Compartiendo a mi mujer con otro hombre
Una vez al mes salíamos de noche a tomar copas. Después de casi treinta años de casados era la ocasión que reservábamos para recordar nuestros tiempos de jóvenes despreocupados. Judith se vestía estos días de forma juvenil y un poco provocativa. Aquella noche llevaba una blusa semitransparente de color café con flores sobrepuestas, su escote era como un precipicio hacia el placer. Una faldita muy corta realzaba sus largas piernas y unos tacones afilados hacían que su figura se elevara majestuosa. A ella le gustaba sentir la mirada de otros hombres y a mí no me importaba, me hacía sentir importante y envidiado por tener una mujer como ella.
Aquella noche se nos acercó Gustavo, no lo conocíamos de antes, pero resultó ser un tipo dicharachero, guapo, con encanto y a Judith le lanzaba algunos piropos muy comedidos. Lo hacía mirándome a mí, solicitando con un guiño mi complicidad, que yo le otorgaba, orgulloso de mi mujer.
Judith antes de reír o mostrarse halagada, también buscaba en mi mirada mi aprobación. Yo notaba que a ella le gustaba él, y comenzó a pegarse ligeramente a su lado. Estaba sentada en un taburete y, a veces, cuando se reía de una ocurrencia de Gustavo se rozaba con él, siempre atenta a mi mirada de aprobación o desaprobación. Yo aceptaba ese acercamiento y la veía excitarse poco a poco, sus pezones duros que pugnaban contra su blusa y no pasaban desapercibidos a Gustavo, quien no retiraba la vista de su escote.
Él propuso que nos sentáramos en una mesa, y así nos desplazamos hacia el interior más obscuro del pub, y nos acomodamos en un pequeño sofá los tres, uno de dos plazas donde cupimos bastante apretados. Judith en medio, Gustavo a un lado y yo al otro. Yo notaba cada vez más el interés de Judith por Gustavo, así que anuncié que iba al cuarto de baño, sabiendo lo que pasaría entre tanto. Al volver ambos recompusieron su postura rápidamente, aunque Gustavo aún jadeaba. Al sentarme de nuevo, Judith me beso profundamente, introduciendo su lengua hasta mi garganta, pero yo sentí sus labios calientes por la boca del otro y la excitación provocada en el rato de ausencia.
La velada continuó muy animada y, en un momento, Gustavo posó su mano sobre el muslo de Judith, muy arriba, al límite de su falda. Esta vez él no buscó mi mirada de asentimiento, Judith sí me miró interrogándome con sus ojos ?¿qué hago??, parecía preguntar. Yo me limité a colocar mi mano sobre el otro muslo, un poco más arriba de la de él, hasta el límite del tanga.
Gustavo planteó que continuáramos la noche en su apartamento. El camino lo hicimos riendo, llevándonos a Judith cogido a cada uno del brazo. En el apartamento, después de tomar un trago de güisqui, Judith se acercó a mí, yo estaba de pie con la espalda junto a una pared, pegó su cuerpo con el mío, frotó sus pechos contra mí y me besó muy excitada. Gustavo se acercó por la espalda de ella, la cogió con fuerza por la cadera y comenzó a besarle el cuello. Judith reaccionaba a los besos de ambos gimiendo y frotando su pubis contra mí y su culo contra él. Yo notaba el olor de la colonia de Gustavo y sentía como la atraía hacia él.
? ¡Bájale las bragas!-, le pedí a Gustavo en un momento de máxima excitación.
Él lo hizo con apresuramiento, casi a trompicones y levantó su falda de modo que el cuerpo de Judith quedó desnudo de cintura para abajo. Judith restregó su sexo contra mí, y yo al poner la mano sobre él lo noté húmedo y caliente, diría que palpitante.
Gustavo se había bajado los pantalones y hacía movimientos ondulatorios pegado a ella. Acaricié las nalgas de Judith que estaban suaves como la seda y note la verga de nuestro amigo, la agarré con fuerza, estaba dura, muy caliente, vibrante, y la pase por el culo de Judith que gemía al sentir su contacto.
Judith, mirándome fijamente a los ojos, me empujó hacia atrás fijando mi espalda contra la pared, apoyó sus manos contra el tabique, una a cada lado de mi cuerpo, como aprisionándolo. Se abrió de piernas, curvó su espalda hacia abajo y desde la altura de sus elevados tacones ofreció su sexo a Gustavo. Él la penetró con ímpetu y comenzó a moverse adelante y atrás con brusquedad. Yo había desabrochado la blusa de Judith y agarraba con fuerza sus pechos, con los pezones enhiestos y duros como nunca los había sentido. Ella gritaba: ?¡seguid, seguid!?, y gemía como yo nunca la había escuchado.
Horas después, tras haber practicado el sexo en otras variantes, estábamos los tres en la cama, todos bocabajo, con Judith entre nosotros enlazándonos son sus brazos, acercó su boca a mi oreja y susurrando dijo:
? Creo que ya nunca me bastará con uno.
? A mi tampoco-, le respondí.
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