Mi primer examen de pélvis

Autor: Doris | 02-Mar

primera vez
Antes de pasar a contarles esa jornada inolvidable, me presento. Me llamo Doris, tengo 18 años y vivo con mi madre y 2 hermanas mayores.

Físicamente voy a describirme para que puedan al menos hacerse una idea de mi aspecto: mido metro sesenta, llevo cabello corto color castaño oscuro, mi cuerpo es de complexión delgada, y gracias a los genes de mamá cargo unas tetitas de tamaño regular y un culito por demás apetecible. Muchos me dicen en el colegio "la chica anime", porque tengo rasgos orientales y conservo una imagen de niña tímida y cándida. Pero lo que no conocen en realidad es mi costado caliente del cual se darán por enterados ustedes en las líneas subsiguientes.

Ahora bien, ese día me dispuse a hacerle caso (entiéndase como: contra mi voluntad) a la hipocondríaca de mi mamá. Ella es de las clásicas madres "Niño! Que te abrigues que te vas a enfermar", en fin, no pude haberlo resumido mejor, uff... Ustedes ya saben a lo que me refiero.

Hace un par de semanas atrás a esto, ella anduvo hablando con sus amigas según me contó, y le metieron en la cabeza que una chica de 18 aproximadamente, siendo aún virgen, debía ir a hacerse el papanicolau (o examen vaginal) por primera vez a modo de prevención. No quiero explayarme con esto ya que hay suficiente información en internet y resultaría una carga bastante tediosa para lo que en realidad quiero compartirles.

- Doris! Ya estas lista? Baja pronto que no quiero que lleguemos tarde al turno!- Me dijo desde el recibidor de casa esa tarde.

- Bajo en un minuto mamá! - Le contesté yo metiendo mi móvil a mi carterita.

Luego de los quince minutos de viaje, nos encontrábamos con mi mamá sentadas frente a la puerta del consultorio de la Dra. Reyes. Ambas aguardábamos en silencio, con miradas que iban y venían a lo largo y lo ancho de la sala de espera.

Nos habíamos dicho todo la noche anterior. Pero eso no calmaba mi mezcla de ansiedad y nerviosismo. No podía dejar de pensar en cómo se sentiría con exactitud que te manipulasen un aparato de plástico dentro la vagina. Y para peor, yo aún era una chica virgen.

Eso sí, no inocente. Con mis amigas obviamente ya manteníamos las conversaciones sobre sexo normales en las que incurre cualquier adolescente. El caso es que de acuerdo a testimonios de un par de ellas, me puso algo nerviosa, ya que me contaron la incomodidad que tuvieron que padecer. Que si bien me la imaginaba, no tenía idea de cuanta sería. Se entiende verdad? Era primeriza, no hace falta seguir agregando.

Luego de unos veinte minutos aproximadamente, escuchamos abrirse la puerta del consultorio de la doctora...

- Pineda Doris - Escuchamos desde dentro, pero con firme voz masculina!
Luego de estremecerme giro la vista y mirando el rostro de mi madre, pude ver que pensamos a coro "Hay! pero si es un doctor!".

Ambas nos acercamos a la entrada del consultorio, y con mi mano derecha empujé la puerta que él había dejado entreabierta.

- Hola Doris, pasa por favor. - Me dijo él, que con certeza puedo calificar como el ginecólogo más hermoso del mundo! Es así como lo digo, en solo dos segundos mis ojos hicieron un escaneo completo de su portentosa belleza.
Tenía alrededor de 35 años, era alto (de digamos metro ochenta), tenía ojitos claros y una mirada enternecedora, cabello negro corto, y un físico atlético que terminó por dejarme boquiabierta.

- Si si, en seguida doctor. - Le contesté sonrojada mientras ingresaba a la sala.

- Doctor, ¿Está usted en reemplazo de la doctora Reyes verdad? - Le preguntó mi madre desde fuera.

- Eso mismo señorita, la doctora Reyes ha tenido que ausentarse por un viaje que tuvo que hacer de improvisto. Mi nombre es Eduardo Ferrari, no se preocupe que yo cuidaré de su princesa. - Le contestó él.

- La dejo en sus manos Doctor. Hija, pórtate bien! ? Dijo mamá.

- Si mamá... sí... - Le dije en tono incómodo.

Luego de despedirnos, el doctor cerró la puerta del consultorio y por fin quedamos a solas. Mientras iba camino a tomar asiento, pude ver como al pasar a mi lado, sus ojos se habían ido hacia mi trasero.

"Te gusto verdad?" Me pregunté hacia mis adentros mientras entrecruzamos la mirada delatándose el mismo. Solo ese embarazoso suceso, sirvió para que mis hormonas entraran en ebullición. Nos presentamos y luego comenzó la charla de rutina que ellos llevan ante estos casos, describió al pié de que trataría la técnica de inspección, mi informó, me preguntó cosas, etc.

No se si recuerdo mucho de esa conversación, porque yo embobada solo miraba como su boca se movía de arriba abajo pidiéndome que la poseyera. Sus ojos que cada tanto se iban hacia mi escote, que yo con sutileza iba agrandando tirando mi blusa desde abajo para sobresaltar mis tetitas.

Finalizado el excitante protocolo previo, me invitó a pararme y me enseñó el lugar donde debería recostarme para él.

- Te voy a pedir que te quites la ropa de la cintura para abajo y te recuestes en la camilla por favor Doris.- Me dijo el adonis de bata blanca. A lo que yo respondía en mi mente "Si así lo deseas cariño?".

- En un momento doctor.- Le dije mientras enfilaba detrás de una cortina blanca situada en la esquina del consultorio. Una vez detrás de ellas, al girar la cabeza accidentalmente hacia un costado. ¡Divisé algo que me encendió aún más!
Un espejo cuidadosamente colocado a cuarenta y cinco grados en frente del improvisado vestidor. "¿Es acaso que mi príncipe azul es además un pervertido como yo?" Pensé. "Pues si así lo quiere no me opondré." Me dije planeando el inicio de mi desbocada seducción.

Fue entonces que cuidadosamente, mientras él fingía escribir en mi historial médico, me puse de espaldas al espejo, y comencé a quitarme el cinturón con una sonrisa en mi rostro. Una vez desprendido, enganché mis pulgares en el jean, y comencé a deslizarlo suavemente acompañado de un contoneo que le diera el show que él tanto esperaba de su joven paciente. Con delicada y morbosa tranquilidad fui deslizando mis pantaloncitos hacia el piso, mientras plegaba mi cuerpito en dos, cual gimnasta.

Sabía que estaba mirándome, pude ver de un pantallazo su carita hacia abajo, pero sus ojos apuntando directo a mis nalgas mientras me deshacía del pantalón. "Ahora bien, prepárate que siguen mis braguitas amor." Sujeté esta vez los costados y fui bajándomela sugestivamente hacia el suelo.

Con seguridad mis glúteos se abrieron lo suficiente como para presentarle al rosado ano que acompañaría la sesión. Fui buena chica y me quedé allí un momento arreglando mi blusa y alzando las prendas de espaldas al espejo, para que él se relamiera por mis curvas. Arqué mi espalda lo suficiente para erigir ante él ese culito pequeño y redondeado que tanto elogiaron mis compañeros de clase.

Luego de eso, me acerqué por fin hacia donde la camilla cubriéndome la vagina con ambas manos y con los hombros hacia adelante.

La supuesta timidez que denotaba ya no lograba engañar a nadie. Pude ver su rostro sonriendo levemente, y hasta leer su pensamiento que decía: "Pero si me regalaste la mejor postal de tu culo hace un segundo putita hermosa", y tenía absoluta razón, solo fingí ese gesto para motivar su libido un poco más.

- Siéntate aquí, y pon tus piecitos acá. - Me dijo con su enloquecedor tono amable.

- Listo doctor. - Le dije mientras abrí mis piernas lo más que pude, para obsequiarle la mejor vista. Pretendí que mi joven, virginal y acalorada vulva quedase grabada en su retina ese día de entre todas sus demás pacientes. Llevé el pubis completamente rasurado para la ocasión, y mi capuchonsito ya brillaba señal de lo húmeda que me ponía que me viesen desnudita.

- Así es Doris, ahora relájate y en unos segundos habré concluido.- Dijo para aliviarme. "Pero si yo no quiero que termines tan rápido Edu!" Pensé con un breve sesgo de disgusto.

- Voy a introducirte este aparato que se llama espéculo para dilatarte, ¿Seguramente ya te lo nombró mamá verdad?- Me preguntó.

- Jeje, claro que sí. - Le contesté sonriendo. Y a su vez pensando en que tenía mi permiso de dilatarlo con la herramienta que se abultaba en su entrepierna. ¡Vaya paquete el que cargaba a esas alturas! ¿Acaso le sucedía con todas, o solo con una niña tan joven como pervertida como yo?

Él se sentó en frente de mi desnudez, y con sus guantes ya puestos, asentó su gran mano izquierda en mi pelvis, mientras que con sus dedos índice y pulgar, abrió los labiecitos de mis genitales.

"¡Me está tocando, me está tocando!" Pensaba extasiada. Tanto así que sonreí y me vio hacerlo. En ese cruce nos dijimos mucho, ese examen se iba encaminando cada vez más hacia lo que sería quizás, mi primer encuentro sexual con un hombre que podía ser mi padre.

Me perdí en su cabello, en su mirada penetrante que observaba mi pubis con dedicación, mi sexo impoluto y jovial estaba pidiendo a gritos ser perpetrado por un hombre adulto y experimentado como él.

Sus manos iban estimulando la zona más erógena de mi cuerpo, por lo que no pude enterarme si quiera de la duración del procedimiento. Me estaba enamorando de él y muy seguramente, él también de mi.

Luego de lo que para mí fueron unos pocos segundos, me dijo:
- Eso es todo Doris. Ya tomé las muestras, y ahora por favor te voy a pedir que te des la vuelta y te arrodilles en la camilla con tu trasero hacia mí por favor.-

?¿Cómo?? No recordé haberle dicho que mantuve relaciones sexuales anales con alguien alguna vez. Será acaso que durante la charla de inicio le dije que sí sin darme cuenta, o que en realidad buscó un sutil pretexto para violarme manoseándome y penetrándome la colita a su antojo. Pero igualmente no podía negarme a ese pedido, yo estaba entregada a sus deseos a esas alturas.

¡¿Es que estas con ganas de tocar mi trasero verdad?!- Dije muy por lo bajo, y no obstante respondí:

- En seguida doctor. - Bajé mis piernitas de las asentaderas, y recostada de costado hacia él en pose sexy le pregunté:

- ¿De rodillas tipo perrito doctor? -

- Así es Doris, de rodillas mirando hacia la pared. - Me dijo señalando la que lucía todos sus certificados enmarcados. Así que tome posición con calma, y me entregué cual cachorrita en celo.

- Essso es - Escuché decirle arrastrando la S en señal absoluta de cautivación.

Pues claro, ahora tenía mi culo en pompa frente a su rostro. Yo bien zorra, encorvé hacia abajo lo suficiente mi espalda como para abultar mis glúteos y abrirlos lo suficiente para que divisara mis hoyitos sin siquiera meter mano.

- Ahora voy a examinar tu cavidad anal princesa, relájate. - Me dijo mientras ponía un líquido en sus dedos índice y mayor, para ensartarme luego con el termómetro.

"¡Si amor, mete lo que quieras ahí dentro que todo esto es tuyo!" Le dije mentalmente mordiéndome el labio inferior con impaciencia.

Al sentir sus manos tibias sobre mi culo, cerré los ojos, eché la cabecita hacia abajo, y me dejé llevar a lo que venía. Con el profesionalismo que el doctor Eduardo emanaba, separó mis glúteos, humectó la puerta de mi orificio anal, y con delicadeza, fue metiendo sus deditos allí.

"Ahh!" Un gemido seco y cortito se escapó de mi boca. Mi cuerpo estaba en llamas y sediento de sexo desenfrenado! Ya no pude contenerme, no pude! Giré mi cabeza para mirar a la cara a ese hombre y le pedí:

- ¡Doctor, hágame suya, quiero que me tome y me dé todo lo que tiene si?! -

En la cara del doctor se dibujó una sonrisa perversa, y luego hizo un ademán con su cabeza hacia abajo en señal de aprobación.

- Continua mirando hacia adelante Doris, y por favor, no hables fuerte que tu madre está ahí afuera.- Me contestó.

- Si doctor, lo que usted diga. -

Él tenía tantas ganas como yo. ¡Escuché bajar su cremallera, y eso hizo que mi corazón estuviese a punto de saltarme del pecho. Lo iba a hacer!¡Lo iba a hacer!
Yo seguía ahí en cuatro y cargando toda mi putez, cuando de repente, siento un calorcito en mi zona baja, no lo podía creer, era el aliento que desprendía de su boca, el cual se intensificaba más y más hasta que su lengua tomó contacto con los labios de mi conchita.

¡Como se lee, le estaba por dar sexo oral a su joven paciente! Con sus manos tomo firme mi glúteos y los separó para servirse cómodo. Su lengua cual pincel, subía y bajaba, dibujaba delgadas líneas de saliva que se escurrían desde mi recto.

Con su mano derecha, cubrió mi coñito desde atrás, mientras su pulgar lo frotaba dentro haciendo círculos para estimularme. Su lengua ahora se entretenía con mi ano luchando por introducirse. Ese cuadro era mágico, el riesgo de que alguien abriera la puerta y nos encontrara teniendo sexo, inundaba y se mezclaba con nuestra promiscua calentura en ese consultorio.

- ¿Te gusta como lo hago Doris? - Me preguntó mientras sorbía mis juguitos vaginales.

- Ahh... síii... ¡Claro que me gusta primor! - Le contesté yo mientras presionaba su cabeza ahí detrás con mi mano izquierda.

- Mmm... ¡Esto sabe exquisito! ? Exclamó mientras tragaba mis flujos confundidos en saliva.

De pronto se detuvo y se paró al costado de su silla.

- Ahora me toca a mí bebé. - Me dijo mientras con su mano derecha, sacaba su miembro del pantalón.

- Guau! - Dije anonadada. El pedazo de Eduardo estaba completamente tieso, y debía medir al menos unos 20 centímetros de largo. Me resultó colosal e impactante para ser la primera vez que veía en directo el pene de un hombre.

- ¿Querés probar de esto Doris? Dejame sentarme ahora a mí en esa camilla. - Me pidió.

- Ay si, claro que quiero! - Le dije exaltada.

Se quitó el pantalón, luego el guardapolvo, y quedó con su camisa rosa sentado en la camilla donde había estado atendiéndome. Su verga estaba curvada hacia arriba y totalmente descapullada.

- Ponte cómoda allí y quítate esto. - Me dijo mientras me levantaba la blusa y me la quitaba. Luego me acercó por la espalda, haciendo que entre mis tetitas quedase su cosota aprisionada.

- Ah! - Solté un gemido al sentirla caliente y a lo largo de mi tórax.

- Dejame que te quite esto también. - Dijo mientras me desprendía el brasier. Una vez en su mano, lo dejo caer al piso y me tomó de los hombros para verme de frente. Con cada mano palpó mis mamas desde abajo suavemente. Las tomó de lleno, las amasó un momento y me dijo:

- Hermosas tetas, son hermosas Doris. - Le sonreí sin decir una palabra.

- Mira, ahora vas a tomar esto con tus dos manitos, y vas probarlo. - Me sugirió. Aunque, yo sabía que hacer, a mi edad ya me había pajeado con suficiente pornografía como para saber pegar una buena mamada. Lo que no sabía aun, era el gusto que tendría una polla.

Así que como él dijo, con lentitud la acerqué a mi boca y con la lengua recorrí todo su rosado glande, fue desde la puntita hacia su orificio, y luego comencé a darle una vuelta completa. "Mmm..." La textura era suave, el olor agradable, y el gusto... apenas saladito. Estaba para comerla entera.

- Hazlo cariño, escúpemelo y cómetelo todo. - Me dijo susurrando con impaciencia. Y para su deleite, fue así como empecé, junte un poco de saliva, y le escupí en la punta del chipote. Con mis manos le lubriqué hacia la base del tronco hasta dejarle una película brillante.

Mientras lo hacía, me detuve en la suavidad de su escroto. Pues sí, no me aguanté, con mi mano derecha le sostenía el falo, con mi boca le lambía cada uno de sus testículos. Una vez que acabé de jugar con ellos estirándoselos de la bolsita con succión, volví al rocoso aparato que tenía por encima de ellos.
Era el momento, con ambas manos lo tomé con firmeza, y mirando a la cara de Eduardo, metí la cabecita en mi boca.

- Ahhh... - Gimió él de repente echando su cabeza hacia atrás. La nena había comenzado con lo que sería el felatio más arriesgado que pudo tener en su carrera de ginecólogo. Estoy segura que su corazón palpitaba tanto como su polla.

La comisura de mis labios hizo presión en ese venoso pedazo de carne, y fueron descendiendo despacito hasta su nacimiento. En mi boca yacía el preciado órgano que me convertiría en mujer.

Así fue como en seguida comencé a mover mi cabeza hacia adelante y hacia atrás para comenzar la estimulación. Mi lengua quedó sepultada bajo ese enorme aparato, pero yo estaba encantada.

Continué ese movimiento con buen ritmo durante un par de minutos sin quitármela de adentro, cuando de repente, sentí como sus manos empezaron a acariciarme el cabello. Que rico se sentía darle placer a un hombre tan dulce como caliente.
En el intervalo que la quité de mi boca para tomar una bocanada de aire, escuché que me dijo:

- Doris, me encanta como lo haces, ¿Pero queres que te ayude un poco? -

- Claro amor. - Le dije con confianza. Él sabría cómo querría su chupada.

- Ok, relaja tu cabecita y dejame a mí. - Me dijo mientras me tomaba con una mano por detrás y otra por un costado de mi cabeza. Me acercó nuevamente hasta su pene, y abrí la boca para que lo introdujese.

"Siii..." Allí iba otra vez. Al cabo de un momento comencé a saborear el presemen calentito que se vertía sobre mi lengua. Mis movimientos eran leves y entregados al de sus manos. No así los de mis manos inquietas, que se fueron escabullendo hasta mis genitales sin escala.

Tenía el clítoris erecto y mis labiecitos mojados. Así mismo comencé con una suave e ininterrumpida fricción que me elevó por los cielos.

Masturbarme mientras le saboreaba la polla a un hombre como él, era cumplir unos de mis más pervertidas fantasías. Una vez que logré el ritmo al que me condujeron los movimientos de sus manos, me soltó y vi que los puso a los lados de sus piernas. Sujetó el cobertor con fuerza y echó su cabeza hacia atrás lanzando una sucesión de gemidos.

Eso era más que suficiente para entender que lo estaba haciendo muy bien. El tiempo parecía haberse detenido mientras la habitación se inundaba con mis estrógenos.

- Ay amor, me estás haciendo acabar! Voy a acabar Doris! - Me dijo a punto de explotar de satisfacción.

Al escuchar eso de su boca, me di cuenta de que en ese candente consultorio, estaba a punto de concluir mi primera felatio. Eso no hizo que yo detuviera mis dedicados movimientos bucales para quitar sus genitales de mí, sino todo lo contrario, con el doble de pasión se lo succioné para que librara dentro mío todo su néctar.

Y así es como ocurrió el estallido, mientras el mordía su labio inferior y con una de sus manos hacía presión en mi nuca para enterrar a fondo su obsceno trozo de carne, sentí como mi úvula tintineaba por la potencia de los disparos de semen que soltó. La eyección de esos sostenidos chorros de leche colmó toda mi cavidad bucal.

No tuve opción más deliciosa que mirarle a los ojos, y tragar de a poco esas calientes cascadas de espeso líquido seminal. Mi lengua pincelaba su glande limpiándolo de los restos del mágico elixir que satisfizo mi más pervertida experiencia hasta el momento.

Lo ordeñé con mi mano para quitar hasta el último borbotón de ese enorme pepino. Estaba agitada y sedienta, necesitaba todo el semen que pudiese eyacular. Y tal como esperé, el último chorro salto y se escurrió por mi mano con ligereza.

Lo lamí cual gatita para mostrarle como completaba su trabajo una nena primeriza. Justo en ese momento, en el que nuestra calentura tomaba un respiro, para quien sabe, continuar con una penetración de parte de él, es que suena su teléfono de línea interna.

De inmediato ambos caímos en cuenta del tiempo que pasamos en ese acto de desenfrenada lujuria. Deprisa él se paró con el pene erecto y pendulante, y tomó el tubo del teléfono.

- ¿Diga?.. Ahá.. Si claro Belén, en seguida hágala pasar, es que surgió un imprevisto con la paciente.. - Dijo a su secretaria mientras me soltó una sonrisa cómplice.

- ¡Bebé! ¡Mirá la hora que se hizo! - Me dijo mientras tomaba y se colocaba sus ropas.

- ¿Te gustó Edu? - Le dije aun sentada y desnuda restregándome la vagina con ganas de una buena penetrada.

- ¡Claro que si preciosa! Estuviste divina, pero por favor ahora vestite que vamos a continuar esto cuando vengas a por los resultados. - Me advirtió...

- Sos malo Edu, yo quiero un rato más... - Le dije cual niña caprichosa, pero dentro de mí sabía que todo debería acabar porque ya empezaríamos a levantar sospechas.

- Si por mi fuera te follaría ese culito toda la tarde amor, pero en seguida debo atender más pacientes. - Me dijo mientras se acomodaba la verga dentro del boxer.

- ¡Ay! ¡Está bien! ¡Pero quiero que sepas que esto no queda así! ¡Y ni se te ocurra repetir esto con una de ellas!- Le dije simulando un tono cabreado y celoso.

Tomé toda la ropa del piso, me la puse, y cuando nos dirigimos a la puerta me tomo de la cintura y me comió la boca de un beso, un beso que terminó por enamorarme, y me dijo al oído:

- Estuviste magnífica Doris, y en 6 días voy a romperte ese trasero con esta polla... ¿Me escuchaste? - Me prometió mientras situaba una de mis manos encima de su manguera.

- Siiii? No veo la hora que lo hagas amor. - Le dije aun con enorme calentura.


FIN

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