La amante de mi esposo

Autor: Anónimo | 08-Feb

Voyerismo
Disfruto mucho poder verte sin que tú lo sepas, me resulta placentero hasta mojarme, gozo enormidades tus piernas abiertas, pero desearía de mi mente borrarte. Es que aún tan cerca es imposible tocarte, que en ocasiones sólo quisiera olvidarte.

Que eres la amante de mi marido es algo de lo que tengo conocimiento ya desde hace bastante tiempo, prácticamente desde que todo comenzó. También se que las cosas no suceden precisamente por un atractivo sexual, al menos no de tu parte. Sé que a pesar de ir en contra de tus principios aceptas acostarse con él para no perder tu empleo, para no ver cumplidas esas amenazas que te tienen completamente atemorizada e incapaz de reaccionar, esas amenazas que mi esposo te susurra al oído con tanta dulzura. Sé que existe la posibilidad de que no seas la primera mujer con quien mi cónyuge vive una aventura a mis espaldas, pero si la primera con quien lo descubro en el acto, y lejos de molestarme, esa infidelidad me resulta placentera. Gracias a su incontrolable gusto por el sexo extramarital he logrado satisfacer un poco mis deseos más escondidos y prohibidos, verte a ti, desnuda ante mis ojos.

Linda es tu nombre, no podrías llamarte de otra forma, no siendo la dueña de la belleza femenina más espectacular por la que he mojado mis bragas, no siendo la poseedora de esos tristes y cautivantes ojos verdes. Trabajas como secretaria particular de Jacinto, mi marido, en parte gracias a mí. Yo tuve mucho que ver en que resultaras la elegida para ocupar tan competido puesto, yo fui la que emitió el voto final y decisivo. Quizá varias de las otras candidatas tenían capacidades y antecedentes que las convertían en mejores propuestas, pero ninguna de ellas era tan hermosa como tú. En ocasiones me arrepiento de mi decisión al pensar en el infierno que debes sentir por dentro cada vez que mi esposo te penetra o cada que escuchas una de sus advertencias, como él las llama, pero luego recuerdo la primera vez que pude verte en persona y mi egoísmo gana terreno sobre mi conciencia.

Fue una mañana que desperté llena de una extraña alegría por algún motivo que ni yo misma podía entender, ahora pienso que fue un presentimiento avisándome de lo que podía venir. Como es costumbre, Jacinto y yo habíamos discutido la noche anterior por alguna irrelevante razón, la cual olvidamos a los cinco minutos de haber iniciado una serie de insultos uno en contra del otro, quería hacer las pases invitándolo a desayunar. Me vestí y maquillé como en la época en que éramos novios y salí de mi casa con un optimismo que desconocía. Durante todo el camino hacia su oficina, por más que trataba de disimularla para no parecer una loca o una estúpida, tenía una sonrisa de oreja a oreja. Me bajé del auto sin olvidarme de ella y subí al cuarto piso donde el cubículo de mi esposo se encuentra, donde me topé con tigo.

Estabas de espaldas y no te percataste de mi presencia, por lo que aproveché para devorarte con los ojos, para deleitarme con tu aroma que se transformó desde ese instante en mi favorito. Calzabas unas zapatillas negras que parecían nuevas y ocultaban a mi vista la apariencia de tus pies, los cuales imaginé delgados y con dedos perfectamente alineados y cuidados, con olor a rosas. Tus piernas, bajo la fina tela de las medias que las cubrían parecían dos caminos que conducían a la perdición, fuertes, largas, blancas y torneadas por expertos. El lugar al que conducían no se quedaba atrás, escondido dentro la diminuta longitud de tu falda estaba un par de nalgas dignas de una diosa, firmes, redondas, de un tamaño adecuadamente rico, me soñé durmiendo entre ellas y sólo la brevedad de tu cintura me despertó para seguir mi viaje por tu espalda hasta llegar a su cabellera rubia que iluminaba el lugar más que cualquier lámpara en el techo. Sin duda eras preciosa, y me tenías hipnotizada, ya podía sentir el calor dirigiéndose a mi entrepierna, escapando por cada poro delatando mi gran excitación. Mi sentido común me decía que era suficiente, que en cualquier momento podrías dar la vuelta y atraparme desnudándote en mi mente pero no le presté atención, continué mirándote de arriba a abajo aún más caliente por la posibilidad de ser descubierta, lo que finalmente sucedió causándome una vergüenza enorme que se proyecto en el rubor que adquirieron mis mejillas.

No sé si en verdad no te diste cuenta de que te observaba de esa manera tan lasciva, o el detalle te apenó a ti tanto como a mí, y quisiste no hacer comentario o gesto alguno al respecto, pero me saludaste con una sonrisa preguntándome el motivo de mi visita. Cuando supiste que era la mujer de tu jefe la que tenías enfrente te desviviste en atenciones y cumplidos hacia mi persona y me suplicaste esperara un poco, mi marido estaba en una junta y no podía atenderme en ese momento. No encontré inconveniente alguno en esperar, de hecho lo hice con mucho gusto, con el gusto que me provocaba poder seguir mirando tu incomparable e insultante belleza.

Me senté en el sofá frente a tu escritorio y tú detrás de éste a continuar con tu trabajo. Ambas permanecíamos calladas y concentradas en nuestras respectivas tareas, tú terminando los reportes que debías entregar al finalizar tu jornada y yo contemplando ahora tus atributos delanteros. El escritorio era de esos que permiten ver las piernas de quien se encuentra sentado al otro lado, por lo que tuve un panorama completo de las tuyas. Pegadas una a la otra, acariciándose para mí, dejando un pequeño vacío entre ellas y la falda, un vacío que me hacía pensar no había otra prenda cubriendo lo que dentro de él había. Imaginaba que me introducía por ese pequeño orificio y me encontraba con una concha húmeda y tibia que saboreaba con mi lengua regalándole a su portadora, a ti, segundos de placer. Mantuve mi vista fija en ese lugar por un largo tiempo y sólo pude levantarla al notar el generoso escote de tu blusa, por el cual casi se desbordaban esos prominentes pechos ante la posición inclinada de tu cuerpo, mi linda secretaria. Me entretuve otros minutos más con ellos hasta que la junta terminó y Jacinto y yo nos fuimos a desayunar. Te despediste muy amablemente de mí, llegué a pensar que parte del espectáculo que acababa de presenciar fue un regalo de tu parte, pero no quise hacerme ilusiones.

A partir de esa mañana las visitas a la oficina de mi marido se volvieron más frecuentes, pero siempre terminaba excitada e insatisfecha, necesitaba algo más. Fue entonces cuando me enteré que tú y mi esposo mantenían una relación. La manera en que descubrí la infidelidad de Jacinto no tiene caso revelarla, lo importante es lo que decidí hacer después. Entre otras tantas cosas, sabía que una de las fantasías de mi cónyuge era tener sexo arriba de la misma cama en la que yo dormía, por lo que mi imaginación educada a base de novelas de policías y cintas de espías elaboró un plan que resultaría en una fuente de placer. Coloqué en un sitio que reuniera tanto discreción como buen ángulo, una cámara para grabar los encuentros de la supuestamente secreta pareja.

Al principio veía los videos después de que las escenas que en él se proyectaban habían pasado. Me encerraba en la misma recámara en la que habían sucedido y me masturbaba experimentando un placer desconocido junto con ellos, pero he descubierto que es mucho más excitante observarlos en vivo, por lo que hoy estoy, con la ayuda de la tecnología, dentro del cuarto, como un espectador.

Ahí estás tú, tan hermosa como siempre, con un vestido negro debajo del cual se aprecia no traes puesta ropa interior. La tela marca perfectamente cada una de tus curvas, delinea con precisión toda tu anatomía. Ahí estás tú, entre los brazos de mi esposo, respondiendo con asco a sus besos y caricias, fingiendo que te gustan y te encienden. Jacinto te recorre con su lengua y sus manos faltas de ternura, levanta un poco la parte trasera del vestido de su víctima, de tu vestido, para apretar con rudeza tus carnes, carnes que deseo tener junto a mi boca y por las cuales me acercó a la pantalla para tenerlas más de cerca. Los botones del vestido ya no son un impedimento para que éste caiga al suelo, y como en todas las demás ocasiones has quedado desnuda y mi marido se aparta un poco para admirar tu cuerpo y permitirme hacerlo a mí también.

Sin el obstáculo de alguna prenda puedo subir por ese camino a la perdición que son tus piernas y no detenerme hasta llegar a la cueva a la que conduce. La blancura de tu piel contrasta con el negro del vello que cubre tu sexo, el cual estimulas un poco con tu mano, como a mi marido y a mí nos gusta. Con la que te queda libre haces lo propio con tus senos, exploras toda su superficie hasta detenerte en tus pezones color marrón, los que con unos cuantos apretones crecen y ganan firmeza. Es en éste momento, cuando a pesar de haber cierto grado de obligación en toda la escena, no puedes evitar sentirte un poco excitada y cierras tus ojos al mismo tiempo que abres tu boca para dejar salir un pequeño suspiro. Tu rostro, que no he descrito ni describiré por temor a ser injusto con su belleza de otro mundo, se nota enrojecido, al igual que otras partes de tu cuerpo, como lo es tu vientre plano y sin rastro de grasa, se nota más sensual que nunca.

Para mi poca fortuna no soy la única que se moja observándote. A estas alturas la calentura de mi marido, ha llegado al punto en que lo único que desea es meter su pene dentro de esa tu selva de finos matorrales, y se abalanza sobre su secretaria, sobre ti, tirándote sobre la cama. Tú instintivamente, y con miedo a hacer lo contrario, abres las piernas para recibirlo y un gesto de dolor se dibuja en tu rostro cuando Jacinto te penetra sin compasión alguna, hasta que sus huevos indican que toda la longitud de su verga a quedado alojada en tu vagina, que manera de desperdiciar a tan espléndida mujer, pienso yo.

Cuando han transcurrido cerca de dos minutos de salvajes idas y venidas mi marido se detiene, se salé de ti y se acuesta boca arriba, colocando su mano en la base de su miembro, anunciándote la siguiente etapa. Es aquí cuando me olvido un poco de ti y me concentró en observarlo a él, me pongo en el papel de la protagonista y pienso que soy yo la que devora hasta faltarme el aire, ese caliente y palpitante falo. Muevo mi lengua, mientras mis desesperadas manos luchan por liberarme de las prendas que evitan su contacto directo con mi piel. Cuando toda mi ropa está en el suelo, ustedes pasan a una de mis partes favoritas, cuando tú te sientas poco a poco sobre mi marido y comienzas a subir y bajar como una loca. Es esa imagen la que me permite observar tus tetas brincando junto con tigo, balanceándose al ritmo de tu cabalgata, acelerando mi respiración y aumentando mi temperatura.

Esa posición, por desgracia no dura mucho. Mi esposo siente su próxima venida, razón por la que hace una maniobra para quedar encima de ti y después de penetrarte fuertemente con dos o tres movimientos de cadera explotar en tu interior en medio de alaridos de ambas partes, a causa del apabullante orgasmo en su caso y el miedo a no hacerle creer que estás satisfecha en el tuyo. Cuando el último disparo de semen se ha depositado dentro de tu cuerpo, Jacinto se levanta de la cama para darse un baño y dejarme a solas con tigo, a solas con mi secretaria, para poder observarte completa y sin intrusos.

Mi bella secretaria, has quedado frustrada como siempre, mi marido como de costumbre no se ha preocupado por satisfacerte y te ha dejado en ese punto medio entre un pequeño cosquilleo y el placer absoluto. Linda, deslizas tus manos hacia en medio de tus piernas para comenzar a masturbarte. Acaricias y aprietas tu clítoris, al mismo tiempo que introduces un par de dedos en tu mojado sexo, al igual que lo hago yo al otro lado de la cámara. Conforme tus movimientos se hacen más rápidos los míos también aumentan de velocidad. Imagino que son mis dedos los que te dan placer y los tuyos los que están dentro de mí. No tardamos mucho en tener ambas un orgasmo. Cuando esto sucede muerdes una almohada para no hacer algún ruido que pueda delatarte ante Jacinto y yo grito por las dos, grito hasta quedarme sin fuerzas y verte a ti exhausta sobre la cama, con las piernas abiertas mostrándome tu concha llena de jugos femeninos que brillan para mí.

Me encanta, me apasiona y obsesiona el verte desnuda a través de una pantalla. Me excita el hecho de que te creas sola y te masturbes para mí, sin inhibiciones ni miedos, pero en algunas ocasiones, como ahora, me gustaría entrar a la habitación y hacerte el amor; sin embargo estoy consciente de que tal vez se perdería la magia, de que probablemente me agrade más el espiarte que el tenerte. Creo que será mejor seguir observándote, creyendo que te desnudas para mí, admirando tus redondos senos y tu firme culo, alcanzando juntas la cima del placer, tú en mi cama y yo detrás de la cámara, mirándote, contemplándote sin que sepas de mi presencia, deleitándome con tu lejana e inalcanzable belleza.

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