
Continuará...
Comentarios a:
[email protected]