Autor: Lahechicera | 23-Apr
El viaje de final de curso había sido ese año a los Pirineos: la nieve ya se había derretido dejando paso a una alta hierba verse y fresca. Por eso mismo, aproveché la tarde libre que nos dieron para ir a un lugar escondido que tan sólo yo conocía (bueno, la verdad es que lo había leído en un folleto). Tumbado bajo un árbol y recostado sobre el verde prado cerré los ojos y me dormí.
De repente, alguien me estaba llamando. ¡Era Sandra!. La chica de la clase de al lado, la que a mí más me gustaba pero que jamás había sabido decírselo... estaba impresionante. Llevaba la ropa que más me gustaba verle: muy ajustada y luciendo un escote que le marcaba los pechos... y los pezones, joder. Me fijé en esa parte de su anatomía hasta que la tuve al lado. ¿Se dio cuenta de mis miradas? Creo que sí y que no le importó.
Se sentó cerca de mí y me preguntó qué hacía allí. Le contesté cualquier tontería y comenzamos a conversar mientras veía cómo se quitaba la camiseta y los pantalones; se quedó en bañador ahí, bajo el Sol. Y yo sin saber qué decir mientras notaba cada vez que los pantalones me apretaban más. Intenté reprimir mi erección pensando en otra cosa... pero es que la tía más buena que había conocido estaba delante de mí casi desnuda y no podía hacer otra cosa que imaginarme follándomela.
Le dije que si estaba tomando el Sol y me contestó que sí. No había dejado de mirarme mientras se desnudaba. Me dijo que fuera con ella al Sol, y le hice caso... cuando me levanté descubrí horrorizado que mi pene había crecido hasta sus máximas dimensiones y que la cremallera se me había abierto dejando a la vista unos calzoncillos que revelaban lo que tenían debajo.
Ella se rió por lo bajo. Mientras se levantó de su sitio me miró a los ojos y luego fijó su vista en la entrepierna, mientras abría la boca levemente y se humedecía los labios con la lengua... yo por mi parte le miraba las tetas. Pasó un momento que lo único que hacíamos era mirar lo más relevante del sexo opuesto, hasta que ella me miró a los ojos otra vez y me dijo « Métemela ».
Empezamos a besarnos y a tocarnos. Metió su mano bajo los calzoncillos tras haberme desabrochado el pantalón, y yo por mi parte le acariciaba con la boca los pechos y con la mano el culo. Por primera vez en mi vida, toqué un coño ¡estaba mojado! Estaba claro que se había excitado mirándome la polla, que por cierto ahora noté que me la estaba chupando tímidamente. Sin darnos cuenta, nos habíamos desnudado como fruto de la excitación... mis dieciocho centímetros la esperaban ansiosamente y ella estaba dispuesta sólo para mí.
Recordé las mil y una veces que me había masturbado pensando en ella, las posiciones que había creado en la fantasía y los gemidos que había imaginado. ¡Ahora era la oportunidad perfecta para que mis fantasías eróticas fueran realidad! Estabamos los dos tan cachondos que haríamos cualquier cosa.
Me dijo que quería montar a caballo sobre mi « cipote », así que yo me estiré sobre la hierba que me había visto dormir y ella se sentó encima de mí permitiendo que la penetrara. Comenzamos a movernos rítmicamente disfrutando de todo aquello y de pronto nos dimos cuenta de algo: no decíamos ni mu. Le dije que porqué estábamos tan callados si nadie nos iba a ver o escuchar, y ella me contestó que era verdad. Así que volvimos a la carga con más fuerza que nunca y gimiendo de una forma que hubiera provocado aludes. No recuerdo haber gritado tanto nunca.
De golpe, Sandra se levantó. Chorreaba jugo vaginal de entre sus piernas y noté como mi pene quería más, así que empecé a masturbarme mientras veía como se puso boca abajo apoyándose en el suelo con las manos y las rodillas y me dijo que se la metiera por atrás. Acerté de lleno en el agujero de su coño y seguí moviéndome ahí dentro. Ahora tuve la oportunidad de acariciar su clítoris y hacerla tener un orgasmo, a lo que siguieron una serie de espasmos y un exuberante aumento de sus gemidos de placer. Yo noté que iba a eyacular dentro de poco y le grité « ya me viene, ya me viene ». En el último momento ella se separó de mí y me dijo que todavía era demasiado pronto, que quería más.
Me miré el pene, y lo vi tan mojado que parecía que ya me había corrido... pero detuve el impulso que me forzaba a cogérmelo y masturbarme para pensar como ella: mejor disfrutar un rato más. Le dije que me molaba mucho, y ella me contestó que yo también le molaba a ella. Nos contamos nuestras intimidades, y descubrí que ella también se masturbaba pensando en mí. Ni los cinco minutos que pasamos hablando y poniéndonos todavía más cachondos con nuestras confesiones no fueron suficientes para que se me arrugara... « Yo ya no aguanto más », le dije. Así que ella se estiró sobre el suelo y se abrió de patas enseñándome un coño todavía lleno de jugo.
No lo pude evitar: se lo chupé. Tantas veces lo había visto en las pelis porno que no me resistí. Le metí la lengua en la vagina, tragué su dulce substancia, acaricié con los dedos todo su aparato genital... y ella me imitó a su turno chupándome el pene otra vez. ¡No recuerdo haberlo tenido tan duro jamás!. Me acarició los cojones y me dijo que tenía una polla muy peluda. De nuevo me chupó el pene... ¡¡Socorro!! ¡¡Casi me corrí en su boca!!. Tuve que sacarlo de ahí tan rápido como pude, y a pesar del inmenso esfuerzo que hice por no correrme en la hierba noté como una minúscula cantidad de semen escapaba de mi órgano viril.
Ella se tumbó sobre mí, sin permitir que se la metiera, para empezar a besarme por todo el cuerpo. Yo le acaricié con la lengua los pezones y nos hicimos un beso francés por primera vez (sí, es que hasta entonces no nos lo habíamos dado). Entonces, se separó un poco de mí. Se levantó, se miró las tetas, y luego miró mi polla... « ¿Qué vas a hacer? », le pregunté. Me respondió con la mirada: iba a hacerme algo definitivo. Y lo hizo. ¡Ni en mis más calientes fantasías había imaginado lo que iba a hacerme! Se separó un poco las tetas, en la rajita que quedaba entre las dos alojó mi pene, y volvió a dejarse las tetas en su sitio. Empezó a moverse de forma que noté como me estaba masturbando...
Yo gemía y gritaba de gusto. Le dije de todo, que me ponía cachondo, que la quería... de repente, noté cómo estaba a punto de correrme ahí, entre sus tetas. Le dije que ya me venía, que estaba a punto... justo en el momento en que noté como el semen empezaba a subir por mi miembro erecto paró en seco y se sonrió otra vez con esa sonrisa suya tan excitante. Otra vez tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para evitar el orgasmo fuera de lugar. Le dije que ya no podía aguantar más, que ahora sí que no sería capaz de estar un momento sin correrme... y ella me respondió agarrándome la polla para masturbarme. Agitó la mano con el que lo cogía arriba y abajo a gran velocidad, mientras que con la otra mano apretaba levemente la parte inferior del conducto del semen que hay en la parte posterior del pene. Aguantar tanto gusto era superior a mis fuerzas, por lo que acabé por correrme llenando todos los alrededores de semen caliente.
Fue el mejor orgasmo de mi vida. Vi como el semen no era viscoso, sino casi líquido... sin duda, a causa de la gran cantidad de veces que había ido atrás y adelante en su camino. Estaba lleno de burbujitas. ¡Pero no había sido dentro de su coño! Eso me frustró un poco. Mientras se me arrugaba se lo dije, y ella me dijo que por qué no. Yo le expliqué que después de correrme ya no se me ponía dura hasta un par de horas más tarde y que me sabía mal no poder seguir. « Pues yo quiero seguir », me contestó. Cuando el tamaño de mi miembro era menos de la mitad de lo que había sido hasta hacía unos momentos, me lo volvió a coger y lo restregó por su húmeda vagina. Comenzó a masturbarme otra vez y a metérsela en la boca, mientras yo veía (y notaba) como se me volvía a empinar más y más... nunca me había pasado.
Noté una especie de fuego que me corría por dentro de la polla, pero la sensación se me pasó cuando se la volví a meter. Ella se tumbó en el suelo y yo encima. Comenzamos a follar todavía más apasionadamente que antes. ¡Los gemidos debían escucharse desde el hotel!. Noté como su vagina seguía segregando jugo porque se me estaban mojando todos los pelos de la entrepierna, y yo no sabía como iba a terminar aquello. ¡Estaba pasando algo increíble! ¡Me iba a correr otra vez! Vi como ella también iba a tener otro orgasmo porque se estaba poniendo más y más cachonda. Hasta tal punto que sacó sus piernas de debajo de mi y las cerró por encima de mí, de forma que casi estábamos encajados.
No puedo mentir: me corrí enseguida del gustazo que me estaba pegando. Chillé de tal forma que un grillo que hasta entonces no se había callado se cayó. Cuando tuve el orgasmo me quedé paralizado y ella también, disfrutando del momento. El primero en reaccionar fui yo, cuando caí en la cuenta que mi miembro se había arrugado metido en su coñito jugoso. Le dije que la quería, y ella me contestó lo mismo.
La miré. Estábamos los dos con la boca seca y el cuerpo sudado, empapado mejor dicho. Nos volvimos a vestir entre besos, arrumacos, palabras de amor y noche (porque había oscurecido ya). Regresamos al hotel los dos juntos y antes de separarnos para ir a nuestras habitaciones caímos en la cuenta de que yo no me había puesto condón para hacerlo... ¡vaya faena!
-Da igual ? dijo ella -. Traigo pídoras.