La madura tía fue bajando lentamente su mano desde el rostro lampiño del muchachote, al que había sentido como hombre y él no se daba por enterado. La excitación, las locuras sexuales de la noche pasada en la penumbra de un pasillo del estudio de Danza, le había obnubilado la mente al joven sobrino que había despertado la fogosidad y el arrebato, la exaltación brutal del sexo dormido de la Tía, la hermana de mama, y el ardor irrefrenable de Rosmari, la ardiente veinteañera, coordinadora del grupo. La furia por lo desconocido, y los gritos, casi de bestias en celo de los participantes de la orgía impedían la claridad de sus actos, y satisfecha la gula sexual del iniciado, casi nada había quedado en su retentiva, más que una noche de enorme placer.
A la Tía, le enardecía tanta ingenuidad y apretó con rabia el muslo duro del adolescente. Volvió a oler el vaho maravilloso que se impregnara en sus narices esa noche de esquizofrenia erótica, sicalíptica jornada orgiástica y desenfreno animal de sexo. Vio levantarse el pantalón ajustado de baile del impúber y formarse un enorme montículo. Lo miró a los ojos. Ella le llegaba a sus hombros. Se puso en puntas de pié y suavemente le dio un beso en la mejilla, sobre la comisura de sus labios, rozándolo con la punta de su lengua, quedando unos segundos apretada al sobrino, mientras con su rodilla frotaba, como descuidadamente, su virilidad, que secretaba jugos hirviendo que mojaba sus nalgas.
De los ojos verdes del muchacho bebé, ardientes lágrimas inundaron su rostro, que secaban voluptuosamente los sensuales labios de la consternada tía ante el cándido llanto. El doncel se apoyó en el amparo de esa tía tan comprensible se entregó a ella, y la dejó hacer. Y la dejó hacer. Él, a sus 18 años, no había tenido sexo todavía. La vehemencia erótica de su adiestradora le hizo sentir las maravillas de ese mundo repleto de sensaciones desconocidas. En definitiva había sido Rossmarí la autora de su desfloración y la Tía, ahora intentaba continuar con esa tarea Volvió a sentirse invadido por otras manos, por otras nalgas. Pero la dejó hacer. La dejó hacer. Vio transformarse el rostro querido de la hermana menor de su madre, que lo apretaba frenética y ardientemente, mientras se refregaba impúdica, descarada y libidinosamente contra su cuerpo. Varias veces sintió esas uñas penetrar en sus carnes a través de su liviana chaqueta. Violentamente se la quitó, para morder, clavando sus dientes con ensañamiento, en su blanca musculatura. Totalmente exacerbada, la Tía, en un arrebato de convulsiones desenfrenadas, gimió, bramó escandalosamente de placer. Y Pablito la dejaba hacer... hacer... y hacer. Dejaba amasar sus carnes, mientras él también regurgitaba su licor seminal, que inflamaba más y más los sentidos de la adulta a medida que se gloriaban sus goces. Lentamente lo fue llevando hacia su habitación.
Por la noche, como lo hacía permanentemente todos los sábados debía presentar su tanguero espectáculo en unos de los bodegones del paseo “Caminito”. La Tita, sintiéndose indispuesta, envió a Rossmarí a reemplazarla. Dorian llevó la noticia y presentó a la joven bailarina para que haga pareja con el delicado "partenaire", que en definitiva es su esposo legalmente y nieto del Empresario, pero no vivían juntos.
Dorian, el sexagenario compañero de la Tita, le pidió que le enviara al muchacho con el bandoneón para animar el espectáculo. Está, con el inalámbrico en la mano, le comentaba a su pareja:
- ¡Escúchame, viejito lindo!... el muchacho está con temperatura, algo que ingirió durante el almuerzo... Voy a quedarme para cuidarlo.
- ¿Vos también estás con temperatura? ¡Seguramente que les ha hecho mal la misma comida! - y sonrió pícaramente el bueno de Dorian.
- ¡Conozco tus tonos y semitonos, querido mío! ¿Cómo tienes esos pensamientos morbosos? ¡Es mi sobrino, el hijo de mi hermana!.
- ¿Y anoche? ¿Quién era anoche? - y lanzó una carcajada. El viejo bandido conocía los gustos de la Tita, y sabía que para ella, del ombligo para abajo, no había parentela que la detuviera.
Cuando Pablito despertó, como a las 22:30, se preocupó. Estaba acostado, totalmente desnudo en la cama de la tía. Buscó con los ojos su ropa. No vio nada. De pronto se abrió la puerta del dormitorio y entró una mujer acompañada de la Tita. Supuestamente era una doctora, por la ropa y los elementos que traía colgando del cuello. Se asustó. Se hizo el dormido. La tía prendió el velador, que iluminó todo su ojeroso rostro. Por lo bajo la hermana de su mamá, lo movió, y le palmeó las mejillas con cariño:
- ¡Pablito, vino la doctora!... Por favor, despierta, hijo... Deja que ella te revise, para saber qué es lo que tienes.
El jovencito se aterrorizó y se enroscó en sí mismo, buscando una posición fetal, no permitiendo que le quiten las sábanas que lo cubrían y se tapó la cabeza con la almohada.
- ¡Oh, que vergonzoso! - rió la médica aún joven - ¡Soy Médico, Pablito... no vea en mí a una mujer, voy a revisar su estómago, para ver qué es lo que te ha hecho mal!.
La galena intentó mirar su rostro para ver sus ojos, luego de un pequeño esfuerzo logró hacerlo. Observó su iris, su garganta. Pulsó con sus dedos su cuello, luego auscultó sus oídos. Ya más tranquilizado, permitió que la doctora le midiera la presión sanguínea y sus pulsaciones. Cuando intentó destaparlo, corriendo las sábanas hacia los pié, de un fuerte tirón casi la hace trastabillar a la profesional, mirando a la tía, asustado. La mujer, le hizo una seña a Tita para que la dejara sola con él:
- ¡Está bien! Oh, tienes vergüenza de tu tía, mi chiquito... bueno voy a calentar un poco de café, doctora - y Tita se alejó, cerrando la puerta al salir.
- ¡Bueno, ojitos lindos! Ahora estas con tu médico ¿o preferís uno con bigotes y barba?... tu tía se ha ido ¿dónde te duele? No tengas vergüenza Pablito- y lentamente la doctora metió su mano derecha por debajo de las sábanas con el estetoscopio, auscultando primero el pecho del jovencito, mientras le preguntaba -... Pablito, ¿no?...
- ¡Siii - tartamudeó el bello ejemplar masculino.
- ¿Cuántos años, tienes Pablito? - preguntó, mientras ya no recorría con su estetoscopio, el estómago del tierno muchachito recién salido de la adolescencia.
- ¡Voy a cumplir los 19, dentro de cinco meses!
- ¡Qué bueno, ya eres un hombre! ¿Qué haces, Pablito, trabajas, estudias?
- Estudio, bailo, soy músico. - de pronto el mancebo, sintió la suave mano de la doctora, tomar su sexo. Ella también se sorprendió y lo miró fijamente a los ojos.
- ¡Holalaaa!... ¿qué tenemos aquí?
El muchachito intentó quitar esa mano de allí y ella lo contuvo, y tiernamente acarició su pene tremendamente endurecido, al tiempo que acercó su otra mano al atlético pecho, mordiendo con sus dedos sus tiernas carnes, siguió hacia el cuello blanco y suave, mientras su mano jugaba con ese grueso miembro que latía cada vez con mayor violencia. Acercó su boca al lampiño rostro de Pablito que se retorcía de placer y mordió la pera del jovencito, besó sus ojos, y luego bajó a la boca ardiente con hermosa dentadura, mientras continuaba amasando con fuerza esa caliente cosa que sus dedos desean sacar de allí abajo.
- ¡Por favor, basta ya! Usted, ahora... ella... todas... no puedo mas, por favor - intentó protestar el chico.
- ¿Te gusta, no? ¡Quietito, así precioso, asííí... que tu doctorcita te va a curar la nana... ¡ así, que la tía, también, ¿no? Déjame a mí hacerte lo que tu tiíta, muchachito... ¿esa es la fiebre?.
Ella presintió que el imberbe, potente como un potro, iba lanzar chorros como una manguera de lavar autos. Mordió esa boca juvenil, al tiempo que su lengua buscaba esa lengua casi virgen, apurando frenéticamente una masturbación que hizo que el muchacho se retorciera de delectación, la vena del miembro le anunciaba que venía la tormentosa vaciada. Tiró con fuerza la ropa hacia los pies, quedando a la vista el pubis velludo de aquel pichón de semental, que ardía por todos lados, y se asombró por su tamaño. No tuvo tiempo de decir nada, porque el primer chorro de la gelatina seminal, subió a casi un metro de alto, entonces la talentosa doctora, se prendió de ese trozo de carne hirviente, introduciéndolo todo en su boca, hasta que los estertores del niño hombre, se aplacaron. Luego ella, lentamente con su lengua ardiente de deseo, limpió bien el glande, que comenzó a endurecerse nuevamente. Lo cubrió, justo en el momento en que Tita, entraba a la habitación con una bandeja y café.
- ¿Y, Doctora? ¿Qué tiene?.
- ¡Qué tenía, tendrías que decirme, amiga mía!
- ¿Por qué me hablas así?
- ¡Por que eres una pilla, Tita
- ¡No te entiendo, Marga ¡ te llamé porque eres una buena pediatra
- ¡Si, gracias! tu infante, ya está curado
Levantó las sábanas, quedando el hermoso cuerpo del sobrino, a la vista de la Tía, que quiso asombrase, pero no pudo, porque la amiga, le hizo un comentario
-¡ No necesitabas una pediatra, necesitabas un veterinario para semejante potro
Se miraron. Luego observaron la cara de miedo de Pablito y la gruesa y larga cosa, que como un enorme obelisco, lucia orgullosa desde abajo del ombligo. Y se lanzaron las dos sobre la cama, a engullir casi con desesperación tanta delicia.
Lo de la visita de la Medica, fue una patraña de mi tía, para tener una excusa y no ir esa noche del sábado a la función de ese patio Tanguero en el que tanto éxito tenía. Recuerdo que desde la mañana no se despegó de mí. Giró permanentemente a mí alrededor, haciéndome caricias y tocadas totalmente obscenas, que como provenían de mi tía, pensé que era la suma de su tremendo cariño que se tenía con mi madre, y por ende lo demostraba de tal manera en mí, su sobrino preferido. Lo del viernes por la noche, me enteré ese sábado mientras era sometido a todas las cosas que jamás pensé que dos mujeres grandes podrían hacer con un joven varón.
Creo que esa noche, crecí diez años, aprendí a contenerme y a retener mis fluidos ya que eran insaciables. Recuerdo que por un momento pedí descansar y comer algo... fui al baño a ducharme, y mi tía quiso enjabonarme y la médica, me frotaba todas las partes del cuerpo. Lograron hacerme vaciar dos veces más, ya había perdido la cuenta. Me dolía la cabeza. Escapé del baño a la cocina con un toallon con mangas y botones. Mientras me secaba, las escuchaba a las dos incansables hembras, gozar entre ellas. Luego busqué mi ropa, me vestí, tomé el bandoneón, salí a la calle y subí a un taxi rumbo al bodegón de Caminito en el barrio de la Boca. Dorian como todos los sábados y domingos por la noche, estaba en la puerta del local Tanguero, recibiendo a los invitados.
- Por favor Dorian, ¿tiene plata para el taxi? - mi inesperada llegada lo preocupó. Pagó al chofer y me preguntó:
- ¿Qué pasa, y la tita? - me acompañó un trecho
- Cuando vino la médica, la dejé con ella y me vine
- Pero la Tita, ¿si necesita remedios?
- No se preocupe, Dorian la doctora en su maletín trae de “todo” - y me alejé hacia el escenario, lugar donde al verme Rossmarí, se tiró a mis brazos en presencia de su ex marido afeminado, quien hizo un gesto despectivo, mientras entraba a un camarín. La verdad, que con la rubia bailarina, no me fue nada mejor... bueno, es un decir.
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