Teresa es una señora divorciada, de unos 47 años, que dejó de vivir en pareja estable hace ya 17 años. Como diríamos es Argentina, es una “pendevieja” o sea una vieja que cree que aun tiene 25 años. Es medianamente flaca, mide 1,70 aproximadamente, tiene un muy interesante culo y una tetitas que tras haber pasado por el quirófano se notan bastante llamativas. Ella fue mi primer contacto con una de las escuelas donde trabajo. amiga de mi hermana menor, sería mi llave de permanencia en dicha institución; pero quedaba claro que me costaría algún sacrificio.
Lo que les comento a continuación sucedió hace ya unos 4 años. Comenzó a insinuarse de modo evidente, pero quien les escribe entendió que eso era una prueba, a ver hasta donde podía aguantar. Cada vez que quedábamos solos en la pequeña oficina de nuestra antigua escuela, se aproximaba demasiado a mí para ver que hacía en las PC, hasta casi recostarse sobre mis espaldas dejando que sus pechos me rozaran más de lo aconsejable. Su jerarquía en la escuela impedía que me jugara un intento de manoseo o beso furtivo, pues me temía alguna sanción que me costara el trabajo.
Al mudarnos al nuevo edificio, distante a 12 cuadras del anterior, quedé como el más cercano a él. Claro está que la directora, la vice y ella, vivían en la otra punta de la ciudad y ante cualquier inconveniente era el requerido para verificar si algo anormal había sucedido. Así las cosas, recibo un llamado a mi casa un sábado a las 0:30 aproximadamente. Era la voz de Teresa que me alertaba de un posible ingreso de “cacos” al establecimiento, por lo que ella iría hacia allí pero quería que la esperase en la puerta para ingresar, pues tenía miedo de hacerlo sola. Una vez en la escuela, recorrí todo el perímetro y no noté nada anómalo. Instantes después llegó Teresa en su automóvil, sola, ataviada con un buzo y un pantalón de tipo calza que se adhería notablemente a su figura, demostrando lo pequeño de su tanga y lo abultado de su “zona de riesgo”.
- ¿Viste algo? - preguntó.
- Nada, ni el más mínimo rastro de forzar nada.
- Entonces no llamo a la policía, hacemos un recorrido por la escuela y nos vamos.
- Ok, como quieras. Vos mandas, sois la jefa.
Esa fue toda la charla, nos dispusimos a entrar. Le observé en detalle, se notaba que su tanga estaba perdida en el canalito de su cola. “A esta, le bajo la caña” pensé. Abrió la puerta, recorrimos la planta baja en su sector de frente, y al oír un pequeño ruido, se aferró a mis hombros ubicándose detrás de mí.
- Vamos, no fue nada. Sólo el viento que golpeó una puerta - dije - Recorramos la parte alta y después las oficinas de dirección.
- Negro, tengo miedo.
- No pasa nada. Venid, vamos.
La tomé por la cintura y fuimos avanzando. Hablábamos de cualquier cosa y se fue relajando, también me tomó por la cintura y comencé a tratar de llevar la charla a terrenos más calientes.
- ¿Estabas durmiendo?
- Si, pero cuando llamaron decidí avisarte y venir. Estaba medio desnuda mirando televisión, aprovechando que Germán y María se fueron a la playa con sus tíos.
- Yo te hacía bailando o tomando algo en alguna confitería.
- Ni loca, si nadie te corre bola cuando llegas a mi edad. Además hay cada nenita suelta.
- Vos tan mal no estás. Lindo físico, sola. Sois un buen partido.
- No me jodas, soy una vieja. ¿Vos me encararías?
La respuesta fue un beso, me jugué la ropa y el laburo. No se negó aunque reconozco que se sorprendió.
Desde allí, no más palabras, besos y caricias mientras llegábamos a la dirección. Una vez adentro, fuimos directo al sillón tipo cama que hay ahí. Las caricias de mi parte eran rápidas, por sobre su ropa cuya delgadez simulaba una segunda piel. Pezones erectos, labios vaginales hinchados que pugnaban por escapar de su pequeña prisión. La monté sobre mí, y me dedique a comerle la boca mientras luchaba por meterle mano por debajo de la calza. Tenia la cola fría, pero se la calenté rápidamente con masajes y pellizcos suaves. Entre tanto, se frotaba sobre mi bulto como si estuviera siendo penetrada. El descontrol aumentaba y mi calentura también. Le baje la calza hasta las rodillas y corrí el hilo que trataba de tapar la entrada a su vagina. Le mandé un dedo entre los labios y al notar su humedad comencé a masturbarla con un dedo, luego dos y hasta tres.
Gemía, pedía más acción y no se la negué. Bajé mi pantalón de gimnasia y junto con él mi slip. Mi verga surgió rápida, pero a esa misma velocidad se perdió en su conchita casi chorreante. Inició una cabalgata mientras le apretaba duramente los pechos. Me instaba a más y me cuestionaba no haber intentado nada antes.
- Hace seis meses que te quiero coger, negro. ¿No te diste cuenta?.
- Creí que jugabas, si sabía, te garchaba mucho antes - le respondí.
Al cabo de 10 minutos, al límite de mi aguante, la llené de leche y su vagina se cerró abruptamente, gritó y llegó a su primer orgasmo. Se acostó sobre mí. La giré lentamente, quedando sobre ella. La froté muy lentamente sus labios mayores con la cabeza de mi verga que empezó a recuperar apostura y vigor. Al llegar a su mejor posición, decidí empezar de nuevo. Pero le propuse:
- Cambiamos de posición, vos vas a ser el dulce de leche y yo te voy a levantar en “cucharita”.
- ¿Qué es eso?
- Date vuelta, que te la pongo desde atrás como si estuvieras sentada.
La fui acomodando, hasta que entendió la pose. Le frotaba la verga por toda la extensión de su rajita. Desde el clítoris hasta el agujerito de la cola. Se mojó más que antes. Aproveche a humedecerle todo el surco, le ponía la verga en a conchita y se la retiraba para trasladar sus fluidos hasta su cola. En un movimiento, le mande la verga a fondo y enderezó totalmente su cuerpo, al sacarla se arqueó hacia atrás y me dejo su cola libre, abierta y húmeda. No dude y la enculé, violentamente.
- Te rompo el culo y sois mía para siempre yegua.
- Nooooo! Me duele! De ahí soy virgen!.
Fue un grito ahogado, pareció desmayarse cosa que aproveche para cogerla muy duro pues quedó totalmente relajada. En tres o cuatro minutos de meta-saca, acabé nuevamente, dejándole el culo lleno de leche.
Me tomé unos cinco minutos, traté de recuperarme. El verla allí desfalleciente me tentó a una guachada más. “Se la mando en la boca, y la despierto mientras me la mama” pensé. Traté de erguir mi verga acariciándola, y amasándole las tetas. “Eso me dolió guacho, pero me gustó” fueron las únicas palabras que alcanzó a decir ya que le puse la verga en la boca y empezó a chupar como desenfrenada. Me agarró por la espalda y me tumbó, caí sobre su conchita, la que me comí casi instantáneamente. Al cabo de 15 minutos de mamada mutua, acabamos al unísono. Me apretó la cabeza con sus piernas mientras le llenaba la boca de leche. Fue hermoso, se tragó absolutamente todo y yo me emborrache de sus jugos que brotaron de modo abundante. Tras un cigarrillo, nos levantamos y fuimos en busca de uno de los baños para limpiarnos.
- Esto hay que repetirlo - dijo.
- Cuando quieras - le aseguré.
De hecho lo repetimos casi por tres meses más, sábado a sábado y lejos de las conjeturas de todos los compañeros de trabajo. Luego se enredó con un señor mayor, con bastante plata que cubría un vacío que yo o podía llenar (su billetera y gustos refinados). Pero seguro que no logró nunca llegar a mi rendimiento, pues al romper con él volvimos (un año después) a hacer de las nuestras pero en compañía de La Negra. Esto será motivo de otro relato, aunque más adelante.
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