Estrechez anal

Autor: Anónimo | 19-Jan

Infidelidades
Nos conocimos personalmente en la última estación de servicio justo antes de llegar a Luján sobre la Autopista del Oeste. Era un viernes a la tarde y el sol caía. Empezamos chateando y luego nos cruzamos telefónicamente varias veces. Fui descubriendo poco apoco que era una mujer muy afable, daba realmente gusto conversar con ella. Se le sumaba una gran dosis de feminidad. Era una mujer suave y delicada con una voz susurrante. En una sola oportunidad intercambiamos fotografías. Era bonita, de rasgos finos, ojos castaños, nariz recta y labios muy finos. Su pelo castaño era largo y algo ensortijado. Era delgada. Es todo lo que pude vislumbrar en la fotografía en la que estaba con agachada con su ovejero alemán. Tenía un poco más de treinta y yo andaba por los treinta y nueve.

Pues bien, tanto chateamos y tanto charlamos por teléfono, que nos dieron ganas de vernos. Ambos éramos casados, por lo que resultaba complicado combinar horarios y lugares. Además su trabajo de maestra restringía los horarios aún más. Pero encontramos las coordenadas: La última estación de servicio antes de llegar a Luján, punto geográfico intermedio entre ella y yo.

Allí estábamos, frente a frente, y debo admitir que era más bonita que lo que se veía en la foto. Por fin pude ver cómo miraba y cómo susurraba personalmente. Quedé atrapado. Todo en ella era una combinación suave, muy suave y femenina. Yo también le resulté atrapante. Todo encajó.

Allí estábamos, decía, frente a frente. Charlamos un rato largo de cosas triviales, pues os permitía detenernos en detalles físicos más precisos. Yo percibí que era no sólo delgada sino también alta, de contextura regular. Quedaba claro que su fuerte no era su busto. Era muy poco lo que tenía pero compensaba generosamente con una cintura muy pequeña que remataba con una cola bien contorneada y maciza. La invité a subir a mi auto y dar una vuelta por la colectora. Accedió. Fuimos. Detuve el auto en medio de un inmenso costado verde de la autopista. No nos cansábamos de mirarnos. Nos devorábamos con la mirada. Charlamos unos minutos y terminamos besándonos muy suavemente, de modo exquisito.

Ya anochecía, y Ana y yo seguíamos besándonos cada vez menos suave y cada vez más con más ardor al costado de la autopista. No aguanté más y alcance a acariciarla por encima de su ropa. Ella hizo otro tanto. Tenía manos precisas. Ya era muy tarde, la alcancé nuevamente hasta la estación de servicio y quedamos en vernos para el viernes siguiente.

Una semana pasé con la mente puesta en Ana, en esa mirada, en esas manos, en esa cintura y en esa generosa cadera. Nos hablamos por teléfono y su susurrar era ahora más penetrante. Nos escribimos mucho también y tomamos una decisión. Vernos e ir directamente a un hotel. Así fue. Esta vez nos encontramos en el shopping de Morón y de allí nos fuimos directamente a un hotel. Ya en el hotel todo era ansiedad pero a la vez suavidad. Ella no quería luces, solo había una pequeña penumbra que pasaba por las entrecerradas ventanas de la habitación. Nos besamos interminablemente. Nos quitamos mutuamente la ropa y ambos nos quedamos en ropa interior nada más. Ana no se animaba a dar un paso más. Y así quedamos un rato largo, muy largo. Yo viendo ese cuerpo con esa piel suave con nada de vello. Era tan femenina! No quise acelerar y le dejé que se tome su tiempo. Y se tomó su tiempo y me dijo: “Sigamos”. Y seguimos. Para darle ánimo me saqué mi boxer negro. Estaba próximo a explotar. No tengo medidas exorbitantes (tan sólo 19 cm) pero, según me dijo, que ella sólo tenía experiencia de miembros muchos más chicos. Le saqué su corpiño y comprobé efectivamente que no tenía prácticamente nada. Pero su “nada” de pecho se compensaba con unos pezones con unas aureolas grandes, muy grandes (como de 5 cm) de un color muy oscuro respecto de su piel. Además sus pezones eran dos botones duros. Nunca pensé que una mujer con tan poco me gustara tanto lo que tenía.

Ya sin mi boxer y ella sin su corpiño, no tuve que invitarla. Tomo mi pene con sus dos manos y se lo llevó muy suavemente a su boca. Lo hacía realmente bien, no había improvisación: Sabía cómo hacerlo. Pasaba suavemente su lengua desde los testículos hasta el glande y así subía y bajaba una y otra vez. Luego se detuvo en el glande e intentaba introducir su lengua en el orificio del glande esperó que el semen le inundara su boca. Exhaustos ambos quedamos tendidos en la cama a la espera de recuperarnos. Ya recuperados, Ana me dice: “Aún tengo la bombachita... pero no podemos hacer nada, estoy menstruando” Pero pegó un salto, se puso de espaldas a la cama y se agachó hacia delante y me dijo: “Pero podéis mirarme”. Lentamente se bajo la bombachita roja que tenía y por encima de dos piernas largas y fuertes se asomaban dos glúteos perfectos y cerradísimos. Eran glúteos bien redondos, de ésos que al caminar se rozan entre sí. Era un traste perfecto. “Te gusta?” Me preguntó. “Sí, - le respondí- pero me gustaría verlo completo...”. “Pero si ya te lo mostré todo y ya sabéis que ando con la regla” me dice Ana. Y comienza a moverlo de un modo, como ya dije, rozándose entre sí los glúteos. “Ah... ya te entendí lo que queréis ver... a ver qué te parece”. Se sube a la cama y se pone en cuatro y me pide que yo baje de la cama y la mire. Apoya su cabeza contra la almohada y con sus manos a la vez se toma sus glúteos y los tira para atrás. “Y ahora?” Contemplé un ano pequeño y cerradísimo. Muy rosado, rosadísimo. Antes de que diga algo me dijo: “Bésamelo”. Y así estuve minutos interminables. Ella lo movía y emitía pequeños gemidos muy suaves y femeninos.

Trabajé infatigablemente con mi lengua hasta lograr una pequeña dilatación. Logré introducirle la puntita de la lengua. Para ayudarme se abría sus glúteos con más fuerza y firmeza. Saqué mi lengua y le introduje un dedo. Entró fácil. Intenté un segundo dedo pero no se pudo. Seguí trabajando pero ahora con mis dedos y finalmente le introduje el segundo dedo. Yo mantenía mi mano quieta y ella se movía para adelante y para atrás lanzando pequeños gemidos con los ojos cerrados y los labios apretados. Le saqué los dedos lentamente y quise penetrarla con todo mi miembro viril, más que viril... en esa situación. “No! Mejor acostarte que yo me siento arriba...” Se sentó dándome la espalda. Pude ver como entraba yo en su culo hermoso mientras sus adorables cantos apretaban el tronco de mi pija. Entró hasta la mitad un rato muy largo. Subía y bajaba. Bajaba y subía. Sublime. Exquisito. Sabroso. Y en un momento dado, sin que nos lo propongamos, penetra del todo y siento como sus apretados cantos pegan en mis bolas. Da un alarido ronco. Y deja de moverse por unos segundos con toda mi pija adentro de su culo. Sentía como si mi pene estuviese apretado por una mano firme y fuerte. Se levantó de golpe y se pone en cuatro y me dice: “Penétrame así, que entre toda y sácala toda muy suavemente... dale” Sólo tres veces lo hice, a la tercera mi semen fluye en ese ano rosado y ahora dilatadísimo. Ella se apresuró a meter con sus dedos el semen caliente en su ano dilatado. Las gotas que le quedaron en sus dedos se los limpió en su boca. “Me duele el culito... sois un guacho eso no se hace con una mujercita seria como yo”. Nos cambiamos a los besos y nos fuimos. A ella le costaba estar sentada en el asiento del auto.

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