La historia que os vamos a contar es totalmente real, y nos hemos decidido a contarla ya que ello nos hace revivir la situación y los gratos recuerdos que nos provoca. Nunca antes habíamos contado esta “aventurilla” a nadie, y ahora, el hecho de hacerla pública (aunque manteniendo nuestra intimidad) nos provoca cierto cosquilleo.
Somos una pareja de 32 años Laura y 33 Carlos. Llevamos juntos algunos años y somos felices y cómplices en nuestra relación. Hace unos tres años, después de mucho pensarlo y buscar el lugar adecuado, decidimos ir a una playa nudista. Tenemos que reconocer, que nos producía una sensación extraña el pensar en estar desnudos delante de otra gente desconocida.
Finalmente, nos armamos de valor y fuimos a una playa de la costa catalana. La playa era bonita, limpia, con agua transparente, y sin mucha aglomeración de gente. Al principio no sabíamos donde ponernos para sentirnos lo más a gusto posible, y aunque la decisión era difícil, finalmente encontramos un sitio tranquilo. Empezamos a quitarnos la ropa entre sonrisas, miradas (medio picaras, medio tierra trágame), ¿me lo quito todo? ¿Cómo hemos sido capaces de venir? ... Al final, entre un mar de dudas, por fin, nos desnudamos. Intentamos relajarnos, disfrutar de la situación, contener algunos impulsos físicos, tomar el sol, ponernos crema, caricias escondidas, juegos en el agua (lo cual nos encantó)... Teníamos una mezcla de vergüenza, liberación, relax, calor agradable, exhibicionismo, morbo... que hizo de todo ello una experiencia agradable y gratificante.
Poco a poco, y superando los frenos iniciales, hemos ido más veces a dicha playa y otras, y hemos aprendido a valorar el gran placer que produce el disfrutar de la naturaleza completamente desnudos. Pero, aparte de esta agradable situación, tenemos que reconocer (si, lo reconocemos) que en muchas ocasiones hemos sentido morbo y excitación al mirar a la otra gente de la playa (parejas, chicas, chicos), al ser vistos, al pasear desnudos, al ponernos crema, jugar... lo cual ha hecho que algunas veces hayamos tenido que entrar al agua y masturbarnos o tener sexo entre nosotros o ir al coche para calmar todos nuestros calores veraniegos.
Hace dos veranos, en una cálida tarde de un mes de septiembre, fuimos a una playa de la costa levantina, que es grande, apartada de urbanizaciones y bastante tranquila. Pusimos nuestra sombrilla y toallas en un punto con pocos mirones cerca (cosa que todos sabemos que es difícil) y nos dedicamos a “disfrutar” del placer de la tranquilidad, el mar y “todo lo demás”. Al cabo de un rato de estar allí, apareció una pareja joven (alrededor de los 28 / 29 años) que colocó su sobrilla y toallas cerca de nosotros (+/- 20 mtros.) Eran agradables físicamente, los dos iban totalmente rasurados y estaban morenos (sin marcas, claro). Dicha pareja se puso a jugar a las palas cerca de nosotros, con lo que casi sin quererlo nos convertimos en espectadores de un partido con los jugadores muy ligeros de ropa. De vez en cuando, a la chica, que estaba de espaldas a nosotros, se le colaba alguna bola y esta acababa por caer cerca de nosotros. Ella venia a buscarla, nosotros disfrutábamos de mirarla, de ver como se agachaba,... y ella, aunque tímidamente, también nos echaba una miradita a los dos. Poco a poco nos dimos cuenta que ella fallaba muchas pelotas y todo era debido a que su pareja se las tiraba difíciles a propósito, para continuar el juego de mirarme, os miro, me agacho,... es decir, una situación divertida, como un juego espontáneo en el que los cuatro participantes lo estábamos pasando bien.
Una vez la partida acabó (menos mal porque ya nos estábamos poniendo todos nerviosos), la otra pareja se tumbo en sus toallas. Intercambiamos alguna mirada, alguna sonrisa y nada más. Poco a poco, la playa fue quedándose con poca gente, hasta que la gente que quedaba estaba algo separada de nosotros. Parece ser que los cuatro nos dimos cuenta de la situación, y sin darnos cuenta, Laura y yo nos empezamos a besar y acariciar con frenesí. Al mirar a nuestros vecinos, para sorpresa nuestra, estaban haciendo lo mismo, lo cual nos animó a seguir. Nosotros nos tocamos y acariciamos sin ningún reparo, dando rienda suelta a nuestros instintos que en ese momento no eran otros que los de darnos placer. Mientras nos tocábamos y besábamos, Laura me dijo que tenia ganas de comérmela, lo cual, nos excito a los dos. Poco a poco, sus labios fueron recorriendo mi cuerpo hasta que llego a mi polla que ya estaba a mil por hora. Primero me besó los huevos y lamió todo mi aparato, hasta que le pedí por favor que se la pusiera dentro de la boca. Cuando lo hizo, los dos nos estremecimos de placer (yo estaba tocándole su húmedo coñito sin parar).
En ese momento, Laura estaba de espaldas a la otra pareja, la otra chica estaba igualmente de espaldas a nosotros, y también comiéndosela a su pareja. Los chicos nos veíamos la cara y en el momento en que nos la estaban comiendo, a los dos se nos escapo una sonrisa. Laura se dio cuenta de ello y me dijo que ella también quería reírse un poco, y con cara de vicio me dijo que le comiese su cosita. Cambiamos de posición y empecé a besarla por los muslos para poco a poco acercarme a donde ella quería. Ella se estremecía de placer y quiso ver la cara que hacia el otro chico al verla de esa manera. Esto aun nos puso más a tono y no podíamos parar. Laura gemía y se retorcía de placer, y yo disfrutaba de una situación morbosa que nunca antes habíamos vivido.
Finalmente, la otra chica no quiso pasar de lo que estaba haciendo y todo acabo. Poco a poco nos tranquilizamos, los cuatro nos vestimos, nos miramos, reímos, y cada uno se fue por su lado. Cuando llegamos a nuestro coche, terminamos lo que habíamos empezado y nos relajamos.
Esta fue una experiencia que nos gusta recordar y que no hemos vuelvo a disfrutar.
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Besos de Laura y Carlos.