Teresita y su hija (II)

Autor: sexobseso | 04-Apr

Heterosexuales
La cuestión es que ya llevábamos un buen tiempo de relación con Teresita. Una noche estábamos durmiendo tranquilamente ya que, cosa rara en nosotros, nos habíamos dado una ducha juntos, pero no habíamos tenido sexo, cuando sentimos que abre la puerta y la cierran con un golpe. Sabíamos que Martín, su hijo de 21 años, no podía ser porque le había avisado a su madre que se iba a quedar a dormir en la casa de su novia, por lo que solo quedaba que fuera Clara, su hija menor: 19 años. Obviamente nosotros estábamos desnudos, en la cama y con la seguridad de estar solos, habíamos dejado la puerta abierta, por lo que lo intempestivo de la entrada me obligo a taparme apresuradamente. Por el pasillo en penumbras vimos pasar apresuradamente a Clara hacia su habitación. Teresita se percató que algo no andaba bien, así es que se puso un salto de cama y fue a ver que sucedía.

Cuando volvió yo ya me había dormido. Me despertó con una suave chupada de pija (no hay mejor forma de despertarse, les puedo asegurar). Cuando me lo puso al tope y vio que estaba bien despierto, fue subiendo por mi vientre, mi pecho hasta llegar a mi boca y se dedicó a besarme muy sensualmente. Enseguida mis manos recorrieron su cuerpo que estaba encima del mío y se demoraron entre sus pulposas y generosas nalgas. Cuando me empezó a besar el cuello, acercó su boca a mi oído y me dijo en un susurro: “Tengo que pedirte un favor”. Ella generalmente me susurraba cosas degeneradas a mi oído, con un vocabulario digno de la puta más rematada del bajo fondo, por lo que esas palabras me sacaron un poco de foco. Se separó un poco y me contó:

“Clara discutió con su novio: hace casi un año que salen juntos y todavía no han tenido relaciones. Hoy el muchacho se puso cargoso, ella se asustó y discutieron. A pesar de su edad, ella nunca ha estado con un hombre. Hemos estado hablando como una hora mientras vos dormías. Me preguntó como era eso de estar con un hombre y yo le he contado como somos en la cama y me ha pedido estar presente mientras cogemos... ¿Tienes algún problema que ella nos mire?”.

Todo esto lo dijo en un susurro mientras me acariciaba la verga y las bolas. La posibilidad de que Clara nos viera despertó mi morbo a mas no poder. Por toda respuesta la tumbé a un lado y empecé a besarle las tetas y fui bajando hasta su ya jugosa concha. Puse sus piernas en mis hombros y enterré mi cabeza. Teresita apagó las luces (siempre cogíamos con las luces a full). Entre sus gemidos pude escuchar que alguien (evidentemente Clara) entraba a la habitación e iba hacia el sillón que estaba ubicado frente a los pies de la cama. Al rato, Teresita me separó la cabeza de su concha e hizo que girara para que hagamos un “69”: yo quedé mirando los pies de la cama y, por supuesto, a Clara. Pude ver en la penumbra que estaba en camisón corto, con sus piernas recogidas debajo de su cuerpo, apretando fuertemente los apoyabrazos del sillón como si tuviera miedo de caerse. Por el camisón traslucía la figura de sus pechos, pequeños comparados con los de su madre, pero aun así dejando ver sus ya duros pezones.

Esa visión de Clara me calentó notablemente y Teresita se dio cuenta de eso: ya estaba yo por acabar; entonces hizo que me parara al costado de la cama, ella se sentó a la orilla de la misma y puso sus tetas como bandeja debajo de mi pija mientras me pajeaba para que se las llenara con mi leche. Cosa que hice. Para terminar, me la chupó hasta sacarme la última gota. Mis espasmos orgásmicos me hacían temblar las piernas, lo que despertó una risita en Clara. Eso rompió el clima y todos nos reímos. Me senté a la par de Teresita tratando de recuperarme. Ella le hizo una seña a Clara para que nos acompañara. Vino hacia nosotros con la mirada baja y se sentó al otro lado de su madre. Ahí pude ver en detalle su cuerpo: unos pies pequeños y bien formados, unas piernas torneadas que terminaban en una cadera tirando a ancha, unos pechos redondos con aureolas bien marcadas, un cuello precioso y un rubor en sus mejillas que la hacia más tierna aun. Teresita le pasó un brazo por la cintura y le dio un beso en la mejilla. Clara, lentamente subió su mano hasta el pecho de su madre hasta tocar mi leche que se iba deslizando por todas sus tetas. Con un dedo recogió un poco de mi semen y se lo llevó a la boca. Lo degustó y parece que hubiera confirmado alguna teoría interna al respecto, porque se sonrió. Miró a su madre, que tenía una sonrisa amplia de satisfacción. Esta le indicó que se arrodillara frente a ella, que había abierto sus piernas. La obediente hija así lo hizo y una vez arrodillada Teresita le acercó el pecho a su boca. Clara la miraba con una mezcla de sorpresa y turbación, pero la confianza que transmitía Teresita hizo que la hija sacara la punta de su lengua y la pasara por las tetas de su madre y poco a poco la guió para que borrara todo mi rastro de su pecho. Esa imagen hizo que nuevamente me calentara. Sentí que empezaba a tener otra erección. Teresita se dio cuenta y me la agarró, comenzando a pajearme muy despacio. Cuando logró que mi erección fuera sostenida, tomó la mano de Clara, que seguía en su función de libadora de leche, y se la fue acercando lentamente hasta mi verga. Sin sacar la cara del pecho de su madre, Clara comenzó a tantearme el miembro, guiada por la experta mano de su madre. El sentir esa mano tan suave y casi temblorosa me llevaba a un éxtasis particular.

Al rato, Teresita tomo la cara de su hija, le besó las mejillas para sacarle los restos de mi semen y seguidamente la llevó hacia mis piernas. Clara empezó a besarme en las piernas y fue lentamente subiendo hasta llegar a mis bolas. Allí se detuvo un momento, como explorando, oliendo, palpando la textura con su lengua... en un momento dado las chupó tan fuerte que me hizo pegar un salto. Teresita le dijo que lo hiciera suavemente dada la sensibilidad de la zona. Luego fue subiendo por el tronco de la pija hasta llegar al capullo. Lo lamía como a un helado. “Metételo en la boca” le dijo su madre, y ella abrió un poco sus labios y fue dejando entrar mi miembro en su boca y a jugar con su lengua en el contorno del glande. Teresita se puso de cuatro patas en la cama, orientando su culo hacia mí y me entregó su consolador: no hizo falta que dijera nada; obediente, fui metiéndole el consolador en la concha que se había agrandado de la calentura que tenía. Era maravilloso tener a esas dos mujeres resumiendo el sueño de todo hombre: una experimentada mujer y una inexperta joven. Sentí que la saliva de Clara me bañaba las bolas mientras yo ya le introducía el consolador a Teresita por el culo y ella misma se frotaba el clítoris. Los gemidos de la madre distrajeron a la hija, que dejó de chupar para contemplar el espectáculo del culo de su madre empalada por el consolador. Era un paisaje totalmente inesperado para la hija que sin dejar de mirar, comenzó a tocarse la concha. En cuestiones de paja no era tan inexperta a juzgar por su manera de meterse los dedos en la vulva. Cada una estaba ocupadísima en sus respectivos orgasmos y yo en verlas gozar.

La primera en acabar fue Clara que se recostó contra la pared y se fue deslizando hasta quedar sentada en el piso con el pelo tapándole la cara y su mano aun en la concha. Esa imagen apuró el orgasmo de Teresita. Ambas quedaron jadeando. Yo me levanté, me acerqué a Clara y tomándola de los brazos la ayudé a incorporarse; le quité el camisón por sobre los hombros y la recosté en la cama ya totalmente desnuda y en un estado que parecía desmayada. La visión de su concha sin depilar me excitó aun más. “Chúpasela” me dijo Teresita que estaba mirando como había yo quedado extasiado observado la mata negra de pelos de su hija. Sin necesidad de hacerme repetir la orden, me arrodillé, atraje las piernas de Clara sobre mis hombros y me dediqué a ir besándole los muslos para llegar a su concha en flor. Al primer lengüetazo sentí que se estremecía. Le besé los labios vaginales muy suavemente, rozándolos casi sin tocarla. Sus suspiros y gemidos y la gran cantidad de flujo que llenaban mi boca me avisaban que estaba lista para ser penetrada. La ubiqué a lo largo en la cama, le coloqué una almohada debajo de la cintura para levantar un poco su pelvis y me puse entre sus piernas, dispuesto a hacerla mía. Con la mano en la verga la fui guiando hasta su concha y lentamente la fui penetrando: estaba muy estrecha. La presión de las paredes de su vagina en mi pija me confirmaba que efectivamente era el primer hombre en penetrarla. Consciente de su primera experiencia, traté de ser lo más suave posible para evitar una mala experiencia provocada por el dolor, pero su abundante lubricación (mezcla de sus jugos y mi saliva) ayudaron a que fuera entrando mas profundamente. Seguramente en alguna de sus pajas se había desgarrado el himen, ya que no sangró. Una vez que legué a topar con mis bolas en sus nalgas, me quedé allí unos momentos y empecé luego a sacarla y meterla muy suavemente. Ella había levantado sus piernas y las había cruzado alrededor de mi cintura. A medida que iba aumentando mi ritmo ella presionaba más fuertes sus piernas a mi alrededor.

Cuando estaba en el mejor ritmo sentí que Teresita me acariciaba el culo, pero sus manos resbalaban por la superficie de mis nalgas, lo que me hizo entender que estaba usando un lubricante. Eso me puso un poco nerviosos, pero la calentura de sentirla a Clara debajo de mí, pudo más y continué cogiéndola. Sentí las uñas de Clara clavarse en mis hombros y acercarme con fuerza sobre sus pechos: se los chupé y se los mordí. Sus gritos me avisaron que estaba cerca de un nuevo orgasmo así es que me concentré en sentirla bien. En ese preciso momento sentí los dedos de Teresita que se abrían paso a través de mis nalgas buscando mi agujero: estaba atrapado por las piernas de Clara y su climax y a merced de los dedos de Teresita y su confesado deseo de penetrarme. “Te dije que en algún momento ibas a ser mío” me dijo Teresita con una voz de triunfo mientras me metía un dedo en el culo y me masajeaba el interior de mi, hasta ese momento, intacto recto. La eyaculación que me provocó fue de tal intensidad que no recuerdo haberla tenido nuevamente: sentía que, a pesar de ser mi segundo orgasmo, la cantidad de leche que estaba dejando dentro de Clara era inmensa. Eso hizo que Clara también llegara a su orgasmo y sus piernas se ciñeran con más fuerza a mi cintura. Fue una mezcla de dolor y placer que, aseguro, no he vuelto a experimentar en mi vida.

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