Minutos de pasión
Me llamo Berta, tengo 47 años, casada y madre de tres preciosas muchachitas. Mi marido es industrial y se gana muy bien la vida pero yo, que siempre he sido muy activa y no me gusta estar en casa, he continuado con mi trabajo de venta de material para oficina e imprentas. Como hace muchos años que me dedico a ello, tengo una buena lista de clientes a los que visito una vez a la semana o cuando ellos me indican, para anotar sus pedidos. Soy una mujer de estatura media, delgada aunque con un buen culo, llevo el pelo teñido caoba, para disimular mis innumerables canas, y visto de manera muy moderna pues debo mantener la imagen de una mujer que está al rollo, como dicen mis hijas. Lo único que no está de acuerdo con el resto de mi cuerpo, son las tetas. Las tengo muy largas más que gordas. Son como las de una cabra y me cuelgan hasta casi llegarme al ombligo. Las aureolas de mis pezones, son muy oscuras, casi negras y muy abultadas, así como mis pezones, gordos y largos como un dedo pulgar.
Mi coño posee unos labios exteriores abultados, pero los interiores sobresalen de ellos como las alas de una mariposa. Mi poco vello en esta parte hace que toda la zona sea muy visible. A pesar de todo soy una enamorada del naturismo y no me pierdo ocasión de ir a playas nudistas. Si esto no es posible, tomo el sol siempre con un simple tanga. Con esto quiero dejar bien claro que soy una mujer liberada y que me importa muy poco que la gente me mire. Ande yo caliente y que se ría la gente. Sexualmente, soy caliente sin exagerar.
Con mi marido tengo muy poco trato en la cama. Si follamos una vez al mes ya es mucho pero no puedo negar que, con ciertos clientes, he tenido algún revolcón. Uno con cada uno ya que no me gusta repetir para no crear adicción a un solo hombre. Lo que voy a contar empezó el día en que visité por primera vez la sucursal de una empresa francesa, que acababa de montarse en Barcelona. Me recibió el director y, al verlo, me quedé muda de la sorpresa. Mil recuerdos afloraron a mi mente. Era Miguel.
Para poder seguir el hilo de la historia tengo que retroceder en el tiempo, cuando yo tenía tan sólo 20 años. Miguel era novio de una íntima amiga mía, mayor que yo pues tenía ya los 25 y Miguel los 30. Me gustó nada más verlo. Alto, delgado, elegante, simpático y muy atractivo. Sentí una profunda envidia de mi amiga. Por aquel entonces yo ya tenía esos pechos que he descrito, aunque nada colgantes, y orgullosa de ellos, gustaba de lucirlos con jerséis muy apretados o blusas escotadas. Mientras hablábamos, Miguel no dejaba de mirármelos, provocándome una rara excitación. Tras despedirnos, no pude dejar de pensar en él. Imaginé mil historias los dos juntos y, por la noche, me masturbé pensando que era él quien movía su mano en mi coñito.
Desde este día me las arreglé para salir con ellos muchas veces. Sabía que no estaba bien, que era el novio de mi mejor amiga, pero no podía hacer nada para evitarlo. En el fondo no quería quitárselo. Sólo quería estar con él y notar su mirada de deseo. Naturalmente me engañaba. Lo quería para mí pero no me atrevía a reconocerlo. Una mañana de verano, fuimos los tres a la playa. Mi amiga llevaba bikini pero yo, según mi costumbre, el pequeño tanga. Miguel se pasó todo el tiempo trempando. El bulto de su bañador me excitaba a tope. Mis pezones estaban más gordos que nunca y el picor de mi coño se me hacía insoportable.
Yo aun era virgen pero me hubiera gustado dejar de serlo en aquel instante y por obra y gracia de la polla de Miguel. Cuando mi amiga, en un momento dado, dijo que iba a estirar las piernas y aprovecharía para ir a buscar unos refrescos en el chiringuito que se veía a lo lejos, yo, para no quedarme sola con Miguel, me fui al agua. Pero él me siguió. En las playas de Sitges, donde nos encontrábamos, el agua cubre muy poco y para que te llegue al cuello, aunque tocando el suelo, has de andar un buen trecho. Así lo hicimos. Estábamos a una buena distancia de la playa. Los dos muy juntos. De pronto Miguel me cogió por la cintura y me atrajo hacia él. Mis pechos se pegaron en el suyo. Sus manos, de mi cintura, bajaron a mis nalgas. Yo no sabía lo que me estaba pasando. Nuestras bocas estaban muy juntas y cuando él pegó sus labios a los míos, respondí al beso tragándome su lengua.
Mi entrega era total. Me había olvidado de todo. Él lo aprovechó para, bajándome el tanga de un golpe, dejarme el coño libre y agarrármelo con toda la mano. El estar rodeados de agua no influyó en la profunda sensación que me produjo este contacto. Miguel, besándome ahora el cuello y los hombros, me fue dando la vuelta hasta dejarme con mi espalda pegada a su torso. Con una mano me sobaba las tetas y con la otra continuaba masajeándome el coño hasta que metió en él uno de sus dedos. Yo me había masturbado muchas veces pero nunca nadie me lo había hecho a mí. La sensación era maravillosa. Me abrí de piernas lo que pude y dejé que aquel dedo me penetrara, tocara mi clítoris y me la pelara lentamente. Me corrí gimiendo y suspirando, apretada a él pero cuando me quedé quieta, repuesta del intenso placer, me di cuenta de que estaba haciendo algo feo, que estaba hiriendo a mi mejor amiga aunque ella no lo supiera. No, no estaba bien.
Me aparté de Miguel, me subí el tanga y tan rápidamente como pude, regresé a la playa. Mi amiga ya estaba allí, me ofreció un refresco y otro a Miguel cuando apareció, detrás de mí. Mostraba una erección tan tremenda que incluso mi amiga se burló, inocentemente, diciéndole:
- ¿Eso es por mí o por Berta?.
Desde aquel día dejé de salir con ellos. Seguía deseando a Miguel pero no quería causar daño a nadie. Pasaron los meses, ellos se casaron y a los pocos años lo hice yo también. Vinieron mis hijas, me lié con el trabajo y el recuerdo de Miguel se fue borrando de mi mente. Y ahora me lo encontraba, con unos cuantos años más, pero tan atractivo como siempre. Conservaba un buen tipo y el pelo, completamente blanco, le daba un aire aún más interesante. Estuvimos hablando de nuestras vidas. Supe que tenía también tres hijos, pero dos chicos y una chica, que su mujer, mi amiga, estaba estupendamente y él se enteró de mi vida, de mi conservada libertad y de la mínima relación sexual que tenía con mi marido. La verdad es que no sé porque le conté esto último.
De pronto se levantó de la silla y se me acercó. Yo me levanté también. Nos quedamos muy juntos.
- Me he acordado mucho de ti - me dijo en voz baja - Me dejaste colgado.
- Lo siento - le contesté con el mismo tono de voz - pero no estaba bien lo que hicimos.
- Lo que yo hice - añadió sonriendo - Si mal no recuerdo, tú no hiciste nada.
- Ya te calmaste con tu mujer.
- Te equivocas. No quise hacerlo con ella. Tú me habías calentado y ya que no me calmaste, me masturbé pensando en ti - dijo, apoyando sus manos en mis hombros.
Aquella conversación me calentaba. Su proximidad y el contacto de sus manos, me estaba poniendo a cien.
- Tenías unas tetas preciosas - siguió él.
- Si las vieras ahora, ya no son lo que eran - repliqué casi sin voz - Me cuelgan como campanas.
Miguel apartó las manos de mis hombros y empezó a desabrocharme los botones de la blusa. Yo llevaba un sujetador blanco, totalmente transparente. Al apartarme la tela, todas mis colgantes mamas quedaron ante él. No me atreví a mirármelas. Mis ojos estaban fijos en los suyos. No obstante sabía que mis pezones, aquellos gordos pezones, estaban duros y tiesos como nunca. Miguel me tocó las tetas con la punta de sus dedos. Luego me agarró los pezones, apretándolos suavemente y me dijo:
- Sigues excitándome como antes, tócame y lo comprobarás.
Lo hice. Esta vez lo hice. Alargué la mano y toqué aquel bulto que yo ya había visto hacía años. Sólo visto pero ahora lo tocaba. Mi coño se humedeció de golpe. No me hubiera opuesto a que me tumbara sobre la mesa y a que me follara allí mismo, pero esta vez el consciente fue él.
- No podemos hacerlo aquí, cariño - me dijo besándome en la boca - Y lo siento mucho porque si te pido que nos veamos luego, vas a escaparte como la otra vez.
- No me escaparé, te juro que volveré cuando tú me digas, he esperado demasiado tiempo. Yo también tengo ganas de ti - le dije casi sin respirar.
- Vuelve a las siete y media - añadió él - Estaremos solos.
- Hasta luego, amor - dije abrochándome la blusa y saliendo de su despacho.
Ya en la calle, entré en un bar, me senté en una mesa y pedí un café. Quería pensar en todo, en mi vida, en mi deseo y en aquellas caricias en mis tetas que me acababan de hacer. También en el ardor que llenaba mi coño. Acabé decidida a follar con Miguel. Hacía tantos años que no veía a mi amiga, que no tenía relación con ella que ya no me sentía culpable si me metía en la cama con su esposo. A las siete y media en punto, llamaba al timbre de la empresa. Me abrió Miguel. Nada más cerrar la puerta, me abrazó y nos besamos como locos, juntando nuestras lenguas y nuestra saliva. Sus manos recorrían mi cuerpo mientras me iba desabrochando la blusa y la falda. Acabé en ropa interior. Su transparencia total añadía cierto morbo a mi desnudez. Miguel, cogiéndome de la mano, me llevó a lo que me dijo era la sala de juntas. Había una gran mesa redonda, unos sillones, un sofá y en una de las paredes, un enorme espejo.
Miguel se entretuvo un buen rato en masajearme los pechos hasta que me quitó el sujetador. Me los cogió con ambas manos y me los sobó como si estuviera ordeñándomelos. Por la expresión de su cara supe que se estaba excitando con este juego. Y su excitación aumentaba la mía. Cuando se metió un pezón en la boca y comenzó a chupármelo con la facilidad con que un crío mama un chupete, empecé a suspirar, apoyándome en la mesa. Luego chupó el otro y a continuación, me sacó las bragas. Me sentó sobre la mesa y él, arrodillado entre ellas, comenzó a lamerme toda la zona del coño. Mis muslos se abrían cada vez más. La lengua se acercaba a mi raja. Mis suspiros ya eran gemidos. Cuando la metió dentro de mi coño y sus labios me cogieron el clítoris, creí que me moría de placer.
Me corrí como hacía años no lo disfrutaba, derramándome, con abundancia, en la boca de aquel hombre que tanto había deseado y que ahora estaba de rodillas a mis pies, dándome un gusto increíble. Cuando acabé de correrme, él se levantó y sacándose pantalones y calzoncillos, me ofreció, al fin, la tan esperada visión de su polla. Era hermosa. Larga y gorda. Extremadamente tiesa. Me la acercó a la boca, se la cogí con una mano y con la otra los huevos. Me sentía muy feliz. Tenía en mis manos y en mi boca el aparato genital de aquel hombre, el primero que me había calentado hasta masturbarme por él. Lamí todo el capullo, pasé la lengua por el salido reborde del glande, luego lamí la vara de abajo a arriba, hasta que me la tragué todo lo que pude. Mamé y chupé como si en ello me fuera la vida hasta que aquella porra creció tanto que ya no pude más. Me ahogaba.
Al sacármela para respirar, él me hizo bajar de la mesa, me dio la vuelta y apoyando yo misma mis manos en la mesa, mi culo quedó frente a él, todo ofrecido. Me acarició las nalgas, separándolas y juntándolas repetidamente, hasta que, por el espejo que ahora quedaba frente a mí, vi como se agarraba la verga y la acercaba a mi cuerpo. El capullo apretó la raja de mi coño. Luego me penetró entero. Miguel se quedó quieto por unos instantes, hasta apretar de nuevo e iniciar una lenta pero continua penetración. Por momentos me iba sintiendo llena. En esta posición la entrada se hacía más fácilmente y el roce de la polla con las paredes de mi vagina eran más profundo, más insistente. Me corrí antes de lo esperado. Grité todo mi placer mientras Miguel, ahora, me arreciaba unos golpes tremendos.
El espejo me devolvía la imagen de mi cara, de mis gestos, de mi boca abierta pero, sobre todo, de mis largos y gordos pechos que se bamboleaban a cada empujón. Miguel también los miraba mientras continuaba follándome hasta que, con un rugido apagado, noté perfectamente la entrada en mis entrañas de los chorros ardientes de su esperma. De la impresión que tuve me corrí con él, uniendo mis gemidos a los suyos. Miguel se quedó unido a mí, ahora inclinado, besándome la espalda y sobando mis tetas hasta que me sacó la polla del coño. Al sentirme libre, se la cogí, me arrodillé y comencé a limpiársela con la lengua. Nunca lo había hecho pero me sentía obligada a darle a Miguel todo el placer del mundo como compensación al que él acababa de darme a mí.
No sin cierta sorpresa, noté que a medida que yo iba lamiendo y chupando, degustando sus sabores y los míos, aquella polla se iba endureciendo. Seguí mamándola. Mis ojos estaban clavados en los de Miguel. Él no decía nada pero me devolvía la mirada hasta que me dijo:
- Cariño, voy a correrme.
- Córrete, mi amor, córrete en mi boca. Te juro que nadie lo ha hecho, pero quiero que tú seas el primero - le dije sacándomela de la boca por unos segundos.
No tardó ni dos minutos en eyacular. Me llenó la boca con su leche y yo me la tragué muy gustosamente. Desde ese día somos amantes. Nos vemos una vez a la semana e incluso, cuando él viaja para la empresa, yo me montó el trabajo para acompañarle. Estamos seguros de que, ni mi marido ni su mujer, se han dado cuenta de nada y esperamos que eso dure por mucho tiempo.
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