Locura pasional en la escalera
Hola mi nombre es Marisela, tengo 20 años, esto me sucedió hace aproximadamente dos años y es una grata experiencia que quiero compartir con ustedes.
Era un miércoles por la noche, había estado con mi novio, Luis esa noche, pero nos moríamos de ganas de hacer el amor, pero no había un sitio donde, una mujer que ardía de deseos pueda acostarse con su hombre.
Llegamos a la entrada del edificio en donde vivia y ambos subimos para tomar un poco de agua, eran cerca de la media noche, bajamos lo más pronto posible y lo acompañé hasta la puerta del edificio, pero al darme un beso de despedida, aquel hombre que tenía ganas de devorarme me susurra que estaba loco por metérmela, que lo tenía loco.
Luis tenía la fantasía de cogerme en la escalera del edificio, pero era algo que no me podía permitir, pues por la fragilidad de las paredes y la cercanía de los vecinos podíamos ser fácilmente descubiertos.
Ante esa declaración, temblé, me estremecí y por un momento dude, pero le dije que no, que mejor se fuera. Nos miramos durante un rato a los ojos, diciéndonos mil cosas con la mirada, intuyéndonos como de costumbre, se acercó para darme otro beso -las despedidas siempre son bien difíciles- me apretó contra su cuerpo y sujetando mi cintura posó sus labios en los míos.
Pasados unos segundos, yo me separé de su boca, pero volvió a apretar su cuerpo contra el mío y siguió besándome. Lo que iba a ser un simple besito de despedida se convirtió en un prolongado y ardiente súper-beso.
Poco a poco me fui dejando arrastrar por las pasiones y pase mis manos sobre sus hombros, abrimos nuestras bocas y empezamos a juguetear con ellas mordiéndonos con los labios en un beso más que frenético. Me sentía en la gloria sintiendo cómo nuestros labios se mordían y se saboreaban con ganas.
¡Que beso más rico! Después mi boca fue invadida por su lengua en busca de la mía que la recibió con ganas. Seguíamos abrazados y pegados el uno al otro. Mi corazón palpitaba sobre su pecho y mis tetas se oprimían contra él fuertemente.
Sus manos pasaron a mi cintura, acariciando después a mi espalda, a mi cuello y mis hombros. Aquel beso era más que increíble y yo deseaba que no se acabara nunca, me estaba estremeciendo en el mismo epicentro de mi sexualidad.
Me dejé llevar por ese beso volcánico y mis uñas y mis dedos comenzaron a anidar en su pelo mientras me concentraba con los ojos cerrados en el fantástico beso. Su habilidosa lengua succionaba la mía mientras que sus labios mordían una y otra vez los míos. Me besaba tan bien que me calenté.
Su mano bajó hasta mis nalgas y empezó a acariciarlas por encima de mi vestido, poco a poco comenzó a subirme el vestido y perdí totalmente la cabeza cuando su mano derecha se internó y comenzó a subir por detrás de mi muslo, introduciéndose bajo mi hilo dental, la mano izquierda imitó a la diestra y yo estaba que moría, había pasado la frontera y no podía regresarme, ya nada me importaba.
Con mucha ternura, me alejó de él unos centímetros para acariciarme los senos por encima del vestido, sus manos apretaban y manoseaban y con su dedo pulgar acariciaba mis pezones, que estaban que se querían reventar. Su boca comenzó a navegar por mi cuello, el lóbulo de mi oreja izquierda y su lengua se introdujo en ella trasmitiéndome un fuego que me puso a mil, mientras sus manos exploraban mi barriga y jugaban con mis pezones, me sentía tan bien, que no tuve conciencia del momento en que Luis me había logrado aflojar las tiras del vestido y este había rodado por mi cuerpo: ¡estaba casi desnuda en la escalera de mi casa!
Tomar conciencia de eso, me hizo ir al ataque pero mi macho me detuvo al quitarme con los dientes la única prenda que me quedaba, en ese momento me sentía en la gloria, estando enfrente al dueño de mis deseos. Se la pasó por su cara, la olfateó con todas sus fuerzas, aquello me remató.
- Eres mi sol, no puedo vivir sin ti, murmuró.
Aquel cometario fue como una orden y me lancé tomándolo por el cuello, le pasé mi lengua por la comisura de sus labios. Luego pasé a su oreja y le dediqué unos buenos lametones, mientras sus manos retozaban entre mi espalda y mi culo. Yo gemía y le mordía en el cuello. Me estaba muriendo de placer...
Sus caricias se prolongaron pero esta vez la travesía se concentró en mis muslos, mis caderas y el vello de mi pubis. Así en total desnudez, Luis me sentó en el tercer escalón y comenzó a lamerme, su lengua me iba recorriendo como si me estuviera reconociendo, como si no quisiera perderse ni un centímetro de mi piel, acarició mis tetas con fuerza mientras chupaba por todos lados. Era tanto el fuego que sentía que inconscientemente le grite: "¡mánamela cojéeme!"
Fue desquiciante, su lengua aterrizo en mi cuca apoderándose de ella, primero me lamía los labios de arriba a abajo y después de lado a lado en su zona inferior, sentía el palpitar de mi corazón acentuándose en mi sexo y él no dejaba de chupar.
Le agarré la cabeza y apretando mis piernas contra su cara, comencé un movimiento acompasado de mis caderas hacia su cara sintiendo cómo me estaba poseyendo por medio de esa lengua leonina, pero lo que me hizo explotar fue que diera golpecitos en mi clítoris con la punta de la lengua, una corriente de energía se escapaba de mi cuerpo por allí mismo y mi macho la recibía chupándome hasta la saciedad. Tuve un orgasmo intenso, alucinante.
Ya recuperada de los efectos de tan espectacular mamada, le despojé de su camisa, quitándole los botones mientras besaba su pecho y sus hombros y rápidamente ataqué a su correa y los botones del pantalón.
Luis me ayudo, quitándose el pantalón. Le sonreí con complicidad. Nos besamos de nuevo, esta vez con mucha ternura y entonces le dije: Llegó mi turno. Hasta ese momento el muy cabrón no me había dado chance de sentir "mi pinga". Lo pegué a la pared y comencé a besarlo por todo el cuerpo mientras mis manos comenzaban a estimular por encima de un mojado calzoncillo aquel pedazo de carne firme, larga, gruesa y dura que me enloquece. Le devolví cada caricia recibida, nada quedó sin recibir sus dosis de lametones. Me hinque de rodillas y con mi lengua comencé a besar por encima de su pieza íntima aquella pinga
Luis estaba loco porque mi lengua se apoderara de ella, pero lo castigue un poco. Me tenía que desquitar. Lo voltee y le bajé un poco su calzoncillo, sin retirarlo del todo, y comencé a dar un masaje prostático con mi lengua, lo que lo hizo gemir de placer, mis manos seguían jugando con ese pingón que clamaba por mi boca.
La tortura se extendió un rato pero estaba impaciente por tenerla entre mis labios, por lo que lo despojé de aquella porción de tela que aún le impedía que estuviésemos en igualdad de condiciones, los dos desnudos, lo volví a voltear y quedé ante aquel artefacto.
Su guevo estaba como a mí me gusta, como yo provoco que esté, la agarré por la base y con la punta de mi lengua comencé a subir por aquel mástil rozándole muy suavemente desde los huevos hasta la cabeza. Ahora era yo quién mandaba. Lo tenía en mis manos.
Me puse de pie y me contoneé acariciando mis caderas y apretando mis pechos entre mis manos al tiempo que mojaba mis labios. Aquel espectáculo le gustaba y empezó a masturbarse. Me agaché y cambié su mano por la mía haciéndole un lento masaje en la piel de su instrumento. Le abrí las piernas y con mis tetas empecé a rozar su pinga, lo que le daba un tremendo placer, su cara era la de la divinidad.
Subí con mis pezones dibujando su cuerpo hasta ponerle las tetas en la cara. Después saqué mi lengua y, empezando por la frente, fui de vuelta hacia abajo lamiendo su cara, sus labios, su cuello, su pecho, su ombligo, el interior de sus muslos hasta llegar a sus tobillos, regresé a sus huevos que lamí suavemente y recorrí aquella enorme pinga con mi lengua hasta llegar al frenillo donde mi lengua dio unos golpecitos y mis labios besaron su cabeza.
Después rodeé la punta con mis labios y apretándolos fui bajando lentamente hasta tenerla casi entera dentro de mi boca. Subía y bajaba mis labios observando su cara de vez en cuando, que era todo un poema pues, con los ojos cerrados, se retorcía, gemía y hacía muecas de todo tipo.
Parecía estar disfrutando intensamente de mi mamada. De vez en cuando yo la sacaba de mi boca y la pasaba entre mis pechos, volviendo después a la operación de chuparla lentamente, con ganas, con ternura. Estaba muy excitado y su cuerpo se tambaleaba.
Estaba a punto de venirse, pero no lo dejé, abandoné toda aquel rito del sexo oral y subí para darle un beso intenso, estábamos intercambiando nuestros sabores y olores, nuestras lenguas, protagonistas principalísimos de esta relación erótica preparaban las condiciones para el clímax.
Como Luis es mas alto, subí un escalón y lo atraje hacia mí, lo quería dentro, en lo más profundo de mi intimidad. Mi niño sudaba y temblaba de lujuria, le agarré el guevo y la llevé hasta la entrada de mi ardiente cueva y sentí como aquel trozote se iba deslizando por mi interior con la ayuda de mi movimiento, apoderándose, llenándolo todo, acaparando toda la atención de mis millones de células y nervios, en ese momento todo se reduce a la pinga que me enloquece en mi cuca, en el goce que me da y que le doy a mi macho.
Subí ligeramente mi pierna derecha y la coloqué en el pasamano y el cambio de posición hizo que me llegara hasta la coronilla, ¡Cómo me gusta la pinga de este cabrón! A pesar de la complejidad de la posición logramos armonizar los movimientos y sentirnos un solo ser. Luis en medio de un torrente de locura solo abría los ojos de vez en cuando para ver como su miembro se perdía en mi bollo. El ritmo se fue acelerando poco a poco.
Su cabeza casi salía por completo de mi triangulito y de repente volvía a entrar hasta el fondo. ¡Cris, ¡Qué rico se siente! exclamó y le respondí con un ¡no pares coño! Sentía que ese guevo estaba a punto de estallar y yo no estaba muy lejos de alcanzar otro orgasmo, el ritmo siguió creciendo hasta que sentí una descarga que me inundó mis cálidas humedades vaginales.
Pero Luis no se detuvo siguió golpeando en mi interior hasta que yo llevándome las manos a mi nuca me estremecí de tanto placer y el ritmo fue cediendo a un abrazo que nos fundió en lo que somos, un solo ser, mientras nuestra leche rodaba por mis piernas y dejaba algunas huellas en la escalera como pruebas inigualables de un amor desconcertante.
Permanecimos fundidos por un buen rato, obviamente mi amor perdió una vez más el autobús, pero como siempre, valió la pena
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