Bien, empezaré quitándome los anillos para escribir. Es conveniente que sepan que siempre he sido una mujer muy dada a mostrar su cuerpo en público. Gozaba viendo a los obreros babosos que había en la obra de la esquina. Yo tenía tan sólo 18 años, mi ingenuidad y mis ganas de conocer los placeres de sexo me llevaron a experimentarlo de forma un tanto… vulgar y dolorosa. Contaré pues, mi primera experiencia sexual, a manos de tres hombres desconocidos y en un principio a la fuerza.
Era verano por aquel entonces y como ya he dicho, todas las mañanas, aprovechaba que mis padres me mandaban a comprar el pan para pasearme delante de las narices de los obreros que trabajaban en los pisos de la calle siguiente a la mía. Me gustaba provocarles, luciendo mis falditas cortas y mis camisetas enseñando escote, del cual podía presumir bastante. No fallaba, día tras día, aquellos hombres fijaban su vista en mi lo que duraba mi paso por la estrecha calle de la obra. Me piropeaban vulgarmente, ciertas cosas no alcanzaba a oírlas, pero me llamaban putita y cosas por el estilo; ven zorra que te voy a hacer mujer, o déjame que te haga un traje de saliva. Pero para mí sólo era un juego, un juego que me servía para masturbarme en mis ratos libres.
Reconozco que me encendía mucho imaginarme a un grupo de obreros follándome como locos por todos mis agujeros. Pero claro, ellos eran hombres mucho más experimentados que yo y sin duda desde un primer momento se dieron cuenta de mis ganas de provocar. En mi vieron a una nenita indefensa, una presa fácil que no iban a dejar escapar.
Un día como otro cualquiera, yo volvía a casa sobre las diez de la noche. Tenía que pasar por la calle de la obra, pero a esa hora evidentemente no trabajaba nadie allí. Estaba el vigilante y poco más. La calle era oscura y estaba vacía. A tan sólo 200 metros había un descampado solitario. Aquella noche llevaba unos pantalones cortos y una camiseta ajustada de manga larga que hacía notar cada una de las curvas de mi cuerpo. El pelo largo, castaño, me llegaba justo a la altura de los pezones. Había refrescado y se me marcaban a través de la camiseta. Escuché un ruido detrás de mí, y cuando me di la vuelta vi a tres de los obreros a los que cada mañana alegraba la vista. Los tres iban vestidos de forma similar, pantalones vaqueros y camisetas anchas de propaganda. La verdad es que no tenían pinta de ducharse muy a menudo.
Hola pequeña zorra.
– Has estado provocándonos durante mucho tiempo, y ahora vas a saber lo que es bueno. Prepárate porque esta noche va a ser inolvidable para ti.
El miedo me sobrecogió, intenté correr pero se me paralizaron las piernas… toda yo estaba paralizada sin poder moverme del sitio.
– ¿Qué pasa putita, ahora tienes miedo?. ¿Ya no quieres enseñarnos tu culito respingón?. Venga, paséate ahora delante de nosotros… que esta vez eres alcanzable.
Los tres se abalanzaron sobre mí, uno de ellos me tapó la boca y los otros dos me sujetaron los brazos. Me sentía inútil, sin poder hacer nada. Pero no era solo miedo lo que sentía, también me estaba excitando saber que mi fantasía se iba a hacer realidad. Me llevaron al descampado, y me dejaron caer sobre la hierba húmeda. Uno de ellos se colocó detrás de mí y me agarró los brazos con fuerza. Los otros dos no paraban de reírse, los ojos se les salían de las órbitas, babeaban como cerdos y se desabrochaban la bragueta. Los dos sacaron sus pollas enormes. Uno de ellos comenzó a masturbarse delante de mí y el otro se colocó a mi lado y sacudió su polla en mi cara, en mi nariz una y otra vez.
– Cómete mi polla zorra!!!
Me la metió en la boca. Al principio me repugnó, me daba un asco tremendo tener esa polla en mi boca, pero no tuve más remedio que tragar. El hombre se movía metiendo y sacando su polla enorme de mi boca.
– Dale fuerte Tomás!
– Sí, enséñale lo que es una buena polla!
Así, el hombre desesperado y jadeante de gusto se corrió en menos de dos minutos, y se vació completamente en mi boca, manchándome el pelo y la cara. El otro que llevaba ya rato masturbándose la tenía a punto, y quiso metérmela por mi coñito aun sin estrenar.
– Quítale la falda y bájale las bragas que se la voy a clavar hasta el fondo. Nena, vas a saber lo que es una buena clavada.
El hombre, con los pantalones por la rodilla se dispuso y se agachó cerca de mí. Me tomó por la cintura mientras el otro seguía agarrándome de los brazos y me metió la puntita. Yo lancé un grito desgarrador, el dolor podía conmigo. Hizo una segunda envestida y entró toda completa. El dolor se hizo aun mayor, y dos lagrimas rozaron mis mejillas. Aquel hombre asqueroso envestía cada vez más fuerte y más rápido. Llegó un momento en el que pasé del placer al dolor en un abrir y cerrar de ojos. Ya no eran gestos de dolor, sino de pedir más y más.
– Ahhh… que rico… mmmm
– Vaya putita, parece que te ha gustado.
– Pues vete haciendo hueco, porque después va por el culo.
Los otros hombres, el que estaba detrás de mí agarrándome con fuerza y el que se había corrido en mi boca miraban extasiados y gritaban, animando a su compañero. Un orgasmo se hizo notorio en mi cara, y más en la polla de aquel hombre, que sin duda notó mis contracciones vaginales. Me agarró más fuerte y se abalanzó sobre mí ahogando un grito de placer inmenso. Su leche recorrió las paredes de mi coñito recién estrenado y dolorido. Ahora sólo faltaba uno, y quería desvirgar mi culito.
– Ahora es mi turno… ponte a cuatro patas perra.
Me resistí, sabía que eso dolería mucho más, pero no tuve otra opción. Me escupió en mi agujerito dos o tres veces y metió uno de sus gruesos y ásperos dedos de obrero. Colocó la punta de su polla y empezó a penetrarme poco a poco… Yo sentí que me partía por la mitad, aquel hombre, follándome el culo como si fuera una perra en celo, me sentía dominada, pero cada vez que metía y sacaba su gruesa polla abandonaba mi cuerpo al placer. El miedo desapareció casi por completo. Oyendo gemir al macho que tenía detrás, me excité aun más y de mi boca salieron un par de jadeos, los cuales motivaron a mi agresor nº 3. Entonces noté como su leche ardiendo invadía mis intestinos. Se salió de mí y se subió de nuevo la bragueta.
Los tres estaban de pie, mirándome con deseo y compasión. Yo estaba sin aliento, tumbada en la hierba medio desnuda, sometida por tres hombres que habían quedado más que satisfechos con su pastel. Una víctima demasiado fácil para ellos. Después de aquella noche, se me quitaron las ganas de exhibirme a los hombres. Pero reconozco que 15 años después utilizo el recuerdo de ese día para dar rienda suelta a mis fantasías… y me corro una y otra vez a la salud de esos tres gilipollas.
Este relato, no tiene de real absolutamente nada. No lo escribí con gusto, pero espero al menos satisfacer a más de una mente perversa.
By: Putisima