Mi mujer, su amiga y yo
Por fín logro hacer realidad mi sueño de montar un trío con mi mujer y una amiga suya. Hasta ahora había pensado que estas historias que había encontrado en Internet eran producto de las ganas y la imaginación de más de uno, a pesar de que casi todas estuvieran enmarcadas en el estilo de “La mejor experiencia tenida”, “El mejor polvo que nunca hice”, “Esto me sucedió una vez”, etc. Así que las leía, disfrutaba con ellas, pero pensaba que ese tipo de situaciones tan particulares no se solían dar con tanta facilidad. Bueno, esa era mi impresión, hasta que, por supuesto, tuve la oportunidad de gozar de mi propia experiencia particular al respecto. Así que por respeto a quienes hayan podido contar sus verdades en estos relatos, me veo en la obligación de relatar lo mío también.
Llevo ya unos años casado, tengo 31 años y mi relación con mi mujer es bastante normal. Nuestra vida sexual no es todo lo apasionada y frecuente que a mí me gustaría, pero ya me he ido confirmando que es una parte inevitable de la vida de casado (¿No es así?). Lo cierto es que desde hace tiempo, me ronda por la cabeza la idea de experimentar con nuevas cosas, posturas, situaciones, e incluso probar con tríos o intercambios. Pero no me he atrevido a proponérselo a mi mujer porque no la he encontrado receptiva a este tipo de innovaciones. No es que sea reacia, porque en algunos sentidos somos bastante desinhibidos, pero digamos que el Kamasutra no es su libro de mesilla de noche. Así que me he ido apañando con mis sesiones de masturbación imaginando las más diversas escenas, o recordando algunos de los relatos leídos en Internet.
De esta manera, un poco resignado a pensar que darle forma a alguna de mis fantasías más eróticas tenía muy difícil consumación ha ido pasando el tiempo. Sin embargo, debe ser que el destino a veces se alía con uno para que se puedan cumplir los deseos más profundos (quien le iba a decir a P. Coelho que su frase serviría para estas cosas). Este fin de semana pasado he vivido uno de esos momentos que de tanto tiempo llevar deseándolo, no puedes creerte que se haya producido.
Mi mujer invitó a venir a pasar el fin de semana a una amiga suya, María, que vive en otra isla para que se relajara del estrés de su trabajo. María es mayor que nosotros, creo que ronda los cuarenta, de mediana estatura, un cuerpo no especialmente atractivo, pero con unas tetas bien puestas, y un culo sugerente… De carácter es muy extrovertida, por las referencias que sé de ellas está bastante de vuelta de la vida, no tiene pareja pero me consta que le gusta bastante la marcha. Hasta ahora nunca me había fijado especialmente en ella, pero todo llega.
El sábado por la mañana decidimos irnos a pasar el día en la playa. Tanto mi mujer como ella no tienen ningún tipo de problema en hacer top-less y otras veces que habíamos ido juntos las dos lo habían hecho. Sin embargo, esta vez decidimos movernos un poco más lejos y acercarnos a una playa nudista que hay más al sur de nuestra isla. Allí pasamos el día los tres totalmente desnudos. Yo me regodeé a placer con la contemplación del cuerpo de mi mujer (1’65 de altura, unos pechos considerables, cintura de avispa y un culo muy bien puesto) y el de María. Mi mujer también se deleitó conmigo (creo que tampoco estoy muy mal que digamos, 1’75, buena complexión y con 19 cm. de pene). Alguna vez pillé de refilón a María que también se le iban los ojos, pero no fue en ningún momento una situación incómoda. En alguno de los remojones que nos dimos en el agua, mi mujer y yo ya pudimos disfrutar de unos cuantos toqueteos, pero nos paramos de pasar a mayores porque se iba a notar demasiado.
Sobre las 6 de la tarde decidimos volvernos a casa, yo la verdad venía bastante “caliente”, porque en el coche me había venido haciendo una peli porno imaginándome cómo sería poder montármelo con mi mujer y María aprovechando que estábamos todos bajo el mismo techo. Pero, como casi siempre, la cosa no pasó de ahí. Me animé pensando en la buena paja que podría hacerme en la ducha recordando esto, y si había suerte en el polvazo que le iba a dar a mi mujer por la noche.
En esas estábamos cuando subimos al piso. Yo entré en el dormitorio para prepararme para la ducha, mientras María y mi mujer se quedaron hablando en el salón. Al quitarme el bañador noté la erección que me estaba subiendo con las imágenes que aún quedaban en mi cabeza. Al entrar mi mujer, su mirada se dirigió directamente hacia mi verga desafiante de la gravedad. Se sonrió maliciosamente, se arrodilló delante de mí y comenzó suavemente a tocarme los testículos, mientras me besaba la cintura y la pelvis. Con la sorpresa, no se había dado cuenta, pero la puerta no quedó cerrada del todo, sino algo entornada. Yo había cerrado los ojos, y me entregaba al regalito que mi mujer me estaba haciendo por cuenta propia. Con sus labios ya había bajado algo más y comenzaba a besar cada centímetro de mi pene que ya se encontraba totalmente dispuesto para el combate.
Seguidamente, abrió su boca y con delicadeza comenzó a chuparme primero el glande, mojándolo con su saliva, recorriéndolo con la punta de su lengua, y luego tragándose poco a poco mi polla. Yo estaba empezando a levitar y emitía ligeros gemidos. Al ratito de estar así, abrí un poco mis ojos y cuál no sería mi sorpresa al ver que en la puerta, totalmente abierta, se encontraba María, gozándose todo el espectáculo en primera fila. Lejos de irse, se le notaba en la cara que estaba empezando a ponerse a cien, y me fijé que con una mano empezaba a tocarse uno de sus pechos, mientras que se llevaba a la boca el dedo índice de la otra para chupárselo muy sensualmente.
Ante esta escena, yo me excité aún más, y le di a entender con mi mirada que ya que era nuestro huésped, se sintiera invitada a todas las comodidades de nuestra casa. Mi mujer no se había percatado, seguía concentrada en su faena. Mientras, su amiga se había animado finalmente a entrar en la habitación, nos rodeó y se pegó a mi espalda. Comenzó a manosearme el culo y a frotarse con mi espalda. No sé bien cuándo se dio cuenta mi mujer de la compañía que teníamos, miró hacia arriba y me vio entretenido comiéndole la boca a María, mientras que ésta no dejaba de mover sus manos por mi espalda, mi pecho y mi culo. No debió sorprenderle demasiado la escena, porque se puso de pie y buscó también mi boca. Entre ellas empezaron a condimentar con su saliva y sus manos el sándwich que estaban haciéndose conmigo. Yo, se pueden imaginar, estaba gozando como nunca lo había hecho.
Después de un rato de besos, caricias, sobeteo, chupadas, durante el cual los tres nos habíamos despojado de nuestras escasas ropas, me condujeron entre las dos hacia la cama. Allí tumbado boca arriba se distribuyeron muy bien mi cuerpo: Mi mujer se dedicó a chuparme los pezones y a comerme la boca, mientras que le cedió a su amiga el resto de mi cuerpo. María se dedicó a continuar la grandiosa mamada que antes había empezado mi mujer, y debo reconocer que supo estar a la altura. Me chupaba la verga con mucho estilo, al mismo tiempo que me sobaba los huevos y me tocaba la piel alrededor del ano. Yo había desconectado mi cerebro y me dejaba hacer todo lo que quisieran. Tan sólo recuperé algo de conciencia cuando sentí que estaba a punto de correrme. Me dio un poco de fastidio pensar que se podía acabar así este momento. Sin embargo, para todo hay solución. María había sentido cómo mi polla hacía señales de querer soltar su carga, y puso su cara y su boca totalmente dispuesta para recibir la entrega. Descargué mi semen sobre ella y noté por su expresión que había disfrutado mucho con mi leche. De hecho, comenzó a lamerse la cara y a chupar lo que quedaba sobre mi glande.
Pasado este primer momento, mi mujer que se había perdido lo que había pasado de cintura para abajo, lejos de conformarse con lo sucedido, se aproximó hacia María y comenzó también a ayudarla a limpiarme la polla. Sus bocas luchaban por conseguir el líquido blanco, y en la pugna, comenzaron a besarse para tratar de obtener más cantidad. Con el arrebato, se animaron y empezaron a enrollarse entre ellas, pasando de los besos a toquetearse y a dirigir sus manos hacia sus tetas y respectivos chochos. Yo me había convertido en espectador momentáneo de esta nueva etapa, sin embargo, no descuidé dirigir mis manos hacia los espacios que me dejaban disponible. Pasados algunos minutos los tres encontramos cada uno su hueco, mi mujer besaba los pezones de María, yo le lamía el clítoris a María con fruición y ella le introducía dos de sus dedos en la vagina a mi esposa. Mi polla ya había vuelto a dar señales de guerra, y me debatía en pensar por cuál de los dos coños podía empezar. Dada la novedad, me incliné por el de María, para gozar de la sensación de un espacio nuevo donde introducir mi instrumento. Así que la acomodé boca arriba en la cama. Ella se encontraba lo suficientemente mojada para que yo pudiera metérsela de un solo empujón hasta el fondo. Fue una experiencia muy placentera, la cavidad de su vagina era mayor que la de mi mujer, así que sentía mi polla entrar y salir sin ningún tipo de dificultad de aquel lugar que se le había regalado. María pronto comenzó a gemir con fuerza, parecía que hacía tiempo que no follaba, porque se puso como loca con la sensación de tenerme dentro suyo, aunque la verdad es que para esas alturas estábamos todos lo suficientemente excitados como para que pareciera que era el último polvo de nuestras vidas. Mientras yo me ejercitaba penetrándola a ella, mi mujer no perdió el tiempo y se colocó a horcajadas sobre la cabeza de su amiga. Ésta inmediatamente entendió el mensaje y comenzó a lamerle el clítoris y a meterle poco a poco su lengua por la vagina. Mientras los dos nos encontrábamos encima de nuestra invitada, acercamos nuestras bocas y comenzamos a besarnos con desesperación.
Al rato de estar con esta postura, eché de menos el coño de mi mujer, así que les indiqué que nos moviéramos. Esta vez coloqué a mi esposa a cuatro patas, para poder gozar su hermoso trasero, y le fui introduciendo mi verga a punto de explotar por su vagina. Ella estaba más mojada que nunca, así que tampoco tuve ningún problema en clavársela de golpe, gesto que agradeció con un enorme gemido de placer. María aprovechó también para colocarse debajo de ella y seguir chupándole las tetas, mientras con sus dedos continuaba el trabajo que yo había tenido que dejarle a medias.
De esta manera estuvimos otro buen rato más. No sé ni cuántas veces oí los gemidos de placer de María y mi esposa al disfrutar de los sucesivos orgasmos que cada una estaba experimentando. Yo por mi parte, no podía creerme lo que estaba gozando. Sentí que otra vez estaba para venirme, así que aproveché que tenía delante de mí dos dispuestas mujeres para volver a regalarles el líquido por el que antes habían disputado. Saqué mi polla y eyaculé sobre la espalda de mi mujer y también sobre el cuerpo de María, mientras dejaba salir de mi boca un gemido de placer que llenó toda la habitación. Tras eso, me acosté en la cama, quedándome en medio de mis dos hembras, ellas se acomodaron a mi cuerpo, sin decir nada, simplemente notando nuestras respiraciones aceleradas que trataban de recuperar su ritmo.
No sé muy bien cuánto tiempo estuvimos así, debimos quedarnos dormidos, porque cuando volví a abrir los ojos ya era de día. Me encontraba solo en la cama, miré el reloj y ya eran las 12 del medio día. Me extrañó haber dormido hasta tan tarde, la primera sensación que tuve fue la de haber vivido el sueño más caliente de mi vida. Esto me produjo un cierto desasosiego, ¿Habría sido todo un sueño? Mi mujer no estaba, tampoco María…la habitación parecía ordenada, no había huellas de la orgía vivida en ese mismo lugar la noche anterior. Me levanté algo turbado, fui a la cocina y me encontré allí con mi mujer que tomaba tranquilamente un café. Me sentí azorado, pensando en que todo había sido un sueño, en la que ella y su amiga habían sido las protagonistas. Le pregunté por María, y me comentó que se había levantado pronto y que había decidido irse al aeropuerto para adelantar el billete y regresar. Me resultó extraño, yo no sabía bien cómo hacerle la pregunta de si “Había pasado algo anoche”, por si luego tenía que contarle mi sueño. Pero ella debió leerme completamente el pensamiento. Se levantó de la mesa, se me acercó y me susurró melosamente en la oreja… “No te preocupes, todavía quedan más fines de semana para poder seguir yendo los tres juntos a hacer nudismo a la playa”.
Al final, resultó ser que lo que yo pensaba que era la consumación de una de mis fantasías eróticas más escondidas, había sido la realización de otra que a su vez también tenía mi mujer. El día en la playa sirvió para despertársela y la conversación en el salón, mientras yo me cambiaba para ducharme, fue el momento en que ella se lo propuso a su mejor amiga…lo demás, ya lo saben.
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