Un sin fin de sorpresas
José: Mi mujer y yo queremos contar una historia que ha dado un vuelco a nuestra vida. No queremos que os perdáis ni un detalle, así que hemos escrito alternativamente para que disfrutéis de la experiencia de los dos. Yo me llamo José y mi mujer Consuelo, aunque todos la llamamos Chelo.
Chelo: José y yo llevamos tres años casados y mantenemos el matrimonio bastante bien sin la ayuda de hijos. Y aún somos jóvenes. Yo tengo 30 y él 32, así que mucho nos queda por disfrutar. De todos modos, en la cama era ya todo bastante regular, con un par de posturas, uno arriba y el otro abajo. Pero a mí ya me iba bien.
José: Chelo es bastante tímida. Curiosamente, la culpa la tienen sus pechos. Siempre han despertado la atención (por grandes), y en el instituto era la típica tetuda por la que babean todos los tíos. Eso la hizo durante mucho tiempo vestirse con ropas holgadas para disimular el pecho, y nunca ha hecho top-less en la playa.
Chelo: Una vez hice, antes de conocer a José, y me empezaron a mirar padres de familia que iban con sus hijos a la playa, y sus mujeres mirando de reojo, tanto al marido como a mí. Y tampoco había para tanto, porque hay más mujeres que usan una 110.
José: Bueno. Cuando empezamos a acostarnos juntos ella quería hacerlo siempre con la luz apagada, para que no la viera, pero poco a poco conseguí que se desinhibiera y empecé a sondear a ver si algún día me haría un strip-tease. Pero siempre me dijo que no, nunca quiso. Fíjate, se lo pedí incluso en la noche de bodas, y se enfadó.
Chelo: Parecía que era lo único que quería, y que se había casado conmigo sólo por eso. El tiempo fue pasando, nos acostumbramos a hacerlo siempre de la misma manera, o casi, siempre los sábados por la noche después de salir. Hasta que un día, hace dos meses, me dijo que necesitaba cambiar un poco, introducir algo nuevo en nuestras relaciones, porque notaba que la rutina era ya más fuerte que la pasión. Al principio yo no entendía a qué se refería. Me dijo entonces que había clubs liberales, sitios donde se podía conocer a gente e intercambiar experiencias.
José: Eso de intercambiar experiencias no le gustó. Se puso como una moto. Se pasó tres días sin hablarme, y no me tocó en una semana. Cuando ya parecía que las aguas volvían a su cauce le pedí perdón, le dije que quizás esperaba demasiado de ella, que no tenía derecho a pedirle tanto, y que no se ofendiera. Ella puso también de su parte, aceptó que había sido muy recatada en muchas ocasiones, que había dicho que no a muchas cosas que a mi me apetecían.
Chelo: Y muchas veces lo hice por miedo, por desconocimiento. Cuando nos reconciliamos, tras un besazo que ya me puso caliente, me pidió que le hiciera un strip-tease, que siempre se había quedado con las ganas. No pude decir que no, así que lo intenté.
José: ¡Pobre! ¡Ja, ja! No pensó en poner música, de modo que se puso a moverse casi sin ritmo, balanceando las caderas, pero con poca gracia, sin estilo, de modo que aquello era un quiero y no puedo. Se detuvo y dijo "Lo siento". Yo le contesté que no se preocupara y ella contestó que nunca había visto ninguno, que de hecho jamás había estado en un local de strip-tease, y que siempre que veía alguno por televisión o en alguna película pensaba que era todo trucado, que las imágenes venían montadas.
Chelo: Como el de "7 semanas y media". Nadie se lo puede creer. Está rodado a trozos y montado. José dijo entonces que podíamos ir una noche a un local de strip-tease, en Lloret, donde pasamos siempre la primera quincena de agosto, así no nos vería nadie de Barcelona, por si me preocupaba que alguien de su familia o del trabajo me viera entrar o salir de un sitio así.
José: ¡Y aceptó! No me lo podía creer. Supongo que era gracias a la charla anterior, en la que ella dijo que efectivamente había dicho que no a muchas cosas. ¡Y ahora dijo que sí! Sólo pensarlo me excitó un montón. Echamos dos polvos, lo cual en nosotros ya no era muy frecuente.
Chelo: Y llegó el día. Hacía dos días que habíamos llegado a Lloret y él me comentó que, si me parecía bien, podíamos cenar fuera e ir al club de strip-tease, a ver qué tal. Me puse algo nerviosa, claro, pero accedí.
José: Después de la cena fuimos al local. Era muy americano, imitando el de la película Striptease, con una pasarela que se metía hasta el centro de la sala y sillas alrededor, con un par de barras verticales, una en el extremo de la pasarela y otra justo a la salida del cortinaje del fondo, que hacía de telón. Nos sentamos un poco apartados, no quería que un montón de hombres vieran a Chelo a primera fila. Al instante apareció una camarera, vestida en plan vaquero, con un pantalón corto tejano muy ajustado y una camisa anudada por debajo de las tetas. Yo me pedí un whisky, pero Chelo no pidió nada, lo que me dio a entender que muchas ganas de marcha no tenía. Al punto de tener mi copa salió del cortinaje una chica disfrazada de enfermera. Miré a Chelo y por la cara que puso no le gustó. La stripper iba vestida con una batita muy corta que le dejaba ver las braguitas, con liguero y medias también blancas, y tenía los pechos subidos y apretados por el sujetador. Llevaba un sombrerito blanco que fue lo primero que se quitó. Cuando se quitó la batita apareció pintada en sus braguitas una cruz roja. Y en eso que oigo a Chelo: "Dios, qué cutre. ¿Y esto te gusta?" Ahora la chica estaba de espaldas, con las piernas abiertas y el torso inclinado hacia delante, agarrándose a la parte posterior de las rodillas y enseñando el culito. La verdad es que estaba de muerte y me la estaba poniendo muy dura. Algo mosqueado por el comentario de Chelo, le contesté algo seco: "Pues sí, y mira como me ha puesto", y le señalé el paquete. Y se enfadó. Cogió el bolso y se marchó. Y no fui detrás de ella, estaba harto de aguantarme tantas cosas, de hacer siempre lo que quería ella... y un día que ella acepta hacer algo así, resulta que no aguanta ni cinco minutos. En aquellos momentos, con un whisky en la mano y viendo a una enfermera desnudarse pensé seriamente en olvidarme de ella y pensar en disfrutar de las cosas buenas que tiene la vida.
Chelo: Yo me quedé un rato fuera a ver qué hacía.
José: La enfermera terminó y me planteé por un momento de largarme, de irme a otro sitio, a beber o a lo que fuera, porque la verdad sí que era algo cutre todo aquello. Decidí echarle el ojo a la camarera mientras apuraba el whisky. Entonces empezó el número siguiente. Del fondo del cortinaje apareció una pierna vestida con una media negra y un zapato de tacón que se movía sensualmente al ritmo de una canción de cuando era joven, "Like a virgin" de Madonna, y pensé: "Mira que bien", aunque la verdad no pegaba ni con cola para ser música de strip-tease. De repente, la chica abrió la cortina de golpe... ¡y era Chelo!
Chelo: Sí, ahí estaba yo, dándole la que, creo, es hasta ahora la mayor y mejor sorpresa de su vida. Estaba todo preparado, aunque él no lo sabía. Los últimos días antes de las vacaciones me había pasado por algún club (sola no, con una amiga) para ver cómo hacían los bailes, y al llegar a Lloret, aprovechando que iba de compras, busqué el club de strip-tease y hablé con el dueño para que me dejara hacer el número. Puso algunos reparos, porque no era profesional, pero le convencí diciendo que a los hombres seguro que les gustaba más ver a una aficionada. Así que, una vez acordado, aquel día me encargué de mostrarle a José toda la desilusión del mundo y me fui lo bastante enfadada para que no me siguiera (sabe que si me enfado mucho lo mejor es dejarme en paz).
José: Me quedé perplejo. Justo al abrir la cortina el dueño del local la presentó con su nombre, y dijo que era aficionada y que su marido se encontraba en la sala, y que aquello era un regalo que ella le hacía. ¡Qué bochorno! Un montón de tíos se levantaron, se giraron hacia mí y aplaudieron, al tiempo que todos clavaron sus ojos en mi mujer. Como yo. Imbécil de mí, no me había fijado en cómo se había arreglado, ni en lo buena que estaba. Se había puesto una faldita negra abierta, como las medias, no muy corta pero por encima de la rodilla, con una blusa azul cielo sin mangas y con muchos botoncitos de abajo hasta casi el cuello, de modo que los pechos le quedaban bien sujetos y prietos.
Chelo: Él ni se enteró. Durante la cena no dijo nada de cómo iba vestida, y eso que hacía tiempo (casi nunca) que no me ponía tan sexy. Ni le extrañó que me pusiera medias en agosto.
José: Y en esto que empezó el espectáculo. La canción es bastante movida, de modo que ella no paró ni un momento. Empezó poniéndose las manos en la nuca y moviéndose el pelo, a la vez que iba meneando las caderas de un lado al otro. Se puso de espaldas al público y empezó a mover el culo. ¡Qué redondo lo tenía! Creo que nunca lo había visto tan bonito. Iba moviendo las piernas mirándolo de reojo con un dedo en los labios como pidiendo silencio y sonriendo, y con la otra mano se tocaba las caderas, hasta que de repente, coincidiendo con la frase "Like a virgin" de la canción, se desabrochó la faldita y empezó a jugar con ella, escondiendo el culito detrás de lo que era un rectángulo de ropa negra, moviéndolo y enseñándolo un poquito, pasando de izquierda a derecha la ropa justo por debajo de las nalgas para que le viéramos por fin las braguitas. Llevaba un tanga negro pequeñísimo, casi nada, que le tapaba justo la rajita y nada más. Y entonces abrió por fin las piernas, se agarró a la barra vertical que había al lado de las cortinas y la fue lamiendo poco a poco, bajando hasta que se quedó de rodillas. Y finalmente, con una mano en la barra y la otra libre, todos pudimos ver como se la metía por delante dentro del tanga. Eché un vistazo al local. Todos estaban babeando por mi mujer, y yo tenía el rabo a tope.
Chelo: La verdad es que al salir al escenario casi me doy un tortazo contra la barra, por culpa del foco. No veía nada hasta que me acostumbré a tener la luz justo en los ojos. Cuando el dueño me presentó señalé a José para que todos vieran quién era. Y empecé. No sabía muy bien por dónde, la verdad, pero me dejé llevar, supongo que fue lo mejor que podía hacer. Mi idea era quitarme la faldita y la blusa, y nada más, y quedarme en ropa interior. Creo que el tocarme la nuca me puse a tono, aunque lo que más me gustaba era saber que me estaban mirando. Me sentía diferente. Supongo que las otras veces, en la playa y tal, no quería que me vieran. Pero esta vez sí. Y en el fondo le quería dar una lección a mi marido. Si quería un strip-tease, lo tendría de verdad. El momento clave fue cuando me desabroché la falda. Me esperé al estribillo, a la frase de la canción, y cuando llegué dije "ahora o nunca" y la abrí. Sólo llevaba un botoncito, de modo que no me costó nada (no como con cremallera y falda cerrada), y me quedé con el pedazo de ropa en las manos y tapándome aún el trasero para hacerme la coqueta. Empecé a moverme y a mover la tela, hasta que al final la solté. A partir de entonces creo que no fui la misma. Me puse muy caliente de golpe, necesitaba tocarme el chochito, meterme el dedo en la almeja y comprobar lo húmeda que iba. ¡Estaba chorreando! Ellos no vieron como me metía el dedo, porque la braguita tapaba un poquito, pero entró suave, casi si apretar, y me entraron ganas de lamérmelo. Así que me giré al público y lo hice.
José: Se puso de cuclillas apoyada de espaldas en la barra, con las piernas abiertas, con toda la braguita metida en la raja que casi se la tragaba, y empieza a chuparse el dedo que se había metido en el coño. Aquello fue la leche. Con la otra mano se fue a las tetas. Se le habían puesto los pezones como almendras.
Chelo: Vi que el tanga dejaba ver mucho y me tapé con las dos manos, con una sonrisa picarona de quien se hace de rogar. Me levanté y continué bailando, ahora sí fuera de mí misma. Avancé por la pasarela hasta la otra barra y allí me la metí entre las piernas y empecé a subir arriba y abajo, sin parar. Notaba como la barra me frotaba el clítoris, y creo que empecé a gemir. No veía nada, ni el público ni nada, y solo quería correrme.
José: La gente del local estaba alucinando. Todos miraban, incluso las camareras.
Chelo: Tenía que parar un poco. ¡Sólo me había quitado la falda y ya estaba a tope! Decidí obsequiar a un cliente, uno de primera fila. Me tumbé de espaldas delante de él, de modo que tenía mis piernas casi a un palmo de su vista. Mientras le hacía juegos con las piernas (las tenía abiertas e iba juntándolas a la altura de las rodillas) me iba desabrochando la blusa. Cuando hube terminado me levanté para que todos vieran mi sujetador, negro, y dejé caer la blusa a mis pies. Ya iba sólo en ropa interior. Justo entonces me di cuenta de que el cliente me había metido un billete de 20 euros en la media izquierda. Aquello me gustó y me dio más ideas.
José: La vi tumbarse delante de aquel tío. No sabía qué hacer, si disfrutar o hacerme el marido celoso, lo que, a esas alturas, tenía muy poco sentido. Vi como prácticamente le podía tocar el chocho, meterle el dedo chupárselo, da igual, estaba lo bastante cerca como para hacerle de todo. Al menos lo único que hizo fue meterle 20 euros.
Chelo: Creo que dejar ver mis pechos con sujetador fue definitivo. Oí más de un comentario de exclamación. El sostén me iba pequeño adrede, y me subía y centraba las tetas, me las ponía redondas como sandías. Empecé a mover el torso para que las tetas se me balancearan y pensé en los 20 euros de antes. Se me ocurrió arrodillarme delante de otro cliente para que me metiera un billete en el sujetador, ¡y lo hizo! Aquello me dio una nueva sensación, de poder, de hacer lo que me diera la gana, de tener a todos aquellos hombres a mis pies. Entonces fui gateando por toda la primer fila. El primero en meterme billete aprovechó para tocarme el culo cuando me alejé, pero me daba igual. Ya había otro que me metía un billete entre las tetas, y éste aprovechó para tocarlas un poquito: "Venga, putita, a ver cuando te lo quitas", me dijo. Y le contesté: "Ahora verás, cabrón". Me cogí el broche, que estaba delante, y me lo abrí de golpe. Le ofrecí mis tetas delante de la cara y empecé a balancearlas de un lado para otro. "A ver si logras agarrarlas, cerdo", le dije. Él alzó las manos, para cogerlas, pero yo las iba moviendo, y más bien era yo quien le golpeaba a él. ¡Ja, ja!
José: Chelo tiene unos pechos enormes y preciosos. Cuando se levantó y se separó del tío que quería sobarla, empezó a acariciarse todo el cuerpo, sobretodo las tetas. Se las subía y bajaba alternativamente, ahora una ahora la otra, y hasta llegó a lamerse un pezón. Nunca se lo había vista hacer antes. Entonces se agarró a la barra y se puso a girar a su alrededor.
Chelo: Me estaba divirtiendo mucho. Quería que me tocaran, que me metieran mano, que me follaran todos. No sé, me puse como loca. No me di cuenta y la canción había terminado, pero yo seguía y nadie decía que debía bajar. Así que continué. El local estaba en silencio y yo no podía parar. Pensé que aquello había que terminarlo a lo grande y pedí a un cliente que me subiera una silla. La puse en el extremo de la pasarela, donde se habían agolpado todos los hombres menos José, que seguía petrificado al fondo de la sala. Puse una pierna en la silla y cuidadosamente me quité una media. La tiré al público, lo que todos jalearon. Hice lo mismo con la otra. Entonces me acerqué al límite de la pasarela y me quité el tanga, desabrochándolo de los lados, de modo que cayó de golpe. Todos vieron que iba sin un solo pelo. Abrí las piernas y no costó nada ver todo mi chochito abierto y rasurado, con los labios dilatados y el clítoris erecto, grande como una perla. Me acerqué a uno de los tíos y le quité la cerveza que tenía en la mano. Estaba completamente en pelotas delante de unos 20 hombres que me miraban como vaciaba la botella. No me la terminé. Decidí hacerlo poco a poco, pero sentada en la silla, con la botella en la mano izquierda, y en la derecha mi chochito húmedo, caliente, abierto tanto que ya no podía más. La luz del foco me cegaba. Cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y empecé a masturbarme. Primero me acaricié los labios con los dedos, me froté un poco el clítoris y empecé a gemir. Me puse como una loca. Entonces decidí acabar con la botella, y, una vez vacía, acercármela al coño para penetrarlo.
José: No podía creerlo. Cuando terminó la música y vi que ella no bajaba y que todo el mundo quería que continuase me di cuenta que aquello no era un juego, que algo había cambiado ya para siempre entre nosotros. Se estaba exhibiendo ya más allá de lo que ambos podíamos imaginar. Y la verdad es que me gustaba verlo, ver cómo veinte tíos se la querían tirar.
Chelo: Finalmente me acerqué la botella al chocho. Metí el clítoris por la obertura y empecé amoverlo. ¡Dios, qué gusto me daba! Se me había puesto duro como una piedra, y cada vez que lo acariciaba con el borde de la botella me pegaba un escalofrío por todo el cuerpo. Me la acerqué ahora a la boca, la llené de saliva y a continuación me la metí por fin en el agujerito. Nunca había tenido tantas ganas de llenarme el coño. Con la mano izquierda fui apretando hasta meter todo el cuello de la botella, y con la derecha me fui tocando el clítoris. Me corrí como una loca, gimiendo como nunca, o gritando, no lo sé, con una botella en el coño y un placer total. Abrí los ojos y todos los hombres aplaudieron. Estaba algo avergonzada, porque me había pasado la excitación, pero me puse a sonreír y a hacer reverencias al público, como al final de una obra de teatro. Entonces me giré y fui recogiendo la ropa de la pasarela.
José: Yo no podía moverme. Vi como ella se vestía, delante de todos sin ningún rubor, y como bajaba de la pasarela y recibía las felicitaciones de todos. Más de uno le dio dos besos (con un buen achuchón) e incluso uno de Zaragoza le dio una tarjeta. Al llegar hasta mí, me dijo: "¿Qué, nos vamos?".
Chelo: La verdad es que cuando lo planeé todo no pensaba llegar tan lejos, ni mucho menos. Sobretodo no quería enseñar las tetas. Pero al final todo fue distinto, ¡y mucho mejor! Si tenemos otro rato os contaremos cómo terminamos la noche (en nuestro apartamento hice de nuevo cosas que nunca antes había hecho) y en qué más ha cambiado nuestra vida. Sólo os digo que también José ha hecho cosas que antes ni imaginaba. ¡Ja, ja!.
José: Bueno, bueno. Ya veremos.
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