Amistad Incomprendida, Infidelidad Consentida
Autor: Calentura | 01-Sep
Tengo un compañero de trabajo que siempre me ha ofrecido su amistad buscando mi confianza, de la misma forma incondicional que el me la brinda. Sin embargo, a mí me ha costado mucho trabajo corresponderle por un pequeño detalle que me hace sentir traidor y desleal con él: tiene una esposa absolutamente espectacular, con un cuerpo escultural, de facciones muy finas, con unas tetas que envidian las demás mujeres, aun cuando son muy grandes para mi gusto, y un culo, oh Dios, ¡qué culo!, que de sólo verlo mi verga se empina. Esa mujer me embruja, me subyuga, me apasiona, y aun cuando jamás se lo he expresado de forma alguna, mi conciencia me hace sentir culpable con Tato mi compañero, porque cada vez que la veo se enciende mi deseo de revolcarme con ella. Además de todo, yo no le soy indiferente a ella, y de hecho, cada vez que tiene oportunidad se me insinúa, y presiento que con plena conciencia de la reacción que produce en mí.
A él le encanta invitarme a su casa, y siempre está buscando pretexto para llevarme, lo cual resulta ser un martirio para mí por la incómoda situación que se genera con Daniela, que así se llama ella. Uno de esos días que él organizó una reunión en su casa con otros compañeros, tomamos algunos tragos y Daniela estaba especialmente descarada conmigo, se contoneaba provocativa, se agachaba con cualquier disculpa para exhibir su culo ante mi cara, se acercaba para rozarme con sus tetas, y todo esto me tenía supercaliente.
En un momento dado, fingiendo tropezar, cayó sentada sobre mi canto presionando con su culo mi ya protuberante verga, derramando sobre mí el trago que traía en la mano. Luego al tratar de levantarse colocó su mano sobre mi erecto pene, apretándolo con furia. Se levantó, se disculpó y me pidió que la acompañara para limpiar mi traje. Me tomó de la mano y me levanté para seguirla, muy incómodo por la mirada de Tato quien sin duda notó el bulto de mi entrepierna.
Ella me llevó hasta el baño y tras cerrar la puerta, con una velocidad impresionante desabotonó mi pantalón y lo bajó hasta las rodillas con todo y calzoncillo, dejando al descubierto mi enhiesto miembro, el cual inmediatamente tomó con sus manos e introdujo en su boca propinándome una mamada tan profunda y deliciosa que no aguanté más de dos minutos antes de disparar mis fluidos como fuegos artificiales dentro de su garganta, los cuales ella tragó con habilidad pasmosa hasta dejar mi pene limpio y flácido.
Con la misma rapidez con que me desvistió, volvió a colocar el pantalón en su sitio. Ya de pie junto a mí, la abracé poniendo mis manos en sus exquisitas nalgas atrayendo su cuerpo contra mí mientras le decía al oído: Gracias por el placer que me acabas de dar, pero lo que verdaderamente deseo es disfrutar tu culo; a lo cual ella contestó: no tan rápido papito, todo a su tiempo, prometo que lo tendrás, pero cuando estés listo para cumplir mis condiciones; e inmediatamente volteó y desapareció por la puerta del baño, dejándome sin entender lo que quiso decir. Yo me quedé allí mientras recuperaba el aire y limpiaba un poco el licor derramado en mi traje.
Cuando regresé a la sala, Tato me miró con picardía y me dijo: noto que te gusta mi mujer; y antes que yo pudiera pronunciar palabra agregó: no te preocupes, es natural, desde que la vi por primera vez enloquecí por ella y ese culo ha sido desde entonces mi perdición.
Quedé tan perturbado e incómodo que a la primera oportunidad busqué pretexto para irme. Daniela al despedirse, delante de su esposo me entregó un paquete diciendo: como no te quedaste al postre, te empaqué una buena porción de pastel para que lo disfrutes en casa.
Al llegar a casa y destapar la caja que me había entregado, fue grande mi sorpresa al encontrar, en vez de pastel, una colección de falos de distintos grosores, acompañada de un pote de crema lubricante, con una nota que decía: podrás hacer con mi culo lo que desees, el día que yo pueda gozar del tuyo con mis juguetes, no tardes papito. Me sentí indignado, casi ofendido y pensé: está loca; esa mujer está loca de remate.
Luego de acostarme, no podía conciliar el sueño recordando lo sucedido, reviviendo la sensación de su culo sobre mi verga, mis manos sobre su culo y mi verga entre su boca. Ardía en deseo y no lograba calmarme, hasta el punto de sentir que sería imposible recobrar la calma si no hacía mío ese culo tan divino. Entonces reconsideré la oferta, recobré la caja, pero nuevamente me desilusioné cuando vi el calibre de aquellos artefactos: el más delgado tendría unos dos centímetros de diámetro y el más grueso unos seis centímetros. ¿Cómo podría mi culo soportar en su apretado agujero semejante cosa? Pero mi desesperación me obligó a probar, así que embadurné mi ano de lubricante, introduciendo parte de la crema con uno de mis dedos y me dispuse a desvirgarlo con el pene más pequeño: la sensación era extraña, ni dolorosa, ni placentera, o quizá ambas cosas a la vez, pero lo verdaderamente molesto era la ansiedad de evacuar que provocaba.
Cuando probé con otro, de unos tres centímetros de diámetro, experimenté punzadas en el esfínter que, aun cuando dolorosas, fueron soportables y desaparecieron luego de unos minutos de meter y sacar repetidamente. El tercero ya no lo soporté, me produjo un dolor intenso que me obligó a retirarlo inmediatamente y abandonar el intento.
Al día siguiente, en la oficina, recibí una llamada sorpresa de Daniela preguntando curiosa si había disfrutado el postre, a lo cual le respondí que me había caído un poco mal, teniendo que dejarlo al tercer bocado. Ella rió descaradamente diciendo que debía saborear cada bocado hasta tomarle el gusto y que era lógico que me sentara mal si pretendía tragármelo todo en una sola noche. De mi puedes obtener lo que quieras siempre que me complazcas, y para conseguirlo necesitarás paciencia y constancia, para lo cual veo vas a tener que trabajar duro, dijo, pero me gustas tanto que voy a ayudarte, y colgó.
Quedé sorprendido, excitado y preocupado de que Tato se hubiera dado cuenta de la llamada, especialmente porque coincidencialmente al momento me preguntó cómo me había parecido el postre de anoche. Temiendo que sospechara algo decidí contestarle que ni siquiera lo había probado, ya que el cansancio y los tragos me habían fundido. Entonces él me dijo: es uno de los favoritos de mi esposa y ella sabe cómo prepararlo; a mí me pareció un poco amargo cuando lo probé, pero después de degustarlo pedí repetición; no dejes de probarlo, es como el maní, entre más comes, más te provoca. Yo ni siquiera sabía de que estaba hecho, así que asentí y cambié rápidamente la conversación.
En la noche, cuando llegué al apartamento, el portero me entregó un paquete que me habían dejado. Intrigado, subí rápidamente para ver su contenido pues imaginé quién era el remitente. Una pera de caucho con un tubito en el extremo, un arnés y una nota que explicaba su uso. La instrucción decía que antes de cualquier práctica con los juguetes llenara mi intestino con agua tibia utilizando la perita, lo cual facilitaría la evacuación de residuos fecales que harían más higiénico y menos irritante el juego, aparte de ayudar a expandir el interior haciendo más fácil la penetración. El arnés tenía un aditamento que permitía fijar los falos que me había dado la noche anterior, con el fin de que practicara estar parte del día o de la noche con el aparato dentro del ano, para acostumbrarlo a la dilatación y a la fricción. Esta mujer sabía perfectamente lo que hacía; en una semana, ya soportaba sin problema el falo de cuatro centímetros de espesor y había descubierto que la masturbación era más placentera con el culo ocupado.
Después de un mes de disciplinado ejercicio, había logrado lo que antes nunca hubiera imaginado: mi esfínter aceptaba con facilidad aquel pene plástico de seis centímetros de grueso; era increíble y lo más extraño era que empezaba a gustarme.
Estaba emocionado, estaba listo para pagar el precio de mi sueño: ¡culearme a Daniela! Ahora todo sería cuestión de buscar la oportunidad de estar a solas con ella, así que era necesario que lo supiera y planeáramos el encuentro. Así que a la mañana siguiente, salí de la oficina, la llamé de una cabina y le dije: estoy listo, puedes jugar con mi trasero y hacer lo que quieras con él, pero ya no aguanto más el deseo de poseer la delicia de tu culo, así que sólo dime cuándo. Muy bien papito, contestó ella, te haré gozar lo que ni te imaginas; deja todo en mis manos; y colgó.
Los siguientes días estuve inquieto y ansioso esperando alguna noticia. El viernes en la mañana, Tato me abordó para pedirme un favor. El tendría que trabajar el fin de semana para poder entregar a tiempo el proyecto que le habían asignado y precisamente era fin de mes y debía pagar a los jornaleros de su pequeña finca, y como Daniela se rehusaba a viajar sola arguyendo que temía que algunos de los trabajadores intentaran propasarse al no tener quien la hiciera respetar, y como el amigo en quien confiaba, deseaba pedirme el favor que la acompañara. Inmediatamente identifiqué la astucia de aquella mujer. No obstante, con la intención de no despertar sospechas, ni mostrar la emoción que sentía, me mostré difícil y poco interesado, ante lo cual él hubo de insistir comentando que no tenía nadie más a quien recurrir y que me quedaría eternamente agradecido. Finalmente acepté y él me dio los detalles.
Daniela fue a buscarme muy temprano en el campero; me acerqué a la ventanilla para saludarla con un beso en la mejilla, pero al momento de dárselo, volteó la cara de tal forma que se lo planté justo en la boca. Sonrió; le ofrecí manejar, lo cual aceptó gustosa; se bajó para cederme el puesto del conductor; estaba vestida con un jean muy apretado que hacía más visible la perfección de sus curvas y resaltaba el objeto de mi perdición; unos tacones altos que hacían más esbelta la figura; y una blusa corta y ajustada que hacía más protuberantes sus senos y dejaba al descubierto su plexo adornado por un gracioso ombligo. En el trayecto estuvo muy conversadora y alegre, pero nunca dio pie a hablar del asunto.
Al salir de la carretera y entrar a los caminos que conducen a las fincas, de pronto puso su mano entre mis piernas diciendo ?hoy no me he sentido deseada. ¿Es que ya no te gusto??. Entonces le contesté: lo que pasa es que está cansado de esperar lo prometido. Tengo ganas de orinar, por favor detente un momento, me dijo. Orillé el auto, ella se bajó, fue a un lado del camino, junto a un árbol, pero en vez de ubicarse tras de él, se puso en frente, dándome la espalda, bajó su pantalón presentándome un maravilloso paisaje, y se acurrucó a orinar. Luego de vestirse de nuevo, sin haber volteado a mirar, regresó como si nada, volvió a tocarme y dijo: creo que ya sé como despertarlo, míralo no más como se ha puesto. Efectivamente, aquel espectáculo me había puesto a mil. Como te has portado tan bien, déjame compensarte, dijo mientras abría la cremallera y con dificultad sacaba mi miembro, el cual enseguida estuvo en su boca golosa hasta que también ella obtuvo su premio de una copiosa eyaculación. Luego buscó mi boca para besarme, y cuál no sería mi sorpresa cuando metió su lengua y llenó mi boca con mi propio semen, diciendo luego: saboréalo, disfrútalo y acostúmbrate a él. Jamás se me había ocurrido probarlo; fue una sensación extraña, aun cuando no desagradable. Esta mujer cada vez me sorprendía más con sus desconcertantes acciones, pero ésto me excitaba más, era una aventura en la cual me sentía en un permanente riesgo que deseaba asumir.
Reanudamos la marcha, ella estaba callada pero con una pícara sonrisa que iluminaba su rostro. La próxima vez que me corra, quiero que sea en tu culo, le dije. Cuando llegue el momento lo tendrás, pero antes debes ganártelo, es decir debes complacerme y eso no es fácil, además dijiste que podía jugar y hacer lo que yo quisiera con tu culo y eso tendrá que ser antes, así que no te apresures, pues nos queda mucho tiempo y muchas cosas por hacer.
Sabe Dios qué estaría tramando esta mujer, pero lo que fuera, estaba dispuesto a enfrentarlo para obtener mi trofeo. Cuando llegamos a la finca la recorrimos. Básicamente era una granja agrícola, pero tenía algunos galpones con animales. A diferencia de lo que escuché decir a Tato, todos la trataban con respeto, cordialidad y afecto, mientras que ella era insinuante y hacía comentarios obscenos frente a los trabajadores; a algunos de ellos los tocaba de manera impúdica y descarada. En especial hubo un zambo muy bien formado y además muy bien dotado, a quien al parecer ella producía el mismo efecto que a mi, a juzgar por el impresionante bulto que se formó en su entrepierna, el cual ella acarició por sobre el pantalón mientras susurraba algo en su oído, haciendo aparecer inmediatamente un brillo en los ojos y una gran sonrisa blanca que destacaban en el rostro de aquel hombre; al despedirse de él le apretó los glúteos y le dio una nalgada sin que él pareciera sorprendido.
Aquello que vi despertó mi sospecha de que algo estaba ella tramando con él; y no me equivoqué, después del almuerzo me pidió que fuera al granero, me escondiera tras unos fardos y observara en silencio. El zambo llegó con un mastín muy grande que muy obediente se quedó sentado mientras ella se desnudó el torso y él completamente; se besaron apasionadamente; el acaricio sus tetas y recorrió su cuerpo con las negras manos; ella lo acarició todo concentrándose con detalle a su trasero y su pene que se elevaba amenazante con su descomunal tamaño; ella se lo mamó durante un momento y luego se dirigió hacia el perro, lo puso patas arriba y le acarició la panza y el miembro hasta que apareció un voluminoso trozo de carne rojiza y venosa que enseguida el negro mamó hasta que logró un tamaño mayor que el de él; luego él se puso en cuatro y el animal lo montó; una vez que con la ayuda de ella el can logró introducir su miembro e el culo del zambo, el perro se dedicó a culearlo como si fuera una perra, en tanto que ella se lo mamaba al negro, quien no tardó en acabar en su boca; lego de unas cuantas embestidas del perro, ella le hizo una seña y le ayudó a desenchufarse del animal para que el negro lo mamara, mientras ella introducía su puño en el culo del hombre, lo cual hizo hasta que la bestia se corrió en la boca del negro y éste con dificultad bebió una impresionante cantidad de semen; luego se besaron durante algún tiempo mientras él recuperaba su potencia para arrodillarla frente a él, bajarle el pantalón y darle una culeada de película hasta hacerla estremecer y gemir de placer; desafortunadamente la posición que tenía sólo me permitió ver el trasero del negro arrugándose cada vez que la penetraba.
Una vez sola de nuevo, se acercó a buscarme a mi escondite y me dijo: él se lo ganó y espero que tú hagas lo mismo. Al ver mi expresión agregó, pero no te preocupes, para comenzar tu prueba no será tan difícil, y procura mantenerlo tan erguido como lo tienes papi. A decir verdad la escena me había excitado en extremo y lo tenía a punto de reventar, aun cuando me aterraba pensar que me expusiera a pasar por lo mismo. En la noche, después de cenar y reposar un rato se acercó y me dijo al oído: ¿estás listo para cumplir tu promesa?, porque yo me encuentro dispuesta y deseosa. Estas palabras fueron como un corrientazo de deseo, placer y angustia. Cuando quieras, le dije con decisión. Entonces fuimos a su habitación; me desnudó, me acarició y me besó, me vendó los ojos, me arrodilló frente a su cama, amarró mis manos a la baranda y se dispuso a lamer mi culo y hurgarlo primero con sus dedos embadurnados de alguna crema lubricante y luego con algunos artefactos de su colección.
Después de un rato escuche susurros e inmediatamente imaginé lo que me esperaba; protesté; podía presentir que aquel negro llenaría mi culo con su descomunal miembro. Ella se acercó y me dijo: sólo disfrútalo; y al momento sentí que en efecto, la penetración la hacía un pene verdadero. En realidad la preparación que me había hecho había sido perfecta y a pesar del tamaño, la sensación producida me resultaba excitante. Una vez comenzó el mete saca recibí una nueva sorpresa: otro pene rozó mis labios a la vez que ella me dijo: chúpalo y gózalo. No podía creerlo; allí estaba yo mamando la verga de un hombre, mientras la de otro me culeaba con dedicación.
Luego de experimentar estas nuevas sensaciones, después de un rato el hombre que me penetraba el trasero lo llenó de sus fluidos, para recibir en mi garganta, casi enseguida, la eyaculación del que ocupaba mi boca. Una vez ambos satisfechos, me quitó la venda para que recibiera una nueva sorpresa: el pene que había mamado era el de ella. Sí, el de ella, que en realidad no era una ella, sino un él. Y para completar, quien me había enculado era Tato. Esto me dejó atónito. Los dos se rieron. Yo me sentía humillado, traicionado, burlado, manipulado, violado, iracundo.
El me dijo: amigo mío, no te sientas mal, más bien admite que te gustó y disfruta tu anhelado premio; al tiempo que ella exponía su desnudo y exquisito trasero frente a mí.
Confundido y muy molesto, pero totalmente excitado me dispuse a acariciar y saborear aquel majar, para luego penetrarlo con toda la gana y con mucha rabia, con deseo de venganza, embistiéndolo violenta y furiosamente sin compasión ninguna hasta descargar con mi eyaculación todo mi orgullo herido.
En seguida ella me dijo: lo has hecho tan bien que te mereces un premio especial adicional. El expuso ante mi su trasero. Yo la miré extrañado porque el ofrecimiento no me hacía gracia, ya que no era mucho lo que podía hacer en ese momento con mi agotado miembro. Ella aclaró entonces: no imaginas el placer que se siente al penetrar un culo con tu puño; es algo increíble; pruébalo. Ese si sería mayor desquite y lo hice sin miramientos ni delicadeza, mientras ella se lo mamaba y él gemía de gusto hasta correrse en su boca; semen que luego ella me dio a probar con un profundo beso, al igual que lo hiciera con el mío en el auto. En este punto, sentía que había recuperado algo de mi dignidad y había calmado un poco la vergüenza y la ira, para pasar a la complicidad de la deliciosa y placentera aventura que fue el principio de una intensa y excitante relación de amistad muy íntima entre los tres.
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